La Representacion de Quito Alicia Ortega

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La representacin de Quito en su literatura actual Alicia Ortega Universidad Andina Simn Bolvar, Ecuador

I.

Narrar la ciudad

Cuando asumimos la ciudad como objeto de nuestra indagacin literaria otra forma de pensar la ciudad sabemos que nuestra reflexin propone como centro de atencin y de lectura una invencin humana que hace posible particulares formas de estar en el mundo. Concebimos la ciudad, pues, como un artificio en su dimensin fsica como conjunto urbano de casas, calles, monumentos, plazas y como estructura cultural, compuesta por normas y cdigos de usos, sistemas de representaciones que la imaginan y la narran, escrituras que hablan de ella y sobre ella al inscribir palabras de nuestras historias personales y colectivas sobre el cemento de su propio cuerpo, como lugares de utopas y de miedos. Cada ciudad es, entonces, tambin una creacin cultural que me permite reflexionar sobre algunas escrituras la literatura por ejemplo como marcas que evidencian modos de habitar, de mirar y de imaginar en el esfuerzo que hacemos, como habitantes urbanos, por apropiarnos de una memoria desde donde fabular un sentido de pertenencia, de identidad y de certeza. Para hablar de Quito y de sus escrituras es necesario sealar que, en la primera mitad de este siglo XX, la capital del Ecuador vivi significativas transformaciones resultantes de un acelerado crecimiento poblacional (producto de una creciente migracin interna) y como realizacin del progreso y la modernizacin. Este proceso, complejo y conflictivo, va constituyendo dentro de la misma ciudad un Quito antiguo y un Quito moderno.

Paulatinamente la periferia se va instalando en el centro mismo del espacio fsico y vital de la ciudad en un proceso que abarca casi todo el siglo y que llega a consolidarse en la dcada de 1970 como resultado de la explotacin y exportacin petrolera. De esta manera se conforman dos ciudades dentro de una: la ciudad vieja decadente, laberntica, pobre y sucia que abarca el centro y se desplaza longitudinalmente hacia el sur y la ciudad moderna de grandes edificios, centros comerciales, restaurantes, discotecas y barrios residenciales que se desborda en inslito alargamiento, entre las faldas de las montaas, hacia el norte, como huyendo de s misma, como huyendo de su propio pasado. El "Centro histrico" permanece como smbolo nostlgico de una supuesta "quiteidad" que tendra asidero en un conjunto urbanstico fundante y originario de lo que antes fue y de quienes escaparon al norte empujados por el impulso modernizador, la agitacin y la abundancia. Esta fractura urbana se ha instalado en el imaginario ciudadano, por un lado, desde la nostalgia y, por otro, desde el asombro, la angustia y la exclusin, creando fronteras simblicas por las que transitan voces que desde la literatura proyectan puentes simblicos hacia la ciudad del pasado entregando a su posible lector vivencias, susurros e historias que como fantasmas se quedaron habitando las viejas casas del otro lado. De esta manera, desde la ficcin, el lector que habita la ciudad de hoy encuentra caminos para refamiliarizarse con aquello que ha devenido en algo extrao y lejano, conocido slo como pieza del patrimonio nacional, desligado de toda experiencia vital y cotidiana. Sabemos que la literatura, como todo relato, actualiza la memoria. La escritura literaria, a la vez que acompaa procesos reales, ofrece los saberes e imaginarios que una comunidad se construye de s misma y, al mismo tiempo, le entrega motivos para imaginar su propia identidad en el punto de encuentro entre nuestras historias individuales y las narrativas de los avatares de la historia y la cultura que nos abarca.

En toda ciudad palpita una ciudad interior, aquella que se repliega sobre los afectos de sus habitantes, aquella que se ve trazada en un mapa hecho de lugares frecuentados, de caminos recorridos en la urgencia del encuentro, de esquinas reconocidas; en fin de todos esos lugares que al haber sido vividos por nosotros se cargan de afectos y de memoria. Esa ciudad interior finalmente nos reconcilia con nuestro propio pasado, en la medida en que reconocemos esos lugares que no dejan de acompaarnos en una suerte de geografa portatil. Es el paisaje interior hecho de rostros, gestos, palabras que han tenido lugar en unos ciertos recorridos hechos de calles, senderos, plazas, casas, sonoridades, plasticidades, geometras y temperaturas que conforman el territorio mltiple y siempre cambiante de cada ser. Desde esta perspectiva, nos preguntamos cmo entra la ciudad de Quito su geografa vivida- en los relatos que hablan de ella; pues parte significativa de la literatura actual de Quito est metafricamente marcada por dos ejes imaginarios: un "antes" y un "despus" de la particin de la ciudad y su consecuente desbordamiento y modernizacin hacia el norte, por un lado, y el deterioro y abandono de su centro histrico, por otro. De hecho, en trminos generales, la ciudad latinoamericana actual aparece fragmentada, caracterizada por la prdida del concepto de totalidad, pues el tradicional sistema urbano ha dado paso a nuevas tramas en las que ya resulta difcil identificar un "centro". Sin embargo, aunque la gente pertenece ms a nuevos barrios que han configurado sus propios centros, el centro histrico de Quito la ciudad viejaan promete un horizonte de deseos y peligros, la posibilidad de descubrir en su arquitectura que es a la vez esplendor y miseria una memoria urbana , e iniciar una bsqueda de las claves para configurar nuestros modos de apropiacin de la ciudad y de reconocimiento en ella. Esta fractura de la ciudad aparece en el imaginario colectivo y en el discurso literario como un hito fundante de una nueva fisonoma urbana y de una nueva narrativa.

Si nuestras ciudades aparecen fragmentadas, se debe al hecho de que no responden a una estrategia nica de ordenacin de la ciudad, pues la razn administrativa planifica e institucionaliza una ciudad ideal que permanentemente es desbordada por una ciudad real que se construye, precisamente, en el cruce de mltiples saberes, discursos, temporalidades y culturas que en cada momento hacen de la ciudad un inmenso tatuaje de memorias. De tal manera que dentro de cada ciudad en verdad coexisten varias, cada una duea de una historia, una fisonoma y un conjunto de relatos, normas y acuerdos que permiten orientarse a travs de su topografa para caminar por sus calles en la bsqueda insaciable de aquello que anhelamos, intuimos, recordamos . Cada ciudad es una y mltiple aunque al compartir un mismo nombre vivan la ilusin de la unidad como va de escape a la fragmentacin y la locura de saberse la misma y otra a la vez. Podemos pensar el centro histrico de Quito como un poderoso nudo de memorias en el que se cruzan y encuentran, por un lado, los discursos y monumentos histricos e institucionales; y, por otro, las prcticas individuales y colectivas que se proyectan sobre un espacio cargado de significacin histrica y social. Ese "antes" y ese "despus" suponen categoras narrativas fundamentales para contar la ciudad en sus sentidos y en sus tejidos histricos, cotidianos, afectivos y utpicos; como tambin para representar los nuevos modos de experimentar la pertenencia a territorios escindidos. Un "antes" y un "despus" que colocan a los personajes, unas veces, exiliados en un presente incomprensible; otras, en un pasado que sentirn como lo nico existente; o como hiprbole de una situacin lmite, en la destruccin de la ciudad como utopa urbana en el escenario simblico de fin de milenio. Los tejidos que conforman la trama urbana de Quito, su nueva morfologa, se entrelazan con los tejidos del texto narrativo en el acto de narrar y representar la ciudad. Ciudad partida,

ciudad invadida, ciudad destruida, ciudad escondida, ciudad lejana, ciudad travesti, que esconde los otros rostros de Quito, son algunas de las metforas construidas por nuestra literatura para proyectar una imagen de la ciudad. Estas metforas evidencian una estrategia textual y, a la vez, una estrategia ptica de los narradores: desde dnde leo la ciudad para escribirla? A partir del anlisis de los relatos escogidos es posible dibujar una geografa simblica de la ciudad de Quito, pues los textos literarios permiten entender particulares modos de apropiacin de la ciudad, delimitan fronteras y establecen una relacin significativa entre espacio y memoria colectiva. Quiero detenerme en algunas narraciones para ensayar una reflexin sobre el trabajo que ha hecho nuestra literatura para curar la lesin causada por esa fractura urbana, en el esfuerzo por inventar relatos que puedan articular, aunque slo sea desde la proyeccin de un deseo imposible, esos dos espacios desmembrados. En 1979 apareci Bajo el mismo extrao cielo, de Abdn Ubidia, que contena la novela corta Ciudad de invierno1 y en 1982 Javier Vsconez public un volumen de cuentos bajo el ttulo de Ciudad lejana2. En 1993 Huilo Ruales gan el Premio Nacional de Literatura "Aurelio Espinosa Plit" con la publicacin de varios cuentos publicados bajo el ttulo fetiche fantoche3. En 1993 apareci la novela Del oro lado de las cosas4 de Francisco Proao Arandi, en 1995 Ciudad sin ngel5 de Jorge Enrique Adoum y en 1998 Los archivos de Hilarin6, novela de Santiago Pez. Tambin incluyo dos cuentos de Ral Vallejo, sobre todo Te escribir de Pars publicado en Fiesta de solitario7 y

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Abdn Ubidia, Ciudad de invierno, Quito, El Conejo, 1982 [1979]. Javier Vsconez, Ciudad lejana, Quito, El Conejo, 1984. 3 Huilo Ruales, fetiche fantoche, Quito, Pontificia Universidad Catlica del Ecuador (EDIPUCE), 1993. 4 Francisco Proao Arandi, Del otro lado de las cosas, Quito, EL Conejo, 1993. 5 Jorge Enrique Adoum, Ciudad sin ngel, Mxico, Siglo XXI, 1995. 6 Santiago Pez, Los archivos de Hilarin, Quito, El Tbano, 1998. 7 Ral Vallejo, Fiesta de solitarios, Quito, Libresa, 1999 [1992].

la novela de Javier Ponce Resgnate a perder8. Los ttulos mencionados, en general, han contado con el entusiasmo y el amplio reconocimiento de la crtica y del pblico lector.

II.

Representar la ciudad partida: Abdn Ubidia y Javier Vsconez

El narrador de la novela Ciudad de invierno construye su relato desde el azoramiento ante una ciudad sbitamente modernizada y la posibilidad que ella misma ofrece a sus habitantes para hablar de nuevas cosas y transitar por nuevas calles. El presente de la ficcin narrativa brinda a la experiencia vital del narrador un rostro nuevo de la ciudad de Quito, pues sta haba generado un estilo de vida nuevo e inconfundible donde se combinaban inmensas victorias y escandalosas derrotas:

La ciudad haba cambiado, ella haba irrumpido en nuestras vidas revolvindolo todo, metindonos en esa fabulosa confusin en donde nunca ms sera lo que antes fue. Y lo nico que alcanzaba a entenderse en aquel barullo era que andbamos perdidos en una vertiginosa, agobiante, casi angustiosa bsqueda de la felicidad.9

En este nuevo estado de cosas la vida de los personajes adquiere una fisonoma imprevista, como si el desbordamiento de la ciudad, con sus cambios fsicos y reales, arrastrara a todos en una readecuacin violenta de sus vidas. As, el narrador se ve involucrado en una situacin que llegara a alterar el orden y las relaciones de su vida domstica y familiar, pues debe esconder a un viejo amigo prfugo de la justicia que haba intentado, como tantas otras historias oscuras que se contaban en la ciudad, amasar fortuna de modo violento e imprevisto.
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Javier Ponce, Resgnate a perder, Quito, Planeta, 1998.

