¿Quién no se ha sentido dolido alguna vez por las omisiones de otros, hacia nosotros? No hay que olvidar que en esos “otros”, también debemos incluir nuestro nombre, hacia los demás.
Rondaba hace días por mi cabeza, una entrada para publicar en mi blog, incitada por uno de esos” descuidos “ hacia mi familia, que se hizo visible de forma pasmosa, el mismo día de Navidad, ante la situación vivida en casa, en estos últimos meses, a causa de mis ingresos hospitalarios e intervenciones.
“Y ahora permanecen la fe, la esperanza y la caridad, estos tres; pero el mayor de ellos es la caridad” (1 Corintios 13:13). Sí, la caridad está por encima de todo. El mismo texto de San Pablo insiste : “Si no tengo caridad, nada soy”.
Un deseo de “Feliz Navidad”, tiene que estar acompañado de convicción, de alegría, de luz… como ha dicho el papa Francisco “La Navidad de Jesús, fiesta de la confianza y de la esperanza, que supera las inseguridades y el pesimismo”. Y cuando uno sale de haber celebrado esta fiesta, en el mejor de los sitios como es en la Santa Misa, tiene que partir, con ganas de transmitir a los demás esa esperanza.
Cuando uno va al portal de Belén, lleno de polvo, debería surgir con brillo, después de contemplar a todo un Dios hecho hombre por amor. Y es el polvo, el que me ha hecho cambiar el rumbo de mi post. El que sin quererlo ni buscarlo, ha conseguido que me centre en mis omisiones de caridad y no en la de los demás. Y todo se lo debo a una visita que tuve en el hospital.
Una persona a la que no esperaba ,se presentó con una de mis hijas, para interesarse por mi estado de salud. Hablamos un poco de todo, y debatimos sobre algunas cosas que no me gustaban, del carisma al que ella se había consagrado. Me desconcertó un poco, que no replicara nada de lo que le argumentaba. Comprobé, que escuchaba atentamente todo lo que le decía y al terminar mi exposición, el mensaje que me transmitió caló hondo en mi interior. Sigo utilizándolo en algunos momentos de oración. Me dijo : “ Seguramente muchas de las cosas que dices, sean como tú las ves, pero quiero decirte, que yo sigo consagrada, para sacar el mayor brillo posible, al carisma al que me he entregado por el bien de la Iglesia, y en ello está mi empeño diario” .
Me encantó lo de “sacar brillo” “quitar el polvo”. El papa Francisco en una de sus audiencias de esta navidad nos decía: “La Navidad de Jesús es la manifestación de que Dios se ha puesto del lado del hombre “de una vez y para siempre”, para salvarnos, para levantarnos del polvo de nuestras miserias, de nuestras dificultades, de nuestros pecados”.
Sí, acumulamos polvo, cada vez que dejamos que el “yo” esté en primer lugar, y no hace falta que lo diga, porque todos, lo experimentamos en muchas ocasiones. Ese “yo”, se empeña cada día, en ser lo prioritario de nuestros actos. Criticamos tantas cosas que no funcionan en la iglesia, entre los creyentes..., llegamos incluso a escandalizarnos por actitudes que solo juzgamos desde nuestros ojos, muchas veces inmisericordes. ¿No podríamos ante la cercanía de la fiesta de la Epifanía, preparar un gran presente para Jesús? A mí se me ocurre, que podemos intentar, sacar brillo a nuestra fe, a nuestra esperanza y de forma especial a nuestra caridad. ¡A diario!
“Es una cosa fea cuando se ve a un cristiano que no quiere abajarse, que no quiere servir, que se pavonea por todas partes. ¡Es feo! ¡Ese no es un cristiano, es un pagano! ¡El cristiano sirve y se abaja! “(papa Francisco)