Nils Lätt (agachado, a la izquierda) en el
frente de Aragón en 1937.
(Fuente: Ateneu Llibertari Estel Negre)
(Fuente: Ateneu Llibertari Estel Negre)
Por Renato Simoni
El 30
de diciembre de 1907 nació en localidad de Kjulaås (condado de Södermanland, Suecia)
el futuro militante, agitador y periodista anarquista Nils Lätt, también
llamado Nisse Lätt, conocido en España como Nils el rubio o “el rojo”. A los quince
años se enroló en la marina mercante, se afilió a la organización
anarcosindicalista SAC (sigla de la Sveriges
Arbetares Centralorganisation) y comenzó a aprender el
esperanto.
En
1936 salió de su país y obtuvo en París un salvoconducto del Comité
Anarcho-syndicaliste pour la Défense et la Libération du Prolétariat Espagnol;
a comienzos de 1937 cruzó los Pirineos con algunos compañeros y el 5 de enero
se puso al servicio del movimiento libertario catalán en Barcelona. En primer
lugar, por poco tiempo, combatió en la formación guiada por Antonio Ortiz,
sucesivamente en el Grupo internacional de la columna Durruti,
que llegó a Pina de Ebro (Zaragoza), en el frente de guerra.
Fotografía de Lätt en el salvoconducto
francés con el que entró en España.
francés con el que entró en España.
El suizo Edi Gmür, compañero de lucha, trazó un rápido pero eficaz perfil suyo, en 1937, en aquel pueblo aragonés: “Nils el rojo es sueco. No existe índole mejor que la suya. Debe su sobrenombre a su barba rojiza [...]. Lee mucho. Además, es marinero y anarquista al ciento por ciento. Habla un poco de alemán, de inglés y de español, y perfectamente el esperanto. Su modo de discutir convincente y amigable, su comportamiento lleno de consideración y de modestia, han hecho de él uno de mis mejores compañeros” [1].
A mediados de abril de 1937 Lätt fue herido de gravedad por la explosión de una granada en Santa Quiteria (Huesca), perdiendo el ojo izquierdo. Tras las curas en el hospital de Tarragona, y al no poder volver a combatir, se integró en la colectividad agrícola de Fabara (Zaragoza).
De
regreso a Suecia, en 1938, recogió inmediatamente sus recuerdos en un opúsculo:
Som milisman och kollectivbonde i Spanien
(‘Miliciano y obrero agrícola en una colectividad en España’) [2] relato
precedido de la siguiente advertencia al lector: “Este opúsculo no pretende ser
de ningún modo una descripción exhaustiva de los acontecimientos en España. Es únicamente la narración de un internacional que fue miliciano en la columna
Durruti y obrero agrícola en una colectividad aragonesa”.
Nils
Lätt continuó militando en la SAC de Gotemburgo, distinguiéndose por su
compromiso en la difusión del pensamiento libertario: publicó el libro Havets arbetare (‘Obrero del mar’, 1945)
sobre su experiencia en la marina mercante y colaboró en Syndikalismen (órgano de la SAC), oponiéndose a la línea reformista
del sindicato. Más tarde, en la década de 1970, se ocupó de la revista
anarquista Brand y su
casa se convirtió en un punto de referencia para los militantes libertarios.
Tradujo al sueco la importante obra de José Peirats La CNT en la Revolución española y en
julio de 1977 participó en las Jornades Llibertàries Internacionals de
Barcelona.
Lätt durante una manifestación de la SAC
el 1º de mayo de 1982.
(© Archivo SAC)
(© Archivo SAC)
Nils
murió en Gotemburgo el 14 de enero de 1988. En 1993 se publicó póstumamente En svenks anarkist berättar. Minnesbilder ur
Nisse Lätt liv agitador och kämpe för de frihetliga idéerna (‘Un anarquista
sueco habla. Recuerdos de la vida de Nisse Lätt, agitador y luchador por las
ideas libertarias’), una obra autobiográfica y a la vez un testamento político,
redactada en 1982.
