Mostrando entradas con la etiqueta Subfusiles. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Subfusiles. Mostrar todas las entradas

miércoles, 1 de diciembre de 2021

SUBFUSILES: PPSh-41

 

Hijos del padrecito Iósif armados con subfusiles PPSh-41 vacilando a un cuñado que intenta en vano que le regalen uno porque le han dicho que mata mucho y no se estropea nunca

Por una vez y sin que sirva de precedente, cumplo lo dicho: el artículo anterior concluía afirmando que veríamos en breve lo tocante a los subfusiles soviéticos, así que vamos a ello. Hoy hablaremos del que, sin duda, fue el modelo más representativo de estos probos bolcheviques y que, de la misma forma que los MP-38 y MP-40 se asocian de inmediato con los homicidas del ciudadano Adolf, este chisme, con su característico tambor y la carcasa de refrigeración que envuelve el cañón, se convirtió en el símbolo del soldado de infantería del Ejército Rojo: el PPSh-41. Pero antes de entrar en el meollo de esta arma, no vendría mal ponernos al corriente de la evolución previa de los subfusiles en la URSS hasta llegar al modelo que nos ocupa.

Como ya anticipamos, los soviéticos se retrasaron un poco a la hora de incluir en su arsenal los subfusiles. No fue hasta 1926 cuando el prolífico Fiódor Vasílievich Tókarev desarrolló un primer prototipo que podemos observar en la foto de la izquierda. Como vemos, su aspecto es bastante novedoso para la época si bien su morfología se asemejaba más a la de una carabina que a un subfusil. No dejen de observar el curioso detalle de la empuñadura semienvolvente que rodea la parte delantera de su cargador de 21 cartuchos de calibre 7'62x38R, o sea, el mismo que usaba el revólver Nagant. El arma, como se puede apreciar, disponía de un selector de tiro consistente en dos gatillos: uno para tiro automático y otro para semiautomático. Su cadencia de tiro en modo automático era similar a la de una MG-42, uséase, entre 1.100 y 1.200 dpm, lo que se traducía en que un probo mujik con un entrenamiento más bien escaso vaciaría el cargador en apenas un segundo, antes siquiera de acordarse que tenía que aflojar la presión del dedo. Este detalle, sumado a un proceso de fabricación complejo y una munición totalmente inapropiada que produjo cantidad de interrupciones durante las pruebas, hicieron que el diseño de Tókarev fuese desechado pero, al menos, la simiente ya había caído en tierra fértil. Solo había que regarla un poco para que germinase.

De izda. a dcha. Tókarev (1871-1968) Degtyarev (1880-1949)
y Korovin (1884-1946)
El grifo de la manguera lo abrieron en 1929, cuando el Consejo Militar Revolucionario reconsideró la conveniencia de retomar el desarrollo de un subfusil, que obviamente no estaría inicialmente destinado a las tropas, sino a los suboficiales. Entre los años 1932 y 1933 se desarrollaron de forma simultánea tres proyectos para fabricar un subfusil decente que, al menos, sirviera de base de partida. Tókarev presentó otro diseño, al que se sumaron los de Sergei Aleksándrovich Korovin, un ferviente bolchevique que diseñó la primera pistola semiautomática rusa, la Tula Korovin 1926, y el del no menos polifacético Vasili Alekséyevich Degtyarev, al que imagino recordarán por sus famosas armas automáticas. El calibre elegido sería el 7'62x25 Tokárev, que no era más que una copia del 7'63x25 Mauser al que se limitaron a reducirle una centésima de milímetro para que nadie pudiera decir que habían fusilado literalmente el cartucho tedesco. El motivo de decantarse por dicha munición es lógico: era el calibre de la pistola TT-30, diseñada por Tókarev y que se convirtió en la primera pistola semiautomática del ejército soviético. Por lo tanto, a nivel logístico era más viable que tanto pistola como subfusil funcionaran con la misma munición que, por otro lado, ofrecía unas prestaciones muy adecuadas para ese tipo de arma y no producía fallos de alimentación.

PPD-34 que, como vemos, tenía una acusada semejanza con
el MP-18. Junto al arma tenemos el cargador levemente curvado
para 25 cartuchos. En la parte trasera se aprecia el resalte que
lo fijaba al mecanismo de retención
En esta ocasión se llevó el gato al agua el diseño de Degtyarev, cuya arma recibió la denominación oficial de Pistolet-Pulemyot Degtyareva 1934, que traducido en cristiano significa Pistola Ametralladora Degtyarev 1934, abreviado como PPD-34. En honor a la verdad, Degtyarev no inventó nada especialmente novedoso. Basó su diseño en el mecanismo de retroceso de masas y de percusión avanzada del MP-18/I si bien le añadió un selector de tiro situado en la parte delantera derecha del guardamonte. El alza era un modelo tangencial de corredera graduada de 50 a 500 metros con escalas de 50 metros. Su cadencia de tiro era de 800 dpm. y, a simple vista, lo que lo diferenciaba del modelo tedesco era que el cargador con capacidad para 25 cartuchos estaba situado en la parte inferior del guardamanos. El arma se empezó a fabricar en la Planta de Kovrovsky Nº 2 en 1935 y, la verdad, no dio mucho de sí porque de inmediato surgieron algunos problemas, sobre todo en lo referente al mecanismo de retención del cargador, no muy fiable al parecer. Vamos, que se caían solos.

PPD-34/38 montando su nuevo cargador de tambor
Degtyarev se puso manos a la obra para solucionar los defectos que presentaba el modelo que, aparte de los fallos percibidos en el cargador, era complejo de fabricar por su elevado número de horas de mecanizado. Esto, en un país en el que tanto la maquinaria como los niveles de productividad no brillaban por su presencia, sino por su ausencia, suponía todo un reto. Las fábricas bolchevique estaban a años luz de los baremos de calidad que se exigían en otros países, empezando por la vapuleada pero siempre elitista Alemania. Durante un par de años, Degtyarev se dedicó a realizar diversas pruebas para mejorar el arma, las cuales acabaron siendo mínimas, pero las suficientes para eliminar los problemillas que arrastraba. Esencialmente, se cromó el ánima del cañón, lo que alargaba de forma significativa su vida útil; modificó la carcasa de envuelta del cañón, que se fabricó con menos orificios pero más grandes y de forma alargada, y se añadió un cargador de tambor copiado del que usaba el Suomi KP-31 con una pequeña modificación: al tener el arma un guardamanos corrido de una sola pieza, hubo que añadir al tambor una extensión que podemos ver claramente en la foto superior. Estos cargadores, con capacidad nominal para 71 cartuchos (dependiendo de la potencia del muelle podían introducirse entre 70 y 73), daban una mayor autonomía al arma si bien los cargadores de petaca de 25 cartuchos se mantuvieron en servicio. Por cierto que al selector de tiro se le añadieron unas marcas para que el personal no se despistase. En un lado tenían grabado un "1" o la palabra "один" (odin = uno) para indicar modo semiautomático, mientras que en el otro aparecía la cifra "71" o bien las letras "непр." ("cont.", abreviatura de непрерывный, "nepreryvnyy" = continuo) para modo automático. El modelo modificado recibió le denominación de PPD-34/38.

Un operario controla el acabado de un PPD-34/38
Con todo, los mandamases bolcheviques no acababan de tener clara la utilidad del subfusil. De hecho, a pesar de que el nuevo modelo funcionaba perfectamente, su producción fue bastante birriosa, 4.174 unidades (5.084 según otras fuentes) entre el PPD-34 y el PPD-34/38 que, además, solo fueron distribuidas poco menos que a nivel testimonial entre algunas unidades fronterizas y del NKVD. Básicamente, las dudas acerca de la implantación del subfusil de forma generalizada radicaban en que era un arma cara y compleja para ser fabricada en masa y, por otro lado, las reticencias a poner en manos de una tropa cerril un chisme que gastaba munición a porrillo y que precisamente por ello eran necesarias muchas horas de entrenamiento, ergo de gasto de munición, para hacer que un hijo del padrecito Iósif supiera sacarle partido a su subfusil. Por todo ello, en febrero de 1939 se canceló la producción, se anularon los pedidos pendientes y optó por enviar las unidades fabricadas a los arsenales del ejército, manteniendo unas pocas en servicio como ya se ha dicho. Sin embargo, en breve sufrirían en sus propias carnes un revulsivo que les hizo reconsiderar su postura respecto a estas armas.

Sargento finlandés acechando a los bolcheviques con su Suomi.
No solo emplearon de forma óptima sus subfusiles, sino también
los que capturaron a los soviéticos a los que, además, no tuvieron
problemas en municionar usando cartuchos de la Mauser C96
En noviembre de 1939, el padrecito Iósif, decidido a emular al ciudadano Adolf, inició una invasión contra sus vecinos finlandeses. La disparidad de fuerzas era abrumadora y, aunque el conflicto duró apenas tres meses y se saldó con una victoria soviética que supuso la anexión de un 10% del territorio finlandés incluyendo bastantes zonas de su tejido industrial, lo cierto es que los bolcheviques cayeron como moscas. De hecho, la diferencia de bajas entre los dos bandos fue abismal en detrimento de los soviéticos, que no se podían imaginar que los bravos finlandeses les harían pasar un quinario con sus tácticas de guerrilla y sus subfusiles Soumi, precisamente cuando pocos meses antes los mandamases soviéticos habían mandado almacenar los suyos. Hablamos de que solo los considerados como completamente muertos, pero sin incluir los que palmaron congelados más los heridos y tal, la diferencia fue de cinco a uno a favor de los finlandeses. Está de más decir que los soviéticos no solo desembalaron a toda prisa sus subfusiles para mandarlos al frente, sino que pusieron en marcha el desarrollo para reciclarlos en un arma que fuese más fácil de fabricar.

PPD-40 y su tambor, una copia cuasi fiel del que usaba el
Suomi finlandés
Degtyarev empezó por simplificar el diseño para eliminar horas de mecanizado. Para ello, el cajón de mecanismos fue sustituido por un simple tubo en vez de partir de una pieza maciza que había que tornear y fresar. Modificó el cañón, el cierre y, lo más importante, dividió el guardamanos en dos mitades para alojar la tolva de alimentación entre ambas, pudiendo así eliminar la extensión del tambor del PPD-34/38. El alza de los primeros modelos era el tipo tangencial graduado de 50 a 500 metros, si bien en la versión posterior y para ahorrar tiempo y mano de obra se limitaron a colocar un alza fija con una muesca en forma de V. Total, a las distancias de combate habituales no hacía falta mucho más, y las tropas pronto aprendieron a corregir a ojo, o sea, apuntando más alto o más bajo en base a la distancia al objetivo. Este modelo, denominado como PPD-40, entró en producción en febrero de 1940 en los arsenales de Sestroryetsk y Tula, fabricándose un total de 86.986 unidades hasta que cesó la producción al año siguiente, cuando entró en funcionamiento nuestro protagonista de hoy.

