Martin Niemöller en un acto del Consejo Mundial de las Iglesias,
en septiembre de 1954.
(Foto © John Dominis/Time & Life Pictures/Getty Images)
en septiembre de 1954.
(Foto © John Dominis/Time & Life Pictures/Getty Images)
Hace poco cayó en las manos del transeúnte, amigo de coleccionar curiosidades, una “entrada” o pase para una conferencia del pastor y teólogo luterano alemán Martin Niemöller en Heldelberg, un papelito de color verde apagado. La charla tuvo lugar el 21 de junio de 1947, y no se especifica sobre qué versó. Y puesto que se trata de eso, de una curiosidad (que por principio ha de interesar mínimamente a una persona curiosa), le dio por averiguar quién era el personaje en cuestión. Y le parece que su biografía bien merece ser divulgada, pues es, en cierto modo, una prueba de la relatividad de las “verdades históricas” cuando pretenden ser absolutas, o una manera de ver la intrahistoria, más o menos tal como la definió Miguel de Unamuno.
Nacido en Lippstadt, una ciudad mediana de Westfalia, el 14 de enero de 1892, este eclesiástico murió en Wiesbaden (Hesse) el 6 de marzo de 1984. Tras su graduación como oficial-cadete de la Marina Imperial alemana, participó activamente en la primera guerra mundial –y fue incluso condecorado con la Cruz de Hierro de primera clase– como primer oficial de un submarino que contó entre sus gestas el hundimiento de treinta y cinco buques, aunque para él uno de esos hundimientos, que tuvo lugar el 25 de enero de 1917, supuso una carga de conciencia que luego le resultaría insoportable: “Marcó un punto de no retorno en mi vida, ya que me hizo abrir los ojos ante la imposibilidad absoluta de un universo moral”, comentaría a sus biógrafos Jay Winter, Jay y Blaine Baggett [1]. Acabó la guerra, sin embargo, como comandante de otro submarino, el U-67, que echó a pique tres navíos aliados.
El submarino U-67, a cuyo mando
estuvo Martin Niemöller al final
de la primera guerra mundial.
Terminado aquel conflicto, en el que Alemania sufrió una derrota, muy mal digerida, las reflexiones llevaron a Niemöller a estudiar teología en el seminario de la Universidad de Münster, y en 1924 recibió las órdenes de pastor de la Iglesia luterana. Destinado en 1931 a una parroquia de la periferia de Berlín, simpatizó con el nazismo, fue incluso miembro de los Freikorps (‘Cuerpos francos’, unas milicias combatientes autónomas que los nazis retomaron de las que había creado Federico II de Prusia en el siglo XVIII, durante la guerra de los Siete Años, y que utilizaron para defender las fronteras alemanas ante un hipotético ataque del Ejército Rojo) y acató el nacionalismo anticomunista y antisemita de Hitler. [2]
Sin embargo, cuando en 1933 los nazis pusieron en práctica la Gleichschaltung (‘sincronización’) para imponer el control totalitario y crearon el ministerio de Asuntos Eclesiásticos con el objetivo de controlar a las Iglesias e imponerles el Arierparagraph (‘párrafo ario’), que excluía a todo ciudadano de ascendencia judía, Niemöller decidió oponerse a tal cláusula y en mayo de 1934 fundó, con otro pastor y teólogo luterano, Dietrich Bonhoeffer (1906-1945) y el teólogo suizo Karl Barth (1886-1968), la Bekennende Kirche (Iglesia de la Confesión), cuyo propósito era servir “no al pueblo alemán o a la historia, sino a la palabra soberana de Dios”, la cual rechazó la sumisión de la Iglesia al Estado.
