En el día
más frío de todos los tiempos, nacía un ser extraordinario. Venía al mundo para
cambiarlo, para cambiar el orden de las cosas. Pero no sería sencillo.
Su madre,
poseedora de una extrema belleza y una bondad desmedida, características que
habían enamorado al Viejo Jefe; hoy había sido abandonada por él. En todos
estos años no había sido capaz de darle un heredero, ninguno que siguiera su
dinastía, y tomara su lugar cuando llegara el momento. Por eso ella se fue sin
mirar atrás ni una sola vez. Se internó en los bosques apenas comenzaba el
verano. Y para cuando fue tiempo de que cayera la primera hoja del otoño, supo
que en su vientre estaba creciendo el mejor de los sueños. Pero la misma
profecía lo había anunciado muchísimos años antes:
“Cuando la
blanca pradera se cubra del carmesí más intenso,
producto
del amor más puro y profundo;
una
criatura vendrá a cambiar el rumbo de la manada.”
Y así fue.
En medio a un níveo paisaje y en la más absoluta soledad, su madre la daba a
luz. Parecía una criatura tan indefensa, sin embargo ya se veía en sus ojos el
fuego que corría por sus venas.
Los años
pasaron rápidamente, demasiado para esa madre. La misma que vió a ese pequeño ser
convertirse día a día en un alguien maravilloso. Después de muchos años, fue
ella, una hembra, a cambiar el destino... el proprio y el de los suyos.