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10 septiembre 2021

Fronteras: la fragmentación del espacio geográfico

La línea fronteriza que separa la ciudad mexicana de Tijuana (a la derecha)
de los arrabales de la estadounidense San Diego.

(Fuente: Wikimedia Commons)

“No hay viaje sin que se crucen fronteras: políticas, lingüísticas, sociales, psicológicas, también las invisibles que separan un barrio de otro en la misma ciudad, las existentes entre las personas, las tortuosas que en nuestros infiernos nos cierran el paso. Traspasar las fronteras; también amarlas por cuanto definen una realidad, una individualidad, le dan cuerpo salvándola así de lo indistinto pero sin idolatrarlas, sin hacer de ellas ídolos que exigen sacrificios de sangre. Saberlas flexibles, provisionales y perecederas como un cuerpo humano, y por ello dignas de ser amadas: mortales en el sentido de que, al igual que los viajeros, están sujetas a la muerte, y no ocasión y causa de muerte como lo han sido y lo son tantas veces.” Así ve y concibe las fronteras Claudio Magris, triestino y, por consiguiente, hombre fronterizo, en el prefacio de su libro El infinito viajar. [1]

Hay muchas maneras de ver, considerar, definir, enjuiciar las fronteras. El geopolitólogo francés Jacques Ancel, en su Géographie des frontières, dice que “la frontera es una isobara política que fija, durante un tiempo, el equilibrio entre dos presiones: equilibrio de masas, equilibrio de fuerzas”. [2] Y para el escritor mexicano Jorge Volpi “las fronteras son construcciones imaginarias, límites ficticios que demarcan el ámbito de poder de quien las traza”. [3] Encontraríamos muchas más.

Alfio Squillaci, escritor y difusor cultural italiano, basándose en dos obras de especial relevancia por lo que respecta al tema, traza aquí un interesante panorama de las divisiones territoriales y hace hincapié en los conceptos de muro (separación infranqueable) y frontera (separación permeable) que puede resultar bastante esclarecedor (y también polémico, sin duda) para quien se interese por estas cuestiones.

Albert Lázaro-Tinaut

El muro de Berlín, un claro ejemplo de aberración fronteriza.

Pensar las fronteras

Por Alfio Squillaci

La mayor construcción humana realizada hasta ahora parece ser la Gran Muralla china que, dicen, es perfectamente perceptible a simple vista desde las naves espaciales. El Vallum de Adriano, las murallas servianas y aurelianas, en cambio, testimonian que, por muy grande que fuera el poder expansionista de Roma, en muchos momentos de su historia necesitó defenderse de sus enemigos o separarse de sus vecinos. En la antigua Roma, la palabra hostis significaba tanto ‘enemigo’ como ‘forastero’: Hostis enim apud maiorem nostros indicebatur, quem nunc peregrinum decimus (‘Nuestros antepasados denominaban enemigo a quien hoy llamamos forastero’), escribía Cicerón en De officiis.

El muro más escandaloso y contradictorio construido en Europa, el de Berlín, que cayó en 1989, fue levantado en una sola noche por el régimen comunista, cuya ideología oficial proclamaba el internacionalismo y la paz entre los pueblos hermanos, que no dudó en separar a sus propios proletarios de los otros, pese a seguir repitiendo aquello de “proletarios del mundo, uníos”, y cuyos correligionarios italianos, en su himno Bandiera rossa, cantaban: “Non più nemici, non più frontiere; sono i confini rosse bandiere” (‘No más enemigos, no más fronteras: son los confines banderas rojas’).

Por otra parte, después de haber preconizado con fervor que “antes o después todos los muros caerán”, los papas se encerraron entre las sólidas y antiquísimas murallas de la Ciudad del Vaticano, denominadas leoninas, construidas en una época en que era prudente hacerlo, cuando Roma, sin murallas, había sido devastada: unas murallas, las vaticanas, custodiadas, como todos los muros que son a la vez fronteras, por tropas, aunque en este caso se trate de guardias suizos.

Aspecto actual de las murallas leoninas, que encierran
el Estado de la Ciudad del Vaticano.

(Fuente: PDFslide)

Cabe suponer, pues, que incluso quienes se aferran a la consigna no border, cuando regresan a sus casas después de las batallas internacionalistas y mundialistas, cierran la puerta con llave y se recluyen entre sus propios muros domésticos, estableciendo así una frontera infranqueable entre “el dentro” y “el fuera”. Por mucho que las mejores conciencias proclamen la amistad entre los pueblos, y por mucho que se proponga el acercamiento entre las personas de buena voluntad, siempre prevalece y se manifiesta el impulso de separarse: los muros levantados por cualquier ideología, política, religiosa o de otra índole, ponen de manifiesto las contradicciones.

Pero conviene saber distinguir. Régis Debray argumenta que los muros no son las fronteras, o ya no lo son, o lo son solamente a veces, y no todos lo son, ni siempre. Por regla general, los muros se levantan durante largos períodos de la historia, o bien con prisas, en una sola noche, para separar claramente a unos de otros.

Muchos muros son bastiones fortificados; y si eran bastiones incluso en el espacio ucrónico de Blade Runner, imaginemos lo que significan en nuestro mundo terrenal. Los muros se erigen contra los hostis mencionados por Cicerón, y manifiestan sin ambages un non prevalebunt claro y hostil como el de los cristianos romanos contra las fuerzas infernales. Las fronteras, en cambio, son “un asunto intelectual y moral”, según Debray, a menudo un signo que no es visible (en las nieves de los Alpes, por ejemplo), tampoco olfativo como el de los animales, que marcan su territorio para separarlo del de los demás derramando líquidos corporales.

El paso fronterizo entre España y Gibraltar.
(Fuente: EFE)

Las fronteras son signos de demarcación en un área geográfica concreta. Allí donde es posible, en una carretera o en un puerto de montaña, la frontera, ese muro ideal, se abre o se cierra. Las fronteras tienen la entrada y la salida por la misma puerta, presentan una doble funcionalidad, como el rostro bifronte de Jano, y no deniegan el paso a todos, como los muros: dicen estos sí y estos no. El muro impide el paso y la frontera lo regula. Es un filtro: el reino de los pasaportes, de los visados, de los salvoconductos sellados, donde la estatalidad se impone al pueblo-nación. Como dice Debray, era deber de los reyes, de donde procede el concepto de regere fines, mantener las fronteras.

