La línea fronteriza que separa la ciudad mexicana de Tijuana (a la derecha) de los arrabales de la estadounidense San Diego. (Fuente: Wikimedia Commons) |
“No hay viaje sin que se crucen fronteras: políticas, lingüísticas, sociales, psicológicas, también las
invisibles que separan un barrio de otro en la misma ciudad, las existentes
entre las personas, las tortuosas que en nuestros infiernos nos cierran el
paso. Traspasar las fronteras; también amarlas –por cuanto definen una
realidad, una individualidad, le dan cuerpo salvándola así de lo indistinto–
pero sin idolatrarlas, sin hacer de ellas ídolos que exigen sacrificios de
sangre. Saberlas flexibles, provisionales y perecederas como un cuerpo humano,
y por ello dignas de ser amadas: mortales en el sentido de que, al igual que
los viajeros, están sujetas a la muerte, y no ocasión y causa de muerte como lo
han sido y lo son tantas veces.” Así ve y concibe las fronteras Claudio Magris, triestino
y, por consiguiente, hombre fronterizo, en el prefacio de su libro El
infinito viajar. [1]
Hay muchas maneras de ver,
considerar, definir, enjuiciar las fronteras. El geopolitólogo francés Jacques Ancel, en su Géographie
des frontières, dice que “la frontera es una isobara política que fija,
durante un tiempo, el equilibrio entre dos presiones: equilibrio de masas,
equilibrio de fuerzas”. [2] Y para el escritor mexicano Jorge Volpi “las fronteras
son construcciones imaginarias, límites ficticios que demarcan el ámbito de
poder de quien las traza”. [3] Encontraríamos muchas más.
Alfio Squillaci, escritor
y difusor cultural italiano, basándose en dos obras de especial relevancia por
lo que respecta al tema, traza aquí un interesante panorama de las divisiones
territoriales y hace hincapié en los conceptos de muro (separación
infranqueable) y frontera (separación permeable) que puede resultar
bastante esclarecedor (y también polémico, sin duda) para quien se interese por
estas cuestiones.
Albert
Lázaro-Tinaut
El muro de Berlín, un claro ejemplo de aberración fronteriza. |
Pensar las
fronteras
Por Alfio
Squillaci
La mayor
construcción humana realizada hasta ahora parece ser la Gran Muralla china que,
dicen, es perfectamente perceptible a simple vista desde las naves espaciales.
El Vallum de Adriano,
las murallas servianas
y aurelianas,
en cambio, testimonian que, por muy grande que fuera el poder expansionista de
Roma, en muchos momentos de su historia necesitó defenderse de sus
enemigos o separarse de sus vecinos. En la antigua Roma, la palabra hostis
significaba tanto ‘enemigo’ como ‘forastero’: Hostis enim apud maiorem nostros
indicebatur, quem nunc peregrinum decimus (‘Nuestros antepasados denominaban
enemigo a quien hoy llamamos forastero’), escribía Cicerón en De officiis.
El muro
más escandaloso y contradictorio construido en Europa, el de Berlín, que cayó
en 1989, fue levantado en una sola noche por el régimen comunista, cuya ideología
oficial proclamaba el internacionalismo y la paz entre los pueblos hermanos,
que no dudó en separar a sus propios proletarios de los otros, pese a seguir repitiendo
aquello de “proletarios del mundo, uníos”, y cuyos correligionarios
italianos, en su himno Bandiera
rossa, cantaban: “Non più nemici, non più frontiere; sono i confini rosse
bandiere” (‘No más enemigos, no más fronteras: son los confines banderas rojas’).
Por otra
parte, después de haber preconizado con fervor que “antes o después todos los
muros caerán”, los papas se encerraron entre las sólidas y
antiquísimas murallas de la Ciudad del Vaticano, denominadas leoninas, construidas
en una época en que era prudente hacerlo, cuando Roma, sin murallas, había
sido devastada: unas murallas, las vaticanas, custodiadas, como todos los muros
que son a la vez fronteras, por tropas, aunque en este caso se trate de guardias
suizos.
Aspecto actual de las murallas leoninas, que encierran el Estado de la Ciudad del Vaticano. (Fuente: PDFslide) |
Pero conviene saber distinguir. Régis Debray argumenta que los muros no son las fronteras, o ya no lo son, o lo son solamente a veces, y no todos lo son, ni siempre. Por regla general, los muros se levantan durante largos períodos de la historia, o bien con prisas, en una sola noche, para separar claramente a unos de otros.