Al mismo tiempo, los confesantes rompieron toda relación con la Iglesia Evangélica Alemana, que continuó fiel al régimen nazi. La nueva Iglesia fue objeto de desprestigio público y persecución, y el 1 de julio de 1937 Martin Niemöller fue arrestado por la Gestapo –que hacía tiempo que había “pinchado” su teléfono–, acusado de “traición al Estado y el Partido”, y condenado en marzo de 1938 a siete meses de prisión, que de hecho ya había cumplido; para privarlo de libertad, fue detenido nuevamente por la Gestapo y enviado al campo de concentración de Sachsenhausen y, en 1941, al de Dachau, donde permaneció hasta que fue liberado por tropas estadounidenses el 5 de mayo de 1945. Cuando estaba en Dachau su hija pequeña, Jutta, falleció de difteria, su hijo mayor murió combatiendo en Pomerania y otro hijo suyo fue hecho prisionero por el Ejército Rojo.
Nunca se ha sabido muy bien hasta qué punto Martin Niemöller se enemistó con Hitler, al margen de los asuntos de la Iglesia. De hecho, él mismo confesó en junio de 1945, durante una conferencia de prensa en Nápoles, que “nunca se había peleado con Hitler sobre cuestiones políticas, sino únicamente por razones religiosas” (los hechos cantan: en 1931 proclamaba desde el púlpito que Alemania necesitaba un Führer y difundía los puntos de vista de Hitler sobre raza y nacionalidad; y cuando Hitler retiró a Alemania de la Liga de las Naciones, en octubre de 1933, Niemöller le envió un telegrama de felicitación). En aquella misma conferencia de prensa afirmó, sin sonrojarse, que en 1939, tras su detención, se había ofrecido como combatiente a la Marina alemana.
Estas declaraciones públicas, naturalmente, lo convirtieron en sospechoso a los ojos de los vencedores de la guerra, y cuando pretendió visitar la Gran Bretaña se desencadenó una campaña contra él, en la que participó incluso el arcediano de Lancaster, quien manifestó que “la visita del pastor en este momento no puede ser más que perjudicial”. Sí que visitó en cambio, sin problemas, la Unión Soviética (años más tarde, en 1967, sería honrado con el premio Lenin por su labor a favor de la paz; en 1971 le fue otorgada, por la misma razón, la Cruz al Mérito de la República Federal de Alemania).
Incorporado tras su liberación al movimiento pacifista, presidió la Iglesia Protestante de Hesse y Nassau (1947-1961) y protagonizó una gira mundial para reconocer la culpa colectiva por la persecución nazi y los crímenes cometidos contra la humanidad, en nombre de la Iglesia Evangélica Alemana: su libro Stuttgarter Schuldbekenntnis (‘Confesión de culpabilidad de Stuttgart’, escrito antre 1946 y 1947) recoge sus reflexiones sobre esta cuestión. También presidió Consejo Mundial de las Iglesias.
Con su primera esposa, Else, en 1961,
poco antes de que ella muriera en
un accidente de tráfico y él resultara
herido de consideración el 7 de agosto
de aquel mismo año.
Como pacifista fue un muy activo en la lucha por el desarme nuclear, tras considerar inmoral el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki; en 1959 unas duras declaraciones contra el estamento militar lo llevaron de nuevo ante los tribunales. Más tarde lideró el Movimiento Alemán por la Paz, desde donde se opuso abiertamente a la guerra de Vietnam: en 1965 y en pleno conflicto viajó a Vietnam del Norte y se entrevistó con el presidente comunista Hồ Chí Minh, lo cual levantó una fuerte polémica, sobre todo cuando comentó que “está claro que el presidente de Vietnam del Norte no es un fanático, sino una persona con mucha determinación y un hombre poderoso, pero con capacidad para escuchar a los demás, algo poco frecuente en una persona de su posición”.
Pese a su gran personalidad y sus fuertes convicciones, que lo enfrentaron a políticos de talla, nunca perdió su característico sentido del humor. En 1982, durante la celebración de sus 90 años, dijo que había comenzado su carrera política como un ultraconservador que deseaba el regreso del Kaiser –siempre se declaró monárquico–, pero se había convertido en un revolucionario: “Si vivo hasta los 100 años –añadió– tal vez acabe siendo anarquista”.