Últimamente, los medios de comunicación refieren construcciones de muros en muchos lugares del mundo, y la historia nos informa de que las fronteras se han multiplicado en los últimos cincuenta años: desde 1991 se han trazado al menos 27.000 kilómetros de nuevas fronteras, dice Debray, especialmente en Europa y Eurasia. Y nuevas fronteras, unas veces con muros, otras no, surgen por doquier. El geopolitólogo Michel Foucher ha calculado que entre 2009 y 2010 se produjeron veintiséis casos de conflictos transfronterizos graves.

Las fronteras, además de delimitar estados o naciones, encierran identidades. Ya Hume, en su ensayo sobre el intelecto humano, en vez de identidad que supone una rígida lógica aristotélica (A=A), adoptaba el término psicológico sameness (que podríamos traducir como “simismidad”, es decir, reflejo identitario). Aunque algunos antropólogos tiendan a negar, incluso ontológicamente, cualquier identidad; y aunque gentes bienintencionadas, celebridades y el cantante utopista John Lennon cantaran Imagine there’s no countries, los pueblos se obstinan en vivir por su cuenta, y reclaman más fronteras.

Es lo que se viene observando en la historia reciente, y lo que se supone que continuará sucediendo en el futuro. Cuando se disolvió el Imperio soviético, los eslovacos no quisieron convivir con los checos, ni los croatas con los serbios, ni los ucranianos con los rusos; y hoy, el pueblo kurdo se resiste a abolir las fronteras que lo mantiene repartido entre tres países…

En contrapartida, hay una idea internacional expresada por importantes minorías intelectuales que no solo da por descontada o inevitable la sociedad multicultural, multiconfesional y multiétnica: la preconiza, la difunde, la invoca, trata de imponerla. ¿En qué modelo histórico que funcione y resulte satisfactorio se inspiran esos optimistas “sin fronteras”? ¿Tal vez en el irlandés, cuando durante cuatro siglos los irlandeses han peleado a sangre y fuego con los ingleses? ¿O en el de la extinta Yugoslavia, que tuvo y acabó rechazando violentamente su sociedad multicultural, multiconfesional y multiétnica? Cuando esa sociedad fue concebida por poetas y pensadores idealistas y paneslavistas entusiastas de la idea de reunir a todos los eslavos del sur dentro de la misma y única frontera, acabó haciéndose realidad, primero por la monarquía y luego por la fuerza bruta del socialismo “casi real” de Tito, al cabo de unas décadas, a costa de mucha sangre inocente derramada, se decidió que aquel hermoso proyecto no tenía sentido y no podía seguir funcionando. Y así fue como los pueblos de la antigua Yugoslavia establecieron fronteras entre ellos, casi siempre frágiles y a menudo sometidas al control de fuerzas militares de las Naciones Unidas. 

Soldados de las Naciones Unidas en Bosnia.
(Fuente: Revista Ejército)

Para redactar este texto me he basado fundamentalmente en dos ensayos: “Pensare la frontiera”, que forma parte del libro 
Il pensiero meridiano, de Franco Cassano, y Éloge des frontières, de Régis Debray. [4] 

ﷺ ﷺ ﷺ

[1] Claudio Magris: El infinito viajar. Traducción de Pilar García Colmenarejo. Editorial Anagrama, Barcelona, 2008.
[2] Jacques Ancel: Géographie des frontières. Éditions Gallimard, París, 1938.
[3] Jorge Volpi: “Las trompetas de Jericó”, en El País, Madrid, 14 de noviembre de 2005, p. 16.
[4] Franco Cassano: Il pensiero meridiano. Laterza, Bari, 2003; pp. 53-66. / Régis Debray: Éloge des frontières. Folio, Éditions Gallimard, París (eBook), 2013.

Este texto, traducido del italiano y parcialmente resumido por Albert Lázaro-Tinaut, fue publicado en L’Intellettuale Dissidente, Roma, el 28 de abril de 2021. TRANSEÚNTE EN POS DEL NORTE agradece al autor su amable autorización para reproducirlo.

14 octubre 2018

Nils Lätt, un anarcosindicalista sueco en la guerra civil española


Nils Lätt (agachado, a la izquierda) en el frente de Aragón en 1937.
(Fuente: Ateneu Llibertari Estel Negre)

Por Renato Simoni

El 30 de diciembre de 1907 nació en localidad de Kjulaås (condado de Södermanland, Suecia) el futuro militante, agitador y periodista anarquista Nils Lätt, también llamado Nisse Lätt, conocido en España como Nils el rubio o “el rojo”. A los quince años se enroló en la marina mercante, se afilió a la organización anarcosindicalista SAC (sigla de la Sveriges Arbetares Centralorganisation) y comenzó a aprender el esperanto.

En 1936 salió de su país y obtuvo en París un salvoconducto del Comité Anarcho-syndicaliste pour la Défense et la Libération du Prolétariat Espagnol; a comienzos de 1937 cruzó los Pirineos con algunos compañeros y el 5 de enero se puso al servicio del movimiento libertario catalán en Barcelona. En primer lugar, por poco tiempo, combatió en la formación guiada por Antonio Ortiz, sucesivamente en el Grupo internacional de la columna Durruti, que llegó a Pina de Ebro (Zaragoza), en el frente de guerra. 

Fotografía de Lätt en el salvoconducto
francés con el que entró en España.

El suizo Edi Gmür, compañero de lucha, trazó un rápido pero eficaz perfil suyo, en 1937, en aquel pueblo aragonés: “Nils el rojo es sueco. No existe índole mejor que la suya. Debe su sobrenombre a su barba rojiza [...]. Lee mucho. Además, es marinero y anarquista al ciento por ciento. Habla un poco de alemán, de inglés y de español, y perfectamente el esperanto. Su modo de discutir convincente y amigable, su comportamiento lleno de consideración y de modestia, han hecho de él uno de mis mejores compañeros” [1].

A mediados de abril de 1937 Lätt fue herido de gravedad por la explosión de una granada en Santa Quiteria (Huesca), perdiendo el ojo izquierdo. Tras las curas en el hospital de Tarragona, y al no poder volver a combatir, se integró en la colectividad agrícola de Fabara (Zaragoza).

De regreso a Suecia, en 1938, recogió inmediatamente sus recuerdos en un opúsculo: Som milisman och kollectivbonde i Spanien (‘Miliciano y obrero agrícola en una colectividad en España’) [2] relato precedido de la siguiente advertencia al lector: “Este opúsculo no pretende ser de ningún modo una descripción exhaustiva de los acontecimientos en España. Es únicamente la narración de un internacional que fue miliciano en la columna Durruti y obrero agrícola en una colectividad aragonesa”.