La presencia del amigo en el hogar desencadena una crisis en la vida de pareja del narrador y pone en duda el sentido mismo de su mundo. Hacia el final de la novela, el personaje que narra la historia y sus amigos aparecen dando vueltas por las calles de la zona residencial de la ciudad, intentando resolver aquella difcil situacin:

Corramos hacia el lado de lo nuestro, las joviales calles de los pasatiempos y las diversiones. Ms all, casi de seguido, estaban los dos parques de la ciudad, pinos, sauces, lamos, la pequea laguna, y luego las calles y las casas del centro, y luego el centro histrico decan, y los campanarios y despus, lo suficientemente lejos como para el olvido, los vericuetos antiguos y malolientes adonde habramos de ir, las callejuelas intrincadas y sucias, las casas agobiadas, atestadas de pobres, la vieja gran avenida de los mercahifles y los desocupados, de las traperas y los muebles baratos, de los indios cargadores y de los pordioseros, todo aquello que dorma en la noche, existiendo en el moderno Norte slo como un mal signo, como un presagio.10

Esas marcas territoriales, que hablan de posesionamientos y exclusiones, devienen en una suerte de mal presagio para el desenvolvimiento de la historia personal del narrador. Hay una frontera simblica que impide el paso del protagonista a la ciudad vieja la de sus recuerdos y su propio pasado y, a la vez, le niega un asidero fsico que posibilite recomponer las imgenes de su propia memoria. No es casual que el narrador se piense y se vea a s mismo como un ser fragmentado, pues ste se desenvuelve en un espacio que pretendiendo ser el mismo es otro; la nueva ciudad no le devuelve su propia imagen sino una memoria que se dispersa entre los fragmentos de una ciudad que tampoco es una. "El personaje aquel que

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Ubidia, op. cit., p. 28. Ibid., pp. 82-83.

era yo mismo se me escapaba y descompona [...]. El personaje que fui en las montaas, esas gentes, ese tiempo, agonizaba dentro de m".11 Al final del relato el narrador se autodestruye, denuncia y traiciona al amigo, abandona a su mujer y a los hijos para huir a otra ciudad. Por otro lado, en el cuento "Eva, la luna y la ciudad", que forma parte de Ciudad lejana de Javier Vsconez, el narrador vive una situacin de entrampamiento que le impide salir de la ciudad vieja para penetrar el espacio desconocido e ilusorio de la nueva. Este personaje ha recibido como herencia familiar una casa antigua y en ruinas poblada por fantasmas, rumores y gemidos; seres del pasado aferrados a un lbum de familia, a las miserias, a las pesadillas, a los escombros de una casa en ruinas. Las voces de ese pasado persisten en poblar un presente ajeno, a la vez que inquietan y alteran la realidad de quienes habitan la vieja casa. Eva, la mujer amada, agobiada por las presencias y los recuerdos de la casa, abandona la ciudad vieja huyendo de los fantasmas y seducida por los atractivos de la ciudad nueva. El narrador protagonista de la historia que cuenta y fotgrafo de su ciudad no puede ir tras ella, no puede cruzar la ciudad y piensa que

Solamente esta ciudad a la cual pertenezco, esta ciudad de las escaleras, los laberintos, las plazas, los zaguanes y los tejados recostndose bajo el cielo poda ofrecerme en aquel momento el inters suficiente para seguir recorrindola, para violarla sin piedad arrastrndome con Eva por sus calles a fin de descifrarla paso a paso mediante el ojo de mi cmara.12

Hacia el final del relato el narrador, agobiado por la soledad y sus fantasmas, decide atravesar los lmites y cruzar la ciudad nueva en pos de Eva.. Parecera ser que el deseo solo puede asentarse en la nueva configuracin espacial como si Eva, la mujer primigenia y el deseo
11

Ibid., pp. 84-93. 8

que ella misma encarna, debiera huir del territorio originario para constituirse plenamente y sobrevivir en un espacio sin memoria, sin pasado y sin historia. En la ciudad nueva el narrador se siente extrao, ciego y confundido, pues se encuentra "en una ciudad despiadada, informal y fenicia [que] ha crecido en la abundancia [...]. Una ciudad que me pareci inmensa, fantasmal y ajena a mis deseos."13 Al final, el amante no puede permanecer en la ciudad nueva, ni recorrerla; lo nuevo se le aparece ms incorpreo que las voces fantasmales que lo acompaan en la ciudad de origen. Debe renunciar al deseo y a la posibilidad de encontrar a Eva para regresar a la ciudad donde naci. El estudioso Jess Martn-Barbero14 sostiene que los miedos se han convertido en clave constitutiva de los nuevos modos de habitar y de comunicar en el entorno urbano contemporneo; ellos aparecen como expresin de una profunda angustia que experimenta el habitante de la ciudad frente a los cambios operados en el entorno familiar como consecuencia de un urbanismo salvaje, pues estos cambios son percibidos como prdida y destruccin del paisaje que supone el sustento material de la memoria colectiva. Por otro lado, es posible entender y relacionar esos miedos con la presencia del otro en el espacio vital y cotidiano de nuestras rutinas ciudadanas, el otro que invade, para apropiarse e instalarse, el territorio percibido como propio. No podemos olvidar que la ciudad no solo es el lugar fundamental de la concentracin de la poblacin, sino fundamentalmente de una conflictiva heterogeneidad social, cultural, racial. Esa invasin que hace visible la presencia de lo marginal en el cuerpo mismo de la ciudad permite entender la dinmica urbana como un proceso de hibridacin que descoloca fronteras y contamina los espacios de los diferentes territorios sociales con las voces

Vsconez, op. cit., p. 129 Ibid., pp. 123-139 14 Jess Martn-Barbero, Comunicacin y ciudad: entre medios y miedos en Pre-Textos, Cali, Editorial Universitaria del Valle, 1996.
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y los cuerpos de los otros. Por otro lado, dicha invasin evidencia a la ciudad como locus de sufrimiento; en muchos de los textos aqu estudiados la ciudad aparece tomada e invadida por grupos humanos en colisin en una disputa por el espacio, por la vida, por la dignidad, por el derecho a la visibilidad.

En la mayora de los cuentos que conforman Ciudad lejana de Javier Vsconez, los personajes se encuentran atrapados en sus viejas mansiones del centro histrico y sujetos a los recuerdos de un pasado heroico. La narradora de Historia secreta de una campanilla permanece encerrada en la habitacin de un viejo casern, aferrada a los objetos que le hablan de un pasado de glorias y riquezas familiares. Ella sobrevive en absoluta soledad de espaldas a una ciudad lejana y extraa que se extiende ah afuera, sujeta no solo al derrumbe de su espacio vital, sino a la destruccin y miserias de su propio cuerpo. En los relatos que conforman Ciudad lejana asistimos al deterioro que sufren las vidas de todos los personajes que, en el proceso de particin de la ciudad, se quedaron fsicamente recluidos en un centro marginado y de espaldas al crecimiento modernizador de la ciudad. Ese aislamiento fsico implica que los personajes ya no se sientan habitantes de un presente ciudadano, sino que ms bien permanezcan aferrados a las viejas paredes de antiguas mansiones, cuyos objetos les hablan y recuerdan un pasado glorioso, antiguas fortunas y hazaas familiares. Es como si la ciudad al haber crecido y cambiado no permitiera a los personajes reconocerse en ella, pues no tienen cabida en una ciudad cuya fisonoma no les entrega el soporte material para sus recuerdos y evocaciones. Ellos permanecen suspendidos en un pasado desde el que perciben la ciudad como algo lejano y extrao a sus vidas. La ciudad que ven ya no existe sino solo en el recuerdo, en el pasado.

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En los relatos de Ubidia y Vsconez, la conciencia narrativa intenta tender puentes que articulen y junten los bordes de las dos ciudades. Sin embargo, la fractura espacial deviene en una frontera fatal e intransitable que reduce a sus habitantes a una sola de sus dos mitades. Habitar la ciudad vieja parece ser slo cosa del pasado, pues ella sobrevive como objeto de encuadre fotogrfico, asidero de un lejano eco de voces muertas y entre los recovecos de una memoria atormentada. Por otro lado, el desbordamiento urbano de la ciudad nueva escamotea a su habitante una imagen ntegra de s mismo que le permita escapar del delirio y la locura. Por encima de la ruptura espacial, la mitad ausente de la gran ciudad pervive en la fantasa, ya sea como deseo de una bsqueda o como aoranza de un pasado que hace imposible el olvido a pesar de la fisura y la distancia fsica. El universo narrativo de los relatos ledos construye puentes que, si bien son intransitables, permite que cada una de las dos ciudades se proyecte hacia la otra en el deseo. III. El obsesivo horizonte de colinas: Jorge E. Adoum y Ciudad sin ngel. En la novela Ciudad sin ngel15 la ciudad de Quito es percibida, desde la mirada del pintor protagonista de la novela, Bruno Salerno, como el espacio vital que provoca un intenso y angustioso sentimiento de amor y odio a la vez. La geografa de Quito es requerida por el pintor como condicin de vida, como horizonte imprescindible para mirar y pintar, para exorcizar fantasmas y culpas en el esfuerzo por recuperar los fragmentos de una extraa pasin que pervive inconclusa en el pasado. Durante su residencia en Pars y frente al cuerpo desnudo de AnaCarla que le sirve como modelo, Bruno Salerno comprende que para que la ciudad estuviera completa, le haca falta un gran desnudo se, el incendiario, que tena delante, horizonte de colinas reclinado sobre sus edificios, en un lienzo menos alargado y ms alto que

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Jorge Enrique Adoum, Ciudad sin ngel, Mxico, Siglo XXI, 1995.