Fervientes nenas bolcheviques dando los toques finales a un lote de
subfusiles PPD-40 en la fábrica de Sestroryetsk, en Leningrado
Con todo, el repaso que los finlandeses le dieron a los hijos del padrecito Iósif fue tremebundo a pesar de su victoria y, sobre todo, tomaron muy buena nota del uso táctico que sus enemigos habían hecho del subfusil, ese chisme al que tantos reparos habían puesto anteriormente. Tanto les escoció la cosa que, nada más acabar la fiesta, se dispusieron a acometer el desarrollo de un nuevo modelo más eficiente, más barato y más adecuado para la producción en masa. Porque la cuestión es que el PPD-40, por mucho que el camarada Degtyarev quiso simplificarlo, aún era demasiado complejo para el nuevo concepto que se habían planteado. Fabricar una de estas armas requería 13'7 horas de mecanizado, y su costo no era precisamente barato: 900 rublos incluyendo un juego de piezas de repuesto, o sea, 250 rublos menos que una DP-27 (la ametralladora de infantería Degtyarev), que era más grande y mataba más. Era pues necesario buscar un diseño que sustituyera al PPD-40 que, aunque como arma era fiable y robusta, ya no cumplía con los baremos señalados por los mandamases.

Georgii S. Shpagin (1897-1952)
Para ello se presentaron dos competidores: uno era Georgii Semiónovich Shpaguin, un cuasi autodidacta que desde 1920 curraba junto a Degtyarev y Vladímir Grigórievich Fiódorov, que en una fecha tan temprana como 1905 ya había desarrollado una versión semiautomática del Mosin-Nagant que, a la vista del excesivo retroceso que tenía, la recamaró para el más flojito 6'5x50SR japonés. En la época que nos ocupa, Shpagin ya se había convertido en un experto en diseño de armas automáticas y tenía claro, a la vista de lo que ya se fabricaba en otros países como Alemania, que si querían un arma barata y fácil de producir el futuro estaba en las piezas obtenidas mediante estampación y luego soldadas. Ese método permitía reducir de forma notable las horas de mecanizado que traían de cabeza al personal, tanto por lo complejo como por lo caro. Además, la simplicidad del diseño permitía producirla en pequeñas fábricas sin necesidad de tener que recurrir a un batallón de personal altamente cualificado como torneros fresadores para acabar un producto razonablemente válido. Eso, en caso de guerra, podía ser vital ya que las grandes fábricas capaces de manufacturar un arma más elaborada serían, como es lógico, el principal objetivo de la aviación enemiga.

Boris G. Shpitalny (1902-1972)
El competidor de Shpagin era Boris Gavriilovich Shpitalny, un polifacético bolchevique que, antes de dedicarse a diseñar máquinas de matar ciudadanos, empezó a currar como ferroviario y, posteriormente, se graduó como ingeniero aeronáutico en el Instituto Mecánico de Moscú en 1927. Entre 1934 y 1953 fue director y diseñador jefe de la Opitnoye Konstruktorskoye Biuro 15 (Oficina de Diseño Experimental  15) o, en forma abreviada, OKB-15, en Tula. Posiblemente, por el nombre pocos conocerán a este probo inventor, pero si les digo que fue el que diseñó las ametralladoras ShKAS y ShVAK que armaron diversos aeroplanos soviéticos, fijo que ya saben de quién hablamos. Obviamente, Shpitalny no era ningún novato en estos temas, así que su subfusil no fue un rival fácil de batir. El arma de Shpitalny, no se sabe por qué, no recibió en el papeleo burocrático del momento la denominación de pistola ametralladora, sino ametralladora de infantería. Igual era para despistar a los espías, vete a saber. Estos fulanos estaban un poco paranoicos con el espionaje y tal... Bueno, el subfusil que diseñó estaba en la misma línea que lo que ya había, o sea, un arma claramente inspirada en el diseño finlandés si bien en este caso Shpitalny había optado por un concepto distinto al de su colega, buscando unos niveles de acabado mucho más cuidadosos. Sin embargo, esto le supuso más un inconveniente que una ventaja porque si el PPD-40 ya se consideraba como excesivamente complejo y caro, el arma de Shpitalny le echaba la pata con creces: nada menos que 23'5 horas de mecanizado. Aparte de eso, tanto el Shpitalny como el PPD-40 también tenían una clara desventaja: ambas constaban de 95 piezas, mientras que el diseño de Shpagin solo 87 (ojo,  en el despiece se incluyen hasta los tornillos, pasadores y piezas menores).

No obstante, el arma se tomó en consideración, y durante la segunda quincena de noviembre de 1940 se llevaron a cabo las pruebas en el NIPSVO (Nauchno-Issledovatelskiy Poligon Strelkovogo Vooruzheniya, espantoso galimatías trabalenguas que viene a significar Polígono de Investigación Científica de Armas Ligeras), en Shchurovo, cerca de Moscú. A la derecha podemos ver los dos modelos. En la parte superior, la inconfundible silueta del PPSh-41, y debajo la "ametralladora de infantería" de Shpitalny que, como salta a la vista, era de unas dimensiones más generosas, de 98'3 cm de largo contra los 84'3 del PPSh. Al igual que su competidora, tenía una cadencia de tiro de unos 800-900 dpm. con posibilidad de fuego semiautomático o automático accionando un selector de tiro. El tambor de la 
Shpitalny tenía una capacidad mayor, de 93 cartuchos. Se tenía previsto otro de 100, usándose ambos en las pruebas. No obstante, el cargador del PPD-40 era compatible llegado el caso. El peso del arma era notable, ya que hablamos de 6'8 kg. con el cargador contra los 5'3 del PPSh-41. Por lo demás, el alza estaba graduada hasta los 1.000 metros.

En las fotos podemos ver los cargadores que usaban ambos
modelos. El Shpitalny, aunque cargaba 26 cartuchos más,
precisaba de menos tiempo para llenarlo: 108 segundos contra
los 137 segundos que tardaban los del PPD-40 y el PPSh
Para las pruebas se presentaron 2 PPD-40, tres modelos de Shpitalny y tres de Shpagin. Grosso modo, que no es plan de narrar con pelos y señales el proceso selectivo, el Shpitalny se mostró más preciso que su competidor, sobre todo a partir de 200 metros de distancia por una razón obvia: su cañón era 8 cm. mas largo (35 contra 27 cm.), y acusaba menos el retroceso por ser más pesado. Sin embargo, a efectos de fiabilidad el modelo de Shpagin se mostró superior. El Shpitalny, tras 68.000 disparos vio como se le rompía la culata y varias piezas salían disparadas por la potencia del muelle recuperador, por lo que hablamos de una avería que dejaba totalmente inutilizada el arma. La de Shpagin llegó sin problemas a los 70.000 disparos, entre otras cosas porque se había preocupado de cromar el ánima, lo que disminuía como sabemos los niveles de fatiga del cañón. El PPD-40 acabó mostrándose solo como un arma más compacta y ligera, pero ahí terminaban sus ventajas. En todo caso, lo que acabó decantando la balanza a favor del Shpagin era la enorme disparidad en las horas de mecanizado, apenas 5'6, una diferencia tremebunda respecto a los otros dos modelos. De hecho, solo tenía dos piezas obtenidas mediante torneado: el cañón y el cierre. Básicamente, el resto eran piezas producidas mediante estampación unidas con puntos o cordones de soldadura, era muy robusto, fiable y, como se acabó convirtiendo en dogma en el material de la URSS, funcionaba aunque lo patease un elefante después de tenerlo un mes metido en un pozo. Una vez concluidas las pruebas se decidió que el Shpagin ganaba por goleada, así que fue adoptado por el Comité de Defensa del Consejo de Comisarios del Pueblo el 21 de diciembre de 1940. La producción comenzó en otoño del año siguiente, cuando el ciudadano Adolf ya se había presentado sin avisar, la Wehrmacht avanzaba como un tren imparable hacia el interior de Rusia y sus Einsatzgruppen se dedicaban a masacrar probos hijos del padrecito Iósif, que tardó semanas en reaccionar mientras se le pasaba la sorpresa al verse agredido por el que creía su aliado.

Bien, tras este interminable introito ya podemos hablar del
Пистолет Пулемёт Шпагинa 1941, que transliterado al alfabeto latino sería Pistolet-Pulemyot Shpáguina 1941 y que traducido a algo razonablemente inteligible es la Pistola Ametralladora Shpagin modelo 1941, PPSh-41 para los amigos.  El arma, como ya se ha dicho, era de una simpleza absoluta. El cajón de mecanismos albergaba las piezas habituales en un arma de inercia simple y percusión avanzada: un cierre masivo (Fig. A) accionado por un muelle recuperador helicoidal (Fig. B), el cual estaba instalado en una varilla en cuyo extremo posterior había un tope amortiguador (Fig. C) que, inicialmente, estaba fabricado con un combinado de cuero y tela y en versiones posteriores se sustituyó por una pieza de fibra. En el cierre había dos piezas más: la uña extractora (flecha negra) provista de un muelle de fleje, situada en la parte superior, y la palanca de carga (flecha roja) que, a su vez, también servía como seguro, como veremos más adelante. En la parte inferior del bloque de cierre había una acanaladura que se deslizaba sobre el expulsor, una simple pieza colocada en la parte delantera del cajón de mecanismos. 

El interior del cajón de mecanismos era aún más espartano. Contenía el gatillo (flecha negra), el desconector (flecha roja) y el expulsor (flecha blanca). Para los que no sepan qué leches es eso del desconector, básicamente es la pieza que permite hacer fuego automático o semiautomático. Si colocamos el selector de tiro en posición de automático, cuando apretamos el gatillo el desconector baja, y queda en esa posición mientras mantengamos el gatillo apretado. Si por el contrario colocamos el selector en posición de tiro semiautomático, cada vez que apretamos el gatillo el desconector bajará, permitiendo que el cierre  avance, pero tal como baja, vuelve a subir por la acción de un muelle, reteniendo el cierre cuando retrocede tras producirse el disparo aunque mantengamos apretado el gatillo. 

