San Antonio de Padua, fraile franciscano, nació en Portugal, pero adquirió el apellido por el que lo conoce el mundo, de la ciudad italiana de Padua, donde murió y donde todavía se veneran sus reliquias: Italia es tan fanática y fetichista como España. Y hoy es su fiesta: felicidades para todos los Antonios de mi vida, seres imprescindibles sin los cuales sería otro.
Decía el filósofo e historiador alemán, apellidado Dilthey, que "el hombre no ha nacido para ser juzgado, sino para ser comprendido". Durante muchos años de mi vida me he sentido poco comprendido; a veces lo llevaba muy mal; con los años asumí mis rarezas: sí, soy un tío raro; claro que con lo que está cayendo, me digo: -afortunadamente!!! Quizá siempre se haya juzgado en vez de comprender, cosa tan difícil que el que esté libre que tire la primera piedra; pero insisto, en mi experiencia vital siempre fue para mi un instrumento de medición del sentimiento -o no- del apego, del afecto...
No hablo de la familia sanguínea (aunque la política deja de serlo si cuaja; por el contrario, si no cuaja, se hace cada vez más política y menos química), pues en esos ámbitos, afortunadamente nos podemos decir de todo y juzgar a todos, que por encima siempre estará lo primero: el afecto irreparable, lo inevitable del origen, de una historia colectiva sentida y consentida en forma de vida afectiva y efectiva. Más allá de casos que confirman la regla, es quizá el único ámbito donde podemos ser nosotros mismos sin riesgos de nada, aunque, como decía la poetisa norteamericana, Emily Dickinson, "que el amor es todo lo que hay, es todo lo que sabemos del amor".
Felicidades, Antonios de mi vida... Seres imprescindibles y necesarios ya, y a los que profeso y amo de una manera inevitable y sin preguntarme por qué...
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