El desolado paisaje de Band-e-Amir, al noroeste de Kabul, que
muy probablemente recorrieron Ella Maillart y Annemarie
Schwarzenbach para llegar a la capital afgana.
(Fuente: getintravel.com)
En junio de 1939, poco antes del estallido de la
segunda guerra mundial, y aprovechando la neutralidad de su país en lo que ya
se veía venir, dos escritoras, periodistas y aventureras suizas, Ella Maillart
(1903-1997) y Annemarie
Schwarzenbach (1908-1942), ambas muy experimentadas viajeras, salieron
de Ginebra en un resistente automóvil Ford con el reto de llegar por carretera
a las lejanas tierras del Asia central, lo cual consiguieron. Annemarie fue
escribiendo el relato de sus peripecias hasta que llegaron a Afganistán, y envió
algunos fragmentos al diario alemán National-Zeitung,
que los publicó. Varios de esos textos fueron recopilados muchos años más tarde
por Roger Perret y publicados en Basilea el año 2000 con el título Alle Wege sind offen. Die Reise nach
Afghanistan 1939/1940. En 2008 se tradujeron y editaron en castellano con el título Todos los caminos están abiertos. [1]
Este transeúnte, a quien pareció excesivamente
densa la primera parte del libro, se fue apasionando a medida que las
intrépidas viajeras, después de atravesar los Balcanes y Turquía, bordear el
mar Caspio y recorrer parte de Irán, avanzaban por tierras desérticas hasta
internarse en el mosaico multiétnico de Afganistán, que por aquel entonces
conocía un insólito período de estabilidad bajo el reinado de un monarca muy joven, Mohammed Zahir
Shah, que había ascendido al trono tras el asesinato de su padre en 1933, y
que manejaría las riendas del país hasta que en 1973 su primo y
primer ministro Mohammed
Daud Khan, quien ya había demostrado su talante aperturista, abolió
la monarquía mediante un golpe de Estado y se proclamó presidente de la nueva
república con el apoyo tácito de la Unión Soviética: fue el primer paso hacia los
acontecimientos que se han ido sucediendo trágicamente en aquel país y todavía
persisten.
Annemarie Schwarzenbach,
(Fuente: Dalena Vintage)
A continuación se reproduce una de las diversas crónicas que
Annemarie Schwarzenbach envió al mencionado diario alemán y que fue publicada
por éste en dos partes, los días 13 y 14 de abril de 1940 [2]. Lamentablemente, las condiciones de vida de las mujeres afganas de
nuestros días, sometidas después de casi cuarenta años de liberalización de las costumbres a un régimen totalitario y fundamentalista islámico,
vuelven a ser las de aquella época: la tradición ancestral de hacerlas
invisibles pervive.
En el jardín de
las hermosas
muchachas de Kaisar
muchachas de Kaisar
Por Annemarie
Schwarzenbach
Hasta el momento, Ella y yo solo habíamos podido
mantener conversaciones teóricas sobre las mujeres de Afganistán. En las varias
semanas que llevábamos recorriendo este país de estricta observancia musulmana,
habíamos trabado amistad con campesinos, funcionarios municipales, soldados,
comerciantes del bazar y gobernadores de provincia: en todas partes habíamos
constatado la hospitalidad de la gente y empezábamos a encariñarnos con este
pueblo masculino, alegre e incorrupto.
Los imponentes
muros de la ciudadela de Qala Ijtyaruddin, en Herat.
(Fuente: The History Blog)
En la esplendorosa ciudad de Herat habíamos asistido a
las competiciones de esgrima y a la plegaria comunitaria de los jóvenes que al
atardecer se congregaban en un prado ante la puerta de la villa. Por el camino,
cuando nos deteníamos a descansar tras recorrer largos tramos sin sombra,
sencillos campesinos solían unírsenos y compartir con nosotras sus melones.
Nunca tuvimos necesidad de montar las tiendas ni de prepararnos la sopa. En los
pueblos, el alcalde nos daba la bienvenida y nos convidaba a té y uvas. Al
atardecer nos llevaban a hermosos jardines, donde atentos criados servían el pilaf, el plato de arroz típico, y mientras comíamos acudía
el anfitrión acompañado de su comitiva a visitarnos y, a menudo, mantenía
largas y minuciosas conversaciones con nosotras.
