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sábado, 14 de octubre de 2023

NUEVOS DATOS SOBRE EL PINTOR EDUARDO CARRIÓ

Sobre el pintor Eduardo Carrió (1838c-1893c), no se ha escrito mucho lo que no es de extrañar dado lo escaso de su obra que ha llegado hasta nosotros, pero sorprende observar tantas inexactitudes en tan escasa información, de lo que resulta que su naturaleza y personalidad siempre ha quedado oscura. Apenas se le menciona como "especialista en paisajes urbanos" a pesar de que no se le conoce ninguno, como estudiante en la Llotja catalana y generalmente se le califica de "pintor catalán", incluso se le incluye en un Diccionario biográfico de artistas de Cataluña, (Rafols, 1951) -quizás la fuente de todos los equívocos-. 

Que su apellido induce a pensar en un origen catalán o más bien mallorquín, tendría lógica, pero lo cierto y documentado es que el pintor Eduardo Carrió era natural de San Roque (Cádiz), tal como figuraba en los libros de matrícula de la Academia de Bellas Artes de San Fernando que dimos a conocer en este blog al hablar de las copias de retratos que realizó para el Museo Iconográfico; y ahora también sabemos que su nombre completo era Eduardo Carrió y Castillo, tal como se deduce de la Partida de Nacimiento de su hijo en 1875.

Son diversas las pruebas encontradas que nos han conducido a conocer nuevos datos sobre la identidad y la biografía de este pintor, aunque todavía quedan por completar muchas lagunas de su historia a lo que pensamos pueden contribuir los datos que aquí se aportan. 

Su paso por la Academia de Bellas Artes de San Fernando

El documento más antiguo que podemos aportar de su biografía le sitúa viviendo en Madrid el año 1857 y procede de los libros de alumnos de la Academia de Bellas Artes de San Fernando donde aparece con el nº de matrícula 109, como D. Eduardo Carrió y Castillo, natural de San Roque (Cádiz), hijo de Francisco Josefa. Matriculado al menos en el curso 1857-1858, en las asignaturas de Antiguo y Ropaje, con el profesor Carlos Luis de Ribera; Colorido y Composición con Federico Madrazo y Antiguo y Modelado con José Piquer,  (Archivo Facultad de Bellas Artes de la UCM)

Detalle de la relación de alumnos que han pagado la matrícula del curso 1857-1858
(Archivo de la facultad de Bellas Artes de la UCM)

A pesar de estar matriculado en las tres asignaturas mencionadas, su nombre no figura en ninguna de las listas de calificaciones por no haberse presentado a las correspondientes pruebas. El hecho de estar matriculado en este curso nos lleva a pensar que pudiera encontrarse entre los integrantes de la famosa fotografía del grupo de alumnos de Madrazo, Ribera y Haes del estudio Martinez
Alonso Martínez y H. Grupo de artistas españoles del siglo XIX, 1857-1858. BNE

En lo que más se ha profundizado de su obra es de su faceta de copista y ello por la principal obra que se le conoce,  una obra de Murillo de la que hablaremos más adelante. Pero esta actividad se corrobora por su amplia presencia en los libros de Copistas del Museo Nacional de Pintura y Escultura (Museo del Prado). Su firma 'Carrió' aparece prácticamente a diario en los meses de abril a Junio de 1858, último trimestre del  curso 1857-1858 en su fase de aprendizaje. 

Pero mayor es su presencia en años posteriores, en 1869 vuelve a aparecer teniendo como garante a Enrique Mélida y a partir de 1870 y hasta 1893 figura periódicamente como copista, fundamentalmente de Murillo, pintor del que realiza decenas de copias, a veces simultáneamente,  aunque solamente conozcamos una de ellas en la actualidad que no fue realizada en este Museo. 

Su última presencia como copista en el Museo la encontramos el 6 de diciembre de 1893, y en ella aparece un apunte, referido a las ocho copias que en ese momento estaba realizando, que indica que las obras son "recogidas por su hijo" el día 23 de febrero de 1894, lo que podría significar su enfermedad o incluso su fallecimiento.
Pág. de 1893 Dic."1887-1895 Libro de Copistas". Sign. L3. Archivo MNP

En este último tercio del siglo aparece como pintor consolidado, como maestro y garante de pintoras como la salmantina Carolina Ralero y Richoni (4.3.1879) quien era alumna suya, tal como figura en el Catálogo de la Exposición Nacional de 1887 y con la que asiste en algunas ocasiones al Museo (1.3.1883). En esa misma exposición participa otro alumno suyo, Félix de Toraño. También fue garante de Armando Torres Sanz (1876) y de Concepción Martínez (1880).

Sus antecedentes en la Partida de nacimiento de su hijo

El documento que más información nos ha aportado sobre su naturaleza es la Partida de Nacimiento de su hijo, que se encuentra en el AHN en el "Expediente para la expedición del título de bachiller de Eduardo Carrió Baca, natural de Madrid, alumno del Instituto del Cardenal Cisneros". 

Det, 1ª pag. Partida de Nacimiento de Eduardo Carrió Baca, 1875
AHN. UNIVERSIDADES, 7186, Exp.23. 