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el cuadro que haba desenterrado, mientras como con fiebre, doblemente excitado por la mujer y por la idea, pintaba el rostro de AnaCarla.16 As, ese horizonte de colinas evocado desde la distancia deviene en escenario vital desde donde el pintor va a procurar ordenar fragmentos de conversaciones, situaciones y rostros que se han quedado dispersos en una memoria que intenta sobrevivir al paso del tiempo y al amor que se ha desvanecido: el cuerpo de la ciudad y de la mujer, geografa y pasin; son elementos que se confunden y superponen para configurar un solo tejido en el que se desenvuelve la trama de la novela. Han pasado ocho aos desde que Bruno Salerno regres a Quito con Karen, despus de haber vivido en Pars como pintor desconocido y pobre con una joven sudamericana exiliada, AnaCarla, estudiante de historia del arte, que escribe una tesis sobre la obra de Bruno. AnaCarla ha decidido volver a su pas para participar en la lucha poltica revolucionaria. Es despus de esta separacin que Bruno Salerno regresa a Quito y donde el pintor intentar comprender la ausencia de AnaCarla al recibir la noticia de la desaparicin y probable muerte de ella en manos de la dictadura de su pas. Desde la primera pgina, cuando suena el telfono que revelara a Bruno la terrible noticia, Quito adquiere presencia desde la resistencia que Karen, su mujer francesa, tiene hacia la ciudad: Karen ha ido al correo [...], con su odio doble a la ciudad: el de todos los das, por esa poblacin de mendigos y casi, vendedores de algo [...], convirtiendo a la ciudad en un gran mercado sucio intransitable, con esos letreros de todos los colores, todos los materiales, todos los soportes, todas las ortografas, horizontales, verticales, oblicuos, amontonados, superpuestos, a punto de caer, cabalgndose en una ciudad que desvergonzada se revuelca bocarriba bajo la obscena oferta del comercio generalizado;
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Ibid., pp. 23. 12

y el de cada semana, por los embotellamientos que se agravan, nadie sabe por qu, los viernes.17

De entrada, la ciudad es sorprendida en falta desde un presente en que se superponen las conversaciones con Karen y los recuerdos que van hilvanando, desde la prdida, los lazos que lo unan a AnaCarla: reflexiones sobre arte y pintura, literatura y vida, lecturas compartidas, los amigos del exilio; pero tambin una profunda pasin combinada con silencios, celos, agresiones fsicas y verbales. Bruno Salerno desesperadamente intenta comprender la muerte de AnaCarla, la presencia de Karen, su propia soledad; la bruma de la ciudad, la imbecilidad enriquecida, la degradacin moral de la poltica, la inmundicia y la mediocridad de esa ciudad en la que, sin embargo, se siente como animal atado al palo de su circunstancia, a su geografa. Como si hubiera perdido los otros puntos cardinales de la vida. Frente a l la ciudad es un ocano de tinta donde brillan, juntndose y rechazndose, las medallas de la luz. Desde su terraza, con una mirada circular, se ven de da todas sus colinas [...]. Por qu se habla, por qu l mismo ha hablado, de las colinas de Roma o de las colinas de Atenas y nadie, ni siquiera l mismo, de las colinas de Quito, se ha preguntado muchas veces, antes de pintar el obsesivo paisaje de fondo de la ciudad.[...] Ya no es como era, mano en cuyo cuenco reposa mientras las callecitas, como dedos abiertos, iban a tocar las nubes: ahora trepan casas de todos los materiales, tamaos, pero siempre humildes y oliendo a orina: la poblacin nace o viene del campo sin saber dnde va a dormir y ha debido tomar por asalto, primero las colinas, tal vez nunca el cielo. Ciudad dormida. [...] Esta ciudad tiene cada madrugada el encanto de las ciudades que uno deja para siempre: es como si fuera a irse, como si mirara por ltima vez a una amante miope y con lgrimas antes de volverle la espalda en un aeropuerto.18

17 18

Ibid., pp.11. Ibid., pp. 98-99.

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La ciudad est a medio camino entre la posesin y la prdida, tomada por unos y abandonada por otros; ciudad dormida pero que demanda en su silencio y en su bruma una mirada atenta para encontrar en ella los signos o las claves que haran posible la reafirmacin de la existencia. Prdida de la mujer amada y prdida de una ciudad que ya no es como era y que hace difcil para quien la mira hablar de su paisaje que, aunque obsesivo y recurrente, se ha vuelto impronunciable. Cuando calla, Bruno comprueba cmo se oye aqu el silencio, a diferencia de las ruinas de Delfos donde, en cambio, se ve el silencio: tal vez porque uno mira la montaa, y tiene la forma de un inmenso nadador de costado.19

Comprender la muerte, la soledad, el pasado, los compromisos con la historia, la propia vida es doloroso y complejo, no siempre posible. Solo queda el silencio que se hace visible, la mirada que intenta afirmarse en un paisaje tambin inaprehensible, los pensamientos desordenados que comprimen la vida en fragmentos de palabras y recuerdos. Bruno Salerno deja su casa para descansar unos das en la playa. Es precisamente fuera de la ciudad, con un empleo y un sentido diferente del tiempo, donde Bruno y Karen redefinen su relacin desde la presencia intensa y fantasmal de AnaCarla en sus vidas. Karen se descubre vaca, sola, perdida y desplazada a la sombra de la fama de Bruno: Tal vez porque he llegado a amar a este pas me resulta insoportable la miseria en la calle, ver la mendicidad que a veces es agresiva, hojear el peridico de cada da, ver los programas de televisin cada noche, or esas radios que parecen la primera que se instal hace cien aos en una aldea, y no hacer nada, no saber qu hacer, no poder hacer nada porque soy extranjera. Y eso es difcil soportar. Entonces me entristece no tener

19

Ibid., pp. 114.

14

pas, no tener oficio o, como dice AnaCarla ahora, no tener futuro, a menos que sea el regreso al pasado.20

El regreso al pasado no es posible, y Karen decide abandonar a Bruno y regresar a Pars. El pintor permanecera en su ciudad tratando de encontrarse a travs de dilogos imaginarios con AnaCarla, porque En un mundo como ste, el de ahora, acaso el amor sea lo nico que puede salvarnos.21 Bruno Salerno se queda en Quito con sus propios recuerdos y fantasmas; el paisaje de su entorno y la imagen de la mujer amada en el recuerdo se han convertido en claves de sentido que demandan una sensibilidad alerta capaz de capturar la sombra del paisaje inasible y el rostro perdido:

Es curioso, se ha dicho siempre, que un pas como ste, con una naturaleza brutal que se despea sobre el hombre o lo invade, con una luz que no existe en ningn otro lugar del mundo, no sea realmente un pas de paisajistas, con excepcin de los romnticos, o en el que, a lo ms, se ha pintado slo el paisaje urbano: en Quito, al medioda, no hay sombra, uno la lleva bajo los pies, y slo los pintores abstractos no han hecho su versin de Quito. La nica excepcin en la pintura moderna nacional viene precisamente de ese paisaje hmedo o gris, que participa de la imagen universal del trpico y la niega, segn se trate de la costa rida y espinosa o de monte adentro y la playa.22

IV.

Lo sucio, lo extrao y lo excluido: Huilo Ruales y Ral Vallejo El protagonista y narrador del cuento "Es viernes para siempre, Mariln"23, de Huilo

Ruales, es un oscuro burcrata que, en un monlogo delirante, busca y dialoga con una

20 21

Ibid., pp. 185. Ibid., pp. 199. 22 Ibid., pp. 135. 23 Huilo Ruales Hualca, Historias de la ciudad prohibida, Quito, Libresa, 1997.

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imaginaria Mariln a la vez que rememora fragmentos de su vida en medio del desconcierto que le produce el caos de la ciudad que habita:

bsame en los prpados mientras abajo se desparraman los kitos-infiernos. Lo extraordinario es que en esta ciudad nada es cierto. nada. se dira que un alguien omnisciente y travieso arroja, subrepticia y constantemente, piezas incompletas de un montn de puzzles. nada encaja nunca. Y crece y se reproduce y no muere. Y eso es lo precioso. lo terrible. ciudad sin patas ni cabeza. su solo leit-motiv: el desdoblamiento. ciudad travesti. kito-gay. adems de ser mil-caras, doble-cara. loca de da y ms loca de noche. hembraloba. kito-drcula, precisamente aqu abajo se escinde, se descoyunta con hacha el kito de este siglo. mira mariln-mariln, en esta avenida culmina el kito que ya no sabe dnde meterse y empieza el kito nortcola que se mete donde le parece. este es el kito de los grandes hoteles. terrazas y finanzas. hasta el sol, aqu, trabaja como parte interesada. lo que no soportan sus asiduos oficiantes y feligreses es que no haya un muro-de-berln para impedir que los otros kitos vengan a joder la fiesta.24

Nuevamente nos encontramos ante la lesin fsica ocasionada en el cuerpo de la ciudad como resultado de un crecimiento urbano que la ha partido, la ha "desdoblado", la ha multiplicado. Son varios Quitos que, en el imaginario del protagonista, se superponen y se contaminan. No hay ningn muro que impida que los Quitos marginales se filtren, de diferentes maneras, en el Quito norte y moderno. Las fronteras simblicas que distribuyen el espacio para establecer un orden social jerarquizado son permanentemente transgredidas puesto que las voces provenientes de los "kitos-infernales" atraviesan la ciudad, se resisten a la exclusin y se mezclan con las voces y las piezas incompletas de los otros territorios. En este relato son los "maricas preciosos espantados", los campesinos, la india que "recibe mil fajos de billetes desde

24

Ibid., pp. 92-93.

16

cierto auto vaporoso a cambio de su guagua de pecho" los que supuran en el "kito-nortcola" y desencadenan, en el imaginario del protagonista del cuento "Es viernes para siempre, Mariln", la metfora de una ciudad travesti. Es la invasin de lo marginal la que cubre de mil rostros diferentes a la ciudad de Quito. Es una ciudad que remienda sus territorios escindidos con los rostros y las voces de los que viven una suerte de nomadismo ciudadano, de los que al no tener nada que perder sobreviven apropindose de espacios provisorios. Esos remiendos se convierten en maquillaje grotesco que disuelve las fronteras, interroga la identidad de una ciudad que marca su rostro con las huellas de los otros en un acto de enmascaramiento que se vuelve espectculo nocturno. El protagonista, desde el inicio del relato, se encuentra tras una ventana desde donde observa la ciudad, al mismo tiempo que comenta con su imaginaria Mariln lo que ve en la calle. Las observaciones sobre la ciudad se mezclan, en un esfuerzo de la memoria, con diferentes episodios de su vida: un matrimonio tormentoso, el trabajo como burcrata del Ministerio de Finanzas, el inevitable despido y su convivencia con los ciegos en los conventillos del "kito infierno de donde no se vuelve". Al final del texto, el relato del protagonista empata con el presente narrativo: contina contemplando la ciudad de Quito en su da de fiesta, ha recordado los escenarios de los ltimos acontecimientos de su vida, no le queda nada y tampoco nada por recordar, "me duele el ojo de la frente de tanta memoria mariln". En la ltima escena el narrador parece saltar desde su habitacin al vaco, pues parece que la ciudad no guarda para l ningn refugio. bibakito. bebakito. babakito. bobokito. este es kito, preciosa y no existe. Y vos eres su maravillosa otredad. Espejismo de espejismo. Quiero un trago con guillete en polvo. Preparemos el valse que nos ha esperado tanto. Seamos romeo y julieta para nadie. Para dios-enpersona que por esta ciudad no tuvo tiempo de pasar. o en ella hizo su

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deposicin divina. bsame. dteme. yo soy tu dios. Yo te hice a mi imagen y semejanza. Salud mariln-mariln.25

La ciudad travesti deviene en ciudad desamparada de la que ni dios se ha ocupado, en la que no hay lugar sino para la muerte cuando incluso la memoria, timo refugio del desposedo, est cansada. As, la muerte se hace performance y discurso, "performancearse es estar en la ranura donde no cabe ni la memoria ni el olvido." Carlos Monsivis sostiene que nuestras ciudades estn construidas alrededor de rigurosos y sistemticos mecanismos de inclusin y exclusin, que marginan a todos aquellos grupos que no corresponden a la norma social, racial y cultural establecida. As, en toda ciudad se erigen zonas perifricas donde se congregan los habitantes de la pobreza y la miseria, los disidentes religiosos y polticos, los minusvlidos, los enfermos, las mujeres, los viejos, las razas no blancas, los homosexuales y toda esa tribu de los obvios compuesta de afeminados pobres, prostitutas, travestis. Los cuentos de Ral Vallejo, publicados en Fiesta de solitarios, exploran esa difcil y ambigua zona de los amores marginales, de los seres atormentados, de los rostros enigmticos, de las criaturas engendradas en la noche y condenadas a perderse en el laberinto urbano de la transgresin, las coartadas y las mscaras. Sabemos que los homosexuales permanentemente han sido objeto de exclusin, de golpizas y asesinatos; desterrados de sus lugares originales y exhibidos; son siempre lo de afuera, lo marginal repudiado, lo inhabilitado para la pertenencia y la tolerancia. El cuento Cristina envuelto por la noche expone, de entrada, a los ojos del lector el cadver de una muchacha en un juego de correspondencias amorosas equvocas.