Nils Lätt continuó militando en la SAC de Gotemburgo, distinguiéndose por su compromiso en la difusión del pensamiento libertario: publicó el libro Havets arbetare (‘Obrero del mar’, 1945) sobre su experiencia en la marina mercante y colaboró en Syndikalismen (órgano de la SAC), oponiéndose a la línea reformista del sindicato. Más tarde, en la década de 1970, se ocupó de la revista anarquista Brand y su casa se convirtió en un punto de referencia para los militantes libertarios. Tradujo al sueco la importante obra de José Peirats La CNT en la Revolución española y en julio de 1977 participó en las Jornades Llibertàries Internacionals de Barcelona.

Lätt durante una manifestación de la SAC el 1º de mayo de 1982.
(© Archivo SAC)

Nils murió en Gotemburgo el 14 de enero de 1988. En 1993 se publicó póstumamente En svenks anarkist berättar. Minnesbilder ur Nisse Lätt liv agitador och kämpe för de frihetliga idéerna (‘Un anarquista sueco habla. Recuerdos de la vida de Nisse Lätt, agitador y luchador por las ideas libertarias’), una obra autobiográfica y a la vez un testamento político, redactada en 1982.

Cubierta del libro autobiográfico de Lätt,
publicado póstumamente en 1993.

La experiencia de nuestro miliciano en la España de 1937 se articuló en tres momentos, igualmente significativos: la participación en la más conocida formación libertaria del frente de Aragón, la hospitalización en Tarragona, que le permitió vivir de cerca los trágicos sucesos de mayo de 1937 en Cataluña, y su prolongada permanencia en una colectividad rural libertaria, lo que resulta bastante excepcional entre los combatientes. Con su minucioso testimonio escrito muy poco después de los hechos vividos, el marinero anarquista Lätt nos ofrece una lectura apasionada y apasionante de los acontecimientos, con una extraordinaria lucidez y una riqueza de datos que encuentran amplia confirmación en la historiografía más actualizada. Las claras descripciones de los episodios que vivió en España se alternan con consideraciones históricas y filosóficas más amplias que nos hacen revivir la tragedia de la guerra, pero también las esperanzas que había suscitado la revolución.

La traducción al francés de Anita Ljungqvist [3] nos ha permitido acceder al texto, y nos ha estimulado a elaborar, primero, una versión para el público italiano [4] y luego esta para el lector español (en traducción de Encarnita Simoni).


Portada de la edición original sueca del opúsculo (1938).

Algunos fragmentos del opúsculo de Nils Lätt:
en el frente de Aragón

El hecho de que los obreros de Barcelona, de Valencia y de otros lugares hayan sabido derrotar la sublevación fascista del 19 de julio de 1936 no es casual; es la consecuencia lógica de sus convicciones políticas y económicas. Se sabía que una liquidación del sistema capitalista no podía tener lugar sin un choque colosal y se habían preparado a fondo. Antes de la revolución, las condiciones de vida en España eran espantosas: las masas vivían en la más absoluta pobreza. La mayor parte de la tierra pertenecía a un grupo bastante exiguo de propietarios para los cuales los trabajadores solamente eran bestias de tiro. La industria estaba principalmente en manos de sociedades extranjeras que, en España, intentaban aplicar los mismos métodos utilizados en las colonias con los indígenas. Ese bloque detentaba el poder y tenía en sus manos al país. La persistencia de esa situación aseguraba la supervivencia de los gobiernos y la más mínima rebelión de los trabajadores se reprimía con ferocidad. Pobreza y ausencia de derechos tenían la consecuencia de agravar progresivamente las relaciones entre explotadores y trabajadores: éstos veían en la revolución la solución para obtener mejores condiciones de vida. […]

En 1934, poco después de la revolución de Asturias, visité algunas ciudades del golfo de Vizcaya. En Bilbao conocía a bastantes miembros de las Juventudes Libertarias, un movimiento juvenil anarcosindicalista. […] Sus centros habían sido clausurados y se preguntaban cómo, en aquellas condiciones, podían continuar con la propaganda. […] Tras el cierre de sus locales, esos jóvenes se habían dividido en pequeños grupos, y cada uno de ellos enviaba un representante a las reuniones; las más importantes tenían que realizarse en lugares escondidos en las montañas. Durante una velada hablamos de los acontecimientos asturianos. En 1934 había habido huelgas en numerosos lugares a causa de la orientación cada vez más reaccionaria del gobierno. En Asturias la huelga se transformó en insurrección y los trabajadores de la CNT y de la UGT se unieron y ocuparon ciudades y pueblos. El movimiento fue reprimido por el ejército con sistemas increíblemente crueles. Se dio la orden, entre otras cosas, de no hacer prisioneros y en Asturias se utilizaron por primera vez Moros contra los trabajadores españoles. […]

No me sorprendió, pues, que el 19 de julio de 1936 los trabajadores españoles lograsen frustrar los planes de los instigadores de las revueltas fascistas. En aquel momento me hallaba en el mar y fue con gran emoción que escuchamos las pocas informaciones que nos llegaban por la radio. En los puertos leíamos diarios en idiomas extranjeros que antes ninguno de nosotros se habría atrevido a descifrar, pero lográbamos entender por lo menos una parte y cuando los trabajadores triunfaban nuestra alegría no tenía límites. […]

De regreso a mi país, dejé la marina [y me planteé] dirigirme hacia España o intentar realizar algo en Suecia. Había comprendido que en España hacían falta sobre todo armas y técnicos militares. Los voluntarios no faltaban. Por la prensa me enteré de que los trabajadores, paralelamente a la guerra, habían logrado poner en marcha una colectivización de las tierras, de la industria y de otros sectores. El deseo de combatir a su lado y de participar en el esfuerzo de reconstrucción se volvió demasiado fuerte. Me enteré de que uno de mis compañeros se había alistado en una columna anarquista y pensé que alguien hallaría un fusil también para mí. Conseguidos los billetes y los papeles necesarios, salí de Suecia en diciembre de 1936.

Fotografía coloreada de un tranvía colectivizado
en Barcelona (diciembre de 1936).