A través de la información de este documento, hemos podido saber que el día 2 de diciembre de 1875, Eduardo Carrió del Castillo, mayor de edad, natural de San Roque (Cádiz) domiciliado en Madrid en la calle del Olivar. 49, cuarto 2º, casado con la sanroqueña Josefa Baca Aragón, también mayor de edad, dedicada a sus labores, inscriben en el registro Civil a su hijo que había nacido el 30 de noviembre anterior, a quien ponen el nombre de su padre. 

La información referida a los abuelos también nos permite conocer algo más sobre sus antecedentes familiares, por ejemplo saber que el padre del pintor, Francisco Carrió era natural de Gandía y su madre, Paula del Castillo, lo era de San Roque, ambos fallecidos en la fecha del nacimiento del nieto. De los abuelos maternos, ambos sanroqueños, sabemos que José Baca de 84 años, era pintor (quien sabe si pudo ser su primer maestro) y su mujer Antonia Aragón, de 64, se dedicaba a sus labores. En el documento figura la pertenencia de Gandía a la provincia de Alicante, lo que nos sitúa en un pequeño lapso de tiempo entre 1833 y 1836, único periodo en el que se daba dicha situación, dato que podría ser significativo respecto a la fecha de nacimiento del pintor.

Las obras de Carrió del Museo del Prado

En 1876, el conde de Toreno Francisco Queipo de Llano, ministro de Fomento, propone al rey Alfonso XII realizar un Museo Iconográfico Nacional que reúna "los retratos de aquellos españoles ilustres, de uno y otro sexo, cuya gloria se refleja sobre nuestra patria", éste acepta la idea y en el mes de agosto del mismo año eleva al Consejo de Ministros la propuesta de creación de una galería de retratos de españoles ilustres y de una comisión que se encargue de la selección de los personajes. A pesar de que la propuesta inicial hablaba de "españoles ilustres, de uno y otro sexo" al Museo Iconográfico solamente llegó un retrato de mujer, el de Santa Teresa.

Hacia el final de la década de 1870 Carrió recibe de la comisión de la Junta de Iconografía el encargo de hacer dos obras. Una de ellas, el Retrato de Pedro Caro Sureda, Marqués de la Romana que es copia del original de Vicente López (1772-1850) de la colección del marqués de la Romana, actualmente en el Museo del Prado (P06548), La copia realizada por Carrió h. 1877, por la que cobró 375 pesetas, se encuentra depositada en la Real Academia de la Historia. La segunda obra que realizó para el Museo Iconográfico fue la copia del retrato de Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar, noble, político y militar castellano, conocido como el Gran Capitán, entregado en 1878 al Museo por el que solo recibió un pago de 125 pesetas. Actualmente se encuentra depositado por el Museo del Prado en el Instituto de España.
Retrato de Pedro Caro Sureda MNP  P03409                Retrato del Gran Capitán, MNP P03442

La copia de Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos de MURILLO realizada por Eduardo Carrió

Gracias al estudio realizado por Jesús Cuevas, publicado en 2006 por Laboratorio de Arte, sabemos de esta pintura, una de las mejores copias que se han realizado de la obra de Murillo, Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos, que fue encontrada en 2005 en el domicilio de un comerciante de arte de la ciudad de Buenos Aires, de la que no había conocimiento anterior de su existencia.

Se trata de una obra copiada al natural a una inusual escala 1:1, por tanto de tamaño exacto a la obra original de Murillo* del Hospital de la Santa Caridad de Sevilla, que fue realizada por Eduardo Carrió en 1874 en la Real Academia de Bellas Artes de Madrid, lo que se conoce por la leyenda que se encuentra en su parte posterior:

“Copiado del cuadro original de B. E. Murillo cuyo original existe en la
Academia de Bellas Artes de Madrid. Eduardo Carrió, 1874”.

En 2007 el Banco de Santander adquirió la obra y la donó a la Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría y hoy decora la caja de la escalera principal de la Casa de los Pinelo, sede actual de dicha corporación académica sevillana.
 Eduardo Carrió s/ Murillo "Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos" 3.26 x 2.44 m. 1874
Colección de la Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría. Casa de los Pinelo. Sevilla

Se trata de una copia fidelísima, de gran calidad, lo que no es de extrañar ya que hemos visto la pasión que tenía Carrió por las obras de Murillo que le hizo especializarse en este pintor tal como se refleja en el gran número de copias suyas que realizó. En los libros de copistas del Museo del Prado que hemos mencionado hemos podido ver la Inmaculada, la Virgen del Rosario, los Niños de la Concha, Ecce Homo, Rebeca [y Eliecer], el Divino pastor o la Sagrada Familia del pajarito, todas ellas copiadas en repetidas ocasiones. Muchas de esas pinturas probablemente se encuentran colgadas en iglesias y domicilios anónimos donde, a pesar de la maestría de su autor, nunca será identificado.