Músicos en Bala Murghab (noroeste
de Afganistán). Foto tomada por
Annemarie Schwarzenbach en 1940.
(© Archivo de la Biblioteca Nacional Suiza)
(© Archivo de la Biblioteca Nacional Suiza)
Sin embargo, teníamos la sensación de estar en un país
sin mujeres. Conocíamos, naturalmente, el chador [3], la túnica de cuerpo
entero que visten las musulmanas y que poco tiene que ver con la idea romántica
del delicado velo de las princesas orientales. Ciñe estrechamente la cabeza con tan
solo unas perforaciones a manera de rejilla delante de la cara, y cae en
holgados pliegues hasta el suelo dejando entrever apenas la punta bordada y los
tacones gastados de las pantuflas. A estos seres embozados e informes los
habíamos visto deambular furtivamente por las callejas del bazar, y sabíamos
que se trataba de las mujeres de los altivos afganos que se pasean libremente
por doquier, son amantes de la compañía y la tertulia amena y pasan la mitad
del día ociosos en una casa de té o en el bazar. Pero esos seres fantasmales
tenían en sí mismos poco de humano. ¿Eran niñas, madres, ancianas, jóvenes o
viejas, tristes o alegres, hermosas o feas? ¿Cómo vivían, en qué ocupaban su
tiempo, a quién prodigaban afecto, amor, odio?
Mujeres afganas enfundadas en sus burkas.
(© Bernard Chazelle)
En Turquía y en Irán habíamos visto alumnas de
colegio, girls scouts, estudiantes
universitarias, así como trabajadoras independientes o mujeres que
desarrollaban alguna actividad en el ámbito social y cuya presencia en la vida
de su nación era indiscutible, puesto que ya formaban parte de la fisonomía de
ésta. Sabíamos que el joven rey Amanullah, a su
regreso de un viaje a Europa, se había lanzado a introducir reformas y había
intentado seguir sobre todo el ejemplo de Turquía. Actuó con demasiada
precipitación. Lo que más se le reprochó fue la emancipación de la mujer.
Durante algunas semanas, en Kabul, la capital, cayó en chador; luego estalló la
revolución, las mujeres volvieron al harem, regresaron a la estricta reclusión
de la vida doméstica, y solo pudieron mostrarse en público cubiertas por un
velo. [4]
El palacio de Darul Aman, de estilo
europeo, mandado construir por
el rey Amanullah, a las afueras
de Kabul, en la década de 1920.
¿Habían olvidado las mujeres esos amagos de libertad,
habían sido borradas de su memoria aquellas pocas semanas de 1929? En una
ocasión, siendo huéspedes de un joven de talante abierto e inteligente,
gobernador de alguna aldea del norte del país, Ella se atrevió a formularle
esta pregunta. Nuestro anfitrión dio muestras de comprender muy bien las
necesidades del Estado afgano y habló de que la construcción de carreteras iba
a suponer una apertura del país, lo que implicaba la creación de industrias,
pero también de escuelas y hospitales. ¿Podía excluirse a las mujeres de un
progreso semejante? ¿No debían tomar parte de la nueva vida y ser liberadas de
la limitación mortificadora en la que transcurría su existencia? El gobernador
respondió con evasivas. Cuando le preguntamos cortésmente si podíamos conocer a
su mujer, al principio dijo que sí, pero luego encontró una excusa.
Un pueblo de la provincia de Faryab, en el antiguo Turquestán afgano.
(© PRT Meymaneh)
No fue hasta que llegamos a Kaisar [5], un pequeño
oasis en la provincia septentrional del Turquestán, que, para gran sorpresa
nuestra, el hakim [6] Saib, el
alcalde en persona, nos condujo sin grandes aspavientos, a través de una
portezuela, al jardín interior de su casa, el jardín de sus mujeres e hijas.
Dos muchachas jóvenes, vestidas con trajes de verano y cabellos cubiertos por
un vaporoso y delicado velo, salieron a nuestro encuentro. Ambas eran
llamativamente hermosas, al igual que la madre, de aspecto imponente, mirada
seria y gesto amable, que nos recibió bajo unos enormes árboles, sobre el suelo
recubierto de alfombras. Allí jugaban los niños, los hermanos menores y un
pequeñín rubio, hijo de Sara, la nuera. Su otro hijo dormía en una hamaca a la
sombra. En un lugar un poco apartado, bajo el saledizo de la sencilla casa de
adobe, estaba el samovar. Primero nos trajeron un aguamanil y toallas, luego té
y frutas. Una hora más tarde llegó el pilaf.