Un hermoso día de enero, con un resplandeciente sol sobre el azul Mediterráneo, llegué a Barcelona con algunos compañeros que encontré en París. Para un socialista era una llegada maravillosa. Toda la ciudad estaba decorada de banderas negras y rojas. Sobre autobuses, vehículos, tranvías y otros medios de transporte, se podían ver brillar las iniciales de la organización que lo había colectivizado todo. Las insignias de la CNT mostraban que sus trabajadores estaban orgullosos de su organización; las letras AIT eran el testimonio de que los trabajadores no habían olvidado el internacionalismo ni el sindicalismo internacional. Estas últimas iniciales recordaban a los trabajadores que la sección española luchaba por una causa común. […]

La central de la CNT-FAI era un monumental edificio expropiado que había pertenecido a la organización patronal. Allí se habían instalado los Comités regionales de la CNT y de la FAI.  Alrededor de la Federación anarquista ibérica aleteaba un aura de misterio a causa de su fantástica lucha contra la sumisión y la explotación. Gobierno y policía habían combatido desesperadamente para aniquilarla, pero nunca habían logrado atrapar a los “responsables”. Un breve llamamiento de la FAI era suficiente para informar y movilizar a las masas, mientras que en el exterior muchos dudaban de su real existencia, ya que nunca nadie había logrado entrar en contacto con uno cualquiera de sus líderes. […]

No había llegado a España como turista sino para combatir contra el fascismo, por lo cual tenía que dejar a otros el deber de apreciar mejor la labor de las organizaciones catalanas y de los colectivos industriales. Con otros internacionales, me alisté en una formación anarquista de la columna Durruti y me dirigí hacía el frente. Tras un agradable viaje a través de Cataluña, bella y bien cultivada, llegamos a Aragón, más árido y montañoso. Luego, poco a poco, al pueblo de Pina de Ebro, donde se encontraba en aquella época el cuartel general de la columna Durruti. […]

Participé en el Grupo internacional de la columna Durruti. La mayor parte de los miembros eran compañeros llegados de Alemania y Francia, pero gran parte de los demás países europeos estaban también representados. A causa del idioma, estábamos divididos en dos grupos principales: francés y alemán. Entré en este último grupo, donde me resultaba más fácil comprender y hacerme entender y donde había ya un compañero sueco de las juventudes sindicales. Se hallaban también allí compañeros revolucionarios que, antes y después de la toma de poder de Hitler en Alemania, habían luchado por el socialismo. Algunos habían pasado ya bastantes años en un campo de concentración; otros, como animales perseguidos, huían de un país “democrático” a otro no pudiendo abandonar la lucha por la causa. […]

Efectivos de la columna Durruti en el frente de Aragón.
(Fuente: Durruti, Sangre Anarkista)

El grupo internacional recibió la orden de reemplazar a los soldados españoles que habían sufrido bajas y nos preparamos para un eventual contraataque de los fascistas. Llegamos hacia mediodía, y los compañeros nos encomendaron vivamente que mantuviéramos la posición que ya había costado mucha sangre. […] La trinchera subía en zigzag por la cresta de la colina, delante de una construcción de piedra, una antigua ermita. Los fascistas mantuvieron la posición todo el día con fuego de artillería y, mientras estábamos al abrigo tras la colina, entre quince y veinte compañeros avanzaron para consolidar las trincheras. De vez en cuando la artillería fascista lograba asestar un batacazo a la ermita que hacía volar grava y piedras, pero tras la desaparición del polvo y el humo veíamos a nuestros compañeros que continuaban su trabajo sin tregua. Hacia el final de la jornada, recibimos la orden de avanzar. Bajo un nutrido fuego de artillería era muy difícil; cada grupo tenía que elegir su propio camino y el mejor modo para subir. […] Nada más llegar a una senda encajonada, explotaron una serie de granadas entre nosotros y la ermita. En la cavidad del sendero nos hallábamos más o menos protegidos, pero después de un minuto, durante un alto el fuego, intentamos alcanzar la trinchera corriendo. No nos quedaban más que unos cincuenta metros para estar a salvo.

Fue entonces cuando oímos gritar “¡Avión! ¡Avión!”. […] Cinco grandes bombarderos de tres motores y una nube de cazas, y ya las primeras bombas silbaban sobre nuestras cabezas. Estaba con dos muchachos de Estocolmo, […] e inmediatamente después de los gritos de alarma tomamos posición. […] Intentar narrar lo que siguió va casi más allá de mis capacidades. Cada avión descargaba un racimo de bombas; y como había tres aviones en primera línea y otros dos detrás para llenar el espacio libre, las explosiones iban llegando una tras otra. La mayor parte de los proyectiles caía entre nosotros y la trinchera, pero oíamos también explosiones a nuestras espaldas. Incluso los aviones más pequeños lanzaban bombas. […]

Bombardeo aéreo en el frente de Aragón.
(© Arxiu Nacional de Catalunya)

Ese no fue el único episodio: así iban las cosas en casi todo Aragón. No era posible avanzar, pues lo que lográbamos conquistar con nuestras incursiones nocturnas gracias a la sorpresa quedaba destruido el día siguiente por la aviación fascista, con enormes pérdidas humanas. Cuando podíamos verdaderamente agarrarnos al terreno nadie volvía a tomar nuestras líneas, ni Moros, ni Arianos. Por otro lado, sabíamos que no estábamos completamente privados de aviación, puesto que habíamos sido testigos de las incursiones nocturnas contra las posiciones militares alrededor de Zaragoza. […]

Un día nos ordenaron que nos preparáramos para una marcha. En la carretera, fuera del pueblo, había autobuses; y emprendimos el viaje sin que nadie conociese el destino. […] En los pueblos que atravesábamos los habitantes que trabajaban en los campos nos hacían el saludo antifascista. En las callejuelas de las aldeas se oía: “¡Salud Compañeros! ¡Viva la FAI! ¡Muerte a los fascistas!”; y nosotros respondíamos, como podíamos: “¡Viva la Confederación! ¡Viva la revolución social!”. Al crepúsculo nos paramos en un pueblo, que intuimos no estaba lejos de Huesca. […] La batalla afectaba a la carretera entre Zaragoza y Huesca, y se esperaba un ataque. […] El día siguiente teníamos que relevar a una compañía situada sobre una de las cumbres de la montaña. Tras una subida fatigosa, finalmente llegamos allí y pudimos descansar un poco esperando que los compañeros que debíamos sustituir se prepararan para marcharse. El descanso no duró. Aparecieron un par de aviones de reconocimiento, seguidos poco después de algunos cazas que dispararon aquí y allá sobre nuestras líneas. La compañía que debíamos sustituir ya no podía dejar la posición y decidió quedarse hasta la noche. Había por eso mucha gente en las trincheras.

Milicianas de la columna Durruti.

