Hace unos meses, una vecina mía, celebraba que había sido abuela. Una vida nueva, siempre es motivo de celebración. Lo que pasa ,es que hasta ese momento no me había enterado de que su hija, había estado embarazada. No porque no fuese notable su gravidez, sino por lo poco que suelo verla. Pero mi sorpresa tampoco residía en esa circunstancia, sino en la juventud de los padres. ¡Demasiado jóvenes! Y más temprano que tarde, acaba pasando lo que uno ya se espera.
Unos meses después de la celebración por esta vida, la joven abuela comunicó a mi esposa, que el padre de la criatura, había abandonado a la madre y al hijo. La razón que dio, es que no estaba preparado para la paternidad, que él todavía necesitaba divertirse. Todo se vino abajo para esta joven madre; lamentablemente es fácil hoy día encontrarse con historias similares.
Y ello me ha llevado a pensar, lo que he vivido desde el mes de enero con mis padres. Desde principios de año, mi padre ha tenido que estar hospitalizado varias veces. Sus pulmones están bajo mínimos. El oxigeno se ha convertido en su compañero inseparable. El cansancio, el desaliento, la impotencia, ha dejado huella en todos.
Una de las noches que me tocó quedarme con él, fue para mí una bendición. Dormí poco, pero disfruté de una excelente reflexión, observando a mi padre durmiendo tranquilo, bajo los efectos del somnífero y el resto de medicamentos que le administraron. Percibí, el honor que supone, poder cuidar a quien antes te ha cuidado.
Los que gozamos de la paternidad, entendemos muy bien, lo que significa, pasar las noches y los días en vela por los hijos. Lo que supone sacrificar los años de juventud, donde todas las células del organismo, rebosan energía, para regalarla toda, a cada vida confiada. No importan las privaciones, las renuncias, el cansancio… toca cuidar una preciosa vida que nos ha sido encomendada a nuestro cuidado.
Contemplando a mi padre en la cama, con las arrugas de la vejez, tan débil físicamente, pensé en las veces que nos cuidó a mis hermanos y a mí, y sentí una profunda alegría, al poder estar allí, vigilando su sueño. Realmente me sentí honrado.
Beauvoir dejó escrito: “Qué desgracia, solo los seres débiles e ignorantes, embriagados por el orgullo propio de la juventud no ven la vejez”.
Viendo a mi padre tranquilo y descansando, pensaba en las experiencias que han ido formando parte de su vida ,con sus éxitos y fracasos, viviendo días alegres y días tristes, llenos de esfuerzos y luchas. Sin saberlo, se ha convertido en un sabio de la vida.
Víctor Hugo, uno de mis autores preferidos, dejó plasmado:
"Si se ve fuego en los ojos de los jóvenes, en el ojo del anciano se ve luz" Porque sublime es la vida cargada con años de experiencia, de sabiduría, de entrega a los demás.
He ido viendo ,como mi padre hace tiempo que entró en un tiempo luminoso, que ha acabado con una buena confesión de toda su vida. Tiempo para hablar con uno mismo, con Dios, con los demás. Una etapa de la vida donde la tranquilidad, el reposo, el silencio, se aman.
Ojalá sepamos enseñar a las generaciones futuras el amor, y la entrega de uno mismo. Cuando nos toca ser padres y cuando nos toca ser hijos. O si preferís, cuando nos toca ser hijos y cuando nos toca ser padres. Ojalá esa cadena de amor, no se rompa nunca.