*La pintura original se encuentra en la iglesia de San Jorge, en el Hospital de la Caridad de Sevilla para donde fue realizada en 1672 por Bartolomé Esteban Murillo, según encargo de don Miguel de Mañara, junto a otros siete lienzos que conformaban el programa iconográfico de la iglesia del mencionado Hospital. En 1810 fue sustraída por por el Mariscal Soult durante la invasión napoleónica, pero se devolvió en 1815 a la Academia de San Fernando, hasta 1901 en que fue trasladada al Museo del Prado. En 1939 se envía de nuevo a Sevilla para que ocupe el lugar para el que había sido realizada.  En 2009 es restaurada.
B. E. Murillo, Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos, 1672
Iglesia de San Jorge, del Hospital de la Caridad de Sevilla.

jueves, 30 de junio de 2016

CÁDIZ 1682 - LA ÚLTIMA OBRA DE MURILLO

Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617 – 1682) es la personalidad central de la escuela barroca sevillana, cuya influencia va a perdurar hasta el siglo XIX a través de sus discípulos y seguidores. En Cádiz realizó la que se considera su última obra, pues durante su ejecución sufrió una caída que le condujo poco tiempo después a la muerte. Un hecho que a pesar de su veracidad ha sido objeto de numerosas controversias e interpretaciones desde entonces.

Autorretrato de Murillo. National Gallery. Londres

Tras una mirada biográfica al personaje y su entorno llegaremos al acontecimiento que da título a la entrada y a las repercusiones que tuvo en la ciudad de Cádiz.

Un entorno familiar fundamental para su carrera artística

Nacido en torno al 1 de Enero de 1618, pues esa es la fecha de su bautizo en la parroquia de Santa María Magdalena de Sevilla, Bartolomé era el menor de los catorce hijos de Gaspar Esteban y de María Pérez Murillo. Su padre era un acomodado barbero, cirujano y sangrador al que en ocasiones se daba tratamiento de bachiller. Con nueve años y en el plazo de seis meses quedó huérfano de padre y madre y fue puesto bajo la tutela de una de sus hermanas mayores, Ana, casada también con un barbero cirujano, Juan Agustín de Lagares con quienes convive hasta su matrimonio en 1645 y mantiene con él muy buena relación incluso después de que volviera a contraer matrimonio tras la muerte de su hermana.

Antonio Palomino cuenta que a los dieciséis años el joven Bartolomé entra de aprendiz en el taller del pintor Juan del Castillo. Este hecho no debe extrañar si nos fijamos detenidamente en las relaciones con la pintura que se dan en su entorno familiar: Para empezar su maestro, Juan del Castillo, está casado con su prima María, hija del pintor Antón Pérez Murillo, cuya otra hija también está casada con un pintor, Francisco Terrón. Es la rama materna la que le aporta las relaciones con el mundo de la pintura ya que este tío Antón está casado a su vez con la hija de su maestro, Vasco Pereira Lusitano, pintor portugués de mérito afincado en Sevilla.

Suele decirse que se advierte la influencia del pintor Juan del Castillo en sus primeras obras, como La Virgen entregando el rosario a Santo Domingo o La Virgen con fray Lauterio, y santos, realizadas entre 1638 y 1640, aunque sería más adecuado afirmar que en esta primera etapa su obra hunde sus raíces en el grupo de pintores que constituían su círculo familiar, social y profesional, entre los que destacan por su importancia Vasco Pereira y Juan del Castillo, sin dejar de mencionar a Alonso Cano quien colaboraba asiduamente en el taller de su tío y a Pedro Moya, a quien conoce cuando vuelve de Londres, en 1642, y le introduce en el conocimiento de la pintura inglesa.

Izq.: La Virgen entregando el rosario a Santo Domingo, Palacio arzobispal. Sevilla
Dcha.: La Virgen con fray Lauterio y santos, Fitzwilliam Museum, Cambridge.

A decir del profesor Méndez Rodríguez (Velázquez y la cultura sevillana, 2005) estos grupos relacionados a través de lazos familiares constituían en la Sevilla de la primera mitad del XVII unas estructuras empresariales de gran importancia que además de constituir escuela les permitía abordar como grupo trabajos de gran envergadura.

En 1639 con poco más de 20 años deja el taller de su maestro y empieza a ganarse la vida realizando pinturas para su venta en el denominado "Jueves", mercadillo que se sigue organizando en la actualidad en la calle Feria para la venta de antigüedades y segunda mano. Según Palomino en esta época también pintaba escenas de devoción para el comercio de Indias. Gracias a estos trabajos junta el dinero necesario para trasladarse a Madrid en 1643 siguiendo el consejo de su paisano Velázquez quien le acoge y le introduce en la gran pintura de las colecciones reales: Ticiano, Rubens, Van Dyck, Ribera.... En 1645 vuelve a Sevilla donde expone algunas de sus obras que llaman la atención y empieza a cobrar fama.

Ese mismo año, cumplidos los 27 se casa con Beatriz Cabrera y Sotomayor y recibe el primer encargo importante de su carrera, una serie de obras para el claustro del convento de San Francisco el Grande de Sevilla en el que trabajó hasta el año 1648. La serie muestra historias de santos de la orden franciscana e incluye La cocina de los ángeles, la obra más valorada dentro de la serie por su minuciosidad y realismo, que se caracteriza en su conjunto por su naturalismo y por el uso del claroscuro.

