Saber, sabemos muchas cosas; sabemos que Dios nos ama, que nos ha rescatado, que piensa en nosotros con cariño, sabemos muchas cosas…, pero necesitamos alguna vez percirbirlo en lo más profundo de nuestro ser. Una oportunidad para que pasemos del saber al experimentar, la tenemos en la soledad y el silencio, dos condiciones imprescindibles para el encuentro con el Señor. Necesitamos la prueba del desierto para que todo eso que decimos saber, baje de nuestra mente al corazón.
Vivimos inmersos en una sociedad cada vez más pagana y hedonista, que rechaza el esfuerzo, el sacrificio y el dolor, una sociedad que destierra fácilmente cualquier muestra de renuncia .Una sociedad que venera como iconos a los que son famosos por no hacer nada, que busca el placer a costa de lo que sea y que tiene como dios al dinero y el poder.
Encontrarse con el Señor, aceptarle y seguirlo de todo corazón, significa situarse al margen del mundo que nos ha tocado vivir, implica ser un paria en muchos sentidos. Encontrarse con el Señor es sentirse inducido a amar hasta que duela, somos movidos a una entrega total, absoluta, sin reservas, somos alentados a amar hasta el extremo y siempre ese final tiene forma de cruz.
Ojalá, no olvidemos nunca que el Señor puede abrir sendas donde no las hay, que el Señor puede herir la roca y hacer brotar agua fresca en el desierto más árido que nos podamos imaginar. No importa lo mal que lo estemos pasando, y esto hay que repetirlo hasta aburrir: ¡No importa lo mal que lo estés pasando!
La esperanza nos sostiene en la tribulación, la esperanza y la certeza, sí, la certeza de que aunque mi vida sea un apestoso estercolero, el Señor puede hacer brotar un rosal cuyo perfume borre la peste del estiércol en descomposición.
Esto es el Evangelio, esta es la Buena Noticia; Aunque tu corazón sea un estercolero, lleno de inmundicia, Cristo puede y quiere acampar en él, quiere y puede, borrar la peste de tu basura, Él quiere y puede convertir tu estiércol maloliente en compost fértil que sirva para abonar los campos. ¿Te lo crees? ¿Crees de corazón que esto puede ser verdad? ¿Crees que Jesucristo quiere hacer su obra en ti?
Abramos el corazón, sin miedo, dejémonos conducir al desierto, si, dejémosle, porque muchas veces nos revolcamos como los cochinos en nuestro propio cieno y no queremos salir de la charca por nada del mundo, parece como que si no tuviéramos problemas hay que inventarlos, hay algunos que siempre tienen alguna desgracia de la que quejarse y el día que no la tienen se la inventan.
El Señor quiere morar en nuestro corazón, quiere hacer en el su nido, quiere limpiar nuestra inmundicia, quiere trasformar el estiércol en abono, para que de nuestro corazón brote savia nueva. La Cuaresma nos ofrece un tiempo precioso para esta experiencia de desierto. Unos días en pleno retiro para escuchar al Señor, para mirar en nuestro interior y confrontar la respuesta que estamos dándole, verificar que le seguimos en la senda correcta, dejar que vuelva a ocupar el lugar que le hemos quitado en nuestro corazón.
Tiempo propicio para realizar unos ejercicios espirituales, un curso de retiro, unos cursillos de cristiandad, etc... Dejemos entrar lo que cada día, Dios no cesa de decirnos y que no sabemos escuchar, ahogados en las mil y una preocupaciones de la jornada vividas muchas veces al margen de Él.¡Busca tu desierto!
"Por eso, ahora voy a seducirla: me la llevaré al desierto y le hablaré con ternura. Allí le devolveré sus viñedos, y convertiré el valle de la Desgracia en el paso de la Esperanza".
Oseas 2:14-15.