Luego llegaron otros aviones, la artillería se dejó oír y diversos golpes de mortero silbaban sobre nuestras cabezas. Recias ráfagas llegaban además de las trincheras fascistas. Antes que esperar un ataque, era preferible lanzar nosotros mismos una ofensiva, y de golpe se oyó: “¡Arriba! ¡Arriba!”; y nos precipitamos fuera de la trinchera. […] En nuestro grupo había una española que fue la que salió primero. Llevaba pantalones y chaqueta de cuero, pero había perdido el gorro y su espesa cabellera morena ondeaba al viento. Con los ojos de fuego, brincó de la trinchera gritando: “¡Compañeros, arriba, al ataque!”. Para ella, como para muchos otros compañeros, fue el último. [5] […]

Continuamos hacia nuestras trincheras hasta que las explosiones nos lo impidieron. Acostado, contaba las detonaciones que se acercaban progresivamente, previendo que el próximo disparo caería a mi lado; de improviso recibí un golpe en la cabeza. Creía haber llegado al otro mundo, pero después de un cierto tiempo recuperé el conocimiento. Aunque aturdido, logré alcanzar nuestras trincheras donde recibí los primeros auxilios. Había perdido un ojo y recibido un golpe en la frente. Con los otros heridos recibí los cuidados necesarios en el hospital del pueblo cercano y luego fuimos retirados, por etapas, de la proximidad del frente. […] Tras varios desplazamientos de un hospital a otro, episodios de los que no tengo más que recuerdos confusos de manos caritativas y de grandes salas llenas de camas, llegué a la pequeña ciudad mediterránea de Tarragona. Era un hospital de guerra instalado en un viejo seminario católico. Un edificio grande y magnífico ocupado desde la revolución.


[1] Edi Gmür: “Journal d’Espagne”, en Albert Minnig y Edi Gmür (Ed.): Pour le bien de la révolutionLausana, CIRA, 2006.

[2] Publicado en traducción al castellano (realizada por Encarnita Simoni) en la obra colectiva Los años de los que no te hablé, II. Caspe, Ed. Los Libros del Agitador, 2013, pp. 129-192.

[3] “Nisse Lätt, anarchiste suédois”, en gimenologues.org. 

[4] Nils Lätt. Miliziano e operaio agricolo in una collettività in SpagnaLugano, La Baronata, 2012. 

[5] Se trataba de Rosario-Pepita Inglés, que se integró el 24 de julio en la columna Durruti con otras milicianas. Sobre las milicianas y las mujeres republicanas durante la guerra véase Rojas. Las mujeres republicanas en la guerra civil, de Mary Nash (Madrid, Taurus, 1999) [Nota de la traductora].


[Estos textos están tomados de la traducción castellana del opúsculo de Nils Lätt publicada por Los Libros del Agitador (véase la nota 2). Los fragmentos escogidos pertenecen a la primera parte de la obra de Lätt, desde su llegada a Barcelona hasta que resultó herido en el frente de Aragón. La introducción, redactada por el historiador suizo Renato Simoni, ha sido reducida y adaptada con la autorización de éste por Albert Lázaro-Tinaut, quien agradece a Encarnita y Renato Simoni su amable colaboración.]

17 noviembre 2015

Ante el yihadismo y el terror del fundamentalismo político-religioso


El Daesh* (denominación que se da a sí mismo), o Estado Islámico, también conocido por la sigla en inglés ISIS (Islamic State of Iraq and Syria) está sembrando el terror no solamente en las zonas que controla, especialmente dentro de las fronteras de Irak y Siria, sino también más allá de éstas, como se ha demostrado en la tremenda masacre perpetrada en París el viernes 13 de noviembre.

Este transeúnte no entrará ahora en debates que podrían no tener fin. Desea más bien presentar un artículo del político y experto Mario Giro, que desde 2014 es subsecretario de Asuntos Exteriores del gobierno italiano.

Giro (Roma, 1958), miembro de la Comunidad de San Egidio, está implicado desde los años ochenta en el diálogo interreligioso, en concreto con el mundo islámico, en el que se ha especializado, y además de haber colaborado en varias tareas de desarrollo en África, en 1996 participó en las reuniones para resolver la crisis de Burundi, y aquel mismo año estuvo presente en las negociaciones del pacto para el futuro de Albania y tuvo un papel destacado en las difíciles conversaciones entre el presidente de Serbia, Slobodan Milošević, y el líder kosovar moderado Ibrahim Rugova para garantizar la enseñanza en lengua albanesa en las escuelas de aquella región, entonces serbia, que se independizaría unilateralmente en 2008 con el apoyo de los Estados Unidos. En 2006, además, participó en diversas misiones de mediación en el Sudán del Sur.

Distinguido en 2010, en París, con el Premio por la Paz Preventiva de la Fundación Chirac por su contribución al diálogo entre los pueblos en guerra de África y los Balcanes, Giro es, pues, una voz autorizada, por sus amplios conocimientos sobre el mundo musulmán, para opinar sobre el tema que nos ocupa. A este transeúnte le parece útil divulgar sus opiniones –aunque personalmente no comparta algunas de ellas– para conocer mejor el trasfondo de esa realidad trágica que nos ha conmovido muy recientemente porque ha supuesto un golpe tremendo para un “Occidente” que, como consecuencia de sus muchos y graves errores, ahora se siente más inseguro que nunca. He aquí, pues, la traducción de la parte más sustancial de su artículo titulado “Parigi: il branco di lupi, lo Stato Islamico e quello che possiamo fare”.
* Daesh (داعش) es el acrónimo árabe de ad-Dawlah al-Islamiyah fī 'l-Iraq wa-sh-Sham (Estado Islámico de Irak y Siria).


© de este mapa: Laura Canali / Limes


Algunas claves para entender la complejidad del islamismo en el Oriente Medio

Por Mario Giro

¿Estamos en guerra? La guerra, en efecto, existe, pero en principio no es la nuestra: es la que los musulmanes mantienen entre sí desde hace mucho tiempo. Estamos ante un enfrentamiento sanguinario entre concepciones radicalmente distintas del islamismo que se remonta a la década de 1980; un desafío en el que se entrelazan intereses hegemónicos encarnados por las distintas potencias musulmanas (Arabia Saudita, Turquía, Egipto, Irán, los países del Golfo, etc.) en el contexto de esa globalización que ha vuelto a agitar la historia.