25

Ibid., p. 113.

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El relato se estructura en torno a la narracin del encuentro del travesti con el hombre que lo matara al descubrir su naturaleza ambigua y una voz que le devuelve el sentido de la imagen de su cuerpo desnudo frente al espejo. Perteneces dice el texto a esa raza que sobrevive entre la repugnancia y la curiosidad, entre el respeto a la norma y el placer por lo distinto [...] arrisgate a desafiar a una ciudad que teme al reino de lo ambiguo porque su certeza sobre la vida no resiste la menor duda. Esa es la voz en la que Cristina se reconoce frente a la soledad y la certeza de su cuerpo desnudo. Esa voz devela los miedos de una ciudad que no perdona a quienes ponen en evidencia sus dudas. En la ciudad representada en los cuentos de Ral Vallejo podemos hablar de cuerpos trashumantes, cuerpos proteicos y ambiguos, pues la identidad del sujeto est permanentemente negociada en una relacin variable del cuerpo y del espacio. En este sentido, se hace necesario tener varias envolturas, varias mscaras que se adaptan a los lugares y circunstancias del da y de la noche. A travs de esta trama de interaccin del individuo con su entorno, se manifiesta un cuerpo visible y un cuerpo oculto. Este desdoblamiento corresponde a una duplicidad de la ciudad que reserva zonas diversas segn los modos de corporeidad. El cuento largo Te escribir de Pars, por su extensin casi una novelina, representa una ciudad en la que sus habitantes se mueven en un permanente juego de ocultamientos y de mscaras, pues en ella hay seres que, como Roberto el ejecutivo que se involucrar en una relacin tormentosa y apasionada con Nathalie, el travesti asumen en el da un rostro que se desvanece en la noche para seguir las pulsiones de sus cuerpos escondidos. Los personajes del cuento se encuentran lanzados, en el deseo de libertad, a la bsqueda de la belleza equvoca en un paraso inexistente, que solo ofrece un laberinto infernal en que los seres de la ciudad se pierden, en medio del placer y el sufrimiento. Esta misma ciudad se

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exhibe punitiva, condenatoria y violenta, pues tambin est hecha de los jvenes que limpiarn de putas y putos a la Mariscal, esos luchadores contra el vicio que golpean y matan a travestis y prostitutas en la hazaa higienizadora de la ciudad. Como afirma uno de los personajes de este mismo cuento La intolerancia es padre y madre de todos los crmenes que se cometen en nombre de la moral. En esta ciudad los protagonistas se pierden sin tener jams certidumbre de lo que buscan.

V.

Travestismo, ficcin e incesto: la ciudad de los ocultamientos en Javier Ponce, Juan Manuel Rodrguez y Javier Vsconez.

Walter Benjamin ha llamado la atencin sobre la vinculacin que existe entre los afectos y pasiones en relacin al espacio vivido: Un barrio complejamente embrollado, una red de calles que yo he habitado por aos se desenred de un solo golpe cuando un da se mud all una persona querida.26 De hecho el espacio vivido supone el espacio concreto y verdadero donde se desarrolla nuestra vida, nuestros afectos, nuestros desplazamientos y, en este sentido, el amor es tambin una potencia creadora de espacio. En esta perspectiva de sentido, quiero incorporar la lectura de la novela de Javier Ponce, Resgnate a perder27, que precisamente se abre desde la confirmacin hecha en tono de confesin y con una fuerte carga de culpa por parte del narrador de la ntima relacin entre ciudad vivida y la memoria del ser amado. Caramelo ya no existe, pero yo lo seguir buscando entre la niebla. La ciudad ya no ser para m sino la constante visin de su cuerpo en cada esquina, y el sentimiento de culpa

26

Walter Benjamin, One-Way Street en One-Way Street and Other Writings, traducido al ingls por Edmund Jephcott y Kingsley Shorter, Londres y Nueva York, Verso, 1998 [1928], p. 69. (la traduccin es ma). 27 Javier Ponce, Resgnate a perder, Quito, planeta, 1998.

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por el pavor y la cobarda que me impidieron irrumpir en ese cortejo sangriento camino del sanatorio.28

As comienza esta novela que incorpora una reflexin sobre el amor, la escritura, la homosexualidad en una ciudad que es percibida desde la prdida del sujeto amado y que evidencia una suerte de condicin trgica de quienes se mueven en ella signados por el miedo, la culpa, la soledad y la marginalidad. Santos Feij, narrador de la novela, escribe en un tono confesional como ejercicio de purificacin que le permita curar el miedo, aplacar el tormento y el dolor de una antigua culpa. Santos nos cuenta que hace cerca de nueve aos, cuando an trabajaba como responsable del archivo histrico de Quito, se haba convertido en el albacea testamentario de una ciudad ya casi inexistente. Todos los mediodas, la inquieta sombra de un joven en el fondo de una cantina me detuvo en la vereda delante de mi hotel.29 Una lnea argumentativa tiene que ver con la obsesin de Santos por el joven homosexual apodado Caramelo. Santos Feij vigila al muchacho, lo acecha y persigue con ansiedad para dejarse perturbar y cautivar al descubrir en el cuerpo del joven una fragilidad femenina y el aprendizaje de la simulacin. Santos vive, en esa ciudad ya casi inexistente, entre el desasosiego que le provoca la sombra de Caramelo y la precariedad de una vida de nufrago solitario entre las habitaciones de un hotel donde la rutina lo ha inmovilizado en una permanente sensacin de tedio y prdida. A la vez que descubre la ternura y la sensualidad del perfil de Caramelo, Santos se va dejando atrapar por el cuerpo y el alma de Nadja una joven estudiante que consulta en el archivo las memorias de Quito. Santos va de Nadja a Caramelo; con Nadja comparte risas y palabras, dilogos alrededor de la historia de la ciudad y de la historia de cada uno. Caramelo es la
28

Ibid., p. 9.

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pasin culposa, la posibilidad de una doble vida, la angustia de la metamorfosis, el juego entre la bsqueda y el disimulo de un viejo que persigue desesperadamente a un joven travesti. En su relacin con Nadja hay algo de fatdico e indefinible. En el afn de Santos por conquistarla de alguna manera acab llamndola con el nombre del personaje de Andr Breton: Nadja. Como el personaje francs, Nadja es apasionada, enigmtica, provocadora; criatura inspirada e inspiradora que gustaba de seducir a Santos con palabras, relatos y gestos equvocos que dejaban ver una suerte de desastre irreparable que arrastrara consigo. Santos haba vivido en Pars sin ningn propsito definido. De esos aos solo trajo consigo dos recuerdos que lo marcaran de una manera premonitoria: la seguridad de encontrar algn da a la Nadja que haba descubierto en las pginas de Breton y las visiones fugaces del primer travesti que apareci en su vida como anuncio de un tiempo futuro. Asistimos a la tematizacin del deseo homosexual que va a fluir siempre como deseo insatisfecho. Lejos de ser una fuerza liberadora, este deseo arrastrar a Santos a una lenta transformacin marcada por la culpa, la prdida y una angustia que se ahonda en un juego de ocultamientos y fantasas voyeristas.

De ese modo fue presintiendo la lenta matamorfosis en su vida. Desde entonces, en las noches esa metamorfosis comenz a tomar la forma de muchachos vestidos de mujer deslizndose entre la niebla, atrapndole en su seduccin, lejanos, carnales, intensos en toda su sensualidad lastimera que clavaba tizones en su cuerpo.30

Santos persigue, lleno de ansiedad y desazn, el cuerpo de Caramelo; lo vigila en el parque y descubre toda la carga de agresin y violencia a la que es sometido Caramelo: golpes,

29 30

Ibid., p. 13. Ibid., PP. 37

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burlas, caricias exigidas que hacen tan doloroso el difcil juego de sobrevivir en la calle. La soledad de Santos exige cualquier compaa y contacto humano; sin embargo solo se mueve estimulado por la promesa del cuerpo de Caramelo que se desliza por ciertas calles de la ciudad: las sombras proyectadas por el movimiento del cuerpo de Caramelo provocan una sucesin engaosa de cuerpos opacos, interpuestos, como si cada uno de ellos buscara huir y desaparecer. En esta ciudad los personajes se mueven de manera equvoca, en espacios sin salida y signados por la violencia, el desasosiego y la soledad. La angustia con la que vive Santos su propia metamorfosis nos devuelve al epgrafe que abre la novela He vivido con el miedo de la metamorfosis. Santos recorre permanentemente las pocas calles que se pueblan las noches de travestis, intuye solo a la distancia la presencia de esos cuerpos masculinos que reinventan en un juego de simulacros la sntesis virtual de todos los sexos y todos los cuerpos; su papel es siempre ser el espectador que espa el desenlace de la escena mrbida, solo la mirada lo involucra en esa bsqueda apasionada por el cuerpo del muchacho que lo deja siempre en el desamparo de su propio deseo insatisfecho y en el vrtigo del abrazo contenido en medio de las sombras. A pesar de reconocer en el travesti un alma gemela, Santos se autocondena a la soledad de los seres desplazados. Su destino itinerante solo consigue una tregua y una orientacin en la escritura. Al igual que la Nadja de Breton leemos un relato / diario que quiere contar los episodios ms determinantes de la vida del narrador al margen de su estructura orgnica. Estos episodios, que en gran medida dependen de los azares, nos introducen en un mundo como prohibido que es el de las repentinas proximidades, de las petrificantes coincidencias, de los hechos inesperados que provocan sospechosas asociaciones y que aparentan ser una seal, un anuncio o una premonicin. Quin soy yo? Como excepcin, podra guiarme por un aforismo: en tal caso, por qu no podra resumirse todo nicamente en saber a quin frecuento? Debo confesar que
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este ltimo trmino me desorienta, puesto que me hace admitir que entre algunos seres y yo se establecen unas relaciones ms peculiares, ms inevitables, ms inquietantes de lo que yo poda suponer.31

As comienza la novela de Breton, desde una pregunta por el ser y por su propia identidad que se hace el narrador. Tambin es la pregunta que se intuye detrs de la metamorfosis presentida por Santos. Es la concatenacin de ciertas circunstancias y la presencia de inverosmiles complicidades en la soledad, las que han determinado (en el caso de las dos novelas mencionadas) que el narrador se vea arrojado a la proximidad de ciertos seres que provocan la prdida de la orientacin en una total ausencia de paz. La orientacin es una categora espacial que evidencia la incapacidad de efectuar un desplazamiento racional y ordenado

Despus de cada cita en la Lonchera Italiana, llegbamos juntos al lmite de la ciudad que nos habamos trazado. Eso tena que ver con nuestra edad. A m me tocaba la ciudad del pasado. A ella, la del futuro. 32

Por unas horas, romp el lmite entre las dos ciudades y me aventur a recorrer algunos bares, cuyos nombres, ella, en distintas conversaciones, haba dejado resbalar.[...]33

Santos ha perdido a Nadja en esta ciudad que se percibe desde el lmite de su propia particin. Nadja dej un da de ir a consultar al archivo histrico y desapareci de la vida de Santos sin ninguna explicacin. Santos se lanza a la bsqueda tras las pistas de Nadja en la ciudad. Un da le comunicaron a Breton que Nadja estaba loca y haba sido internada en el
31 32

Andr Breton, Nadja, traduccin de Jos Ignacio Velzquez, Madrid, Ctedra, 1997 [1928]. Ibid., pp. 124. 33 Ibid., pp. 125.