La madre comió con nosotras, a la manera europea, sentada a la mesa. Las hijas
nos sirvieron la comida y después se sentaron en la alfombra a comer con los
niños, todos de la misma fuente y con las manos. Por último fueron las criadas
las que despacharon los abundantes restos. Las caras de los familiares del hakim presentaban los característicos
rasgos de los rostros afganos, hermosos y severos, mientras que las criadas
eran, por lo visto, de raza mongola, quizá turcomanas o uzbecas. […]
La familia del el
hakim Saib. Foto tomada
por Annemarie Schwarzenbach en 1940.
(© Archivo de la Biblioteca Nacional Suiza)
(© Archivo de la Biblioteca Nacional Suiza)
Para las mujeres de Kaisar, Kabul era el gran mundo,
la civilización. Y eso que las habían instruido –en casa, por supuesto–, sabían
leer y escribir y no ignoraban dónde quedaba la India, Moscú, París, incluso
habían oído hablar de Suiza. Sin embargo, nunca habían hecho un viaje, no se
imaginaban que un día podían llegar más allá de Mazar-e-Sharif, la
capital del Turquestán afgano. ¿Deseaban acaso conocer el mundo, llevar una
vida diferente? ¿O se quedarían para siempre en aquel jardín soleado y rodeado
de tapias de adobe bajo la patriarcal y estricta supervisión de su madre y
señora?
a mostrar su aspecto.
(© Emmanuel Dunand)
A última hora de la tarde, cuando empezaba a refrescar
un poco, el hakim nos mandó llamar. El pequeño Jakub pudo acompañarnos hasta el coche; las muchachas, en
cambio, se quedaron en la puerta del jardín. […] Cuando esas muchachas
abandonaban el jardín siempre llevaban puesto en chador y solo podían ver el
mundo a través de aquella rejilla, tras la cual su cara permanecía al resguardo
de indiscretas miradas masculinas.
[1] Annemarie Schwarzenbach: Todos los caminos están abiertos. Traducción de María Esperanza
Romero. Postfacio de Roger Perret. Editorial Minúscula, Barcelona, 2008.
[2] Tomada de la mencionada edición en castellano, pp. 69-74. Por error, en el libro se menciona la fecha de 1939.
[3] Evidentemente, la autora confunde las vestimentas tardicionales de las mujeres musulmanas, y habla de chador (que es la prenda que usan las mujeres iraníes y deja la cara al descubierto) cuando se refiere al burka.
[4] El uso del burka fue suprimido oficialmente en 1959 por el entonces primer ministro Daud Khan, pero en 1996 los fundamentalistas talibanes, cuando asumieron el poder, volvieron a imponerlo.
[5] Muy probablemente se trate de la aldea denominada actualmente Sangalak-i-Kaisar, en la provincia afgana septentrional de Faryab, de población mayoritaria uzbeka y tayika, menos estricta en las costumbres tradicionales islámicas.
[6] Título honorífico de origen árabe que significa, según los lugares, “mandatario”, pero también “juez” o “médico”.
[2] Tomada de la mencionada edición en castellano, pp. 69-74. Por error, en el libro se menciona la fecha de 1939.
[3] Evidentemente, la autora confunde las vestimentas tardicionales de las mujeres musulmanas, y habla de chador (que es la prenda que usan las mujeres iraníes y deja la cara al descubierto) cuando se refiere al burka.
[4] El uso del burka fue suprimido oficialmente en 1959 por el entonces primer ministro Daud Khan, pero en 1996 los fundamentalistas talibanes, cuando asumieron el poder, volvieron a imponerlo.
[5] Muy probablemente se trate de la aldea denominada actualmente Sangalak-i-Kaisar, en la provincia afgana septentrional de Faryab, de población mayoritaria uzbeka y tayika, menos estricta en las costumbres tradicionales islámicas.
[6] Título honorífico de origen árabe que significa, según los lugares, “mandatario”, pero también “juez” o “médico”.