Cada día me convenzo más que nuestro sistema sanitario sólo trata enfermedades, que estas vayan dentro de un paciente y que éstos sean personas, eso no se tiene tan en cuenta y más cuando es un paciente paliativo.
Una paciente me contaba el otro día:
“Cuando uno se convierte en paciente, lo primero que sientes que te hace perder el sistema sanitario es la dignidad. Exactamente igual que cuando te dicen que te quites los objetos metálicos al hacerte una radiografía; con la etiqueta de paciente… esa dignidad, el sistema te la quita ya en la puerta de las consultas y es difícil que te la devuelva”.
“Como paciente a veces piensas que la gente con bata blanca, con uniforme blanco, o verde o azul… son muy importantes (los que llevan uniforme desgraciadamente también se lo creen, incluso a veces se cuelgan un fonendoscopio en el cuello como si fuera un galón que indicara que él es más que otro que no lo lleva), incluso a veces un simple gesto de cercanía, de amabilidad… (un hola, una sonrisa, el que te llamen por tu nombre) es como un gran regalo.”
Hace poco leí que entrar en un hospital como paciente o como
familiar es como ponerse una vacuna de humildad, con excipiente de miedo.
Parece que en un hospital, uno debería sentirse más persona,
bastante es ya tener que aguantar una enfermedad que uno no ha elegido, ni se
ha buscado... pero no, en un hospital y al otro lado de la cama, o al otro lado
de la mesa y protegido tan solo por el pijama hospitalario (que es también un
claro ejemplo de pérdida de dignidad, intimidad y de una gran vulnerabilidad…)
uno se transforma sólo en enfermedad, en
datos analíticos, en constantes… sobre todo mientras haya un aparataje
tecnológico sofisticado y de nueva generación (de esos en los que está de moda
que nuestro sistema sanitario invierta) para poder ver al paciente por dentro…
perdón!!! Para poder ver la enfermedad desde dentro. Ojala esas grandes
tecnologías vieran el miedo, o las preguntas que uno se hace mientras te dicen:
“Respire… no respire”, “no se mueva”… tal vez informar del diagnóstico sería
distinto.
En un hospital todo sucede con prisa, hay gente corriendo, no hay tiempo para sentarse y escuchar a un paciente, hay que pedir pruebas, hacer pruebas, interpretar pruebas... en lugar de interpretar silencios, gestos o miradas. A veces escuchas que no hay tiempo para eso (lo de comunicarse con el paciente parece que no es prioritario, o que no está en la cartera de servicios), pero no pensamos que el que en realidad no tiene tiempo... al que el tiempo se le acaba, ese es el paciente.
En un hospital todo sucede con prisa, hay gente corriendo, no hay tiempo para sentarse y escuchar a un paciente, hay que pedir pruebas, hacer pruebas, interpretar pruebas... en lugar de interpretar silencios, gestos o miradas. A veces escuchas que no hay tiempo para eso (lo de comunicarse con el paciente parece que no es prioritario, o que no está en la cartera de servicios), pero no pensamos que el que en realidad no tiene tiempo... al que el tiempo se le acaba, ese es el paciente.
Como paciente pierdes el control, te vuelves frágil, aumenta
tu inseguridad y esa dignidad que has dejado en la puerta, cada vez la ves más
difícil de recuperar.