B. E. Murillo. La cocina de los ángeles. 1646 Museo del Louvre

En 1660 , junto con Herrera el Mozo  la fundó una academia de dibujo, pintura y escultura en la que los dos artistas compartieron la presidencia durante el primer año de funcionamiento. En ella los aprendices y artistas se reunían para dibujar del natural. En 1663, Murillo dejará el cargo siendo sustituido por Juan de Valdés Leal y establecerá una academia particular en su propia casa.

En 1655, pintó la famosísima Natividad de la Virgen que estaba detrás del altar mayor de la Catedral, hoy en el Museo del Louvre, con una escena principal en el centro y otras en segundo plano,  en las que aparecen santa Ana a la izquierda y dos doncellas atareadas a la derecha.


También pinta paisajes alabados por Palomino: "no es de omitir la celebre habilidad que tuvo, para los Países que se ofrecían en sus Historias", como los que podemos ver en las cuatro obras de la serie de Historias de Jacob, (que debieron ser inicialmente cinco), que en la actualidad se encuentran dispersas (dos en el Museo del Hermitage, y las otras dos, una en el  Cleveland Museum of Art, y otra en el  Meadows Museum de Dallas). La técnica utilizada sugiere la influencia de paisajistas flamencos o italianos.

Jacob bendecido por Isaac y La escala de Jacob, hacia 1660-1665,
Óleos sobre lienzo,  Museo del Hermitage. San Petersburgo

Entre 1660 y 1680 Murillo despliega su periodo más fértil y maduro pintando una gran cantidad de obras como la serie de pinturas para Santa María la Blanca, las obras de misericordia para el Hospital de la Caridad hoy dispersas en distintos museos del mundo y sustituidas por copias, diversas iconografías religiosas como la Inmaculada Concepción, la Sagrada Familia o Jesús niño y san Juanito. 

En el momento en que más le sonreía el éxito, el primero de Enero de 1664, cuando él cumplía los 46 de edad perdió a la compañera de su vida, desgracia que sumió a Murillo en mortal tristeza. En este momento solamente le quedaban tres hijos: Francisca de cerca de diez años, sorda de nacimiento, con marcada inclinación a la vida religiosa, Gabriel, de siete y Gaspar, con poco más de tres años.

La mayor parte de su obra, de carácter religioso estaba condicionada por la clientela que le solicitaba obras para iglesias y conventos, pero también mantiene a lo largo de su vida una línea de pintura de género y en menor escala, aunque no menos importante, de retratos.

Niños jugando a los dados, [1665-1675], Alte Pinakothek, Munich.

Murillo - Retrato de caballero, [1665], Museo Soumaya. MEX.


La estancia en Cádiz y el retablo inacabado

En 1680, un benefactor de la ciudad de Cádiz dejó una manda considerable para restaurar y mejorar el altar mayor del convento de Capuchinos de esa ciudad; la congregación, que conocía a Murillo por la relación que habían tenido en el convento de Sevilla, volvió a acudir a él para realizar en Cádiz un lienzo grande y varios más pequeños para el altar mayor de su Iglesia, ofreciéndole hospedaje para él y sus oficiales en el convento, como habían hecho en Sevilla. Murillo aceptó el encargo y se trasladó a Cádiz con algunos oficiales donde estuvo pintando también para familias acomodadas como las de Bozán Violato y la de los Colarte.

El pintor estableció su taller, tal como había hecho en Sevilla, en la biblioteca del convento y allí estuvo pintando durante al menos año y medio, desde mediados de septiembre de 1680 hasta principios de 1682. Un accidente interrumpirá la realización del retablo gaditano, como consecuencia del cual el pintor será trasladado a su casa de Sevilla donde morirá poco después. El retablo habrá de ser terminado por su discípulo Francisco Meneses Osorio.

Frente a las versiones y especulaciones de diferentes historiadores (Adolfo de Castro, Narciso Sentenach, Ceán Bermudez y otros) sobre este momento de la vida de Murillo, sigo a partir de aquí el Estudio Histórico que publica el capuchino Fray Ambrosio de Valencina en 1908 que documenta este periodo y el acontecimiento que dio lugar a la muerte del pintor.


“Cuando se fueron a colocar en el altar mayor de nuestra Iglesia de Cádiz los cuadros pintados por Murillo en la biblioteca, éste dirigió las obras de albañilería y carpintería, para que los lienzos no perdieran nada de su buen efecto. Llevando a cabo una de estas operaciones en el andamio puesto delante del altar mayor, para la colocación del cuadro de santa Catalina, tropezó, perdió pie y tuvo la desgracia de caer al suelo. 

Visitado por los médicos, estos le apreciaron entre ligeras erosiones, un magullamiento general en todo el cuerpo, que podía poner en peligro su preciosa existencia. Con esta caída se le agravó también notablemente una relajación o hernia que padecía, causándole a veces dolores tan considerables, que Murillo se persuadió bien pronto de que se aproximaba su muerte; y por lo mismo, pidió que lo trasladaran a Sevilla  para disponer de sus bienes y morir entre los suyos.