En 1946 escribió el poema reproducido a continuación, basado en el sermón que pronunció con motivo de la Pascua de aquel año (“¿Qué hubiera dicho Jesucristo?”) y que se hizo muy popular, aunque se dudó durante mucho tiempo de su autoría y algunos lo atribuyeron a Bertolt Brecht; las manifestaciones su esposa Sybille, después de su muerte, y las investigaciones que haría al respecto Harold Marcuse [3] –uno de los mayores investigadores de la obra de Niemöller–, sin embargo, disiparon las dudas. La siguiente es una de las diversas versiones que circulan de este poema:
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío.
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
[Als die Nazis die Kommunisten holten, / habe ich geschwiegen; / ich war ja kein Kommunist. // Als sie die Sozialdemokraten einsperrten, / habe ich geschwiegen; / ich war ja kein Sozialdemokrat. // Als sie die Gewerkschafter holten, / habe ich nicht protestiert; / ich war ja kein Gewerkschafter. // Als sie die Juden holten, / habe ich nicht protestiert; / ich war ja kein Jude. // Als sie mich holten, / gab es keinen mehr, der protestieren konnte.]
Sin embargo, hay otras versiones, como la que se puede escuchar aquí.
Martin Niemöller fue, pues, una figura controvertida, que se movió en todo momento entre su apego al nacionalismo alemán, profundamente monárquico, su relación de amor-odio con el nazismo (Hitler quiso reconstruir el imperio perdido) y su compromiso con la paz, fruto seguramente de una no muy disimulada necesidad de catarsis. Características que han definido muchas biografías, sobre todo de actores secundarios en el escenario de la historia.
[1] Jay Winter, Jay y Blaine Baggett: 1914-18: The Geart War and the Shaping of the 20th Century. Londres, BBC Books & Nueva York, Penguin Books, 1996.
[2] Véase el estudio de Robert Michael: “Theological Myth, German Antisemitism, and the Holocaust: The Case of Martin Niemoeller”, en Holocaust Genocide Studies, Oxford, 1987, 2 (1), pp. 105-122. (Este artículo se puede descargar íntegro, previa suscripción, a través del enlace http://hgs.oxfordjournals.org/content/2/1/105.full.pdf.)
[3] Véase http://www.history.ucsb.edu/faculty/marcuse/niem.htm.
Nacido en Lippstadt, una ciudad mediana de Westfalia, el 14 de enero de 1892, este eclesiástico murió en Wiesbaden (Hesse) el 6 de marzo de 1984. Tras su graduación como oficial-cadete de la Marina Imperial alemana, participó activamente en la primera guerra mundial –y fue incluso condecorado con la Cruz de Hierro de primera clase– como primer oficial de un submarino que contó entre sus gestas el hundimiento de treinta y cinco buques, aunque para él uno de esos hundimientos, que tuvo lugar el 25 de enero de 1917, supuso una carga de conciencia que luego le resultaría insoportable: “Marcó un punto de no retorno en mi vida, ya que me hizo abrir los ojos ante la imposibilidad absoluta de un universo moral”, comentaría a sus biógrafos Jay Winter, Jay y Blaine Baggett [1]. Acabó la guerra, sin embargo, como comandante de otro submarino, el U-67, que echó a pique tres navíos aliados.
El submarino U-67, a cuyo mando
estuvo Martin Niemöller al final
de la primera guerra mundial.
