El trabajo ha aumentado en estos tiempos raros, se necesitan
camas en el hospital por un por si acaso, a veces las altas son más tempranas y
no siempre en las condiciones adecuadas, los médicos de primaria están
sobrecargados... Nuestro listado de pacientes crece sin cesar y el teléfono
echa humo. Es una frustración no poder llegar a tiempo a todo y a todos.
A pesar de ello, seguimos con emoción y pasión.
Isidro nos dice que ya no puede con su cuerpo… quizás su alma
ya está entrando en otro lugar más liviano.
Elisa nos mira y ahoga una risa, mira a su hija, luego a
nosotras, de nuevo a su hija y pregunta: Pero qué es esto? Son las médicas,
mamá. Ah! Bueno, pensaba que me iban a hacer algo!
La hija de Elena nos dice que su madre está alucinando desde
ayer: Dice que habla con su padre, que está aquí en la habitación, y que la
está esperando. No hace más que sonreír, está muy tranquila.
Juan no quiere vivir porque su mujer está en una residencia y
no puede verla, mucho menos abrazarla y quererla.
A los hijos de Luis los acompañamos a la habitación de la
residencia para que puedan despedirse de su padre, ya en agonía.
La esposa de Mario dio positivo y aunque ya ha pasado la
cuarentena, nadie quiere venir a verlo. Hacemos una pequeña reunión con
sus hijos en la casa, ellos en el jardín con su padre y el perro y ella desde otra
habitación les habla por Skype, por si acaso…
Lucía está muy triste porque en la última consulta han
desestimado continuar el tratamiento oncológico, y aquí me he quedado, mejor
dicho, aquí me han dejado… No tengo miedo a morir, pero no quiero estar sola.
Eva no sabe si hizo bien en sacar a su madre de la
residencia, es que no puedo con todo.
Fernando abrió los ojos y se despidió de nosotras un viernes:
No creo que volvamos a vernos, esto va muy rápido. Gracias y sobre todo sed
felices.
El amor se expande, se contagia. Si no, no es. La felicidad
también.