Apenas llegó Murillo a Sevilla conoció que le quedaban pocos días de vida. Preparóse en ellos, para comparecer ante Dios, recibiendo con edificante fervor los santos sacramentos, y despidióse amorosamente hasta la eternidad de sus amigos y de su hijo Gaspar, único que pudo asistirle en su última enfermedad.

Otorgó su testamento ante Juan Antonio Guerrero, escribano público de Sevilla, y mientras lo otorgaba sufrió un síncope, precursor de la muerte. Desde aquel momento se fue extinguiendo su preciosa vida, hasta que, evaporándose como el perfume de una flor, el alma piadosa, genial y seráfica de Murillo, voló a la región de la inmortalidad el día 3 de abril de 1682.”

Desposorios místicos de Santa Catalina 
Obra central del retablo realizada enteramente por Murillo, según el relato de Valencina, para la iglesia del convento de Capuchinos(En la actualidad en el Museo de Cádiz)

Pese a que suele decirse que tras la muerte del maestro su discípulo, Meneses Osorio, terminó el gran lienzo de los Desposorios que había quedado inacabado, esa información contrasta con la narración de los hechos de fray Ambrosio quien afirma que la caída se produjo en el momento en que, teniendo la obra central del retablo ya terminada, el propio maestro se iba a encargar de dirigir su colocación, lo que justificaría el montaje de andamios en la iglesia. 

Lo que si está efectivamente documentado es que Meneses Osorio terminó el resto de las pinturas que formaban el retablo, utilizando para ello como modelos diversas obras del maestro, aunque es lógico pensar que ya se hubieran sido realizado los bocetos preparatorios y alguna estuviese en fase de realización.
Izq. Boceto de los Desposorios en Los Ángeles County Museum of Art 
Dcha.: Desposorios. Dibujo sobre papel, 13,3 x 9,6 cm. Sotheby´s New York, 2004.

Las obras se estarían realizando, si nos atenemos a lo que el pintor declara en su propio testamento poco antes de morir: "Item; declaro que yo estoy haciendo un lienzo grande para el convento de capuchinos de Cádiz y otros cuatro lienzos pequeños...".

El accidente en el imaginario gaditano

El accidente de Murillo dejó una impronta especial en los gaditanos que sienten cómo su ciudad se convierte de alguna forma en una parte, no poco importante, de la vida del pintor. Algunos lo niegan pues no quieren que se recuerde a la ciudad por tan triste suceso, mientras que otros lo contemplan con el orgullo de haber sido la ciudad elegida por el maestro para realizar la que sería su última actividad artística.

El Marqués de Auñón, en la Corona poética dedicada al pintor sevillano,  pone en boca de Murillo estos versos:
 Yo del arte divino en los altares
sacrifiqué mi vida;
lo saben, ¡ay! los gaditanos mares,
y aún lamentan mi fúnebre partida.

A pesar de las controversias que el accidente ha suscitado desde entonces, Murillo fue muy admirado en Cádiz en el siglo XIX. La copia de sus originales fue durante mucho tiempo temática obligada en el aprendizaje de los alumnos de las academias andaluzas y especialmente en las de Sevilla y Cádiz, e incluso se propone con frecuencia para el trabajo de sus postgraduados. El que fuera director de la Academia gaditana, Adolfo de Castro, exhorta a los alumnos a imitar a Murillo, a quien califica de "Príncipe de la Escuela Sevillana" y hace hincapié en la necesidad de "seguir a los buenos maestros tal como hizo Murillo estudiando la pintura de Van Dick, de Ribera y de Velázquez". Por todo ello su fama y su influencia se mantuvo en los artistas locales durante muchos años, hasta principios del siglo XX. Una vez entrado el siglo, se inicia un largo periodo en el que la obra y el pintor pasan a un segundo plano en la consideración de la crítica y el público; periodo en el que suele ser calificado de "sentimental", quizás por el cansancio producido por la multiplicación de sus imágenes en estampas y grabados.

Tendrá que transcurrir más de medio siglo para que esa percepción vuelva a cambiar gracias a la publicación de los trabajos realizados por Diego Angulo o August L. Mayer, o más recientemente por Serrera o Valdivieso, además de la celebración de exposiciones como las de Londres y Madrid en 1982 o las dedicadas a aspectos específicos de su producción, como los «Murillos del Museo del Prado», adquiridos por la reina Isabel de Farnesio (Fundación Focus-Abengoa, Sevilla, 1996); sobre su Pintura de niños (Munich, Dulwich y Madrid, 2001), la dedicada al Joven Murillo del Museo de Bilbao de 2009; y la última del Museo del Prado "Murillo y Justino de Neve. El arte de la amistad» en 2012; acontecimientos que han contribuido a volver a colocar a Murillo en el lugar que le corresponde, entre los más grandes de la historia de la pintura española.

El certamen de pintura de Cádiz de 1862. Tema: La caída de Murillo 

La devoción gaditana hacia el pintor sevillano alcanza su momento álgido a mediados del siglo XIX, cuando la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz decidió convocar un concurso de pintura para promocionar su historia y su arte, y eligen como tema vinculado con su ciudad, el suceso de la caída del pintor en la Iglesia de los Capuchinos de Cádiz cuando pintaba los Desposorios de Santa Catalina concretando en las bases que las obras debía versar sobre "el acto en que los religiosos y algunas de las demás personas dan auxilio a Murillo". Estableciendo un primer premio de diez mil reales de vellón y un accésit de cinco mil.