Terminado aquel conflicto, en el que Alemania sufrió una derrota, muy mal digerida, las reflexiones llevaron a Niemöller a estudiar teología en el seminario de la Universidad de Münster, y en 1924 recibió las órdenes de pastor de la Iglesia luterana. Destinado en 1931 a una parroquia de la periferia de Berlín, simpatizó con el nazismo, fue incluso miembro de los Freikorps (‘Cuerpos francos’, unas milicias combatientes autónomas que los nazis retomaron de las que había creado Federico II de Prusia en el siglo XVIII, durante la guerra de los Siete Años, y que utilizaron para defender las fronteras alemanas ante un hipotético ataque del Ejército Rojo) y acató el nacionalismo anticomunista y antisemita de Hitler. [2]
Sin embargo, cuando en 1933 los nazis pusieron en práctica la Gleichschaltung (‘sincronización’) para imponer el control totalitario y crearon el ministerio de Asuntos Eclesiásticos con el objetivo de controlar a las Iglesias e imponerles el Arierparagraph (‘párrafo ario’), que excluía a todo ciudadano de ascendencia judía, Niemöller decidió oponerse a tal cláusula y en mayo de 1934 fundó, con otro pastor y teólogo luterano, Dietrich Bonhoeffer (1906-1945) y el teólogo suizo Karl Barth (1886-1968), la Bekennende Kirche (Iglesia de la Confesión), cuyo propósito era servir “no al pueblo alemán o a la historia, sino a la palabra soberana de Dios”, la cual rechazó la sumisión de la Iglesia al Estado.
Al mismo tiempo, los confesantes rompieron toda relación con la Iglesia Evangélica Alemana, que continuó fiel al régimen nazi. La nueva Iglesia fue objeto de desprestigio público y persecución, y el 1 de julio de 1937 Martin Niemöller fue arrestado por la Gestapo –que hacía tiempo que había “pinchado” su teléfono–, acusado de “traición al Estado y el Partido”, y condenado en marzo de 1938 a siete meses de prisión, que de hecho ya había cumplido; para privarlo de libertad, fue detenido nuevamente por la Gestapo y enviado al campo de concentración de Sachsenhausen y, en 1941, al de Dachau, donde permaneció hasta que fue liberado por tropas estadounidenses el 5 de mayo de 1945. Cuando estaba en Dachau su hija pequeña, Jutta, falleció de difteria, su hijo mayor murió combatiendo en Pomerania y otro hijo suyo fue hecho prisionero por el Ejército Rojo.
Nunca se ha sabido muy bien hasta qué punto Martin Niemöller se enemistó con Hitler, al margen de los asuntos de la Iglesia. De hecho, él mismo confesó en junio de 1945, durante una conferencia de prensa en Nápoles, que “nunca se había peleado con Hitler sobre cuestiones políticas, sino únicamente por razones religiosas” (los hechos cantan: en 1931 proclamaba desde el púlpito que Alemania necesitaba un Führer y difundía los puntos de vista de Hitler sobre raza y nacionalidad; y cuando Hitler retiró a Alemania de la Liga de las Naciones, en octubre de 1933, Niemöller le envió un telegrama de felicitación). En aquella misma conferencia de prensa afirmó, sin sonrojarse, que en 1939, tras su detención, se había ofrecido como combatiente a la Marina alemana.
Estas declaraciones públicas, naturalmente, lo convirtieron en sospechoso a los ojos de los vencedores de la guerra, y cuando pretendió visitar la Gran Bretaña se desencadenó una campaña contra él, en la que participó incluso el arcediano de Lancaster, quien manifestó que “la visita del pastor en este momento no puede ser más que perjudicial”. Sí que visitó en cambio, sin problemas, la Unión Soviética (años más tarde, en 1967, sería honrado con el premio Lenin por su labor a favor de la paz; en 1971 le fue otorgada, por la misma razón, la Cruz al Mérito de la República Federal de Alemania).
Incorporado tras su liberación al movimiento pacifista, presidió la Iglesia Protestante de Hesse y Nassau (1947-1961) y protagonizó una gira mundial para reconocer la culpa colectiva por la persecución nazi y los crímenes cometidos contra la humanidad, en nombre de la Iglesia Evangélica Alemana: su libro Stuttgarter Schuldbekenntnis (‘Confesión de culpabilidad de Stuttgart’, escrito antre 1946 y 1947) recoge sus reflexiones sobre esta cuestión. También presidió Consejo Mundial de las Iglesias.