Cubierta del libro autobiográfico de Lätt,
publicado póstumamente en 1993.
publicado póstumamente en 1993.
La
experiencia de nuestro miliciano en la España de 1937 se articuló en tres
momentos, igualmente significativos: la participación en la más conocida
formación libertaria del frente de Aragón, la hospitalización en Tarragona, que
le permitió vivir de cerca los trágicos sucesos de mayo de 1937 en Cataluña, y su prolongada permanencia en una colectividad rural libertaria, lo que resulta bastante excepcional entre los combatientes. Con su minucioso testimonio
escrito muy poco después de los hechos vividos, el marinero anarquista Lätt nos
ofrece una lectura apasionada y apasionante de los acontecimientos, con una
extraordinaria lucidez y una riqueza de datos que encuentran amplia
confirmación en la historiografía más actualizada. Las claras descripciones de
los episodios que vivió en España se alternan con consideraciones históricas y filosóficas
más amplias que nos hacen revivir la tragedia de la guerra, pero también las
esperanzas que había suscitado la revolución.
La
traducción al francés de Anita Ljungqvist [3] nos ha permitido acceder al
texto, y nos ha estimulado a elaborar, primero, una versión para el público
italiano [4] y luego esta para el lector español (en traducción de Encarnita
Simoni).
Portada de la edición original sueca del
opúsculo (1938).
Algunos
fragmentos del opúsculo de Nils Lätt:
en el frente de Aragón
en el frente de Aragón
El
hecho de que los obreros de Barcelona, de Valencia y de otros lugares hayan
sabido derrotar la sublevación fascista del 19 de julio de 1936 no es casual;
es la consecuencia lógica de sus convicciones políticas y económicas. Se sabía
que una liquidación del sistema capitalista no podía tener lugar sin un choque
colosal y se habían preparado a fondo. Antes de la revolución, las condiciones
de vida en España eran espantosas: las masas vivían en la más absoluta pobreza.
La mayor parte de la tierra pertenecía a un grupo bastante exiguo de
propietarios para los cuales los trabajadores solamente eran bestias de tiro. La
industria estaba principalmente en manos de sociedades extranjeras que, en
España, intentaban aplicar los mismos métodos utilizados en las colonias con
los indígenas. Ese bloque detentaba el poder y tenía en sus manos al país. La
persistencia de esa situación aseguraba la supervivencia de los gobiernos y la
más mínima rebelión de los trabajadores se reprimía con ferocidad. Pobreza y
ausencia de derechos tenían la consecuencia de agravar progresivamente las
relaciones entre explotadores y trabajadores: éstos veían en la revolución la
solución para obtener mejores condiciones de vida. […]
En
1934, poco después de la revolución
de Asturias, visité algunas ciudades del golfo de Vizcaya. En Bilbao
conocía a bastantes miembros de las Juventudes
Libertarias, un movimiento juvenil anarcosindicalista. […] Sus
centros habían sido clausurados y se preguntaban cómo, en aquellas condiciones,
podían continuar con la propaganda. […] Tras el cierre de sus locales, esos
jóvenes se habían dividido en pequeños grupos, y cada uno de ellos enviaba
un representante a las reuniones; las más importantes tenían que realizarse en
lugares escondidos en las montañas. Durante una velada hablamos de los
acontecimientos asturianos. En 1934 había habido huelgas en numerosos lugares a
causa de la orientación cada vez más reaccionaria del gobierno. En Asturias la
huelga se transformó en insurrección y los trabajadores de la CNT
y de la UGT se unieron y ocuparon ciudades y pueblos. El
movimiento fue reprimido por el ejército con sistemas increíblemente crueles.