Muchos muros son bastiones fortificados; y si eran bastiones incluso en el espacio ucrónico de Blade Runner, imaginemos lo que significan en nuestro mundo terrenal. Los muros se erigen contra los hostis mencionados por Cicerón, y manifiestan sin ambages un non prevalebunt claro y hostil como el de los cristianos romanos contra las fuerzas infernales. Las fronteras, en cambio, son “un asunto intelectual y moral”, según Debray, a menudo un signo que no es visible (en las nieves de los Alpes, por ejemplo), tampoco olfativo como el de los animales, que marcan su territorio para separarlo del de los demás derramando líquidos corporales.
El paso fronterizo entre España y Gibraltar. (Fuente: EFE) |
Las fronteras son signos de demarcación en un área geográfica concreta. Allí donde es posible, en una carretera o en un puerto de montaña, la frontera, ese muro ideal, se abre o se cierra. Las fronteras tienen la entrada y la salida por la misma puerta, presentan una doble funcionalidad, como el rostro bifronte de Jano, y no deniegan el paso a todos, como los muros: dicen estos sí y estos no. El muro impide el paso y la frontera lo regula. Es un filtro: el reino de los pasaportes, de los visados, de los salvoconductos sellados, donde la estatalidad se impone al pueblo-nación. Como dice Debray, era deber de los reyes, de donde procede el concepto de regere fines, mantener las fronteras.
Últimamente,
los medios de comunicación refieren construcciones de muros en muchos lugares
del mundo, y la historia nos informa de que las fronteras se han multiplicado
en los últimos cincuenta años: desde 1991 se han trazado al menos 27.000
kilómetros de nuevas fronteras, dice Debray, especialmente en Europa y Eurasia.
Y nuevas fronteras, unas veces con muros, otras no, surgen por doquier. El geopolitólogo
Michel Foucher ha
calculado que entre 2009 y 2010 se produjeron veintiséis casos de conflictos
transfronterizos graves.
Las
fronteras, además de delimitar estados o naciones, encierran identidades. Ya Hume, en su ensayo sobre el
intelecto humano, en vez de identidad –que supone una rígida lógica
aristotélica (A=A)–, adoptaba el término psicológico sameness (que podríamos
traducir como “simismidad”, es decir, reflejo identitario). Aunque algunos antropólogos
tiendan a negar, incluso ontológicamente, cualquier identidad; y aunque gentes bienintencionadas,
celebridades y el cantante utopista John Lennon cantaran Imagine
there’s no countries, los pueblos se obstinan en vivir por su cuenta, y reclaman
más fronteras.
Es lo que
se viene observando en la historia reciente, y lo que se supone que continuará
sucediendo en el futuro. Cuando se disolvió el Imperio soviético, los eslovacos no
quisieron convivir con los checos, ni los croatas con los serbios, ni los
ucranianos con los rusos; y hoy, el pueblo kurdo se resiste a abolir las
fronteras que lo mantiene repartido entre tres países…
En contrapartida, hay una idea internacional expresada por importantes minorías intelectuales que no solo da por descontada o inevitable la sociedad multicultural, multiconfesional y multiétnica: la preconiza, la difunde, la invoca, trata de imponerla. ¿En qué modelo histórico que funcione y resulte satisfactorio se inspiran esos optimistas “sin fronteras”? ¿Tal vez en el irlandés, cuando durante cuatro siglos los irlandeses han peleado a sangre y fuego con los ingleses? ¿O en el de la extinta Yugoslavia, que tuvo y acabó rechazando violentamente su sociedad multicultural, multiconfesional y multiétnica? Cuando esa sociedad fue concebida por poetas y pensadores idealistas y paneslavistas entusiastas de la idea de reunir a todos los eslavos del sur dentro de la misma y única frontera, acabó haciéndose realidad, primero por la monarquía y luego por la fuerza bruta del socialismo “casi real” de Tito, al cabo de unas décadas, a costa de mucha sangre inocente derramada, se decidió que aquel hermoso proyecto no tenía sentido y no podía seguir funcionando. Y así fue como los pueblos de la antigua Yugoslavia establecieron fronteras entre ellos, casi siempre frágiles y a menudo sometidas al control de fuerzas militares de las Naciones Unidas.
Soldados de las Naciones Unidas en Bosnia. (Fuente: Revista Ejército) |
Para redactar este texto me he basado fundamentalmente en dos ensayos: “Pensare la frontiera”, que forma parte del libro Il pensiero meridiano, de Franco Cassano, y Éloge des frontières, de Régis Debray. [4]
ﷺ
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Este texto, traducido del italiano y parcialmente resumido por Albert Lázaro-Tinaut, fue publicado en L’Intellettuale Dissidente, Roma, el 28 de abril de 2021. TRANSEÚNTE EN POS DEL NORTE agradece al autor su amable autorización para reproducirlo.