Cuando Paula me propuso hablar sobre el duelo, pensé en todos
los fallecimientos que he vivido en mi quehacer diario y en los duelos posteriores
con las familias que así lo quisieron. También en mis propias pérdidas recientes
y en los duelos que se amontonaron. Pero cuando, además, me habló del mundo de
las pérdidas, empecé a pensar en todo lo que perdemos desde que nacemos hasta
que morimos.
Desde los primeros segundos de vida en los que duele la luz,
hasta los últimos, en los que el exceso de luz también duele. En todo lo que
dejamos, en lo que nos abandona. En las personas que se quedaron, en las que
dejamos marchar, en las que hallamos. En lo que dijimos y en lo que callamos. En
lo que perdimos y en lo que sin buscar, encontramos. En el hecho de elegir, de
abrir puertas que supone cerrar otras. En las capacidades y facultades que nos
van dejando de lado y en las nuevas que descubrimos al faltar aquellas...
No se puede perder algo o a alguien querido sin dolor.
El duelo pone nuestro mundo conocido patas arriba, cuestiona
nuestros valores, nos ayuda a aceptar y recolocar nuestra pérdida, saca el
dolor y la pena desde lo más profundo, y supone, además, preguntarnos… Qué es
lo realmente importante?
Somos lo que somos gracias a lo perdido y a como lo
enfrentamos. Y ahí estamos… Cambiando, eligiendo, abandonando, siendo
abandonados, abriendo, cerrando, perdiendo, encontrando, sin apegarnos
demasiado, dejando ir,…ViVieNDo.