Con su primera esposa, Else, en 1961,
poco antes de que ella muriera en
un accidente de tráfico y él resultara
herido de consideración el 7 de agosto
de aquel mismo año.
Como pacifista fue un muy activo en la lucha por el desarme nuclear, tras considerar inmoral el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki; en 1959 unas duras declaraciones contra el estamento militar lo llevaron de nuevo ante los tribunales. Más tarde lideró el Movimiento Alemán por la Paz, desde donde se opuso abiertamente a la guerra de Vietnam: en 1965 y en pleno conflicto viajó a Vietnam del Norte y se entrevistó con el presidente comunista Hồ Chí Minh, lo cual levantó una fuerte polémica, sobre todo cuando comentó que “está claro que el presidente de Vietnam del Norte no es un fanático, sino una persona con mucha determinación y un hombre poderoso, pero con capacidad para escuchar a los demás, algo poco frecuente en una persona de su posición”.
Pese a su gran personalidad y sus fuertes convicciones, que lo enfrentaron a políticos de talla, nunca perdió su característico sentido del humor. En 1982, durante la celebración de sus 90 años, dijo que había comenzado su carrera política como un ultraconservador que deseaba el regreso del Kaiser –siempre se declaró monárquico–, pero se había convertido en un revolucionario: “Si vivo hasta los 100 años –añadió– tal vez acabe siendo anarquista”.
En 1946 escribió el poema reproducido a continuación, basado en el sermón que pronunció con motivo de la Pascua de aquel año (“¿Qué hubiera dicho Jesucristo?”) y que se hizo muy popular, aunque se dudó durante mucho tiempo de su autoría y algunos lo atribuyeron a Bertolt Brecht; las manifestaciones su esposa Sybille, después de su muerte, y las investigaciones que haría al respecto Harold Marcuse [3] –uno de los mayores investigadores de la obra de Niemöller–, sin embargo, disiparon las dudas. La siguiente es una de las diversas versiones que circulan de este poema:
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío.
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
[Als die Nazis die Kommunisten holten, / habe ich geschwiegen; / ich war ja kein Kommunist. // Als sie die Sozialdemokraten einsperrten, / habe ich geschwiegen; / ich war ja kein Sozialdemokrat. // Als sie die Gewerkschafter holten, / habe ich nicht protestiert; / ich war ja kein Gewerkschafter. // Als sie die Juden holten, / habe ich nicht protestiert; / ich war ja kein Jude. // Als sie mich holten, / gab es keinen mehr, der protestieren konnte.]
Sin embargo, hay otras versiones, como la que se puede escuchar aquí.
Niemöller con el premio Nobel de química estadounidense
Linus Pauling y su segunda esposa, Sibylle, en 1983,
pocos meses antes de su muerte.
Linus Pauling y su segunda esposa, Sibylle, en 1983,
pocos meses antes de su muerte.
Martin Niemöller fue, pues, una figura controvertida, que se movió en todo momento entre su apego al nacionalismo alemán, profundamente monárquico, su relación de amor-odio con el nazismo (Hitler quiso reconstruir el imperio perdido) y su compromiso con la paz, fruto seguramente de una no muy disimulada necesidad de catarsis. Características que han definido muchas biografías, sobre todo de actores secundarios en el escenario de la historia.
[1] Jay Winter, Jay y Blaine Baggett: 1914-18: The Geart War and the Shaping of the 20th Century. Londres, BBC Books & Nueva York, Penguin Books, 1996.
[2] Véase el estudio de Robert Michael: “Theological Myth, German Antisemitism, and the Holocaust: The Case of Martin Niemoeller”, en Holocaust Genocide Studies, Oxford, 1987, 2 (1), pp. 105-122. (Este artículo se puede descargar íntegro, previa suscripción, a través del enlace http://hgs.oxfordjournals.org/content/2/1/105.full.pdf.)
[3] Véase http://www.history.ucsb.edu/faculty/marcuse/niem.htm.