Según las actas que se conservan del concurso comentadas por Nerea V. Pérez López de la Universidad de Sevilla en su artículo La caída de Murillo, primer concurso de pintura de la Academia de Cádiz, (2012, Archivo Hispalense) los artistas debían cumplir el único requisito de ser españoles y las obras debían presentarse de manera anónima y sin mención de su proveniencia. Los datos personales debían ir en un sobre adherido en el reverso de la obra con un lema escrito en su exterior. Al concurso se presentaron siete cuadros, que se expusieron bajo los lemas para mantener en todo momento el anonimato. Adolfo de Castro secretario en aquel momento de la Sección de Pintura de la Corporación, fue el encargado de realizar la memoria y la crítica de las siete obras presentadas de las que en la actualidad únicamente se conservan tres.

El primer premio correspondió a un pintor novel, el jovencísimo Alejandro Ferrant y Fishermans, de poco más de dieciocho años por la que obtuvo un premio de diez mil reales de vellón y su obra quedó en el Museo de Cádiz, donde se encuentra en la actualidad, aunque guardada en su almacén.
Primer premio: Nº7. Alejandro Ferrant Fishermans. Lema: "Murillo siempre serás admirado".
(No es posible obtener una imagen en color pues el Museo informa que la obra se encuentra protegida para evitar su deterioro).

De ella el crítico realiza la máxima ponderación y la describe minuciosamente, calificándola como "cuadro de gran composición". La obra se desenvuelve en un amplio espacio en el que el andamiaje crea el efecto de profundidad. En el centro se encuentra Murillo auxiliado por un grupo de monjes, un monaguillo y otros personajes que se han acercado al oír la caída. El pintor, en una postura un tanto teatral, está siendo atendido por un fraile que le ofrece una escudilla de agua y un joven a su costado derecho que parece sostenerle y que se ha identificado como un discípulo. La presencia de este joven es una constante en todas las obras presentadas.

Este primer premio conseguido por Alejandro Ferrant en el certamen de Cádiz de 1862, con poco más de dieciocho años, representó el punto de partida de una carrera plagada premios y reconocimientos, entre los que hay que señalar que también fue el ganador de las dos ediciones siguientes del certamen gaditano. Para más información sobre el tema ver: Ferrant en los concursos gaditanos de pintura.

 
Alejandro Ferrant y Fishermans

Por sus múltiples méritos artísticos Alejandro Ferrant consiguió en 1874 la plaza de pensionado de mérito para realizar estudios en la Academia de Bellas Artes de Roma, estancia que duró tres años, hasta 1877, destacando entre sus trabajos allí realizados su San Sebastián extraído de la Cloaca Máxima, (MNP) que obtuvo medalla de primera clase en la Exposición Nacional de 1878. En 1880 fue elegido individuo de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y fue profesor de la Escuela Central de Artes y Oficios, así como Director del Museo de Arte Moderno. Ferrant formó parte de los dibujantes que inauguraron y enriquecieron la moderna ilustración gráfica. El Museo del prado expone en la Sala 61 una de sus principales obras: La extracción del cuerpo de San Sebastián de la Cloaca Máxima, pintado durante su estancia italiana en 1877, mencionado anteriormente, del que mostramos un detalle.
Alejandro Ferrant y Fischermans, 1877, 
Detalle de La extracción del cuerpo de San Sebastián de la Cloaca Máxima. MNP

viernes, 11 de octubre de 2013

ME FECIT MURILLO

UNA OBRA DE MURILLO REENCONTRADA

Hace unos días tuve la oportunidad de visitar el estudio de restauración I&R (artífices de la restauración del Caselli de Sofonisba Anguissola) donde pude observar una obra de Murillo, la Virgen del Rosario con el niño, en proceso de restauración. 

Se trataba de la misma obra que hace unos meses había sido noticia en la prensa por haber sido redescubierta por el profesor de la Universidad de Sevilla, Alberto Álvarez Calero, ya que se había perdido su rastro hacía casi un siglo.

De las cuatro versiones que se documentan de esta obra, una, pertenece al Museo del Louvre, aunque desde 1949 se encuentra expuesta en el Museo de Goya de Castres; otra la podemos ver expuesta en la Sala 16 del Museo del Prado; la tercera, que es la que más nos interesa por su mayor parecido con la cuarta que ahora ha sido re-encontrada, es la que se encuentra en el Palazzo Pitti, de Florencia.

  Museo Goya en Castres                      Museo del Prado
Versión hallada - Texas                                          Palazzo Pitti

El profesor Álvarez Calero, había realizado un estudio sobre dos obras de Murillo que pertenecieron al Convento Casa Grande del Carmen de Sevilla. De una de ellas, la Virgen del Rosario con niño, el estudio recorre su historia desde que fue encargada al pintor  hasta que se pierde su rastro ya entrado el siglo XX, . De él extraemos la siguiente información:

La obra fue pintada por Murillo entre los años 1650 y 1655, para su colocación en el Convento Casa Grande del Carmen de Sevilla, institución que llegó a tener un gran patrimonio artístico contando entre otras con obras de Velázquez y Murillo.