Se trata de una guerra intraislámica sin cuartel que se combate en diversos frentes, en los que surgen continuamente monstruos nuevos, cada vez más terribles: desde el GIA argelino de los años noventa hasta al-Qaeda y el Daesh, pasando por la Yihad Islámica egipcia. El periodista Igor Man los llamaba “la peste de nuestro siglo”. En esta guerra nosotros, europeos y occidentales, no somos los protagonistas principales: es nuestro narcisismo el que nos lleva a pensar que estamos siempre en el centro de todo. Los auténticos protagonistas son otros.

Los atentados de París han tenido como objetivo aterrorizarnos, echarnos del Oriente Medio, que es lo que realmente se pretende. Se trata de una especie de “guerra de los Treinta Años islámica” en la que estamos implicados a causa de nuestra (antigua) presencia en aquella región y de nuestros intereses. La ideología del Daesh siempre ha sido muy clara en este sentido: crear un Estado allí donde los estados actuales fueron establecidos por extranjeros, por lo que son “impuros”.

El Daesh lucha por el poder usando el arma de la “religión verdadera”. Pretende consolidar la umma musulmana (la “casa del islam”, que incluye las comunidades musulmanas en el extranjero) como representación única y legítima del islamismo contemporáneo. Es lo que en el lenguaje islámico se denomina fitna: una escisión, un cisma en el mundo musulmán o, para entendernos, una guerra política “en la” religión, que manipula los signos de la ésta del mismo modo que los nazis usaban signos paganos mezclados con ficciones cristianas. El Daesh, como al-Qaeda, mata sobre todo a musulmanes y ataca a cualquiera que se entrometa en ese conflicto.

Al-Qaeda exigía que se eliminaran las bases estadounidenses de Arabia Saudita con la intención de apoderarse de aquel Estado (y también de Sudán y Afganistán, en connivencia con los talibán). Pero el Daesh aspira a más: conquistar “los corazones y las mentes” de la umma; exigir el fin de toda intervención occidental y rusa en Siria e Irak; crear un nuevo Estado donde existió un antiguo califato: Mesopotamia.

Desde el punto de vista geopolítico, sin embargo, se observa una novedad: mientras que al-Qaeda actuaba en unos estados que todavía eran relativamente fuertes, el Daesh se aprovecha de su fragilidad en el mundo líquido, donde resulta más fácil rebasar las fronteras. En síntesis: no existe un choque de civilizaciones sino que se produce, desde hace mucho tiempo, un choque dentro de una civilización.

A partir de esa realidad incontestable, a Occidente y a Rusia se les plantean dos problemas. El primero es externo, y se refiere a su presencia (política, económica y militar) en el Oriente Medio: la cuestión es si y cómo permanecer allí. El segundo es interno: cómo defender nuestras democracias, basadas en la convivencia entre personas de distintos orígenes, cuando los musulmanes residentes en ellas están de alguna manera comprometidos con una causa tan brutal. Cómo preservar nuestra civilización de las violentas turbulencias de esa otra civilización tan próxima. Si nos limitamos a pedir venganza sin haber entendido el contexto, implicándonos cada vez más en la contienda del Oriente Medio y utilizando el mismo lenguaje belicoso que los terroristas, echamos piedras sobre nuestro propio tejado.

Hay que reforzar más el uso de nuestros servicios de inteligencia y la coordinación entre cuerpos policiales, sobre todo en el ámbito de las colectividades inmigrantes de origen árabo-islámicas, que representan una importante fuente de recursos para el terrorismo islámico. A la vez, debe llamarnos la atención que los atentados se multipliquen a medida que el Estado Islámico pierde terreno en Siria.  Es necesario, además, mantener la serenidad en nuestro ámbito social, lo cual significa no ceder a los llamamientos al odio, pues escuchar a quienes piden venganza puede hacer que, por rencor, nuestras ciudades se conviertan en guetos enfrentados desde los que se difundiría, sin duda, la cultura del desprecio y la enemistad.

Sería propio de aprendices de brujo inconscientes prender fuego a nuestro clima social y provocar resentimientos. Eso sólo serviría para facilitar insensatamente el control de las comunidades islámicas occidentales a los terroristas, cediendo a su lógica del odio en nuestros propios países. 

Por otra parte, debemos establecer políticas comunes sobre la guerra de Siria, que es el crisol donde de configuran los terroristas. Imponer una tregua y negociar se ha convertido en una prioridad estratégica, porque solamente el final de aquel conflicto podrá ayudarnos. Añadir guerra a la guerra solamente puede producir efectos devastadorescomo proclama el papa Francisco con respecto a Siria. Hasta ahora hemos cometido muchos errores: Occidente ha actuado dividido, algunos gobiernos han entrado en acción, otros han optado por el silencio pero han proporcionado armas, y algunos se han mostrado vacilantes; nunca se ha hablado de forma consensuada, con una sola voz, a los estados vecinos de Siria e Irak.

Por último, hemos de ocuparnos urgentemente del resto de la región geopolítica mediterránea: Libia, que para Italia es prioritaria (allí, por lo menos, se ha frenado el conflicto bélico mediante el embargo de armas); el Yemen; la estabilización de Irak; la fragilidad del Líbano, de Egipto, de Túnez…

Aunque, en parte, todas esas crisis están relacionadas entre sí, hay que distinguir entre ellas. Al Daesh le sería muy útil reunirlas en un único conflicto de grandes proporciones (su propaganda es clara al respecto) para mostrarse más poderoso de lo que realmente es. Para evitarlo se necesitan alianzas muy sólidas con los Estados islámicos que consideramos moderados: sería una manera de evitarles caer en la trampa de yihadismo, que pretende llevarlos a su terreno. Cada conflicto, tanto en el Oriente Medio como en el Mediterráneo, requiere un tratamiento específico, y hay que esforzarse para hacer esa labor conjuntamente. En otras palabras: permanecer en el Oriente Medio requiere un compromiso político continuo y de largo alcance.

Es tarea prioritaria infiltrarse en la espiral de los foreign fighters [combatientes extranjeros] para acabar con sus redes de captación. No me sorprende en absoluto que entre quienes atentaron en París hubiera viejos conocidos de la policía francesa. Existen también filones residuales de los años noventa que no fueron aniquilados por completo y que se reactivan para apoyar a quienes consideran hegemónicos en su ámbito. Puede que haya combatientes extranjeros que regresen a sus países: se trata de entender la génesis del fenómeno.