El PPSh-41 había sido concebido con un elemental y, a la vez, práctico sistema para facilitar la extracción de mecanismos y para su limpieza. En la secuencia de la derecha podemos verlo con detalle. En la foto A se muestra cómo abrir el cajón de mecanismos. Para ello, bastaba presionar con el dedo en la superficie estriada al final del mismo, liberando así el retén que mantenía cerrado el conjunto. La parte superior del cajón y el conjunto formado por la carcasa de refrigeración y el cañón pivotaban sobre un único pasador situado en el extremo de la culata, delante de la tolva del cargador. Una vez abierto, deja a la vista el cierre con el muelle recuperador y su amortiguador (foto B). En la foto C tenemos el arma desmontada para su limpieza cotidiana. Si fuese necesaria una limpieza más a fondo o una reparación, bastaría sacar el pasador para extraer todo el conjunto. El tema de la limpieza no era baladí en un entorno como el Frente Oriental, donde a diario había que repasar el estado del arma. En las épocas húmedas, el fango se colaba por todas partes, pudiéndose congelar y bloquear los mecanismos. En verano, el polvo hacía lo mismo, pero sin congelación. Se insistía mucho al personal en todo lo tocante al mantenimiento de sus armas en perfecto estado. La higiene ante todo.

El selector de tiro estaba ubicado en el guardamontes, delante del gatillo y, como hemos dicho, era el mecanismo que actuaba sobre el desconector. Como vemos, era una pieza bastante burda formada por una simple chapa doblada con una prensa y atornillada al desconector sin más historias. Si la empujamos hacia adelante, tendremos la posición de tiro automático. Si la empujamos hacia atrás, semiautomático. El mismo guardamonte era igualmente más básico que los conceptos morales de un político. Era una tira de metal obtenida mediante troquelado que, a continuación, pasaba por una plegadora que le daba la forma adecuada, pero con un acabado un tanto burdo. Estos procesos eran tan básicos y rudimentarios que no precisaban de maquinaria sofisticada. En cualquier taller había lo necesario para ello, y cualquier currante, aunque fuese un mujik que no sabía ni escribir su nombre con la ayuda de una plantilla, podía fabricar estas piezas sin ningún problema. Esta simplicidad permitió que en la primavera de 1942, cuando la producción apenas llevaba unos cuatro meses en marcha, la cifra diaria de unidades terminadas alcanzase nada menos que los 3.000 ejemplares. A la sencillez de producción se sumó la advertencia a los responsables del partido de cada distrito para que acicatearan adecuadamente a los obreros si no querían verse en un vagón de ganado a 50º bajo cero camino de algún lugar en mitad de la nada en Siberia, pero sin billete de vuelta.

Para la limpieza, llevaba los accesorios habituales del armamento ruso. La baqueta (fig. F), dividida en dos piezas, iba junto a su empuñadura en un alojamiento situado en la culata, al que se accedía mediante un pequeño portillo circular situado en la cantonera de acero. El resto se llevaba en una pequeña bolsa de tela guardada en un bolsillo lateral de una de las fundas para los cargadores de tambor. Contenía una llave para regular el punto de mira (fig. B), una grata (fig. C), un destornillador plegable (fig. D), un botador (fig E) y una aceitera (fig. A) compartimentada en dos partes señaladas con las letras Щ y Н. La primera corresponde a щелочной состав (shchelochnoy sostav = solución alcalina), un disolvente para eliminar los residuos de pólvora. La segunda a нейтральное масло (neytralnoye maslo = aceite de pH neutro) o sea, el aceite lubricante. También se recomendaba que, en caso de hacer un frío mortífero, se recurriere al queroseno ya que la temperatura de congelación de este producto es de -47º. Si se mantenía un fuego prolongado se recomendaba que cada 500-1.000 disparos se realizase una limpieza parcial, eliminando restos de pólvora y lubricante congelado. Caso de ser imposible, se sacaba el cargador, se colocaba el selector en posición de tiro automático y se impregnaba el cierre con una mezcla de queroseno y grasa para ejes a través de la ventana de expulsión. Luego se apretaba el gatillo y se accionaba varias veces el cierre para eliminar la mugre y, por decirlo de algún modo, se autoengrasase. La proporción adecuada era de un 20% de grasa y un 80% de queroseno.

Veamos el sistema de carga y los seguros. En la figura 1 aparece el arma en estado de reposo, con el cierre avanzado. Es la posición para introducir el cargador en la tolva de alimentación. Observemos los detalles A y B, que pertenecen a la palanca de carga. Como vemos, en la parte superior hay un pequeño pestillo estriado que se empujaba hacia dentro para bloquear la posición de la palanca y evitar que por un movimiento o un golpe ocurriera un desastre. La pesada masa del cierre podría, en caso de golpear la culata, retroceder debido a la inercia y, al avanzar por la acción del muelle recuperador, arrastrar un cartucho y producirse un disparo fortuito. Esa es la precaución que tomamos en la figura 2, en la que se ha introducido la palanca en una muesca situada un poco más atrás y se ha empujado el pestillo de seguridad para bloquearla (fig. B). La figura 3 muestra la posición de seguro cuando la acción es inminente. Se coloca en la muesca trasera y se corre el pestillo para bloquear la palanca. Finalmente, en la figura 4 hemos desbloqueado la palanca y la hemos sacado de la muesca, por lo que el arma está lista para abrir fuego.

En cuanto al rellenado de los cargadores, obviamente el más fácil era el de petaca para 35 cartuchos al tresbolillo o doble columna. Nos obstante, debido a la potencia del muelle se acompañaba de una herramienta (había tres tipos que vemos en las fotos de la derecha) para facilitar la recarga, que solía complicarse a partir de los 20 cartuchos. Una vez introducidos algunos cartuchos, se colocaba en la boca del cargador (fig. C) y, a continuación se presionaba el empujador que hacía bajar la columna de cartuchos (fig. A), tras lo cual se introducía un nuevo proyectil (fig. B), y así hasta llenar el cargador. Por otro lado, y muy importante, el cargador de petaca facilitaba un mejor agarre y control del arma que el de tambor, aparte de pesar mucho menos, 340 gramos vacío y 700 lleno contra los 1'1 kg. vacío y 1'8 kg. lleno respectivamente. La producción inicial estaba fabricada con chapa de o'5 mm. de espesor, lo que dio lugar a no pocos problemas a causa del maltrato en combate, con abolladuras y/o deformaciones que los inutilizaban. Por lo tanto, se optó por un material de 1 mm. de espesor, y con el cambio se solucionó este defecto.

El cargador de tambor tenía más enjundia y, como vimos más arriba en la descripción de las pruebas, un tirador entrenado necesitaba dos minutos y cuarto para llenarlo, y eso siempre y cuando no llovieran las bombas alrededor. Cada arma se suministraba con tres cargadores, por lo que hablamos de una dotación mínima de 213 cartuchos, pero parece ser que muchos infantes preferían llevar uno de tambor para empezar la fiesta y luego ir recargando con cargadores de petaca, mucho más rápidos de recargar con las cajas de munición extra que llevasen encima. En fin, cada cual se la montaba como creía más adecuado. Veamos el proceso de carga:

Fig. 1: Para abrir la tapa hay que presionar el bulón que asoma por la parte trasera. En la delantera lleva una muesca que bloquea el pestillo de cierre.

Fig. 2: Al sobresalir el bulón, giramos el pestillo en sentido horario y extraemos la tapa.

Fig. 3: La rueda interior hay que girarla en sentido anti-horario hasta oír ocho clics, lo que indicará que se ha "dado cuerda a tope". Estos cargadores funcionaban gracias al impulso que ese resorte ejercía sobre el empujador marcado con la flecha blanca. 

Fig. 4: El interior del tambor está dividido en dos hileras separadas por sendas láminas de metal. Primero llenamos la hilera interior, con capacidad para 32 cartuchos.

Fig. 5: Una vez llena la hilera interior, hacemos lo propio con la exterior. Esta tiene capacidad para 39 cartuchos. La flecha blanca señala la posición que debe ocupar el primer cartucho de la serie.

Fig. 6: Ya hemos llenado la hilera exterior. Los últimos dos o tres cartuchos hay que introducirlos por la tolva, por lo que hay que forzar un poco el muelle del cargador, ayudándose con la mano izquierda. 

Fig. 7: Ya hemos completado la recarga.

Fig. 8: Colocamos la tapa y echamos el pestillo empujando el bulón central. O sea, el proceso inverso del principio. 

Una vez lleno el cargador, ya fuese de petaca o de tambor, se introducía por la tolva del arma. Uno de los problemillas que arrastraba el diseño inicial era la escasa fiabilidad del sistema de retención, hasta el extremo de que en plena refriega se te podía caer el cargador al puñetero suelo. Por lo tanto, el sistema de bloqueo se modificó con un mecanismo más elaborado. En la figura A vemos como se acciona la palanca de retención, que por norma iba plegada contra el guardamanos. Una vez bajada (fig. B) se introduce el cargador, sea cual sea. Una vez colocado en su sitio, la palanca se pliega hacia atrás (fig. C) para asegurar el bloqueo. En la figura D vemos el aspecto del arma con su correspondiente cargador y la palanca plegada hacia atrás. ¿Qué por qué una palanca tan aparatosamente grande? Fácil: debía ser manipulada por tropas equipadas con gruesos guantes. Una palanca pequeña no sería fácilmente manejable, y una tan grande, si no tenía esa opción de plegarse, podría engancharse o ser presionada de forma involuntaria con las consecuencias que se pueden imaginar.

Bien, volvamos a algunas cuestiones mecánicas. El mejor ejemplo de una pieza obtenida por estampación es sin duda la carcasa de refrigeración. Su proceso de fabricación era mínimo: troquelar la chapa, troquelar los orificios, plegarla y, como vemos, ni siquiera era necesario soldar todo el tubo resultante. Bastaba con un pequeño cordón en el extremo y santas pascuas. Luego se tapaba el extremo con un disco perforado que se convertía en la boca de fuego y que también era soldado; luego se eliminaban los restos del cordón y la pieza estaba terminada. En el detalle vemos el punto de mira, que en la versión inicial carecía de cubrepunto. Está fabricado partiendo de una pequeña chapa, también troquelada y plegada, y unida a la carcasa mediante tres puntos de soldadura en sendos orificios practicados en cada solapa lateral. Luego se eliminaba el sobrante de cada punto y terminado.