A principios del S.XIX la congregación atraviesa un momento de penurias económicas y poco antes de que llegaran las tropas de Napoleón (1810), Manuel López Cepero, sacerdote liberal, aficionado a las bellas artes que llegó a poseer una gran colección de pintura y objetos de arte y que después sería nombrado Deán de la Catedral, compra la obra para, a su vez, ofrecérsela al cónsul inglés en Sevilla, Julian Benjamin Williams, que residía en la calle Abades y llegó a tener 42 obras de Murillo, quien en los años 40 del mismo siglo se lo vende al diplomático inglés William Eden, en cuya familia se mantuvo el resto del siglo. 


Consta que fue exhibido en Londres en 1895 en una muestra de arte español y finalmente, en los años treinta del siglo XX es vendido de nuevo al famoso pianista y director de orquesta valenciano José Iturbi a cuya muerte los herederos procedieron a la venta de sus propiedades en Los Ángeles entre las que figuraba esta pintura.

Algunas fuentes que lo citan


PONZ, Antonio; Viages de España. Madrid, 1782:

"Bellísimo a todo serlo lo es la Imagen de N. Sra. sentada con el Niño, obra de Murillo, que se guarda en la sacristía de los Carmelitas Calzados y es del tamaño del natural”. 

CEÁN BERMÚDEZ, J. Ignacio: 

«...una excelente Virgen de cuerpo entero sentada con el Niño, en el altar de la sacristía"; 

GONZÁLEZ DE LEÓN, Félix; Noticia Artística, histórica y curiosa... (1844).

«...la sacristía [del Convento del Carmen]  Tenía un altar al frente en el que antes de los franceses conservaba uno de los cuadros más bellos de Murillo que era la Virgen sentada con el Niño en los brazos. ...».

TUBINO, Francisco M.; Murillo, su época, su vida, sus cuadros. Sevilla, 1864:


Referencia en F. M. Tubino
                                                            
También es citada por William Stirling Maxwell, en Annals of the artist of Spain (1848), y por Charles Boyd Curtis en Velázquez and Murillo (1883). 

La obra The work of Murillo. N. York, Brentano's. publicada en 1913 contiene la imagen de las cuatro versiones de la virgen del Rosario comentadas incluyendo la ahora redescubierta y desde entonces se pierde la pista del cuadro, al menos desde el punto de vista bibliográfico. 


El estudio, que reproducía esta imagen algo borrosa de la obra,  fue publicado en 2012 en la revista Laboratorio de Arte (24), poco después el profesor Álvarez Calero recibió una llamada del señor Gilberto Gutiérrez, identificando el cuadro estudiado de la Virgen del Rosario del Convento del Carmen con el que él había adquirido en 2008 por algo menos de 50.000 dólares en una subasta en Los Ángeles en la que figuraba como obra del círculo de Murillo.

Todos los datos de la investigación publicados por el profesor Calero parecían coincidir con las características y el itinerario de la obra y confirmar que era la que había salido en 1810 del Convento del Carmen. La aparición en el proceso de limpieza de la firma característica del pintor "Me fecit Murillo", venía a incorporarse al conjunto de datos que daban apoyo a la posible autenticidad de la obra.

Cuenta el profesor Álvarez Calero, que contactó con el Museo de Bellas Artes de Sevilla  para ponerles en conocimiento del hallazgo y que se estudiara la posibilidad de su compra o al menos de su exposición en Sevilla. Pero, frente a la fortuna del hallazgo, la posibilidad de la adquisición no parece ni siquiera plantearse a causa de la situación económica de crisis de la que no se salva ninguna institución y en especial las de tipo cultural. Pero además una sombra de duda se ha establecido sobre la autoría de la obra al no obtener la aceptación de su atribución a Murillo del que se considera máximo especialista en la materia, el profesor de la Universidad de Sevilla Enrique Valdivieso que ha considerado la obra como copia de taller, a pesar de reconocer que se trata de la misma obra que estuvo en el Convento del Carmen.

Parece que las dudas del profesor Valdivieso se basan en detalles buscados con lupa, pues a pesar de que el estado de conservación de la obra es muy bueno el profesor veía un defecto en la oreja del niño, que en opinión de los restauradores no era más que un torpe repinte sobre un desperfecto que ya ha sido subsanado. Otro detalle más curioso es que el profesor no ve con buenos ojos que la cruz del Rosario tenga una posición basculante mientras en las otras versiones la cruz aparece recta o posada.

Este último detalle creo que podría utilizarse más bien como elemento a favor de la autoría pues las obras del pintor que reproducen la misma iconografía suelen incluir variaciones en pequeños detalles, que aportan un grado de originalidad y evitan caer en la mera copia.

En todo caso habrá que esperar a la publicación del estudio de la obra para conocer en detalle los resultados de la investigación realizada. 