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manicomio. Hay en su novela tambin algo de culpa ante la desaparicin de Nadja y elabora una profunda reflexin en torno a la reconocida ausencia de frontera entre la no-locura y la locura. El recuerdo de la mujer se recupera y ordena en la escritura. Santos haba vivido desde Pars obsesionado con la compaa de esa Nadja que se encontraba al otro lado del muro. Una mujer que se encuentra a medio camino entre la ficcin y la realidad, entre la culpa y el amor; para perderse finalmente entre las calles de Quito sin retorno posible. Nuevamente la recurrente idea de la ciudad partida que deviene desconocida al impedir que sus habitantes tomen posesin de ella de forma total. Otra vez la idea de una ciudad fatdica y devoradora que se traga a la mujer buscada en un gesto que deja sin salida cualquier realizacin del deseo. La ciudad se desdibuja y se ofrece solo parcialmente para quienes pretenden atravesarla. El narrador siempre mirando furtivamente no puede atravesar ni conocer su propia ciudad, como tampoco puede tomar posesin del cuerpo amado que no deja saber de s oculto entre los recovecos de la urbe. Santos habita la ciudad del pasado, la ciudad de los fantasmas que perviven en el archivo histrico o entre las pginas de la novela leda. La culpa que persigue a Santos tiene que ver con el episodio que se anuncia desde el comienzo, pero que solo comprendemos al final de la novela. Caramelo ha sido brutalmente golpeado y vejado por el vecindario que festejaba la fiesta de fin de ao. Santos asisti a esa cruel escena oculto en el umbral de un edificio vecino sin hacer nada para impedir esa orga fnebre. A Caramelo lo han disfrazo de viuda, lo han pateado y violado hasta caer muerto en manos de un grupo de hombres embrutecidos por el alcohol y la lascivia. De hecho, no podemos dejar de reconocer el parentesco de esta muerte con la que sufri el Hombre muerto a puntapis de Pablo Palacio. En esta lnea de lectura podemos ir construyendo una tradicin temtica que solo ahora comienza a cobrar ms fuerza cuando la memoria literaria desarrolla

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nuevas estrategias para representar la ciudad vivida. En la ciudad contempornea la violencia es un problema fundamental, sin embargo no se trata solo de constar el hecho sino de mostrar como ella ha generado a su vez una estrategia de supervivencia, de autodefensa y desplazamientos. Hablo de la violencia que irrumpe desde la ciudad punitiva y excluyente que se quiere limpia y disciplinada. De cierta manera una lectura de nuestra literatura actual nos lleva a disear una suerte de potica del infierno, de esa ciudad pensada desde la mirada del desterrado de la polis y condenado a la muerte o a vivir una realidad inestable, dolorosa y a veces dibolica. Santos Feij no hizo nada para salvar a Caramelo y es esa la culpa que lo atormenta y provoca una escritura que solo consigna sombras y voces muertas en medio de una soledad absoluta que nicamente le devuelve sus propios fantasmas.

Todos los finales de ao ocurra esa ceremonia que era parte de la identidad de esa ciudad habituada a echar tierra sobre las corrupciones y los latrocinios pblicos, para cultivar otros nuevos. Virulenta y triste, fantica al momento de condenar, cmplice al momento de olvidar.34

Santos Feijo, Nadja y Caramelo son seres errticos, condenados a vivir entre las sombras de un deseo que no se deja atrapar por sus cuerpos, en una ciudad que se complace en castigar al que, por ms dbil, ha evidenciado con demasiado desparpajo la retrica del artificio y el juego de la mscara y la simulacin. No es gratuito que la novela de Breton con la que dialoga Javier Ponce prcticamente concluya con una reflexin sobre la ciudad.

34

Ibid., pp. 130.

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No ser yo quien medite sobre lo que ocurre con la forma de la ciudad, incluso de la autntica ciudad separada y abstrada de la que vivo por la fuerza de un elemento que sera a mi pensamiento lo que se entiende que el aire es a la vida. Sin la menor nostalgia, veo cmo actualmente se va convirtiendo en otra e incluso me huye. Se escurre, arde, zozobra en el estremecimiento de las hierbas salvajes de sus barricadas, en el sueo d ellas cortinas de sus habitaciones en las que un hombre y una mujer continuarn amndose indiferentes a todos.35

Ciudad fantica y cmplice que condena a sus seres al olvido, a la sombra y a la soledad frente al temor que genera la violencia brutal. Como en las otras novelas la ciudad no solo se ha alejado sino que ha devenido desconocida. Sin embargo, hay otro elemento que parecera conectar algunas de las novelas analizadas. En el caso de Adoum, Vallejo y Ponce, sus protagonistas aparecen marcados por Pars. Pars en el imaginario comn se llena de mltiples y, a menudo, contradictorios significados. Es la ciudad del esplendor, de la belleza, de la sensualidad, de una monumentalidad y exotismo que parecera dar cabida a todo: punto de atraccin tanto para artistas, revolucionarios exiliados, travestis. Pars ofrece a todos una promesa de prosperidad y supervivencia. Caramelo y Nathalie suean con ir a Pars porque intuyen que como travestis latinos sern muy bien cotizados en esas tierras. Los dos pretenden huir de una violencia pblica que no les permite seguir habitando Quito. Santos Feij y Bruno Salerno han vivido en Pars durante algunos aos. Bruno marcado por un Pars que le entreg la pasin por AnaCarla, Santos marcado tambin pero por una ciudad que exhibe la derrota de las barricadas del 68, los inmigrantes dispersos y el primer travesti que conocera en su vida.

35

Breton, op. Cit., pp. 235.

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La promesa de Pars se diluye, pues los personajes no pueden escapar a una suerte de condena que los somete nicamente al olvido, la marginacin y la muerte. Desde esta perspectiva, Quito se percibe en contrapunto con otra ciudad que ofrecera una garanta de liberacin, de realizacin, de bsqueda frente a una ciudad cuyos propios lmites parecera obstaculizar la movilidad y el desplazamiento de sus habitantes cuya ltima y nica opcin sera resignarse a perder en un juego de solitarios. La ciudad ha perdido su ngel y su aura, pues los cuerpos tienen su aura, su territorio36.

La tarde de ese jueves lluvioso en que descubrira la imagen de su perdicin, Lucio Simbaa recogi los documentos del escritorio, se incorpor del asiento e inici su andadura hacia la ventana desde donde habra de observar la ciudad invariable y sumisa. Agobiada por las sombras de unos montes inmensos y recostada sobre el volcn amenazante, esta ciudad ha crecido larga y estrecha como un serrucho, posee ese tinte ojeroso del cansancio y, a pesar del sol tropical, parece amortajada y cautiva, falsa y deleznable.37

As se abre la novela de Juan Manuel Rodrguez que destaca una ciudad cansada, cautiva y agobiada; montona en sus vicios y clausurada para la pasin. Se trata de una ciudad enferma que a pesar de su pulso inalterable tena la fuerza suficiente para engullir a sus transentes y sepultarlos en tumbas perdidas. En esta ciudad transcurren las vidas Lucio Simbaa y el Coronel Pineda, protagonistas de la novela. Lucio Simbaa es un oscuro oficinista de la Universidad Central, obsesionado con desentraar los misterios del Ser y la Nada. Lleva en el rostro la cicatriz de una quemadura que le proporcionaba un aspecto monstruoso. Quera ser redimido y adorado cuando diese a mundo
36

Ponce, op. cit., p. 87.

28

un libro que revelara el nuevo orden del caos y el sentido de la vida, en el cual la belleza fsica sera sustituida por la belleza del alma sin engaos. Para cumplir con su proyecto de escritura recorra las calles de la ciudad en busca de la experiencia suprema convencido que hallara alguna seal. Se trataba de un pensador itinerante, de un filsofo catico arrinconado en el silencio, la miseria, la rutina y la soledad. El Coronel Pineda est a punto de retirarse despus de gloriosos aos al servicio de los tanques. Es un militar muy amedallado que lleva una vida mustia y dichosamente ramplona, resignado a la soledad de su sacerdocio acadmico. Conforme el relato avanza entendemos que el coronel se ha involucrado con un joven conscripto que, despus de una larga convalescencia en el hospital, abandonara el servicio militar para ser modelo en un estudio de pintura. La ciudad parece negarle a sus protagonistas la experiencia requerida para la redencin y la felicidad. En los paseos alucinados de Simbaa tras la experiencia sublime que le diera la inspiracin de la escritura, descubre en un anticuario el cuadro que motivara su especulacin filosfica. Cuando regresa a su casa con la compra descubre que ha recibido, probablemente por error, un cuadro cambiado. As, se encuentra en posesin de un holograma en el que se distingue una ventana con la cortina descorrida, en cuyo interior se divisaba un cuerpo femenino en el acto ntimo de prender las medias al liguero. Simbaa descubre en ese cuadro la experiencia anhelada y perseguida. Seducido por la tirana de esa figura que lo desvela, se dedica, primero, a la exhausta contemplacin de la bellsima mujer y, luego, a la obsesionante bsqueda de ella en los vericuetos de la urbe. Nuevamente encontramos algunas situaciones que devienen en motivos recurrentes de nuestros relatos y que permiten esbozar puntos de coincidencia y de contacto: La ciudad

37

Juan Manuel Rodrguez, El pulso de la nada, Quito, Libresa, 1996.