Se dio la orden, entre otras cosas, de no hacer prisioneros y en Asturias se
utilizaron por primera vez Moros contra los trabajadores españoles. […]
No me
sorprendió, pues, que el 19 de julio de 1936 los trabajadores españoles
lograsen frustrar los planes de los instigadores de las revueltas fascistas. En
aquel momento me hallaba en el mar y fue con gran emoción que escuchamos las
pocas informaciones que nos llegaban por la radio. En los puertos leíamos
diarios en idiomas extranjeros que antes ninguno de nosotros se habría atrevido
a descifrar, pero lográbamos entender por lo menos una parte y cuando
los trabajadores triunfaban nuestra alegría no tenía límites. […]
De
regreso a mi país, dejé la marina [y me planteé] dirigirme hacia España o
intentar realizar algo en Suecia. Había comprendido que en España hacían falta sobre
todo armas y técnicos militares. Los voluntarios no faltaban. Por la prensa me
enteré de que los trabajadores, paralelamente a la guerra, habían logrado poner
en marcha una colectivización
de las tierras, de la industria y de otros sectores. El deseo de combatir a su
lado y de participar en el esfuerzo de reconstrucción se volvió demasiado
fuerte. Me enteré de que uno de mis compañeros se había alistado en una columna
anarquista y pensé que alguien hallaría un fusil también para mí. Conseguidos
los billetes y los papeles necesarios, salí de Suecia en diciembre de 1936.
Fotografía coloreada de un tranvía
colectivizado
en Barcelona (diciembre de 1936).
en Barcelona (diciembre de 1936).
Un
hermoso día de enero, con un resplandeciente sol sobre el azul Mediterráneo,
llegué a Barcelona con algunos compañeros que encontré en París. Para un
socialista era una llegada maravillosa. Toda la ciudad estaba decorada de
banderas negras y rojas. Sobre autobuses, vehículos, tranvías y otros medios de
transporte, se podían ver brillar las iniciales de la organización que lo había
colectivizado todo. Las insignias de la CNT mostraban que sus trabajadores
estaban orgullosos de su organización; las letras AIT
eran el testimonio de que los trabajadores no habían olvidado el
internacionalismo ni el sindicalismo internacional. Estas últimas iniciales
recordaban a los trabajadores que la sección española luchaba por una causa
común. […]
La
central de la CNT-FAI
era un monumental edificio expropiado que había pertenecido a la organización
patronal. Allí se habían instalado los Comités regionales de la CNT y de la
FAI. Alrededor de la Federación
anarquista ibérica aleteaba un aura de misterio a causa de su fantástica lucha
contra la sumisión y la explotación. Gobierno y policía habían combatido
desesperadamente para aniquilarla, pero nunca habían logrado atrapar a los
“responsables”. Un breve llamamiento de la FAI era suficiente para informar y
movilizar a las masas, mientras que en el exterior muchos dudaban de su real
existencia, ya que nunca nadie había logrado entrar en contacto con uno
cualquiera de sus líderes. […]
No
había llegado a España como turista sino para combatir contra el fascismo, por
lo cual tenía que dejar a otros el deber de apreciar mejor la labor de las
organizaciones catalanas y de los colectivos industriales. Con otros
internacionales, me alisté en una formación anarquista de la columna Durruti y
me dirigí hacía el frente. Tras un agradable viaje a través de Cataluña, bella
y bien cultivada, llegamos a Aragón, más árido y montañoso. Luego, poco a poco,
al pueblo de Pina de Ebro, donde se encontraba en aquella época el cuartel
general de la columna Durruti. […]
Participé
en el Grupo internacional de la columna Durruti. La mayor parte de los miembros
eran compañeros llegados de Alemania y Francia, pero gran parte de los demás
países europeos estaban también representados. A causa del idioma, estábamos
divididos en dos grupos principales: francés y alemán. Entré en este último
grupo, donde me resultaba más fácil comprender y hacerme entender y donde había
ya un compañero sueco de las juventudes sindicales. Se hallaban también allí
compañeros revolucionarios que, antes y después de la toma de poder de Hitler
en Alemania, habían luchado por el socialismo. Algunos habían pasado ya
bastantes años en un campo de concentración; otros, como animales perseguidos,
huían de un país “democrático” a otro no pudiendo abandonar la lucha por la
causa. […]
Efectivos de la columna Durruti en el
frente de Aragón.