La peculiar forma de la boca de fuego, con dos salidas hacia los lados, otra arriba y el extremo formando un plano inclinado, era un eficaz freno de boca, imprescindible para controlar un arma con una cadencia de tiro tan elevada. Esa cámara de expansión tenía pues como misión desviar los gases de la deflagración de la pólvora, de forma que estos empujaran hacia adelante y hacia abajo el extremo del cañón. No obstante, el freno de boca delataba al que usaba un PPSh-41 si disparaba en ambientes de poca luz. En la imagen de la derecha hemos recreado el efecto que se produciría, con tres llamaradas saliendo por cada orificio del freno. Obviamente, solo el sonido producido por la rápida cadencia de tiro era suficiente para saber que el enemigo estaba armado con un subfusil, pero esta característica llamarada facilitaba su localización.

En cuanto a los elementos de puntería, como ya se comentó más arriba, la versión inicial estaba provista de un alza tangencial de 50 a 500 metros con escalas de 50 metros. La posterior, mucho más extendida, era un alza de librillo que se implantó en el momento en que tuvieron claro que las distancias de combate habituales raramente alcanzaban más de 200 metros, por lo que un alza graduada a más distancia y que, además, era más compleja y cara de fabricar, sobraba. El alza de librillo estaba formada por  dos hojas con sendas muescas en U. La primera (fig. A) tenía marcada la cifra "10", equivalente a 100 metros. La segunda (fig. B), marcada con un "20", era para 200 metros. Con todo, los mandamases aprendieron que la instrucción de tiro era de vital importancia, y que no por ir armado con una máquina capaz de disparar 15 tiros en un segundo ya se tenía garantizado abatir al enemigo. Antes al contrario, un soldado mal entrenado solo quemaría munición sin darle ni a un mamut a 10 metros, por lo que se enseñó a las tropas a calcular el avance del tiro cuando el enemigo iba andando, corriendo, o las posibles variaciones del punto de impacto en caso de viento lateral. Además, se distribuyeron tablas de tiro para que cada cual aprendiera a hacer las correcciones oportunas en base a las circunstancias de cada momento.

Infante soviético en un combate callejero. En estos combates a corta
distancia era donde el PPSh-41 se mostraba como un enemigo temible
por su alta cadencia de tiro
Bien, grosso modo estos son los aspectos técnicos más relevantes del PPSh-41. Como dijimos en su momento, la producción comenzó en el otoño de 1941, concretamente en la ciudad de Zagorsk, cerca de Moscú, de donde tuvo que ser evacuada antes de acabar el año ante la inquietante proximidad de los tedescos. Solo en ese breve período de tiempo se fabricaron unas 90.000 unidades, lo que nos da una idea de la viabilidad del diseño para la producción en masa. Además, para no tener concentrado en un solo punto la producción, docenas de fábricas secundarias se dedicaron a la manufactura de piezas sueltas, por lo que en 1942 la producción había alcanzado el millón y medio de unidades. Al término de la guerra se habían fabricado cinco millones de subfusiles, de los que 2'3 millones salieron de la Planta de Construcción de Máquinas Vyatsko-Polyanskiy. 

Ya en el sitio de Stalingrado los tedescos no dudaron en darle buen
uso a los PPSh-41 capturados a los hijos del padrecito Iósif. En la
foto vemos a un suboficial apalancado en las ruinas de una fábrica
El arrollador avance alemán permitió a los invasores apoderarse de ciertas cantidades de este subfusil, que rápidamente reutilizaron en cuanto se dieron cuenta de que era un arma más fiable en las duras condiciones del Frente Oriental que sus Schmeisser de dotación. Algunos fueron recamarados al 9 mm. Parabellum reglamentario y modificados para usar los cargadores de los MP-38/40, adoptando la denominación de MP-41(r) si bien la mayoría permaneció con su calibre original con el nombre de MP-717(r). Siendo totalmente compatible con el 7'63x25 Mauser no tuvieron problemas para suministrarles munición. Los finlandeses, que tras la Guerra de Invierno se sumaron a la fiesta organizada por el ciudadano Adolf, se apoderaron de unas 2.500 unidades que, como está mandado, se plantearon reutilizar a la vista del buen rendimiento del diseño del camarada Shpagin. Sin embargo, su intención era recamarar las armas y cargadores para el 9 mm. Parabellum, por lo que decidieron almacenarlas hasta disponer de tiempo y medios para ello, limitándose de distribuir unas cuantas unidades entre tropas de segundo escalón usando la munición original. La guerra terminó sin que se llegaran a emplear, así que permanecieron en los arsenales hasta que en la segunda mitad de la década de los 60 decidieron librarse de ellos vendiéndoselos a sus propios militares por si les daba un avenate al ver que sus cuñados se habían ventilado sus reservas de vodka.

Bien, con todo lo explicado imagino que si lograsen trincar uno de estos chismes podrían manejarlo con la misma destreza de un Ivan Ivanóvich Ivánov, así que veamos a continuación los detalles más relevantes sobre el uso táctico que los bolcheviques dieron a los otrora menospreciados subfusiles y que, tras la redención a la que fueron sometidos por sus vecinos de Finlandia, reconsideraron su fabricación hasta convertirlos en una de las principales herramientas para derrotar a la poderosa Wehrmacht.

Digamos que el punto de inflexión en este contexto comenzó en Stalingrado, un interminable asedio que se prolongó entre agosto de 1942 y febrero de 1943. Fueron cinco meses y medio en los que tuvieron tiempo de sobra para aprender a mantener a raya a un enemigo inicialmente superior en armamento y preparación, pero no tardaron mucho en dar forma a una serie de tácticas que hizo imposible a los tedescos apoderarse de la ciudad. 

Miembro de un grupo de asalto en plena lucha callejera. Protege su
cuerpo con una coraza SN-42 (Stalinoy Nagrudnik, babero de acero),
de 2 mm. de espesor y 3'5 kg. Resistía el impacto de una bala de 9
Parabellum a partir de los 100 metros. Fue muy usada en Stalingrado.
El fulano del fondo lleva un lanzallamas ROKS-2

Los hijos del padrecito Iósif recurrieron a buscar la máxima aproximación posible con el enemigo, lo que les impedía pedir apoyo artillero o aéreo para rechazarlos so pena de palmarla bajo su propio fuego amigo. En un campo de batalla formado por edificios en ruinas y montañas de escombros, las patrullas de asalto acosaban sin descanso a los tedescos día y noche, sin darles una pausa ni para echar una cabezada hasta llevarlos a un grado  de agotamiento físico y psicológico abrumador. Agobiados por ver sombras y fantasmas por doquier, la única opción que les quedaba era abrir fuego contra todo lo que se movía, llegando al extremo de que, solo en septiembre de 1942, cuando se cumplía el primer mes mes del inicio del asedio, los tedescos gastaron la friolera de 25 millones de cartuchos. Sí, casi un millón diario en un frente de unos cuantos kilómetros. Manda cojones, ¿qué no? La culpa la tenían esas patrullas de asalto, pequeñas unidades formadas por 6 u 8 hombres armados con subfusiles y entre seis y doce bombas de mano que se infiltraban entre los escombros buscando la aproximación. Una vez consolidada su posición les seguía un grupo de refuerzo provisto de armamento adecuado para resistir un ataque en toda regla a base de ametralladoras, fusiles anticarro y morteros. Así, de forma sutil y taimada, los bolcheviques lograron establecer decenas de posiciones incluso por detrás de las líneas alemanas, viéndose así hostigados por todas partes las 24 horas del día los siete días de la semana.

Dos soviéticos aprovechando un breve descanso para quitar mugre
de sus armas. Como vemos, se podían limpiar en cualquier sitio para
cumplir con las recomendaciones del manual y, de paso,
dejar enfriar el cañón, lo que debía hacerse si se vaciaban tres
cargadores de tambor en un breve lapso de tiempo. Obsérvese como
el tipo de la izquierda mete el dedo en el depósito de la culata, donde
guarda la baqueta
Así pues, tras formar esos reductos en las zonas que estimaban más ventajosas, se apalancaban en ellos convirtiendo la posición en un erizo de armas automáticas capaces de repeler un ataque salvo que el enemigo estuviese dispuesto a asumir un elevadísimo índice de bajas o lograran desalojarlos con carros de combate o cañones e asalto. La lucha entre escombros siempre favorece al defensor porque nunca presenta batalla en una línea claramente marcada, sino que se mueve, cambia de posición, ataca y se repliega, etc. Los grupos de asalto se aproximaban a las posiciones tedescas de forma sinuosa y reptiliana. Seis o siete fulanos se pueden mover por una escombrera como Pedro por su casa en plena noche sin que nadie los detecte. Una vez alcanzada la distancia adecuada, abrían fuego, un fuego de saturación proporcionado por la elevadísima cadencia de tiro de sus armas que, o mataba a los enemigos, o acababa poniéndolos en fuga porque no sabían ni de dónde les llovían los palos ni a cuántos hombres se enfrentaban. Tras la consolidación de la posición con la llegada del grupo de refuerzo, aún les quedaban los llamados grupos de reserva, destinados a acudir donde fuera preciso aumentar el número de defensores o bien para formar nuevos grupos de asalto. En resumen, esta táctica combinada con el inteligente uso del subfusil más el implacable acoso de los francotiradores sirvieron para, a costa de mucho esfuerzo y muchas bajas, romper el férreo asedio tedesco. Stalingrado, aparte de su posición estratégica y tal, ya se había convertido en una cuestión de amor propio. Para los hijos del padrecito Iósif era la ciudad que llevaba el nombre de su amado líder, y para los tedescos eran la prueba de que nada ni nadie podía detenerles. Pero las calles de Stalingrado no eran las inmensas llanuras de Ucrania donde sus todopoderosas divisiones acorazadas eran simplemente imparables al comienzo de la guerra.