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parecera esconder un secreto cuya revelacin garantizara la realizacin y la plenitud existencial de los seres que la habitan y la recorren. La ciudad, por ello, deviene en enigma, en laberinto que demanda unos ciertos recorridos y la capacidad de comprender sus seales siempre cifradas. Se ha privilegiado la ciudad de los seres expulsados, de los seres de la noche y de las sombras. Esta ciudad -hecha de catacumbas modernas, alcantarillas para albergar a pordioseros, casas de innumerables patios y cuantiosas habitaciones, covachas horadadas en las laderas de las montaas- se muestra moribunda, somnolienta y deleznable. En ella solo parecera cobrar resonancia los lamentos de sus moradores siniestros y extravagantes, el tufo de la indigencia en las casas de la ciudad vieja y una locura indefinible que parecera otorgar cierto toque mstico a las bsquedas. Esta es la ciudad por la que transita Lucio Simbaa tras la mujer del holograma con el nico propsito de rescatarla en la ciudad laberntica. En medio de bsquedas delirantes, el Coronel Pineda encuentra a Simbaa tras las huellas del holograma perdido. En el afn de recuperar el cuadro y convencer a Simbaa, el coronel le explica que la joven retratada es un muchacho, que fue soldado y luego modelo hasta que empez a vestirse como mujer. Le cuenta que no volvi a ver al joven hasta que un da apareci castrado y cortado en rodajas en la jaula de los leones por rdenes del Servicio de Inteligencia Militar. Como Simbaa se niega a creer en el relato e insiste en la existencia de la mujer del holograma, es obligado a vestirse como mujer. Tras un breve forcejeo por la posesin del cuadro, el coronel dispara y mata a Simbaa. Esta ciudad de las mil caras parecera estar marcada por la metfora del engao, Isthar como haba llamado Simbaa a la mujer del holograma- no existe; es solo un muchacho escondido bajo el disfraz de mujer. Solo es posible, como estrategia de supervivencia, el

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ocultamiento de la pasin y la estrategia del disimulo. Quienes no dominan dicha estrategia como destreza para camuflar los indicios del cuerpo estn condenados a la muerte trgica e impune. Lucio Simbaa y el conscripto Ramos han perecido en el laberinto urbano por no haber sabido dominar las claves para administrar el camuflaje necesario en esa urbe desvanecida y oculta ella misma tras la sombra del volcn. Como si la ciudad desde su misma topografa marcada por la presencia del volcn amenazante, se ocultara amortajada tras la bruma y la sombra de la imponente montaa volcnica. El coronel Pineda, metido en la cama, dormitaba absuelto por la bruma que, bajando del volcn, se posesionaba de los habitantes de la ciudad.38 Sabemos que por la ciudad deambula un continuo fluir de espacios, tiempos, cuerpos, memorias que como una inmensa red tejen la urdimbre de esa ciudad tan cercana al laberinto. Cmo se define el lmite que separa la ciudad real de la ciudad de ficcin y de papel? Cmo disputan la polis -que se quiere siempre ordenada y perfecta- con la ciudad real y vivida da a da por sus habitantes desde el pulso de la pasin, la memoria, el dolor y la necesidad de sobrevivir en medio de las trampas, los riesgos y los retos? voy a ir componiendo el personaje de una ciudad imaginaria, pues la otra, la ciudad real, se ha ido desvaneciendo entre los recuerdos y la lluvia. Cmo definirla sin correr el riesgo de limitar su horizonte? Una ciudad es la memoria del lugar donde uno habita o un lbum abierto donde se conservan los recuerdos de una felicidad pasada y mentirosa. Tambin es una manera de convivir con los fantasmas del amor.

As se define la ciudad al comienzo de la novela de Javier Vsconez, La sombra del apostador39, ciudad provinciana en la que el narrador se enfrenta a la tarea de ordenar desde la escritura unos ciertos hechos vinculados a un crimen que se anuncia desde el comienzo. El
38

Ibid., pp. 208. 31

narrador es un cronista reportero, que colecciona recortes de prensa y fotografas que le daban las pistas para descubrir la conciencia de la ciudad como plano subjetivo de urbe. Los

personajes parecen estar atrapados en los designios de un destino inexorable: Roldn, luego de haber cumplido su condena por asesinato, recibe una llamada annima que lo hara responsable de un nuevo homicidio. El Coronel Castaeda ha comprometido al alcalde Castillo en la construccin de un nuevo hipdromo en la ciudad; para ello han preparado una Gran Carrera y un premio hpico con el propsito de crear la aficin a los caballos. La novela est poblada por personajes misteriosos, enigmticos, de gestos indescifrables, que no dicen nunca todo lo que saben y que parecen espiarse los unos a los otros constantemente para adivinar la carta que se esconde bajo la manga del vecino. Los motivos que desencadenan la accin tienen que ver con un asesinato que se anuncia desde el comienzo y que est relacionado con el desmesurado anhelo de construir un hipdromo en el pramo; un coronel atrapado en los lmites de su propia soledad y decadencia; un jockey cuya intuida y trgica muerte lo ha sumido en un desasosiego de pesadillas y prdidas mltiples; un alcalde desquiciado por el recuerdo del fantasma de su madre muerta y la obsesin del triunfo y la riqueza; una mujer sensual y silenciosa, que cumple misteriosas idas y venidas por la ciudad ocultando su secreto; un asesino que cumple su misin sin tener ninguna certeza ni conviccin de lo que hace; una rusa que no deja de colocar flores en las tumbas del cementerio en el afn de restituir la memoria de sus padres; un cronista que se mueve tras las confusas pistas del misterioso crimen y tras las huellas de la mujer amada, guiado por los rumores, el miedo y la desconfianza.

39

Javier Vsconez, La sombra del apostador, Quito, Alfaguara, 1999.

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[El narrador nos previene de la naturaleza ficcional de su escritura, no esconde su tarea de inventar una ciudad paralela. Imaginar una ciudad es igual que inventar un sueo para poder estar dentro de l, pero escribir sobre ella es un acto de soberbia. Sabemos que la ciudad que leemos ha sido construida con los retazos de los recortes y fotografas de prensa; con los rumores, chismes y habladuras que se han levantado en la ciudad habitada por el cronista. Por tanto asistimos a la invencin de una ciudad narrada que se escribe en referencia a una ciudad real que, al mismo tiempo, es tambin una invencin y un espejo de la ciudad vivida por el autor.] Al final de sus bsquedas, el cronista solo se encontrar con la locura, el deterioro de unos seres condenados a la incomunicacin y a la soledad. Como los protagonistas de otras novelas habr de recorrer la urbe tratando de leer y comprender las pistas y las huellas de la mujer amada, evasiva y siempre oculta. Solo la encontrar en el momento de su deterioro cuando comprenda la tristeza y el agravio a la que est condenada por un padre vicioso y pervertido. La ciudad parece escamotear a sus habitantes la recompensa amorosa: Lucio Simbaa solo encuentra el holograma de una mujer inexistente, Santos Feij condenado a la culpa de vivir una memoria atormentada por gritos asfixiados. Nuevamente se destaca en la novela la presencia casi sacralizada de los volcanes, en una visin sensual y poderosa de las montaas: Cada vez que lo veo [dice Sofa] me espanto, porque es como una ballena en reposo. Est en todas partes y nos vigila. Cambia de forma segn de donde se lo mire.40 Los volcanes habran definido la historia, el temperamento y las obsesiones del coronel, como un enigma oculto que demandara ser recuperado y resuelto:

40

Ibid., pp. 71.

33

O quizs era una mezcla de miedo y respeto lo que senta frente a ellos, cuando se despertaba por la noche y los volcanes ya no estaban all. A medida que la luna se anunciaba, envuelta por un anillo dorado, los nevados parecan haberse desvanecido en la oscuridad. Angustiado recorra la galera de la hacienda preguntndose dnde estaban, si eran los guardianes de la noche y de sus sueos, como una vez le cont un indio.41

Esos volcanes devienen casi en eje csmico o abertura hacia lo trascendente que devolvera a la ciudad cierto aire sagrado y reverencial, que convocara a sus habitantes al miedo y a la reverencia. Esa presencia montaosa deviene en principio de orientacin y certeza, que condenara unas veces al ocultamiento tras una bruma que borrara cualquier pista de salvacin y otras veces se levantara como utopa de conquista y de vida.

VI. Ciudad enigma y las fuerzas oscuras: Huilo Ruales, Francisco Proao y Santiago Pez. . La ciudad representada en los textos que conforman "Leyendas olvidadas del reino de la tuentifor", de Huilo Ruales,42 aparece oscura y devastada; ella sobrevive, entre escombros y ruinas, a un terremoto que habra destruido gran parte de la ciudad. Los personajes se mueven en parajes urbanos a los que corresponden cuerpos impuros, enfermos, tullidos, desfigurados. Quito es contemplado y vivido desde la tragedia cotidiana de una multitud marginal y desarraigada que, despus del terremoto, ha invadido la ciudad vieja para saquearla y apropiarse de sus espacios. La presencia de la multitud en la literatura no es nueva, pues sabemos que fue uno de los temas predilectos de los literatos del siglo XIX quienes, en medio
41

Ibid., pp. 87.

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del asombro ante continuos e intensos cambios urbanos, experimentaron miedo y repugnancia, a la vez que se sintieron atrados por las grandes masas.43 En los relatos de Ruales la multitud no anunciara el inicio de un proceso de cambio y modernizacin sino que, por el contrario, lo cerrara de manera apocalptica. El centro de Quito ha sido tomado por las masas ms indigentes de la ciudad: son campesinos, indios, borrachos, prostitutas, ciegos, locos, hurfanos, mutilados y mendigos que habitan en las calles y entre las sombras de la iglesia de Santo Domingo, ahora destruida, en medio de escombros, ratas e inmundicia. Estas masas, harapientas y ambulantes, han descendido desde los barrios perifricos, a travs de la Avenida 24 de Mayo, para instalarse en el Quito viejo. Esta avenida la tuentifor sirve de puente que articula el centro oficial de la ciudad con sus mrgenes. Cmo est representada la fractura urbana de la ciudad de Quito en un discurso que, a la vez que ficcionaliza el derrumbe y la destruccin de la ciudad, es enunciado desde la perspectiva del que se ha tomado, bajando desde las periferias, el centro de la ciudad? La invasin del centro por las masas implica, de una parte, la posibilidad de resignificacin de ese espacio, y, por otro lado, un desafo radical al orden de las exclusiones ya que el deseo de ese grupo humano es acceder a los bienes y a la posibilidad de supervivencia, aunque precaria, que ese centro representa. El centro aparece, de esta manera, destacado: narrado desde una mirada marginal que tiende puentes entre los territorios para sobrevivir en ellos. Sabemos que podemos percibir la ciudad que habitamos slo fragmentariamente, pues una visin global y totalizadora es posible solamente desde un ngulo exterior a ella. En la experiencia real percibimos nicamente las

42

Hulio Ruales, Fetiche Fantoche, Quito, Ediciones de la Pontificia Universidad Catlica del Ecuador, 1994 [`1993]. 43 Cfr. Walter Benjamin, Poesa y capitalismo. Iluminaciones II, Madrid, Taurus, 1990.