Se ha hablado de “lobos solitarios”: ahora estamos en presencia de una manada. Un restaurante, un café, un estadio, una sala de conciertos…, no representan objetivos reales imaginables, señal de que quienes ejecutan esas acciones no necesitan un adiestramiento especial para hacerlo. Lo que sorprende es que dispongan de armas de guerra, que no son fáciles de conseguir en Francia. Combatir el fenómeno de los foreign fighters significa implicar a las comunidades islámicas, no empujarlas hacia la salida.

Y todo eso debe hacerse simultáneamente. Gritar que estamos en guerra sin saber en qué guerra, invocando irresponsables actos de venganza y reacciones armadas, hace que podamos caer fácilmente en la emboscada yihadista. Ahí es precisamente donde el Estado Islámico quiere llevarnos para poder acceder al islam europeo y, sobre todo, al de los países del sur de nuestro continente. Quieren dividir el terreno en dos bandos contrapuestos, jugando con el hecho, que dan por descontado, de que los musulmanes acabarán poniéndose de su parte. Por esta razón, la propaganda del Daesh (como antes la de al-Qaeda) parece dirigida a Occidente, pero en realidad le está hablando a la umma islámica para que reaccione.  

Contener y parar la guerra de Siria es el único modo de drenar el lago terrorista. La operación será larga y compleja, habrá más atentados, pero es el único camino que, a la larga, servirá para alcanzar el objetivo. Se trata (y no es fácil) de hacer que dialoguen enemigos acérrimos, de ceder asientos en las mesas de negociación a gente que no nos gusta (Assad y los suyos) o a formaciones rebeldes ambiguas; pero es el único modo. Ir a Siria por separado, en cambio, es complacer a la Daesh y facilitar sus estrategias: un Occidente y una Rusia divididos en todos los frentes favorecen a quienes están creando un “Estado” alternativo: lo que digo no es más que repetir una vieja lección de historia.

¿Conviene, pues, una operación militar europea directa, boots on the ground [botas sobre el terreno]? Me parece que no, al menos por ahora, pues podría conducir a la derrota. Lo que se necesita, y con urgencia, es que los rebeldes sirios y las milicias de Assad, con sus respectivos aliados, entiendan que existe un enemigo común, se sienten y hablen. El Estado Islámico se presenta muy hábilmente a la umma como una opción “distinta”, sin alianzas con nadie, patriótico, anticolonialista, no global ni envenenado por intereses extranjeros, y puramente islámico, duro pero nacional (en el sentido que tienen, para el islam político, patria y nación). Si se actuara así se pondría en peligro la supervivencia de todos: de Occidente, de Rusia, de Assad, de los rebeldes, de los kurdos y de las otras minorías. Los únicos que parecen haberlo entendido son los kurdos, para quienes hay un único enemigo común surgido del vacío de poder. Las negociaciones deben partir de estas premisas, y en ellas han de participar también los rusos y los iraníes.

El objetivo mínimo es una tregua inmediata; el máximo, un pacto para el futuro de Siria. Sólo si se cumplen estas condiciones se podrá emprender una operación internacional terrestre que intente estabilizar el país y poner al Daesch de espaldas contra la pared. Sólo así podrá desvelarse qué es realmente el Estado Islámico: un hatajo de ex militares iraquíes y de fanáticos yihadistas procedentes del pasado que se han estado aprovechando de nuestra división.

Claro que se puede optar por otra solución; despreocuparse de todo y retirarse, irse del Oriente Medio, renunciar a todos los intereses y abandonar a los países del sur a su dramático destino. Hay quien lo piensa, hay quien lo propone. Si Occidente abandonara el Oriente Medio, probablemente se detendrían los atentados en Europa pero, en contrapartida, aumentaría el número de víctimas en aquella región. De hacerlo, permitiríamos que el lago yihadista se convirtiera en un mar, lo cual no es una opción.

Traducción del italiano y adaptación: Albert Lázaro-Tinaut


(Esta es una versión reducida del artículo de Mario Giro “Parigi: il branco di lupi, lo Stato Islamico e quello che possiamo fare”, publicado en Limes, Rivista italiana di geopolitica, el 14 de noviembre de 2015.)

13 agosto 2014

De los desastres de la guerra

Uno de los 82 grabados de la serie Los desastres de la guerra
de Francisco de Goya, realizados entre 1810 y 1815 y editados 
por primera vez en 1863.

El transeúnte pretende ir publicando en esta bitácora una serie de entradas con textos en los que se narren, con mayor o menor crudeza, las atrocidades las guerras, que es quizá donde los seres humanos mejor demuestran aquello de que “el hombre es un lobo para el hombre”, expresión que utilizó por primera vez el comediógrafo latino Plauto dos siglos antes de nuestra era [1]. Se valdrá para ello tanto de lo que los historiadores denominan fuentes primarias (relatos de primera mano escritos por protagonistas u observadores in situ) como fuentes secundarias (las de los propios historiadores, periodistas u otros autores que, sin haber sido testigos de los acontecimientos, hayan investigado sobre ellos).

Prisioneros de un campo de concentración soviético 
sometidos a trabajos forzados por el régimen estalinista 
después de la segunda guerra mundial.

Las guerras han sido un contiuum en la historia de la humanidad desde los tiempos más remotos, hasta el punto de que resultaría muy difícil, si no imposible, encontrar en el mundo auténticos períodos de paz global, por breves que fueran. Las guerras, además, no concluyen con el fin de los enfrentamientos armados, sino que prosiguen durante las posguerras: venganzas, vejaciones, juicios sumarios, ejecuciones, encarcelamientos, reclusión en campos de concentración o reeducación, trabajos forzados a los que se solía (y se suele) someter a los denominados “presos políticos”, es decir, a los perdedores, deportaciones, etc. A veces, incluso, las posguerras no son más que treguas entre dos conflictos (podría considerarse así el período entre las dos guerras mundiales, durante el que Alemania e Italia estuvieron planeando resarcirse de su derrota en la primera, utilizando la guerra civil española para la experimentación de nuevos armamentos). 

