Escribía hace un par de semanas en este blog sobre la alegría que los cristianos deberíamos saber manifestar siguiendo a Jesús resucitado. Todos aspiramos a la alegría, pero nos damos cuenta de los muchos vacíos que aparecen de vez en cuando en nuestra vida.
Luchamos hora tras hora para darle “sabor” a la existencia, por colorear nuestros días, por conseguir una vida feliz y afortunada, pero llegan muchas noches cuando nuestros ojos quieren cerrarse percibimos que nuestra búsqueda ha sido en vano, con una amarga sensación de insatisfacción, como si algo se nos escapase, tal vez solo ese “sabor” que a la luz del día la existencia parecía tener. ¿Cuántos de nosotros estamos familiarizados con estas sensaciones? ¿Y cuántas veces, debilitados por la batalla inútil, hemos visto precisamente esa alegría misteriosa en los ojos de un hombre o de una mujer, descubriendo luego que la fuente de la que partían era la certeza de la fe?
La vida puede ser un tormento, cada existencia tarde o temprano se encuentra con su calvario y tiene una cruz que llevar. Y la fe ciertamente no nos protege de todo esto, pero "un cristiano nunca puede estar triste". Todos aspiramos a la alegría.
Según la Iglesia oriental la tristeza es el octavo vicio capital, definiendo a la tristeza como la mirada dirigida sobre uno mismo, sin embargo, la alegría es la mirada dirigida a Dios y sobre los demás. Este salir de nosotros mismos es la fórmula mágica para que nuestro corazón viva en el gozo. San Pablo nos exhorta:" Cada uno dé como le dicte su corazón: no a disgusto ni a la fuerza, pues Dios ama al que da con alegría." (2 Cor 9,7).
Recuerdo una anécdota de Madre Teresa que leí en una ocasión. Ella decía que, si veía a una hermana que iba por los slum de Calcuta con el rostro triste, no la enviaba a los pobres, sino que le pedía que volviese a orar y cambiar el “look” de su cara con la sonrisa. Eso nos dice que no basta seguir a Jesús, sino que hay que hacerlo con alegría.
Y es que no nos damos cuenta, pero el cristianismo sin la alegría queda vacío, seguimos a Cristo vivo y me atrevo a decir que es una condición “si ne qua non” que nuestros pasos dejen la huella de esa alegría que el mismo Jesús nos asegura: “Nadie os podrá quitar vuestra alegría” (Jn16,22) ¡Nadie ni nada! No haber entendido el gozo del resucitado ofrece la visión que de muchos cristianos se tiene, indiferentes ,apagados, apáticos y tristes. Van siempre a la Iglesia, se interesan por la verdad cristiana, participan en los cultos, asisten a estudios bíblicos y de formación, pero muchos de ellos no logran liberarse de un cierto sentido de tristeza. La fe parece pesarles.
El evangelio nos habla del hombre nuevo en Cristo, nos transmite esa alegría que debe nacer en el corazón, y cuando vemos a otros creyentes llenos de ese gozo y no en el nuestro, nos preguntamos el porqué “yo no la poseo”. Algunos se hunden en ese barro que la tristeza fomenta, en ese gozo que no hemos sabido captar y que de seguro tampoco hemos sabido pedir.
Hay un libro que se titula Razones para la alegría, de José Luis Martin Descalzo que leí en mi juventud y que me hizo mucho bien. Intento hacerme de nuevo con él, pero hasta ahora no lo he conseguido. En sus páginas se puede encontrar un escrito titulado “cristianos que habéis hecho del gozo que os dieron hace dos mil años? No ese gozo que se experimenta porque las cosas vayan bien, sino el que no cesa de brotar "a pesar de que" la cosas vayan cuesta arriba. Os recomiendo también la vida de Santo Tomás Moro, que dejó una hermosa oración para pedir el buen humor. Buscadla por internet. No se trata de cosas grandes, se trata de conocer de verdad a Cristo Resucitado, porque es el Cristo vivo, y con él todo se puede y nada se teme. Son promesas suyas. Podemos empezar a cambiar nuestra tristeza, ¿Por qué no iniciarla con una sonrisa diaria para los demás?
Estos días he tenido la suerte de encontrarme con algunas personas que me han dedicado su buen humor, su alegría, amabilidad, servicio. Que gustazo recibirlo, produce tanta serenidad y paz bañarse en ese ambiente de júbilo externo. Es contagioso.
Sonreír a los que están apagados por la vida, les da fuerza y coraje para seguir adelante. Sonreír es nuestra misión, no como payasos, sino como “tontos de Dios” que cada día puede llenar el corazón de un increíble amor por nosotros. Un rabino judío llamado Najman de Breslev escribió que “el único instrumento que puede disponer el hombre para acercarse a Dios es la alegría. Cuando se está alegre es posible abrir el corazón y mostrar lo que hay en él delante del Señor, mientras si está afligido por la tristeza no se logra ni tan siquiera concentrarse”.
Ánimo, hay que intentarlo cada día, el mundo de hoy necesita más que nunca la alegría, el consuelo, la esperanza, la paz. Pidamos tener un corazón alegre que contagie, que en la alegría los demás puedan descubrir ese amor que hace mas de dos mil años se nos entregó.