Grupo de tankodesantniki descendiendo de un T-34. El carro estará
detenido el tiempo justo para no convertirse en un blanco perfecto
de los PaK tedescos. Obsérvese, como dato curioso, que el fulano
que se agarra al cañón para saltar lleva un MP-38 alemán
Otro quebradero de cabeza para los tedescos fueron los tankodesantniki (literalmente, paracaidistas de tanques), los grupos de asalto encaramados en los T-34, una imagen bastante recurrente en el Frente Oriental. Desde 1941, las brigadas acorazadas ya disponían de compañías armadas con subfusiles, pero a partir de 1943 se dotó a cada brigada de todo un batallón, o sea, 280 hombres armados con PPSh-41 y algún que otro PPD-40 de los que aún quedaban en activo. Cuando los T-34 se abalanzaban contra las líneas alemanas, los tankodesantniki usaban los carros como los dragones de las guerras napoladrónicas, o sea, como jinetes que se valían de sus pencos para acudir rápidamente donde se les requería pero, una vez llegados a destino, se apeaban y luchaban a pie. Bien, pues lo mismo hacían estos probos jinetes de carros: cuando estaban a una distancia próxima a las posiciones enemigas se bajaban, y proseguían el avance protegidos por sus monturas acorazadas, sirviendo además de escolta cercana para impedir que los frieran por los lados o la zaga los malvados tedescos que, desde pozos de tirador avanzados, les dispararan con un Panzerfaust. Una vez alcanzadas las posiciones enemigas, los carros no podían ocuparlas, sino solo abrirse paso. Para aniquilar a la infantería que aún permanecía en las trincheras estaban los tankodesantniki, que con sus subfusiles se convertían en ángeles exterminadores.

Patrulla de esquiadores finlandeses armados con subfusiles. Esos
dos probos nórdicos podían cerrar el paso a una pequeña unidad
enemiga barriéndolos con sus armas
Para concluir y no extenderme en demasía, debemos hacer también referencia a las unidades de esquiadores, lección también aprendida de los belicosos finlandeses en sus propias carnes. Estas unidades, aunque creadas a principios de 1940 como respuesta a las de sus enemigos durante la Guerra de Invierno, no acababan de tener claro su uso táctico. De hecho, al estar basadas en la rapidez y el uso de armas capaces de desplegar una gran potencia de fuego, el Suomi en este caso, los soviéticos se limitaron a añadir hombres armados con fusiles semiautomáticos como el SVT-38 y el SVT-40, pero estas no eran precisamente las mejores armas para ese tipo de guerra. Era pesados, grandes, se enganchaban en las ramas de los árboles y por su calibre se podía transportar menos munición. En septiembre de 1942, con la llegada de otro invierno, ya habían tomado buena nota de sus errores y cambiaron radicalmente su empleo táctico.

Página del manual para tropas de esquiadores en la que se muestran
diversas posiciones de tiro ayudándose de los esquís o los bastones.
En la superior izquierda se ve como se valen de los bastones para
apoyar los codos sin que se les hundan en la nieve
Las unidades de esquiadores se emplearon de una forma similar a los grupos de asalto destinados al combate callejero, pero con una salvedad: ellos no contaban con grupos de refuerzo, o sea, que su misión no se basaba en el establecimiento de posiciones a retaguardia del enemigo, sino de hacerles la puñeta desde la retaguardia y, aprovechando su superioridad sobre el terreno y el clima, hacer de moscas cojoneras, cargándose a todos los que podían y destruyendo si era posible depósitos de municiones, víveres, etc. Y como su armamento se limitaba a lo que podían transportar ya que no era posible hacerles llegar material más pesado, sus batallones iban armados de forma que podían desplegar una potencia de fuego arrasadora. Cada batallón se dividía en tres compañías de 129 hombres y 7 oficiales, cada una de las cuales contaba con 43 fusiles SVT, 55 subfusiles, 7 fusiles de francotirador, 6 ametralladoras DP y 3 morteros de 50 mm. Como vemos, una de estas compañías contaba con más potencia de fuego que un batallón de infantería convencional. Su modus operandi era simple, pero muy eficaz: valiéndose de las brechas en las líneas enemigas a causa de los accidentes del terreno y las zonas pobladas por densos bosques, se infiltraban hasta superar las posiciones tedescas, momento en que los atacaban por la zaga de forma sorpresiva para, nada más acabar la fiesta, desaparecer como fantasmas entre la bruma. Eso desmoralizaba al más pintado, ya que nunca se sabía de dónde les vendrían los palos. Aparte de su acción destructiva, las compañías de esquiadores eran muy útiles para recabar información sobre las posiciones enemigas, situación de sus parques móviles, depósitos, etc., que serían luego el blanco de la artillería o la aviación.

Tropas vietnamitas desfilando con sus vetustos pero aún
perfectamente operativos PPSh-41, que superan en longevidad
al AK-47
Bueno, ya me he enrollado en demasía, pero creo que lo más importante ha quedado claro, ¿no? Como hemos visto, los soviéticos supieron sacarle jugo a sus subfusiles. Al PPSh-41 le sucedieron versiones más simplificadas aún, el PPS-42 y el PPS-43, de los que ya hablaremos en su momento. A niveles prácticos, ya sabemos que el subfusil fue cediendo terreno al fusil de asalto tras la aparición del StG-44 tedesco y, pocos años más tarde, el incombustible AK-47. No obstante, la vida operativa del diseño de Shpagin fue mucho más larga que la de su creador. De hecho, no solo combatió en Corea, Vietnam, Cuba, y demás conflictos de la posguerra en manos de los aspirantes a ser fagocitados por el régimen comunista, sino que incluso fue fabricado bajo licencia en varios países de su órbita, como China, Corea del Norte, Vietnam, Polonia, Rumanía y la antigua Yugoslavia. Actualmente sigue operativo en Siria, Corea del Norte, Albania y algún que otro grupúsculo de defensores de la libertad deseosos de hacerse con el poder para administrar la libertad a su antojo.

En fin, me he quedado ya sin pilas. 

Hale, he dicho

ENTRADAS RELACIONADAS:


La combinación de T-34 con infantería de apoyo acabó desbordando a la Wehrmacht. Ante todo, se encontraron que por cada carro destruido se construían 10, por cada subfusil capturado se fabricaban 10, y por cada bolchevique muerto resucitaban 10. Alemania menospreció el poder industrial y humano de los untermenschen rusos, que demostraron que de unter tenían poco, y creo que jamás pudieron imaginar que sus burdos diseños con unos niveles de acabado tercermundistas pudieran superar a sus espléndida máquinas y armas salidas de las mejores industrias del mundo

sábado, 20 de noviembre de 2021

ORIGEN DEL SUBFUSIL

 

Por lo general, cuando se habla de subfusiles la imagen más difundida es la de tedescos empuñando sus MP-38 o MP-40, quizás las armas de este tipo más emblemáticas. Su elegante diseño y su proliferación durante todo el conflicto convirtieron estos modelos en un icono que aún perdura

Acabo de darme cuenta de que, tras diez años y medio dando cuenta de todo tipo de armas modernas, aún no se ha hablado para nada de los subfusiles. Hemos dado cuenta de diversos tipos de pistolas, fusiles, cañones, ametralladoras, carros de combate, lanzagranadas, lanzallamas y demás útiles para detener corazones de ciudadanos enemigos, pero nada sobre los subfusiles, esos chismes que actualmente forman parte del arsenal de ejércitos, policías e incluso guerrilleros de esos que siempre están cabreados con la humanidad independientemente de su ideología. En fin, tiempo es de hablar de ellos, que nunca es tarde si la dicha es buena. Pero antes de comenzar a publicar entradas sobre modelos específicos, creo que convendría explicar cómo y por qué surgieron estas armas, así como el desarrollo y evolución que tuvieron posteriormente. Advierto: este artículo está basado obviamente en términos generales para analizar de forma elemental el origen del concepto del subfusil, no es una tesis doctoral. Lo comento para que el cuñado de turno no me salga con las diferencias entre las fluctuaciones evanescentes del reflujo progresivo del fulminato de mercurio de los pistones en el desgaste del estriado de los cañones o cualquier chorrada por el estilo.

Bien, ante de empezar, una pequeña cuestión de tipo semántico. Es muy frecuente que los que no conocen estos temas, e incluso algunos que sí los conocen, denominen a estos artefactos con el odioso palabro "metralleta". De hecho, está reconocido por la RAE, que sabrá mucho de letras pero no sabe un carajo de armas, y se limitaron a incrustarnos un galicismo (Dios maldiga al enano corso): mitraillete. A la derecha pueden ver una captura de pantalla donde aparece tanto el palabro como su etimología. En cuanto a la definición, salta a la vista que es tan ambigua que hasta un cacho tubería cargada con cohetes verbeneros podría acogerse a ella si uno es especialmente diestro en el manejo de tan primitiva arma. Por otro lado, la entrada de la RAE para el término subfusil te redirige a la de metralleta, o sea, lo consideran un sinónimo. Bien, pues va a ser que no, y a la RAE pueden darle 200 higas esdrújulas. El término correcto es subfusil; es el que se emplea en el ejército, donde te corren a collejas como se te ocurra decir metralleta, y es el que emplearemos aquí, y las metralletas para los gabachos y la madre que los parió enhoramala a todos. Aclarado pues este punto, comencemos...

Avanzar a pecho descubierto mientras mogollón de probos homicidas
se dedican a practicar el tiro al blanco con el personal debía ser
una experiencia enormemente inquietante, las cosas como son

Antes de la Gran Guerra, básicamente había dos distancias de combate para las tropas de infantería: media-corta distancia y cuerpo a cuerpo. Los cuadros de sufridos infantes avanzaban hacia los enemigos con jeta de imperturbable frialdad mientras apretaban el culo para no ensuciarse en los calzones viendo caer a sus cuñados alrededor con unos enormes boquetes en el pecho o con un brazo colgando por unos jirones de carne sanguinolenta. Sin poder manifestar que deseaban darse de baja por depresión en aquel momento, seguían avanzando hacia el cuadro enemigo mientras que estos los fusilaban a su sabor hasta que, finalmente, se llegaba al contacto y uno podía hacer constar al enemigo lo cabreado que estaba repartiendo culatazos y hundiendo su bayoneta en sus abominables barrigas. A finales del siglo XIX las cosas no variaron mucho a pesar de la introducción de los fusiles de repetición. La única diferencia respecto a las batallitas que contaba el abuelo era que, en vez de caer 20 fulanos de la compañía antes del contacto, gracias a la precisión y a la mayor cadencia de tiro de las nuevas armas caían 60, pero el resto de la película se desarrollaba más o menos de la misma forma.