Presos políticos españoles formando en el patio 
del penal de Ocaña en 1952.
(Foto © Jaime Pato)

En la España de los últimos dos siglos (por no retroceder más en la historia) tenemos buenas pruebas de crueles posguerras, entre ellas los años que siguieron al “fin” de la guerra civil (1939): los triunfalistas "XXV Años de Paz" que proclamó a los cuatro vientos la propaganda del régimen franquista en 1964 ocultaban deliberadamente las atrocidades cometidas tras la victoria de las “tropas nacionales” (los sublevados contra la República en 1936): miles de prisioneros hacinados en cárceles infectas, en condiciones atroces, donde morían hombres y mujeres en condiciones infrahumanas (una de esas víctimas fue, precisamente, el poeta Miguel Hernández, en 1942); presos sin sueldo y con alimentación muy deficiente obligados a trabajar durante larguísimas jornadas en obras públicas (el Valle de los Caídos fue construido, en gran parte, por presos políticos); juicios sin defensa y ejecuciones sumarias, entre otras la del expresidente de la Generalitat de Catalunya Lluís Companys, refugiado en Francia, detenido por la Gestapo durante la ocupación alemana y entregado a las autoridades del régimen; extraños “accidentes fortuitos” en las comisarías de policía, donde se torturaba, y “suicidios de detenidos” que supuestamente se arrojaban por las ventanas de los edificios policiales… Añádase a eso la lucha del maquis, la guerrilla antifranquista que continuó combatiendo en los montes hasta mediados de la década de 1960, y consiguió incluso invadir el Valle de Aran en 1944 y establecer allí un muy efímero régimen republicano. Podrían añadirse muchos otros desmanes, además de una fuerte represión.

Hasta el 11 de septiembre de 1945, 
el saludo fascista “a la romana” 
fue obligatorio, impuesto por Falange 
Española, en todo el territorio español.

Jorge Semprún dijo hace unos años en una entrevista [2] que "la guerra es la ocasión histórica masiva de hacer el mal y justificarlo”. El escritor austriaco Karl Kraus afirmó, con su especial vena satírica, que “las guerras empiezan porque los diplomáticos mienten a los periodistas y luego se creen lo que leen”. Y el poeta francés Paul Valéry escribió, muy juiciosamente, que “la guerra es una masacre entre gentes que no se conocen para provecho de gentes que sí se conocen pero no se masacran”.

Sobre la guerra se ha escrito y teorizado mucho, y sobre las guerras, más. En este sentido tiene plena vigencia la aseveración de que la historia que explican los vencedores es la que luego se divulga a través de las escuelas y la propaganda, de modo que esa evidente parcialidad se acaba convirtiendo, para la mayoría de la población de un país, en la única verdad (la verdad “oficial”).

Un cruento episodio de la guerra civil estadounidense (1861-1865).

Un clásico en la materia, el militar prusiano de principios del siglo XIX Carl von Clausewitz, dice en su ensayo De la guerra [3], sin cortarse un pelo, que la guerra es “la continuación de la política por otros medios”. Por aquella misma época, el político saboyano Joseph de Maistre, con un refinamiento atroz, afirmaba en un libro titulado Las veladas de San Petersburgo [4] que “la guerra es divina en la gloria misteriosa que la rodea y en el atractivo no menos explicable que nos lleva hacia ella. La guerra es divina por la manera como se produce independientemente de la voluntad de los que luchan. La guerra es divina en sus resultados, que escapan absolutamente a la razón”. El tiempo, evidentemente, da la razón al primero y hace que nos riamos del segundo. Y dejaremos aquí las citas, que podrían ser innumerables.

La batalla de Isandhlwana (1879), durante la guerra anglo-zulú 
en la colonia británica de Natal (Sudáfrica), una de las muchas 
guerras coloniales que tuvieron lugar entre los siglos XIX y XX. 
(Pintura de Charles Edwin Fripp)

Las guerras suelen calificarse: mundiales, civiles, religiosas o de religión, santas, expansionistas, de conquista, de unificación nacional, de liberación, de independencia, de sucesión dinástica, de castigo, preventivas, coloniales, poscoloniales, de secesión, de posiciones (o de trincheras), relámpago, nucleares…, y pueden ser también sucias, campales, sin cuartel, frías, sordas, psicológicas, sociales, electrónicas, y hasta galanas, totales, económicas, financieras, comerciales, de precios, de nervios, espaciales, de las galaxias, etc. Sin embargo, hay hermosas guerras literarias donde la violencia es sutil,  bastante inocente y hasta entrañable, como por ejemplo la que se narra en la novela La guerra de los botones, del escritor francés Louis Pergaud

Hay guerras mitológicas (como la de Troya, que tan bien detalla Homero en la Ilíada, desencadenada por la disputa de una mujer, Helena). También hay conflictos armados ridículos o inverosímiles, como la guerra del Fútbol, que enfrentó a El Salvador y Honduras en julio de 1969. Y enfrentamientos eternos en el Próximo Oriente… que se repiten desde hace 5000 años.

El rapto de Helena por Paris 
(pintura de David Hamilton, 1784), 
desencadenante, según Homero, 
de la guerra de Troya.

Entre los textos que se publiquen en esta bitácora habrá versiones que el lector deberá considerar si responden a la realidad, si han sido falseadas o si pertenecen al ámbito de la ficción, según la personalidad de cada autor (sobre quien el transeúnte dará los datos básicos) o su sentido común. La pretensión, en cualquier caso, es invitar a la reflexión a partir de las informaciones que se reciben todos los días, a través de los medios de comunicación, de conflictos bélicos (casi siempre manipuladas y partidistas) y las fuentes que las han transmitido, sometidas, como es bien sabido, a poderosos intereses políticos, ideológicos o económicos.

El transeúnte (que no es, ni mucho menos, un especialista en el tema, pero desea saber más investigando y debatiendo) es consciente de que toca un tema delicado y polémico, por lo que le gustaría que a partir de sus entradas los lectores expresaran sus opiniones para que se estableciera un debate. Difícilmente de ese debate se podrán sacar conclusiones, pero podría resultar enriquecedor poner sobre la mesa distintos puntos de vista, si se expresan con espíritu constructivo. Y, que quede claro, se prescindirá de posiciones ideológicas al elegir a los autores de los textos.




[1] Titvs Maccivs Plautvs:
Asinaria, II, 4, 88.
[2] M. José Diaz de Tuesta: "Jorge Semprún, escritor: 'El hombre sólo puede asimilar la esencia del mal a través de la ficción'", en El País, Madrid, 6 de mayo de 2003, p. 38.
[3] Carl von Klausewitz: Vom Kriege (1832-1834). Versión española: De la guerra. Traducción de Carlos Fortea Gil. La Esfera de los Libros, Madrid, 2005.
[4] Joseph de Maistre: Les Soirées de Saint-Pétersbourg ou Entretiens sur le gouvernement temporel de la Providence (1821). Versión española: Las veladas de San Petersburgo o Convenciones sobre el gobierno temporal de la Providencia. Traducción de Luis Blanco Vila. Editorial Torre de Goyanes, Madrid, 2001.


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