Quizá escriba por un recuerdo o por una necesidad de evocar esos tiempos que marcharon para no verlos nunca jamás.
Ya pasado el día de la Virgen del Carmen, siento que mis sentimientos están encontrados con el pasado y con el insensato presente que se descubre cada día más opuesto y diferente.
Me diréis que ya empiezo con mi nostalgia a reivindicar un tiempo que era mejor y me niego rotundamente a que creaís que es así.
No era un tiempo mejor, era un tiempo distinto y no sé, si por vivirlo con bastantes menos años fue mejor. Pero sí fue una época más verdadera.
Durante los días de la Novena a la Virgen del Carmen que se ha celebrado en la Parroquia de Nuestra Señora de la Victoria, he visto la mitad de la iglesia vacía.
En los cultos cada vez se ven menos feligreses y devotos, los tiempos están cambiando y la iglesia no va a quedarse atrás en sufrirlo. No voy a analizar los motivos por los que todo esto está cambiando, quizás en otro momento sería bueno estudiarlo.
Me quiero referir a los recuerdos que me han traído este día. Un día caluroso de julio que siempre amanecía con alegría, donde había que felicitar a las Carmen que tuviésemos cerca. A la madre, a la tía, a la vecina, a la amiga que se conformaba con recibir una tarjeta dedicada. Ese día donde un vaso de gaseosa era más que suficiente para sentirse invitada por la anfitriona.
Por la tarde todos a la iglesia para celebrar el día. Una multitud de personas acomodándose en las bancas, con batas frescas y numerosos coloridos, con aquel peculiar olor a colonia Heno de Pravia y Álvarez Gómez, o el intenso olor a Varón Dandy que desprendían la mayoría de los hombres.
El sofocante calor, que era aplacado con abanicos de colores, los que cada vez que se abrían sus varillas de caña o de bambú, desataban un peculiar sonido que se repetía una y otra vez.
El Rosario, los cantos, los rezos, la Comunión y los abrazos recibidos de conocidos a la hora de salir de la iglesia.
Después en la calle, los pequeños con carreras y juegos emprendíamos una tarde jubilosa de verano y los mayores detenidos en el porche de la iglesia con saludos y despedidas que se hacían más largas de la cuenta.
De todo eso no he visto nada durante estos días, no es que sea nostalgia, es que los días cada vez son más diferentes.