(Fuente: Durruti, Sangre Anarkista)
(Fuente: Durruti, Sangre Anarkista)
El
grupo internacional recibió la orden de reemplazar a los soldados españoles que
habían sufrido bajas y nos preparamos para un eventual contraataque de los
fascistas. Llegamos hacia mediodía, y los compañeros nos encomendaron vivamente
que mantuviéramos la posición que ya había costado mucha sangre. […] La
trinchera subía en zigzag por la cresta de la colina, delante de una
construcción de piedra, una antigua ermita. Los fascistas mantuvieron la
posición todo el día con fuego de artillería y, mientras estábamos al abrigo
tras la colina, entre quince y veinte compañeros avanzaron para consolidar las
trincheras. De vez en cuando la artillería fascista lograba asestar un batacazo
a la ermita que hacía volar grava y piedras, pero tras la desaparición del
polvo y el humo veíamos a nuestros compañeros que continuaban su trabajo sin tregua.
Hacia el final de la jornada, recibimos la orden de avanzar. Bajo un nutrido
fuego de artillería era muy difícil; cada grupo tenía que elegir su propio
camino y el mejor modo para subir. […] Nada más llegar a una senda encajonada,
explotaron una serie de granadas entre nosotros y la ermita. En la cavidad del
sendero nos hallábamos más o menos protegidos, pero después de un minuto,
durante un alto el fuego, intentamos alcanzar la trinchera corriendo. No nos
quedaban más que unos cincuenta metros para estar a salvo.
Fue
entonces cuando oímos gritar “¡Avión! ¡Avión!”. […] Cinco grandes bombarderos
de tres motores y una nube de cazas, y ya las primeras bombas silbaban sobre
nuestras cabezas. Estaba con dos muchachos de Estocolmo, […] e inmediatamente
después de los gritos de alarma tomamos posición. […] Intentar narrar lo que
siguió va casi más allá de mis capacidades. Cada avión descargaba un racimo de
bombas; y como había tres aviones en primera línea y otros dos detrás para
llenar el espacio libre, las explosiones iban llegando una tras otra. La mayor
parte de los proyectiles caía entre nosotros y la trinchera, pero oíamos
también explosiones a nuestras espaldas. Incluso los aviones más pequeños
lanzaban bombas. […]
Bombardeo aéreo en el frente de Aragón.
(© Arxiu Nacional de Catalunya)
(© Arxiu Nacional de Catalunya)
Ese
no fue el único episodio: así iban las cosas en casi todo Aragón. No era
posible avanzar, pues lo que lográbamos conquistar con nuestras incursiones
nocturnas gracias a la sorpresa quedaba destruido el día siguiente por la
aviación fascista, con enormes pérdidas humanas. Cuando podíamos verdaderamente
agarrarnos al terreno nadie volvía a tomar nuestras líneas, ni Moros, ni
Arianos. Por otro lado, sabíamos que no estábamos completamente privados de
aviación, puesto que habíamos sido testigos de las incursiones nocturnas contra
las posiciones militares alrededor de Zaragoza. […]
Un
día nos ordenaron que nos preparáramos para una marcha. En la carretera, fuera
del pueblo, había autobuses; y emprendimos el viaje sin que nadie conociese el
destino. […] En los pueblos que atravesábamos los habitantes que trabajaban en
los campos nos hacían el saludo antifascista. En las callejuelas de las aldeas
se oía: “¡Salud Compañeros! ¡Viva la FAI! ¡Muerte a los fascistas!”; y nosotros
respondíamos, como podíamos: “¡Viva la Confederación! ¡Viva la revolución
social!”. Al crepúsculo nos paramos en un pueblo, que intuimos no estaba lejos
de Huesca. […] La batalla afectaba a la carretera entre Zaragoza y Huesca, y se
esperaba un ataque. […] El día siguiente teníamos que relevar a una compañía
situada sobre una de las cumbres de la montaña. Tras una subida fatigosa,
finalmente llegamos allí y pudimos descansar un poco esperando que los
compañeros que debíamos sustituir se prepararan para marcharse. El descanso no
duró. Aparecieron un par de aviones de reconocimiento, seguidos poco después de
algunos cazas que dispararon aquí y allá sobre nuestras líneas. La compañía que
debíamos sustituir ya no podía dejar la posición y decidió quedarse hasta la
noche. Había por eso mucha gente en las trincheras.