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calles que transitamos, los edificios que habitamos, los espacios en que se desenvuelve nuestra cotidianidad afectiva, intelectual y laboral. Es posible tener una visin ms completa y global de una ciudad desde una perspectiva area o desde un mirador colocado en un sitio estratgico; pero tambin es posible hacerlo desde el discurso literario que inventa un rostro, complejo y matizado, de la ciudad. As, la literatura interroga y abarca la ciudad desde diferentes ngulos de visin que se

complementan, intercalan o superponen. De esta manera, el discurso literario entrega al lector un conjunto de saberes histricos, geogrficos, sociales, culturales, entre otros que giran alrededor de la ciudad, al mismo tiempo que la nombra y la construye. El trabajo con la ciudad desde la literatura no es slo un trabajo de referencialidad sino un trabajo de enunciado, pues la ciudad es inventada y construida en el espesor del lenguaje. Ms all de pensar si la ciudad representada es real o ficticia, el lenguaje que la narra nos habla de imaginarios, percepciones y subjetividades que conforman sensibilidades, dramas, temas de felicidad o de angustia de los ciudadanos de fin de siglo. En la ficcin de Ruales lo marginal aparece en el centro de la ciudad de Quito: las masas indigentes transitan por sus calles y plazas, habitan espacios que, en principio, les son ajenos. En definitiva se trata de una ciudad invadida: esta vez los personajes sus habitantes marginados y originalmente expulsados no estn atrapados en una de sus dos mitades, sino que la atraviesan y se apropian de ella pero en el momento mismo de su destruccin: La invasin deviene en metfora de un modo de supervivencia que resolvera de modo paradjico, pues la cura es paralela a la destruccin de Quito, la herida simblica producida en el cuerpo de la ciudad. Las masas improvisan puentes que, a la vez que articulan la ciudad, permiten transitarla y habitarla, en medio de un juego de disputas con el poder para tomarse el

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espacio pblico. Este juego de invasiones y exclusiones sealan procesos de higienizacin y reordenamiento territorial que el discurso del poder desencadena como mecanismos para consolidar el orden de la ciudad. Esta toma de los espacios pblicos evidencian, adems, un conflicto entre la significacin y la funcin de dichos espacios, pues ellos son recuperados de acuerdo a lgicas diferentes a la razn ordenadora de la planificacin inicial. Los espacios se espesan de nuevos sentidos en la medida en que responden a las necesidades y a los avatares cotidianos de sus nuevos habitantes que alteran el orden e imprimen una fisonoma diferente, de hacinamiento y deterioro, a la urbe ahora invadida:

en un principio los aglutinaban en camiones y, tumefactos, heridos, los arrojaban en los pramos, en la selva; sin embargo, salvo los ancianos y los moribundos, otra vez volvan a quito [...]. entonces vino la poca autntica del terror, cuando la noche del quito viejo y sureo, poblaba sus odos de gritos y disparos, aunque al amanecer la gente no encontraba rastro de muerte ni de sangre.44

Todos buscan consuelo en una poderosa y misteriosa droga que llaman "el edn azul". Son tantos los desaparecidos que la gente que vive en la calle comienza a inventar relatos que explicaran la ausencia de sus conocidos, puesto que "la gente no ha muerto sino que ha sido escogida para ir a gozar del edn". Todos narran versiones diferentes sobre un lugar llamado "el edn", aunque coinciden en que se trata de un lugar maravilloso en el que todos quisieran morar; una suerte de sueo, de utopa, de ciudad ideal. En la ciudad destruida todos buscan una clave, una marca que indique la puerta de entrada al edn.

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Ibid., p. 22.

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el edn no es un sitio: es un anhelo: mientras ms fragoroso es el anhelo ms real se vuelve el edn: el edn se multiplica como los hombres: como los espejos. por eso el edn de quito es un espejo de quito y, as como sucede en todos los espejos, quito en el espejo no se repite: es el otro lado: lo que aqu es escombro all es nacimiento: lo que es vaco all es msica.45

En medio de la destruccin la ciudad ideal proyectada sobre Quito no existe sino como un delirio, como un secreto que esconde el deseo de la muerte, como un proyecto que se sostiene sobre la ausencia, sobre el vaco de una ciudad real vivida desde la angustia y la miseria. Roberdfor personaje contrahecho y lisiado, que sobrevive en las calles inventando cuentos ha decidido encontrar el edn y se lanza frenticamente en su bsqueda para escapar de su vida miserable. El recorrido precipitado que hace sobre su silla de ruedas dibuja una suerte de mapa del centro de la ciudad de Quito: al recorrer las calles la voz del narrador se confunde con la del personaje para presentar al lector las historias, las miserias, la fisonoma y los secretos que esconden ese centro ahora destruido e invadido. Parece que la meta final es huir, escapar de ese Quito odiado y destruido; Roberdfor intuye que el edn no existe, pero debe simular su bsqueda para encontrar su propia muerte y escapar de la ciudad: "este viaje entre absurdo e irreal, posiblemente generado por los locos brotados de quito, un viaje inventado por los sueos de esos locos, le permitir quiz, entrar en la locura de un edn fuera de la realidad. Fuera de este infierno de quito".46 Roberdfor y su acompaante mueren atropellados por varios carros cuando atraviesan la autoruta para encontrar la entrada al edn.

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Ibid., p. 32. Ibid., p. 73.

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La ciudad partida es ahora una ciudad invadida: los lmites de sus territorios han sido desplazados, pues sus habitantes marginales se han tomado el centro de la ciudad en una situacin precaria y de supervivencia. La lgica de la vida ha sido trastocada, pues los ciudadanos deben habitar la ciudad infierno para encontrar, en el delirio y en la muerte, la ciudad prometida, el edn que tampoco existe y que escondera una imagen inventada de sus propias vidas. Esta idea de encontrar, camuflada en algn lugar de la ciudad, la puerta de entrada al edn nos remite a la arquitectura misma del Quito colonial y sus periferias cntricas. Este Quito se presenta al paseante no solo como una ciudad laberntica, llena de mltiples y diferentes perspectivas, de gradas que resuelven las irregularidades topogrficas, de altos muros que contienen las casas empinadas, callejuelas que se abren a paisajes inesperados; en fin ella aparece a la imaginacin del caminante como una ciudad escondida, pues al abrir la puerta de entrada de cualquiera de sus casas es posible encontrarse ante el vaco de una quebrada que deja entrever otros muros y otras casas que se reproducen en una inslita perspectiva al infinito. Los muros que protegen las casas esconden otras casas, otros patios, otras familias, otras voces que no se dejan fcilmente escuchar desde la calle a quien no sabe mirar entre los intersticios de sus paredes y sus puertas, entre las rendijas y grietas de sus muros. Descubrir los espacios interiores supone un juego de ocultamientos entre lo que se esconde y lo que se deja ver, como si la arquitectura misma respondiera a una suerte de tica de la simulacin y la eroticidad La novela Del otro lado de las cosas de Francisco Proao Arandi est organizada alrededor de una idea fundamental que funciona como clave de lectura: la realidad fsica y tangible esconde un orden oculto que se deja intuir a travs de signos y huellas que marcan el engranaje cotidiano y presente de las cosas. El protagonista de la novela se instala, disfrazando

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su nombre e identidad, en la casa de inquilinato de la familia Bejarano antigua mansin que habra pertenecido a su familia, pues debe descubrir los secretos de su pasado para recomponer su memoria y la imagen de su propia identidad dispersa entre los escombros de la desvencijada y srdida casa familiar, ahora conventillo de lo que antes fuera una gran mansin del centro de Quito. En esta novela aparece nuevamente, como un trauma colectivo, la fractura de la ciudad que, junto con el consecuente deterioro del casco colonial de Quito, aparece entretejida con los hilos del drama y la tragedia de aquellos que se quedaron en una ciudad ahora apropiada por "verdaderos esperpentos humanos, piojosos, caterva de vendedores ambulantes". Los personajes de la novela viven en la ciudad vieja, sin poder ni querer salir de ella, mirando al pasado y extraados ante una ciudad que les perteneci pero que ya no es la misma. La grandeza del pasado "se acab hace aos [...] cuando todos se fueron al norte, a los barrios residenciales", cuando todo se perdi "en el vendaval de la emigracin y la muerte". El protagonista de la novela debe reconstruir la verdad de su propia historia familiar: la trgica muerte del padre, el patrimonio y la herencia usurpada por el to paterno. El protagonista vigila los movimientos y las palabras de quienes habitan la vieja casa para descubrir el misterio de un enigma nunca resuelto y que tiene que ver con la bsqueda de una carta de identidad, de un origen, de un punto de partida. Parece que las cosas de esa vieja casa escondieran entre las lneas de su deterioro las pistas que permitiran reconstruir la memoria para llenar los silencios y los vacos de una historia incompleta. La casa familiar es ahora "laberinto, limbo y purgatorio", un conventillo de habitaciones exiguas y hacinadas, de malos olores, de baldosas rotas, puertas desvencijadas, huecos, espacios de polvo, grietas, suciedad y miseria.

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Quienes se quedaron atrapados en la vieja casa viven exiliados del presente, recluidos en otro tiempo, aquel que les perteneci y que sobrevive como memoria entre los escombros y la destruccin de la ciudad vieja:

Lo que ve, no son estas calles, ni estos zaguanes, ni las plazas o parques que frecuentamos. Ni siquiera la ciudad esta ciudad, es la misma de ella. Su mirada vaga indiferente ante el abigarramiento que nos incomoda o lastima, o que nos alegra, segn la perspectiva de cada uno: las veredas pobladas de cientos de mercachifles mendicidad encubierta por la vocinglera; los atrios de las iglesias, antes suntuosos, plagados ahora de pordioseros; las antiguas fachadas, antao claras y blancas, maculadas hoy de orines [...] Cuando entra en una casa, no se percata del generalizado deterioro, de los patios convertidos en urinarios, de los zaguanes srdidos, ni de las azoteas que se han venido abajo y cedido su lugar a la roca, al cieno, a los amontonamientos de basura.47

El territorio original y familiar aparece invadido por lo extrao la suciedad, los mendigos, los vendedores, los indios, los nuevos pobladores y el extraamiento parece ser la experiencia cotidiana que empuja a los personajes a permanecer recluidos en un pasado que se resiste a mirar y asumir el nuevo orden de las cosas. El pasado pervive en el presente pues el mundo de los objetos esconde entre sus fisuras los secretos, las historias y las tramas de su pasado. La misma ciudad aparece como un gran enigma que obliga, a quienes la habitan, a dominar las claves de lectura para saber interpretar los signos de que est hecha.