Batería británica de obuses de 8 pulgadas. Aunque se suele pensar
que la mayoría de las bajas producidas durante la Gran Guerra fueron
a causa de las ametralladoras, la realidad es que más del 50% de
las mismas las produjo la artillería

El estallido de la Gran Guerra trajo novedades importantes: la artillería se convirtió en la que cortaba el bacalao. Ya no eran piezas emplazadas a unos centenares de metros del frente de batalla, sino a varios kilómetros del mismo, y en vez de disparar granadas que detonaban con una carga de pólvora negra, pues hacían lo mismo pero con una carga de alto explosivo que mataba más y mejor. Y como contrapunto a los terroríficos bombardeos, las ametralladoras se dedicaban a segar miles de vidas en cuanto el personal osaba asomar la nariz por encima del parapeto o avanzar medio metro. En fin, ya sabemos de qué iba la cosa. Ambos bandos se tuvieron que sepultar en vida y así se pasaron cuatro laaaargos años. No obstante, las tácticas de infantería tampoco es que experimentasen unos cambios radicales. De hecho, la realidad es que seguían actuando igual que cien años antes: los oficiales ordenaban avanzar tras una preparación artillera para ablandar a un enemigo perfectamente protegido en sus trincheras y, en cuando empezaban a trotar hacia las posiciones enemigas, el tableteo de las ametralladoras indicaba que la carnicería daba comienzo. Entonces, en vez de caer 60 fulanos para avanzar cien o ciento cincuenta metros, caían compañías e incluso batallones enteros.

Bricolaje de primera línea. Bastaba un palo y un engranaje
viejo o unos clavos de herradura para blandir una maza
capaz de romper un cráneo como si fuera un huevo

Si llegaban al contacto, lo que no era fácil como vemos, el cuerpo a cuerpo no tenía lugar en campo abierto, sino en angostas zanjas en las que sus fusiles armados con largas bayonetas hacían bastante complicado finiquitar a los enemigos, ya fuesen agresores o defensores. Cualquier fusil armado con su bayoneta alcanzaba como poco 170 cm. de longitud, lo mismo que un hombre de estatura media-alta de la época, y manejarlo en una trinchera de metro y medio de ancho no era nada fácil. Ya sabemos, porque lo hemos detallado con pelos y señales, que precisamente por eso hubo un retorno al pasado, cuando los sufridos combatientes tuvieron que recuperar las armas de sus ancestros medievales para masacrarse bonitamente con más comodidad: cuchillos de trinchera, palas de trinchera, mazas de trinchera y muchas granadas de mano para limpiar trincheras y refugios donde podían aguardar varios enemigos esperándolos. En fin, muy desagradable todo, ya saben... Como recordarán, esta nueva forma de guerra obligó a crear un tipo de unidades especializadas en infiltrarse en las trincheras del adversario para dar violentos y fulgurantes golpes de mano con diversos fines: hacer prisioneros, destruir depósitos y repuestos de municiones o víveres o, simplemente, darles un susto de muerte, matar a todos los pardillos que pillaban medio dormidos y largarse a toda velocidad engullidos por las hediondas tinieblas del frente en plena noche, alumbrados solo por la fría y tenebrosa luz del magnesio de las bengalas que, durante unos instantes, dibujaban las siniestras siluetas de un paisaje lunar mezclado con los cadáveres insepultos que se pudrían en la tierra de nadie adoptando las posturas más grotescas. Qué espectáculo, ¿no?

Miembros de una Sturmkompanie con sus características bolsas
de lona en los costados llenas de granadas de mano

Hablamos de las Sturmtruppen tedescas y los arditi italianos, que como sabemos eran probos homicidas especialmente bragados y con sangre de lagarto que no dudaban en perpetrar sus pequeñas matanzas con armas seleccionadas especialmente para combatir en las angostas trincheras: mazas, palas, cuchillos, granadas de mano y, a modo de innovación, los tedescos empleaban pistolas semiautomáticas con más capacidad que las armas cortas reglamentarias por aquella época. Los gabachos seguían usando sus elegantes revólveres Lebel con capacidad para seis cartuchos; los british (Dios maldiga a Nelson) sus masivos Webley-Scott de armazón basculante y también seis cartuchos de capacidad, y los italianos sus Bodeo, también de seis cartuchos pero que aún había que recargar expulsando una a una las vainas servidas e introducir del mismo modo los cartuchos, o bien la pistola Glisenti 1910, con 7 cartuchos de calibre 9 mm. Glisenti, una versión "aligerada" del 9 mm. Parabellum. Los tedescos llegaron a la fiesta con la quintaesencia de la belleza hecha arma: la P-08 con cargadores para 8 cartuchos de 9 mm. Parabellum a las que adaptaron para estos menesteres que nos ocupan culatines similares a los de las Mauser C96 y cargadores de caracol para 32 cartuchos y, ya en las postrimerías del conflicto, los yankees con su fabulosa e incombustible Colt 1911 con un cargador de 7 cartuchos en calibre .45 ACP. En cualquier caso, una cosa sí aprendieron en poco tiempo: un pequeño grupo de hombres que se infiltrasen en una posición enemiga para combatir a muy corta distancia necesitaba, aparte de superávit de testiculina, potencia de fuego. Mucha potencia de fuego.

Los fusiles más representativos. De arriba abajo: Mauser 98, Mosin-
Nagant 1891, Vetterli-Vitali 1870/87, Lebel 1886 y Lee-Enfield
Nº1 Mk III, 5, 5, 6, 8 y 10 cartuchos de capacidad respectivamente

Hablemos un poco del concepto de potencia de fuego para los que no lo tengan claro. Un hombre armado con un fusil de cerrojo con un depósito de munición con capacidad entre 5 (la inmensa mayoría) y 10 cartuchos (el Lee Enfield de los british) podría vaciar su cargador en unos 15 segundos en el primer caso y apuntando a bulto o, como se suele decir, tiro instintivo. La corta distancia permite acertar simplemente dirigiendo el cañón hacia el cuerpo del enemigo. Pero, aunque el fusil usa una munición muy potente, el soldado que lo maneja se encuentra con dos problemas, y gordos: uno, que una vez agotada la munición el tiempo de recarga es eterno en unas circunstancias en las que un segundo equivale a un año, y cinco segundos son la diferencia entre seguir en este mundo o convertirse en un ente eterno pasando a la eternidad por eternizarse el proceso de recarga. Literalmente no tiene tiempo de sacar un peine de la cartuchera, colocarlo en su sitio, introducir la munición en el depósito, retirar del clip, cerrar el cerrojo y abrir fuego, y todo ello bajo una presión bestial. Simplemente, repito, no le da tiempo, y cualquier enemigo le soltará un balazo, le estampará su maza en el cráneo o le hundirá su cuchillo en la boca del estómago. Y dos: la munición del fusil, aunque desarrolla una gran energía cinética, no es tan contundente como pueda parecer. ¿Por qué? No es difícil de entender sin tener que echar mano de un libro sobre balística terminal. La munición de guerra de los fusiles era y es blindada porque las convenciones internacionales así lo determinaron en su día. Una bala blindada de fusil disparada a corta distancia tiene una energía de, como poco, 2.500 julios o más.

Orificios de entrada y salida producidos en una
pantorrilla por una bala Dum-Dum. Si la bala
hubiera sido normal, el orificio de salida sería solo
un poco mayor que el de entrada

Para los que no estén al tanto, la energía cinética se calcula con la siguiente fórmula: masa (peso de la bala) por la velocidad (velocidad inicial) al cuadrado, y todo dividido por dos. Un ejemplo. Un cartucho tedesco de 8x57 con una bala de 150 grains a una V0 de 870 m/seg. tiene una energía cinética de unos 3.800 julios. Ojo, no son nunca términos absolutos porque la temperatura ambiente, del arma, la altitud, la dirección y velocidad del viento y mil factores más intervienen para que haya pequeñas variaciones, pero como referencia general nos vale. Bien, 3.800 julios suponen a algo similar a la coz de una mula en el pecho, pero con una diferencia: la potencia de la coz nos la tragamos enterita, mientras que la energía de la bala no porque nos atraviesa limpiamente de lado a lado, por lo que solo nos cede una parte de la energía que contiene, y el resto la consume mientras prosigue su trayectoria una vez que nos ha salido por la espalda. Y nos atraviesa limpiamente porque, al tener una cubierta de cobre, latón o hierro (full metal jacket, como la peli), no se deforman, ergo ceden una parte de su energía. ¿Recuerdan el artículo sobre la munición Dum-Dum? Pues eso, si la bala es expansiva, entonces su energía es cedida al cuerpo de la víctima, causando grandes destrozos y una muerte casi o totalmente instantánea.

Pero como la munición de guerra expansiva estaba y está prohibida, ¿qué consecuencias tiene esto? Pues, generalmente, salvo que la bala impacte en un órgano vital- léase cabeza, corazón o sistema nervioso central- o interese una arteria que produzca una hemorragia que dé lugar a un shock hipovolémico en cuestión de segundos, el herido no quedará en modo alguno fuera de combate. Podrá sufrir un aturdimiento momentáneo, pero el organismo dispone de medios para recuperarse o resistir a la muerte fabricando adrenalina a toda velocidad, y ese herido, aunque haya sido alcanzado órganos que derivarán en una muerte casi segura en minutos u horas- hígado o pulmones-, aún tendrá capacidad de respuesta para volarnos los sesos o reventarnos la jeta de un palazo. La adrenalina, el miedo y la furia son tres ingredientes capaces de alargar la vida de forma asombrosa, y ciudadanos con heridas que en teoría deberían haberle producido un deceso casi instantáneo se resisten a palmarla hasta que, finalmente, la pérdida de sangre y/o los daños orgánicos le superen y entregue la cuchara. Ya vemos como el probo serbio de la imagen, a pesar de que un balazo le ha arrancado media cara, aún tiene presencia de ánimo para que le saquen una foto para renovar el DNI. A pesar del destrozo y el evidente dolor que padecería, no quedó incapacitado de inmediato para seguir dando guerra.

Potencia de fuego unipersonal ¿Se imaginan ese chisme
barriendo trincheras en la Gran Guerra?

Esta pequeña filípica sobre la potencia de fuego podemos concluirla con solo una máxima: un grupo de hombres armado con fusiles carece de potencia de fuego. Diez hombres pueden agotar su munición efectuando cincuenta disparos en unos 15 segundos con un nivel de fallos importante, mientras que una ametralladora efectúa en el mismo tiempo unos 300 disparos concentrados en un objetivo o, si se desea, abarcando un arco más o menos amplio para alcanzar a más objetivos. Eso es potencia de fuego, pero lo complicado era trasladarla a un grupo de belicosos soldados que, obviamente, no podían ir cargados con una máquina de más de 60 kilos incluyendo el afuste más la munición para corretear por la red de trincheras enemigas. Alguien podrá pensar que una ametralladora ligera como la Lewis o la LMG-08/15 servirían para este caso, pero no. Ambas fueron concebidas como armas de apoyo cercano a la infantería, pero no para la guerra trincheril pura y dura. La primera pesaba 12 kilos, y la segunda 18, y debían ir acompañadas de acarreadores para transportar la munición, y el tiempo necesario para recargar era también inasumible cuando estabas en una zanja lloviéndote tiros y garrotazos por doquier.

