Dentro de lo triste y lo oscuro de las noches de noviembre, hay una cierta sensación de añoranzas a momentos de nuestra niñez. La luz que desprende una lamparilla en una noche fría , me hace recordar a todos los que no están y que se llevaron con ellos, costumbres arraigadas que se están perdiendo, pero que todavía hay personas que se encargan de que sigan vivas.
Era costumbre en casi todas las casas, tener encendida en el mes de noviembre (mes de las ánimas) una lamparilla mojada en aceite, alumbrando una estampa con la imagen de las ánimas benditas. Cuando la pequeña
mariposa se consumía se cambiaba por otra nueva.
Al ver en casa guardada con esmero, esta pequeña caja de lamparillas mis recuerdos de pequeña, empezaron a florecer.
La tienda de "El Marchenero" con sus entanterías en perfecto estado y ese orden inconfundible. Ese trasiego de personas por los escalones de la Plaza Vieja. La tienda de "Curro Bejines" con ese olor inconfundible a chacina (de la buena) digo de la buena porque entonces, no se entendía tanto como ahora de diferencias si era jamón serrano, ibérico, de jabugo, de recebo, ¡qué se yo!... lo cierto que era un placer ver como con tal sutileza, ese hombre introducía
la aguja de marfil y comprobaba por el olor si la pieza estaba en su perfecto estado de curación y lista para empezar a cortar aquellas deliciosas lonchas.
El olor que te embriagaba cuando bajabas los escalones y te ibas acercando a la plaza de abastos. La fruta de Francisco, María, Juan, "los de los platos". La verdura recién cortada y traída de tantas y tantas huertas que estaban por los campos y que el mismo hortelano te pregonaba como nadie en su puesto. La carne de Rafaela con su marido Antonio, mostrando con soltura como se despieza una ternera, el ruido del afilado de cuchillos, la voz que salía de cualquier sitio preguntando: ¿quién es la última? ¡Qué expresión más bonita para
pedir la vez!
El olor a alhucema, tomillo, laurel,tila, poleo...El pregonar que se oía desde lejos y que venía de la pescadería. La bulla que siempre te encontrabas en la tienda de "Corrientes" y como mientras nuestros mayores esperaban su turno, nosotros los niños nos entreteníamos jugando en la cuesta resbalosa de ese cemento fino y gastado de tantos años. Las rifas con el obsequio del ganador de los "canastos", el igualero con sus cupones "de los ciegos"...¡Cuántos sonidos, olores, sensaciones me ha traído esa pequeña lamparilla encendida!