Toda ciudad hablo de la vieja ciudad, mezclada, mestizada, conquistada cien veces expresa, de manera implcita en su arquitectura, en las pinturas de las iglesias monumentales y los conventos, en las piezas de imaginera, en sus retablos y

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artesonados, una bsqueda, o el proceso de una bsqueda acuciosa, urgida y atormentada.48

La ciudad como una bsqueda que, a la vez, supone una indagacin por la verdad, una pregunta por el origen. As, la ciudad aparece como laberinto, como un aparente caos que, sin embargo, esconde un orden preciso; un espacio que supone varias alternativas de lectura, de bsqueda, de indagacin, de recorrido, aunque, como todo laberinto, slo uno de sus caminos culmina felizmente en la dilucidacin del enigma y de la verdad. Los personajes permanecen atrapados en la ciudad vieja, aquella que sobrevive entre los fantasmas de su pasado y la legin de seres marginales que la invadieron, exiliados en "sus recnditas arquitecturas, entre las frescas penumbras y las claridades cegantes"; entre "su deterioro o su vejez, o su juventud extrema en el instante en que parece ms bien morir, diluirse; verificar el extrao maridaje del esplendor y la mugre". Esa ciudad, que esconde un enigma en el claroscuro de su trama urbana, genera en un impulso de supervivencia sus propias utopas que se confunden con los proyectos de los diferentes personajes: el proyecto imposible de Elina que devuelve la ciudad a su pasado: "sera una buena idea que muchos de ellos regresaran a vivir en la ciudad vieja. De pronto todo volvera a ser como antes. Mejor dicho, las casas se conservaran mejor. No habra tanto tugurio." El discurso del futuro que se ampara en "un gran proyecto internacional que est en marcha 'para salvar la ciudad', evidencia que la novela trabaja tambin con discursos y utopas que circulan en la ciudad real, la imaginan y la proyecta en un ideal de supervivencia en el nuevo milenio. La ciudad enigma entrega, para quien sabe buscar entre los intersticios de su deterioro, los caminos para articular sus territorios escindidos, las pistas para reconstruir sus memorias y
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Ibid., pp. 30-31 42

sus leyendas, los fragmentos que esconden historias secretas, los signos que opacan o transparentan las verdades de cada ser que la habita, los discursos de sus utopas, las voces que la narran y la inventan, las escrituras que la marcan y la evidencian, los smbolos que restituyen su pasado, las huellas de quienes la recorrieron, la imaginaron, la evocaron en el deseo imposible de escapar de ella o recuperarla La ciudad enigma esconde las claves que conduciran al Edn de Ruales, oculta las pistas que permitiran al personaje de Proao recuperar su historia familiar y confunden al protagonista de Los archivos de Hilarin, la novela de Santiago Pez, en el esfuerzo por resolver oscuros crmenes y misteriosas desapariciones. La novela de Pez comienza con la insercin en el texto de una crnica roja; luego, leemos una estampa de la ciudad que rene un demente, un asesino y un moribundo e inmediatamente leemos la llegada del protagonista, Manuel Medina, a Quito. El protagonista llega a la ciudad despus de veinte aos y lo primero que percibe todava desde el vagn es que Ese monstruo alargado, compuesto por miles de luces nfimas le era desconocido. La ciudad aparece desde el primer momento como un monstruo alargado que causa asombro y desconcierto. Toda la vida que bulle en la Estacin del Sur y que est hecha de objetos dispares, personas agolpadas y ahumados restaurantes le parecieron posesos de alguna locura que les obligaba a gesticular gestos torpes y violentos, mientras se expresaban atropelladamente en gritos, risas e insultos que le eran incomprensibles.49 El rostro nuevo de la urbe no se deja leer y deviene en garabato incomprensible para quien ha perdido las claves de su lectura y orientacin.

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Ibid., p. 119. Ibid, p. 16.

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Al salir a la ciudad Manuel elige al azar una de las callejuelas, en su recorrido percibe una sombra que lo sigue hasta que casi a ciegas transit por los tenebrosos recovecos, palpando las irregulares superficies de los antiguos edificios. Cansado de huir entra a un saln, mantiene una extraa conversacin con el demente del primer cuadro de la novela y, luego en la calle en medio de una atmsfera sin definiciones, descubre el rtulo de una pensin para alojarse. La pensin est hecha de escaleras crujientes, viejas lmparas inservibles, pasadizos tenebrosos, espejos gastados en una extraa mezcla de podredumbre e incienso. As, desde el comienzo estn presentes los elementos que funcionarn como motivos claves y recurrentes en el ordenamiento o escamoteo de los acontecimientos: el azar, la persecucin, la desazn, la precariedad que desdibuja el perfil de las cosas. Lo primero que hace en la pensin es contactar a un viejo amigo de los aos universitarios para pedirle trabajo. Mientras camina por las calles de la ciudad vieja en direccin al caf en el que han concertado la cita, piensa que Todo en Santiago de Quito haba cambiado; todo, sin embargo, permaneca igual. Una multitud de vendedores y transentes llenaban las aceras. Con alguna dificultad lleg a su destino, una cafetera en la que todo era falso. Toda ciudad se mueve en medio de un equilibrio, ms o menos precario, entre el cambio y la permanencia. Lo nuevo surge en medio de las ruinas de lo viejo pero sin opacarlo del todo, lo viejo pervive en medio del impulso innovador para que sea posible el reconocimiento de un urbe que aunque cambia su rostro conserva por fuerza de la costumbre el mismo nombre. Sin embargo, la precariedad de ese equilibrio, en este caso, dificulta el andar de su caminante. Adems, debemos considerar que esta ciudad, aunque referida a Quito, es una ciudad inexistente: Santiago de Quito. Esta misma invencin que imposibilita asirla de un mapa

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plenamente reconocible acenta ms la desazn, el desconcierto y la precariedad de sus personajes. Helmut, el amigo entrevistado, contrata a Manuel Medina para que encuentre a Hilarin Campaa, reportero de crnica roja desaparecido misteriosamente. Tras las pistas de Hilarin, Medina recupera los archivos en los que el cronista guardaba las crnicas an no publicadas. La novela se desarrolla en contrapunto entre las crnicas y los sucesos en los que el detective se involucra. Toda la trama de la novela se desarrolla en las antiguas casas del centro de Quito, convertidas ahora en tugurios, donde habran ocurrido asesinatos, envenenamientos y desapariciones, en medio de orgas satnicas, vecinos ciegos, prostitutas y santeros. Parecera que todos estos personajes demenciales solo pudieran encontrar asidero y capacidad de accin en un derruido laberinto de escombros, grutas, pasadizos, mugre, oscuridad y paredes desgastadas: Los pasos del detective lo conducen, a travs de esta topografa misteriosa y desconcertante, a una ermita en la que se enfrenta a unos pandilleros adolescentes violentos y agresivos; ms tarde cuando encontr las escaleras que devolveran al centro de la ciudad [...] se sinti ingresando en un nebuloso infierno sin lmites ni definiciones se enfrenta a una cofrada de fanticos salvadores del mundo, a otras bandas criminales, adivinos y dementes. Ese espacio, infernal y desdibujado, lo confunde y hace imposible esa bsqueda que finalmente es realizada sin ninguna certeza de saber lo que se busca. La ciudad se vuelve escenario de una batalla fratricida en la que todos combaten desde mviles pasionales y agresivos. La cofrada compuesta de msticos embrutecidos persigue, en alianza con la polica, a toda una masa urbana hecha de una abigarrada y grotesca mezcla de monstruos y santos:

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viejas alucinadas que creen en santos, ciegos que creen en brujos, jvenes que juegan a matar, dementes, prostitutas y criminales. Hilarin Campaa habra inventado las crnicas para inducir a Medina a promover la rebelin de los monstruos. En la ciudad, hecha de monstruos y santos, todos se persiguen en una bsqueda secreta y no confesada de poder total. Finalmente Medina escapa despus de haber seguido algo similar a una suerte de ruta de iniciacin: Poda regresar a la ciudad, volver al laberinto con la clave del laberinto, para dominar sobre los monstruos y reventar los viejos muros de la urbe, le haba costado tanto ser el Mesas de dementes, criminales y las rameras que poda cobrarse el sufrimiento e instaurar un difuso reino. Y tambin poda irse, huir hacia el oriente por la senda verde de la caada [...].

Helmut es asesinado por la cofrada religiosa, las bandas se enfrentan de modo salvaje; los archivos de Hilarin suponen una escritura casi indescifrable que habla de una experiencia colectiva, afecta la conducta de los habitantes de la urbe, gua los pasos del detective hacia un misterio siempre insoluble y que solo conduce a una suerte de enigma primario y originario de la ciudad, como si sus habitantes estuvieran condenados a ser devorados por ella en el incierto afn de encontrar una liberacin, una verdad siempre postergada, un secreto inmanejable y suicida. Ruales, Proao y Pez comparten una sensibilidad esttica similar frente a la ciudad, pues los tres autores estudiados construyen un escenario urbano asolado en la que, sin embargo, sus habitantes viven una fiesta agnica en el afn de fundar, como estrategia final de supervivencia, un territorio que asegure un cobijo aunque precario en la ciudad que inicialmente los expulsa. Estos escritores fundan un espacio utpico que moviliza a los personajes en el deseo de conocer una clave que garantice la conquista y resignificacin de la

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ciudad, pues parecera que los mapas que ordenaban el espacio se han borrado para dar cabida al caos y al azar. Es como si la ciudad se derrumbara como efecto de una fuerza maligna que explotara desde adentro para dejar a la urbe en escombros y asolada.

VII.

Los narradores de Quito Los narradores de Quito han tenido especial predileccin por indagar en la opacidad

oculta y secreta de la ciudad, han privilegiado el aspecto misterioso que hace de la urbe un complejo enigma que demandara, para quienes deseen descifrarla, la familiaridad de unos saberes locales destinados solo a algunos iniciados. Podemos percibir una fascinacin por la destruccin interna de la ciudad, que encarna el deterioro de sus antiguas construcciones, la prdida de los referentes espaciales y la decadencia de los personajes que se exhiben en su decrepitud, en su soledad o en su repulsin. En algunos casos el narrador protagonista se asume como detective de la ciudad y se lanza a la bsqueda del enigma que, sin embargo, nunca llega a resolver. Estos textos construyen una ciudad secreta en la que se mueven los personajes, que tienen peso y que se filtran a travs de todos los intersticios de la ciudad manifiesta; podramos decir que lo que marca a los personajes son los contornos, los caminos, los escombros de una ciudad opaca que se opone a la transparencia de la ciudad moderna. No se insiste en la monumentalidad de la ciudad, sino ms bien en sus angostas calles y pasadizos secretos, en los tenebrosos recovecos y en las superficies irregulares, en las ruinas descoloridas y en los escombros. Estos espacios abigarrados y de luces mortecinas parecieran dar cita a los personajes que se precipitan en una bsqueda desenfrenada de las verdades primordiales.

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Es como si todo el encanto de Quito radicara en un desdoblamiento de sus espacios que participan, a la vez, del sueo y de la realidad. Nuestros escritores han comprendido, desde una lcida intuicin potica, que la dimensin espacial no puede ser captada directamente sino fundamentalmente en la intimidad de los dispositivos simblicos. Los narradores de Quito parecieran confirmar que no hay ciudad interesante sino a travs de la combinacin de elementos incongruentes que producen una coherencia paradjica, secreta y misteriosa. Del desorden aparente de los diversos estratos arquitectnicos, irrumpe la belleza y el misterio que hace de la ciudad un enigma que debe ser descifrado para ser recuperado en la memoria y en el habitar. En esta ciudad los personajes han hecho de la soledad una eleccin en medio de una bsqueda de la verdad o de la mujer amada que, en relacin a un trabajo cartogrfico, parecera estar siempre condenado a la fracaso y la destruccin.

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