P-08 de artillería con funda-culatín y cargador de caracol. A mi
entender, el germen del subfusil

Por todo lo expuesto, una P-08 o una Mauser C96 eran mucho más prácticas a la hora de dar un golpe de mano. La munición que disparaban tenía mucha menos potencia que la de un fusil- ambas, el 9mm. Parabellum y el 7'63x25 Mauser estaban entre los 450 y los 500 julios-, pero precisamente por ser menos potentes era más factible que la bala no atravesara el cuerpo de la víctima, quedándose alojada en su interior. ¿Qué supone esto? Pues que la totalidad de la energía cinética del proyectil era absorbida por su cuerpo, lo que, aunque pueda parecer paradójico, podría neutralizar con más facilidad al enemigo ya que la bala de fusil, como hemos explicado, solo dejaba una parte que, si no impactaba con un hueso que la obligara a ceder más energía, pasaría de lado a lado como si tal cosa de la misma forma que si nos atraviesan con una aguja de hacer punto. Por otro lado, mientras que un probo homicida acciona a toda prisa el cerrojo de su fusil para realizar un segundo disparo, el que va armado con una pistola puede efectuar tres o cuatro sin problemas, y casi con seguridad acertando todos. Como es obvio, cuatro o más impactos de 9 mm. Parabellum tienen más probabilidades de acertar en algún sitio capaz de incapacitar de inmediato al enemigo, mientras que un único disparo de fusil tiene lógicamente menos opciones. Esto se traduce simplemente en que, en un combate en una trinchera, una pistola puede desplegar más potencia de fuego que un fusil, y un grupito de probos homicidas armados con pistolas equipadas con cargadores de 32 cartuchos serían una puñetera plaga bíblica comparados con un número similar de hombres armados con fusiles.

Probo ciudadano recreacionista actuando de sobrino del tío Sam
en la Gran Guerra. Empuña una escopeta Winchester modelo 1897
armada con una bayoneta modelo 1917

Los yankees optaron inicialmente por otro tipo de arma: la escopeta de combate, a la que también dedicamos un artículo en su día. Como recordaremos, los tedescos hasta protestaron enérgicamente por la devastadora eficacia de estas armas que, en la estrechez de las trincheras, tenían unos efectos extremadamente contundentes. Pero la escopeta no era la solución para disponer de esa potencia de fuego capaz de abatir varios enemigos a la vez. ¿Por qué, si un postazo forma un cono de proyectiles a modo de trabuco decimonónico? Veamos... Las escopetas de combate suelen tener el cañón sin choke, uséase, sin el estrangulamiento al final del ánima que hace que los perdigones se abran más o menos en función de la distancia a la que esté el objetivo a batir. Por lo tanto, un cañón cilíndrico implica ser el que abre un cono de mayor diámetro a menor distancia, por lo que, en teoría, si disparamos un cartucho con 9 postas del 00 (9 bolas de 8'38 mm. de calibre), podrían alcanzar a más de un oponente con un solo tiro. Ciertamente, no tienen la potencia de una bala de pistola, pero sí la suficiente como para introducirse en el cuerpo y provocar una herida mortal. 

Orondo ciudadano que muestra los contundentes efectos de un
disparo de postas. A efectos prácticos era lo mismo que recibirlos
de una pistola
Sin embargo, la distancia de combate habitual en las trincheras era demasiado corta como para permitir que el cono se abriera lo suficiente como para alcanzar a más de un hombre y, por otro lado, la estrechez del espacio interior de la trinchera tampoco permitía avanzar a más de uno o dos hombres de frente. Así pues, los efectos de la escopeta eran definitivos, pero contra un solo hombre, que era el que recibía el postazo. De hecho, algunos disparos serían efectuados tan cerca que las postas aún irían entacadas, o sea, sin haber tenido tiempo de empezar a separarse, por lo que en vez de nueve orificios harían un boquete del tamaño de un puño. El fulano quedaba listo de papeles sí o sí, pero ese enemigo había consumido un 20% de la capacidad de un depósito de munición de 5 cartuchos. Y tras gastarlos, el tiempo de recarga era lento como un purgatorio, porque meter uno a uno cinco cartuchos en un depósito tubular es como que bastante desesperante cuando se hace bajo presión. De ahí que muchas escopetas de combate modernas hayan optado por usar cargadores de petaca e incluso de tambor. Resumiendo: la escopeta era un arma muy eficaz, pero a efectos prácticos ofrecía poco más que un fusil, y su recarga era mucho más lenta.

Cargador de tambor de 71 cartuchos de un PPSh-41, la mejor opción
para no verse comprometido en un momento decisivo.

Ya vamos perfilando el tipo de arma necesaria para perpetrar canalladas en las trincheras enemigas, pero aún queda un pequeño detalle por dirimir: el calibre. Pero, ¿cuál sería más conveniente? Obviamente, tenemos que ceñirnos a calibres de pistola, pero hay infinidad de ellos, por lo que los dividiremos en dos grupos: calibres gruesos y calibres medios. Un calibre grueso de más de 10 mm. ideal sería el .45 ACP (11'43x23 mm. según el sistema europeo). En la época que nos ocupa, disparaba una bala estándar de 230 grains a una V0 de 255 m/seg. que nos da una energía de unos 480 julios. Los calibre medios, como el 9 mm. Parabellum, el 9 mm. Bergmann (9 Largo en España) o el 7'62x25 Mauser disparaban una bala más ligera (de 115, 124 y 85 grains respectivamente), pero a mayor velocidad por lo que la energía cinética era similar ya que, según la fórmula mostrada más arriba, compensamos un peso menor con más velocidad. O sea, que un .45 y un 9 Parabellum tienen una potencia similar por lo que, en teoría, cualquiera de ellos sería válido para alimentar un arma que proporcione potencia de fuego. Sin embargo, hay un segundo factor a considerar y que puede ser determinante: en un cargador de una determinada longitud- o diámetro si es de tambor- cabe más munición de 9 mm. que del .45. Ejemplos: el MP40 tedesco usaba cargadores de 32 cartuchos. El PPSh-41 soviético, tambores de 71 cartuchos o cargadores de petaca de 35. El Thompson del ejército yankee no usaba cargadores de tambor, sino de petaca con capacidades de 20 y 30 cartuchos. Sí, alguno dirá que una diferencia de dos o cinco cartuchos es irrelevante, pero dejará de decirlo si alguna vez se ve con el cargador repentinamente vacío y un barbudo ciudadano con turbante muy cabreado apuntándole a la frente con un Kalashnikov mohoso comprado en un zoco de Kabul por 30 dólares incluyendo un Corán de regalo. Conclusión: mejor nos inclinamos por un calibre medio, por si las moscas.

P-08 desmontada. Estaba tan primorosamente fabricada y con un
ajuste tan impecable que bastaba una cagada de mosca para que se
encasquillara debido a la suciedad. Para garantizar el ajuste, en cada
pieza se punzonaban los dos últimos números de serie del arma

Metamos todo lo explicado hasta ahora en una batidora y veamos qué nos da la combinación de estos ingredientes para elaborar el arma ideal: debía ser de un tamaño que la hiciera ligera y manejable para moverse con facilidad en lugares angostos o para reptar como culebras sin que fuese un estorbo. Debía disparar un calibre capaz de incapacitar al enemigo pero, al mismo tiempo, debía ser pequeño para poder usar cargadores donde cupiera el mayor número posible de cartuchos, y además tener la posibilidad de hacer fuego automático para aumentar las posibilidades de acertar al enemigo con varios proyectiles prácticamente al mismo tiempo; otrosí, su diseño debía ser fiable, robusto y apto para soportar las duras condiciones de la guerra de trincheras, requisitos estos que la P-08 no cumplía ni remotamente. Su meticuloso acabado con ajuste manual que la convertían en una maravilla mecánica era absolutamente incompatible con la mugre trincheril, y sus mínimas tolerancias daban lugar a interrupciones en un momento en el que ver el arma encasquillada suponía llevarse el último berrinche de la vida antes de que el gabacho o el british de turno te hundiera su bayoneta en el duodeno. O sea, el concepto de arma corta provista de culatín desmontable y cargador de alta capacidad cumplía los requisitos, pero la P-08 estaba tan asquerosamente bien terminada que no era ni remotamente la mejor candidata y, además de ser un arma muy cara por el elevado número de horas de mecanizado que requería, su ajuste era tan fino que hasta podían producirse interrupciones si se usaban cargadores distintos a los que traía de fábrica. En resumen, una joya para adorarla con veneración, pero la más inapropiada para sumergirla en un charco fangoso y que luego siquiera funcionando.

Ametralladora ligera Fiat 1915. El bípode fue un invento
añadido por el capitán Bassi en 1917 para facilitar su uso
a los arditi en campo abierto

Bien, en este caso, la criatura primigenia no surgió de la cuadriculada mentalidad tedesca, sino de los italianos, y antes de lo que muchos imaginan. En 1914, el coronel Abiel Revelli diseñó un curioso chisme que fue incluso patentado antes de empezar la contienda, concretamente el 8 de abril de aquel mismo año. Hablamos del Villar Perosa, considerado como el primer subfusil de la historia aunque, a mi modo de ver, en realidad era una ametralladora ligera, y como tal fue concebida en base al uso táctico con que se planteó el diseño. Debemos tener en cuenta que el invento de Revelli no había sido concebido como arma de trinchera ya que por aquel entonces aún no se tenía ni idea del infierno en que se convertiría la inminente guerra. El arma, cuya denominación oficial era Fiat modelo 1915, tomó su apodo por el que es más conocida debido a que su fabricante, la Officine Villar Perosa, de Turín, era en su mayor parte propiedad de Giovanni Agnelli, mandamás de la FIAT; el coronel Conso, jefe técnico del Comando Supremo Militare Italiano, la describió como "la mitragliatrice leggera Revelli...", o sea, una ametralladora ligera pasa uso tanto ofensivo como defensivo a distancias cortas. Es decir, cuando Revelli concibió su peculiar arma no estaba pensando en la guerra de trincheras que aún no existía, sino en una pequeña ametralladora multiusos que podía usarse en un aeroplano, sobre el manillar de una bicicleta, un automóvil o, por supuesto, por la infantería, para lo cual bastaba acoplarle un práctico bípode. De hecho, incluso se le podía añadir un escudo que la convertían en una ametralladora estática y protegía a sus servidores contra los disparos o la metralla enemigos, incluso a cortas distancias.