Milicianas de la columna Durruti.
Luego
llegaron otros aviones, la artillería se dejó oír y diversos golpes de mortero
silbaban sobre nuestras cabezas. Recias ráfagas llegaban además de las
trincheras fascistas. Antes que esperar un ataque, era preferible lanzar nosotros
mismos una ofensiva, y de golpe se oyó: “¡Arriba! ¡Arriba!”; y nos precipitamos
fuera de la trinchera. […] En nuestro grupo había una española que fue la que
salió primero. Llevaba pantalones y chaqueta de cuero, pero había perdido el
gorro y su espesa cabellera morena ondeaba al viento. Con los ojos de fuego,
brincó de la trinchera gritando: “¡Compañeros, arriba, al ataque!”. Para ella,
como para muchos otros compañeros, fue el último. [5] […]
Continuamos
hacia nuestras trincheras hasta que las explosiones nos lo impidieron.
Acostado, contaba las detonaciones que se acercaban progresivamente, previendo
que el próximo disparo caería a mi lado; de improviso recibí un golpe en la
cabeza. Creía haber llegado al otro mundo, pero después de un cierto tiempo
recuperé el conocimiento. Aunque aturdido, logré alcanzar nuestras trincheras
donde recibí los primeros auxilios. Había perdido un ojo y recibido un golpe en
la frente. Con los otros heridos recibí los cuidados necesarios en el hospital
del pueblo cercano y luego fuimos retirados, por etapas, de la proximidad del
frente. […] Tras varios desplazamientos de un hospital a otro, episodios de los
que no tengo más que recuerdos confusos de manos caritativas y de grandes salas
llenas de camas, llegué a la pequeña ciudad mediterránea de Tarragona. Era un
hospital de guerra instalado en un viejo seminario católico. Un edificio grande
y magnífico ocupado desde la revolución.
[1] Edi
Gmür: “Journal d’Espagne”, en Albert Minnig y Edi Gmür (Ed.): Pour le
bien de la révolution. Lausana, CIRA, 2006.
[2] Publicado en traducción al castellano (realizada por Encarnita Simoni) en
la obra colectiva Los años de los que no te hablé, II. Caspe,
Ed. Los Libros del Agitador, 2013, pp. 129-192.
[3] “Nisse Lätt,
anarchiste suédois”, en gimenologues.org.
[4] Nils Lätt. Miliziano e operaio agricolo in una collettività in Spagna. Lugano, La
Baronata, 2012.
[5] Se trataba de Rosario-Pepita Inglés, que se integró el 24 de
julio en la columna Durruti con otras milicianas. Sobre las milicianas y las
mujeres republicanas durante la guerra véase Rojas. Las mujeres
republicanas en la guerra civil, de Mary Nash (Madrid, Taurus, 1999) [Nota
de la traductora].
[Estos textos están
tomados de la traducción castellana del opúsculo de Nils Lätt publicada por Los
Libros del Agitador (véase la nota 2). Los fragmentos escogidos pertenecen a la
primera parte de la obra de Lätt, desde su llegada a Barcelona hasta que
resultó herido en el frente de Aragón. La introducción, redactada por el historiador suizo Renato
Simoni, ha sido reducida y adaptada con la autorización de éste por Albert
Lázaro-Tinaut, quien agradece a Encarnita y Renato Simoni su amable
colaboración.]