Lo cierto es que la obra, que como tantas otras salió de España en 1840, a punto de finalizarse los trabajos de restauración, viajará de nuevo a Texas o quizás, como he leído en la prensa, la comprará el mejicano Carlos Slim para el Museo Soumaya y se habrá perdido una buena ocasión de recuperarla.


ALGUNOS DATOS SOBRE MURILLO. LA IMPORTANCIA DEL ENTORNO FAMILIAR EN SU CARRERA

Aunque este no es el espacio adecuado para hacer una biografía del pintor, creo que tiene cierto interés, por ser un aspecto poco conocido de ella, esbozar unas pinceladas sobre sus relaciones familiares por la trascendencia que tienen en la elección de su carrera de pintor y su evolución posterior.

Se conoce bastante bien la vida de Murillo (1617-1682), decimocuarto y último hijo del cirujano barbero Gaspar Esteban y su mujer María Pérez Murillo. Su nombre de pila proviene de su abuelo materno, Bartolomé Pérez y su apellido artístico de su abuela materna, Elvira Murillo. Huérfano a edad temprana, pasa a vivir con su hermana mayor, Ana, casada a su vez con un cirujano barbero, Juan Agustín Lagares, con quienes convive hasta su matrimonio en 1645 e incluso mantiene con él muy buena relación después de que volviera a contraer matrimonio tras la muerte de su hermana.

A los dieciséis años entra de aprendiz en el taller del pintor Juan del Castillo. Esta decisión que a veces se presenta en sus biografías como una alternativa a un frustrado viaje al "nuevo mundo" planeado con otra de sus hermanas, como si fuera una elección algo fortuita, no parece serlo si nos fijamos detenidamente en las relaciones con la pintura que se dan en su entorno familiar: para empezar su maestro Juan del Castillo está casado con su prima María, una de las hijas de su tío, también pintor, Antón Pérez Murillo, cuya otra hija está casada con el pintor Francisco Terrón. Será la rama materna la que le aporte más relaciones con este mundo de la pintura ya que este tío Antón a su vez está casado con la hija de Vasco Pereira Lusitano, pintor portugués de mérito afincado en Sevilla.

Se suele decir que en sus primeros cuadros puede verse la influencia de su maestro y se cita como como ejemplo la Virgen entregando el rosario a Santo Domingo del Palacio Arzobispal de Sevilla.


La Virgen entregando el rosario a Sto. Domingo. Murillo

Pero sería más adecuado considerar que la obra de Murillo en su primera época tiene sus raíces no solo en Juan del Castillo sino incluso en su antecesor Vasco Pereira Lusitano, y otros pintores de la saga familiar que, constituían su círculo social y profesional, entre los que se encontraban principalmente, parientes pero también otro tipo de relaciones como la de Alonso Cano y su padre que colaboraban asiduamente en el taller de Juan del Castillo.

A decir del profesor Mendez Rodriguez (Velázquez y la cultura sevillana) estos grupos relacionados a través de lazos familiares constituían en la Sevilla de la primera mitad del XVII unas estructuras empresariales de gran importancia y seguridad para sus miembros que además de constituir escuela les permitía abordar como grupo trabajos de gran envergadura.

En las imágenes que se muestran a continuación de Juan del Castillo y Vasco Pereira puede apreciarse la coincidencia con los modelos iconográficos utilizados por Murillo para la representación de sus Vírgenes.
 Juan del Castillo. Virgen con el niño     

Vasco Pereira. Coronación de la Virgen

Las cualidades de Murillo le elevan sobre la mayoría de los pintores de la llamada Escuela Sevillana, y su fama y sus obras se extienden por toda Europa gracias a la actividad comercial del Puerto de Sevilla. Su mayor auge a principios del XVIII y especialmente gracias al periodo en que la corte se instala en Sevilla. Como sabemos la reina Isabel de Farnesio, gran admiradora del pintor, compra muchas de sus obras gracias a lo cual pasan a la Colección Real y hoy pueden verse en el Museo del Prado.

A principios del S.XX se inicia largo periodo en el que la obra y el pintor pasan a un segundo plano en la consideración del público y que suele ser tachado de sentimental, quizás por el cansancio producido por la multiplicación de sus imágenes en estampas y grabados. Esta situación no empezará a cambiar hasta bien avanzando el siglo tras la publicación de los trabajos sobre el pintor realizados por Diego AnguloAugust L. Mayer, o los más recientes de Serrera o Valdivieso, además de las exposiciones a él dedicadas como la del Museo del Prado de 1982 o la muy reciente del Museo de Bellas Artes de Bilbao de 2009 dedicada al Joven Murillo; obras y acontecimientos que han vuelto a situar a Murillo en el lugar que le corresponde, entre los más grandes de la historia de la pintura española.

Mi agradecimiento a Antonio Iraizoz [Pessoas en Madrid] que me facilitó la ocasión de visitar el estudio de restauración I&R; a los maestros restauradores Adelina Illán y Rafael Romero,  por su trabajo y su amabilidad a la hora de resolver mis dudas y al profesor Alberto Álvarez Calero que realizó la investigación que condujo a la reaparición de la obra y no se resigna a perderla de nuevo.