El Villar Perosa instalado sobre su peculiar afuste corporal. Nada
práctico, nada cómodo, nada de nada, vaya...

Los primeros en hacer uso de la Villar Perosa bajo el concepto de subfusil fueron los arditi. En junio de 1917 y bajo la dirección del capitán Giuseppe Bassi, se formó la primera compañía experimental de estos belicosos latinos fuertemente armados, contando cada pelotón con dos "subfusiles" Villar Perosa instalados en un armazón de madera que el tirador portaba colgando del cuello mediante una correa y apoyado en el vientre, formando así una especie de plataforma. Como vemos, el arma era en realidad un dos en uno, dos ametralladoras unidas mediante una abrazadera en el  centro y una empuñadura con dos asas típica de este tipo de armas en el extremo trasero. En la empuñadura había dos pulsadores que podían presionarse al unísono o por separado, y se alimentaba mediante dos cargadores de 25 cartuchos de calibre 9 mm. Glisenti. Obviamente, este chisme no era precisamente manejable ni ligero (su peso descargado era de 7'6 kg. incluyendo el soporte), y tampoco era fácil de manejar en lugares angostos. Sin embargo, su cadencia de tiro era bestial: 1.500 dpm por arma. Si un ardito enfilaba una trinchera apretando los dos pulsadores, en menos de un segundo la barría con 50 proyectiles, por lo que si pillaba a un austriaco despistado le metía 50 tiros antes de darse cuenta de que estaba completamente muerto.

Ardito haciendo juegos malabares con su pequeña ametralladora.
Me pregunto qué pasaría cuando tropezaba o se caía y, por
despiste, no dejaba de apretar los pulsadores enfilando a sus
colegas. Varios goles en propia puerta en dos segundos, ¿no?

Sí, muy guay, pero esa cadencia tan elevada no era precisamente un regalo. Antes al contrario, suponía un enorme gasto de munición y un tirador muy bien entrenado para controlar el arma. Además, tenía que ir acompañado por tres colegas cargados cada uno con dos macutos que contenían 30 cargadores para ir reponiendo munición, lo que suman 4.500 cartuchos. A estos habría que añadir los que llevaba el tirador, por lo que la dotación del arma podía alcanzar los 5.000 cartuchos. Por otro lado, una cadencia de tiro tan elevada producía un recalentamiento muy acusado, que a su vez se traducía en interrupciones llegado el caso. Resumiendo: aunque muchos se empeñan en afirmar que el Villar Perosa fue el primer subfusil de la historia, a mi entender fue la primera ametralladora ligera, que no es lo mismo. De hecho, y según hemos ido analizando, esta peculiar arma solo cumplía dos de los mandamientos del arma de trinchera: disparaba un calibre de pistola y desplegaba una potencia de fuego bestial. Demasiado bestial para que fuese práctica, y más si consideramos que el tirador debía llevar tras de sí tres fulanos arrimando cargadores sin descanso. ¿Qué pasaba si el enemigo se cargaba a uno de ellos? ¿Y si liquidaban a los tres? En fin, aquello no era en realidad el arma de fuego ideal para la guerra de trincheras a pesar de que en octubre de 1917 se diseñó un retardador de cadencia con tres opciones: 1.500, 500 y 300 disparos por minuto, y al año siguiente se le añadió una culata de madera para eliminar el armatoste que se usaba inicialmente, pero lo que estaba claro es que el Villar Perosa tenía menos futuro que un pavo en Navidad.

Hugo Schmeisser (1884-1953) mostrando una de sus creaciones,
en este caso un MP-28

Al final, el que dio con la clave fue, como está mandado, un tedesco, si bien su creación no vio la luz hasta las postrimerías del conflicto de la mano de Hugo Schmeisser, un probo armero que curraba en la Theodor Bergmann Waffenbau Abteilung (carajo con los interminables nombres empresariales tedescos), de Suhl. Schmeisser, por mucho que protesten los defensores de la primacía del Villar Perosa, sí captó en su totalidad el concepto de lo que debía ser un subfusil. Aunque basó los mecanismos de su diseño en los del arma del coronel Revelli y de la Walther modelo 4, el resto era algo completamente novedoso. Aunque ahora no entremos a detallar en profundidad cuestiones mecánicas de las que ya iremos hablando cuando se estudien determinados modelos, el subfusil de Schmeisser funcionaba mediante un sistema de retroceso directo (o inercia de masas, como prefieran) y percusión avanzada. Grosso modo, esto viene a querer decir que el automatismo lo producen los gases de la deflagración de la pólvora, cuya inercia desplaza el cierre hacia atrás y, aprovechando el movimiento, extrae la vaina servida. El muelle recuperador empuja a continuación el cierre hacia adelante, empujando un cartucho desde el cargador hacia el cañón y, cuando finaliza su recorrido, un percutor fijo detona el pistón y se produce el disparo. Es el sistema de repetición no manual más básico que existe y, por ende, el menos proclive a dar problemas. De hecho, se ha usado y se usa en infinidad de armas de este tipo.

Vista de ambos lados de un MP-18-I. Como salta a la vista, su diseño
no tenía nada que ver con el de la Villar Perosa

En cuanto a los demás aspectos del arma, cumplía con las recetas que metimos en la batidora: era manejable, con una longitud de 81'5 cm. contra los 125 cm. del Mauser 98; usaba un calibre de pistola, en este caso el inmortal 9 mm. Parabellum; el cargador del modelo inicial era el Trommelmagazin de 32 cartuchos que usaba la P-08, pero posteriormente se fabricaron cargadores de petaca para 20, 30 y 50 cartuchos y, lo más importante, ofrecía una cadencia de tiro potente, pero sin llegar a la lluvia desenfrenada de plomo del Villar Perosa: 350 disparos por minuto. Aunque el primer modelo carecía de selector de tiro y solo funcionaba en automático, su cadencia moderada permitía a un tirador entrenado efectuar un solo disparo aflojando la presión sobre el gatillo de forma casi instintiva. Por lo demás, era un arma sólida, muy bien fabricada y provista de una culata enteriza que permitía disparar cómodamente en cualquier posición incluyendo cuerpo en tierra ya que la tolva del cargador estaba situada en el costado izquierdo del arma. Su cañón estaba envuelto en una camisa perforada para facilitar la refrigeración sin que el guripa que lo manejaba se achicharrase una mano en un despiste, y en manos de un sturmsoldat bien entrenado podía perpetrar suntuosas escabechinas cuando invadían una trinchera de forma sorpresiva. Era la Maschinenpistole 18/I, MP 18/I para los amigos.

Sturmsoldat con su MP-18 bajo el brazo. La foto
nos permite apreciar el compacto tamaño del arma,
ideal para moverse en trincheras, ruinas o edificios
ocupados por el enemigo

Por desgracia para los tedescos, el MP 18 entró en servicio cuando el ejército imperial estaba ya dando las últimas boqueadas. Las unidades fabricadas fueron inicialmente distribuidas entre los suboficiales de ametralladoras, que antes iban armados solo con una pistola, y las Sturmtruppen creadas por el capitán Rohr, donde pudieron demostrar su eficacia y que, en efecto, el MP 18 era el arma que se adaptaba a la perfección a la guerra de trincheras. Sin embargo, los tedescos estaban ya en las últimas. La Kaiserschlacht consumió sus últimas energías y recursos y, aunque pareció en principio que la ofensiva podría decantar la balanza a su favor, finalmente se quedaron sin fuelle y todo se fue al garete. Sin embargo, en lo tocante al tema que tratamos hoy, fue el pistoletazo de salida para una nueva arma que alcanzó un desarrollo pleno tanto a nivel técnico como táctico en la 2ª Guerra Mundial, donde ya no había tantas trincheras pero sí se habían reducido de forma drástica las distancias de combate. En ese conflicto primaban de forma mayoritaria los enfrentamientos a no más de 100 o 200 metros, cuando no a corta distancia cuando se luchaba casa por casa y no se necesitaba un cartucho de largo alcance, como ocurría en el Frente Occidental de 1914, sino potencia de fuego y armas fiables que no dejaran al personal tirado en el momento clave.

Los subfusiles también llegaron a España, donde a partir
de los años 30 se fabricaron y diseñaron cantidad de
modelos. En la foto vemos a un benemérito con su
Naranjero, una copia del MP-28 alemán
recamarado para nuestro 9 Largo.

En el período de entreguerras el subfusil evolucionó sobre todo en lo referente al abaratamiento de costos, recurriendo a diseños a base de chapa estampada que, además, permitían su fabricación en masa. El arma que en principio estaba destinada a selectas unidades de asalto acabó siendo la herramienta de trabajo de conductores, carristas, enlaces y unidades de élite que precisaban un arma ligera y manejable, como paracaidistas y comandos. Y, por otro lado, distribuyendo varias unidades en cada compañía permitía disponer de potencia de fuego si se veían repentinamente envueltos en una emboscada o un combate casa por casa.

En fin, criaturas, así se gestó el subfusil. Actualmente, es compañero inseparable de las unidades de intervención, tanto militares como policiales, cuando llega el momento de actuar en alguna de sus fulgurantes operaciones para acabar con terroristas, secuestradores o cualquier ciudadano delincuente cuya existencia en este mundo sea, no solo prescindible, sino también bastante nociva. Al día de hoy, el subfusil aún no tiene sustituto. Los modelos en uso ofrecen tamaños muy compactos, una potencia de fuego y una fiabilidad espléndidas y unas colecciones de accesorios en lo tocante a supresores de sonido, sistemas de puntería e iluminación que los asemejan a armas de ciencia ficción. Pero son bastante reales, y sino que se lo pregunten a cualquier terrorista que haya recibido la visita de una unidad de élite, si es que vive para contarlo, naturalmente.

Hale, he dicho


Joven homicida soviético sumamente contentito porque el padrecito Iósif le ha regalado un PPS-43 para que asesine tedescos a porrillo. Los rusos, aunque se apuntaron un poco tarde al club del subfusil, a lo largo de la 2ª Guerra Mundial se doctoraron CVM LAVDE en lo referente a su diseño y empleo táctico, como veremos en breve