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viernes, 28 de septiembre de 2018

#VDLN - 115

"No poseo la belleza de la perfección,
la fuerza de la sabiduría,
la mirada amplia del conocimiento.
Sólo poseo el suave susurro de la esperanza."
(Joan Walsh)


viernes, 23 de febrero de 2018

#VDLN - 84

"La soledad, decía mi madre, es un fuerte martillazo:
hace añicos el cristal pero templa el acero.
Templar, nos explicó mi padre, significa hacer fuerte,
fortalecer, de la palabra 'fuerza'."
(Fragmento de "Una historia de amor y oscuridad" de Amos Oz)

lunes, 11 de diciembre de 2017

En el día más frío de todos los tiempos, nacía un ser extraordinario. Venía al mundo para cambiarlo, para cambiar el orden de las cosas. Pero no sería sencillo.

Su madre, poseedora de una extrema belleza y una bondad desmedida, características que habían enamorado al Viejo Jefe; hoy había sido abandonada por él. En todos estos años no había sido capaz de darle un heredero, ninguno que siguiera su dinastía, y tomara su lugar cuando llegara el momento. Por eso ella se fue sin mirar atrás ni una sola vez. Se internó en los bosques apenas comenzaba el verano. Y para cuando fue tiempo de que cayera la primera hoja del otoño, supo que en su vientre estaba creciendo el mejor de los sueños. Pero la misma profecía lo había anunciado muchísimos años antes:

“Cuando la blanca pradera se cubra del carmesí más intenso,
producto del amor más puro y profundo;
una criatura vendrá a cambiar el rumbo de la manada.”

Y así fue. En medio a un níveo paisaje y en la más absoluta soledad, su madre la daba a luz. Parecía una criatura tan indefensa, sin embargo ya se veía en sus ojos el fuego que corría por sus venas.

Los años pasaron rápidamente, demasiado para esa madre. La misma que vió a ese pequeño ser convertirse día a día en un alguien maravilloso. Después de muchos años, fue ella, una hembra, a cambiar el destino... el proprio y el de los suyos.


(Este relato pertenece a los "52 retos de 'El libro del Escritor'".
Es el número 35Utiliza tres 'clichés de la ficción' para hacer un escrito con ellos.)

miércoles, 21 de junio de 2017

Hace ya algunos años, también en un solsticio de invierno, cuando el sol comenzaba a esconderse detrás del horizonte salino, aquellas playas del sur fueron testigo de algo mágico y maravilloso.

La Luna y el Mar, en una de sus eternas danzas de amor, dieron a la luz un hijo. Surgió del mismo fondo de ese vasto océano. En él se conjugaba la pureza y la luz de su madre, con la fuerza y el temple de su padre.

Un día, cuando era ya grande, supo de un antiguo tesoro. Uno que no era formado por piedras preciosas ni monedas de oro, pero el cual todas las criaturas de la Tierra deseaban. No era fácil lo que se proponía, pero no por ello dejaría de intentarlo. Se sumergió y comenzó su búsqueda, sin darse cuenta que la Luna se ensombrecía dando inicio a una feroz tormenta. El mar estaba tan agitado, que las olas se alzaban y rompían con una fuerza descomunal. Fueron ellas las que lo llevaron a lo más profundo, allí donde todo era oscuro pero extrañamente calmo. Y, contrariamente a lo que se podría pensar, él se sintió sereno; el Mar lo estaba acunando y enseñándole el complejo lenguaje del silencio. La Luna lo observaba desde el alto con su sabio mutismo y cuando creyó que él ya estaba listo, besó al Mar que tanto amaba y con la alta marea hizo que él volviera a la superficie.

Cuenta la leyenda, que desde ese día, cuando las tormentas son demasiado destructivas, él se sumerge, buscando en lo más profundo, la luz en la oscuridad del abismo, la serenidad de un latido.

...dedicado a mi querido amigo Demian en su cumpleaños.



(Este relato pertenece a los "52 retos de 'El libro del Escritor'".
Es el número 33: Realiza una historia que tenga lugar en el fondo del mar.)


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