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sábado, 3 de octubre de 2020

EL DONJÓN, SÍMBOLO DEL PODER FEUDAL

 

El castillo de Coucy, del que emerge su poderoso donjón. Este castillo, paradigma de la castramentación feudal en Francia,
fue construido por Enguerrand de Boves, III señor de Coucy, entre 1223 y 1230. Su enorme donjón de planta circular y 55 metros de
altura fue uno de los edificios militares más sofisticados y complejos de Europa. Desgraciadamente, hoy día solo queda de
él un montón de escombros. Los tedescos lo volaron en mil pedazos en 1917

Si preguntamos a cualquier cuñado qué es un donjón, seguramente nos responderá que la torre del homenaje de un castillo. Si miramos en San Google del Dato Conciso, probablemente nos dirá lo mismo, y si hacemos lo propio en la tan controvertida Wikipedia también saldrá que es la torre del homenaje si bien cuando pinchamos en el idioma gangoso de los gabachos (Dios maldiga al enano corso), veremos un tanto perplejos que, en realidad, no hablan exactamente de lo mismo. El eximio Mora-Figueroa afirma que  es "la torre más conspicua de una fortificación, sea del homenaje o no", y que se trata de un galicismo introducido en el siglo XIX. Bien, esas respuestas son una verdad a medias ya que el concepto de torre del homenaje que tenían en la Península era totalmente distinto al de los vecinos del norte, así que antes de entrar a fondo en el tema quizás convenga explicar en qué radican sus diferencias.

Mota castral. Como vemos, la torre señorial dominaba la aldea que, a su vez, estaba
protegida por una empalizada. Este era sistema defensivo habitual hasta la llegada
de los normandos

Ante todo, debemos desechar las fortificaciones andalusíes. Los malditos agarenos adoradores del profeta Mahoma no usaban esta torre mayor en sus castillos, y los que vemos actualmente que sí la tienen son añadidos cristianos de cuando cayeron en sus manos ávidas de vísceras de infieles. Como ya se explicó en su día, estas torres tienen su origen en las antiguas fortificaciones de madera de la motas castrales en las que los señores feudales surgidos tras el colapso del imperio carolingio se resguardaban de sus vecinos, siempre deseosos de ampliar sus dominios a costa del personal. La torre era la residencia del señor, el tenente o el alcaide, así como el último reducto defensivo en caso de verse desbordados, pero ahí acaban las similitudes entre una torre del homenaje peninsular y un donjón. El motivo no podemos buscarlo solo en cuestiones puramente militares, ni de diseños más o menos avanzados, sino en la organización social y política de cada reino. Mientras que en la Baja Edad Media peninsular los monarcas y nobles tenían claramente definido quién era el enemigo a batir, independientemente de que algún noble sacara los pies del tiesto de vez en cuando, en Francia no había moros, pero se caían fatal entre ellos y los reyes recurrían a entregar tierras en feudo a cambio de la lealtad de la nobleza. Esta estructura social dio lugar a la mota castral que ya estudiamos en su día y que, como sabemos, se componían de una torre de madera ubicada sobre un empinado montículo, bien natural, bien artificial, rodeado de una empalizada que abarcaba además la población situada al pie de la ladera de dicho montículo. De ese modo, los plebeyos podían dormir razonablemente tranquilos sabiendo que si algún desaprensivo se personaba con la intención de hacer política... estooo, no, quiero decir de robar a mansalva, el DOMINVS del lugar les protegería con los criados y hombres de armas a su servicio.

Bien, así era la tierra de los francos tras el imperio carolingio hasta que a la lista de mangantes profesionales se sumaron los vikingos que, como sabemos, basaban su economía en el pillaje que perpetraban durante sus correrías en las costas de la brumosa Albión (Dios maldiga a Nelson), Francia (Dios maldiga al enano corso) e incluso la Península Ibérica. Y mientras que unos reinos se dedicaban a intentar expulsarlos, otros, como el de los francos, optaron por algo más fácil: darles un cacho de tierra para ponerlos contentitos y, de ese modo, hacer que combatieran por ellos contra sus paisanos para que estos no les robaran el cacho que les habían regalado. Así surgió el ducado de Normandía en 911, cuando Carlos el Simple cedió a Hrolf Ganger, una mosca cojonera rubia y de grandes dimensiones, un territorio en la Neustria tras la firma del tratado de St. Clair-sur-Epte por el que el vikingo juraba defender el reino de posibles agresores. Para reforzar su fidelidad se recurrió, como era habitual, a matrimoniar a este personaje con Giselle, una hija bastarda del monarca francés, para lo cual el nórdico se avino a renunciar tanto él como sus seguidores a su fe pagana y a bautizarse como Dios manda. De ese modo, Francia se aseguró la integridad de su territorio a cambio de ceder una pequeña parte al más peligroso de sus enemigos que, de un plumazo, se convirtió en el conde de Normandía- luego alcanzó la categoría de ducado-, la tierra de los hombres del norte y, por ende, en su más denodado defensor. El tal Carlos sería Simple, pero de tonto no tenía un pelo. En el mapa de la derecha vemos la evolución del ducado hasta mediados del siglo XI, cuando el belicoso Guillermo cruzó el charco para ponerle las peras a cuarto a los anglosajones y ascenderse a rey, que era más que duque y tenía una corona más guay.

Hipotético aspecto del palacio fortificado de Bayeux construido por
el duque Ricardo de Normandía
Este era el contexto histórico en que surgió el donjón que, en realidad, no era más que el sucesor pétreo de las debiluchas torres de madera de las motas castrales que con una simple andanada de faláricas ardían como teas. O sea, que las fortificaciones lignarias dieron paso a las de piedra en el momento en que se les iluminó la mente y llegaron a la conclusión de que era un material más resistente a su tormentaria, al fuego y, tanto o más dañino a medio plazo, los parásitos y el meteoro. El donjón, dongun, doignon o dangon, palabros que por norma se consideran una derivación del latín DOMINIVM o DOMINVM, pudo tener su origen en las primeras construcciones de piedra llevadas a cabo a mediados del siglo X por el duque Ricardo I en el castillo de Ruan, capital del ducado, y posteriormente en el palacio fortificado que mandó construir en Bayeux. Tras la conquista de Inglaterra por Guillermo I, este tipo de construcción también pasó a formar parte de la castramentación isleña que no fue hasta 1586 cuando adoptó el nombre de keep con que se les conoce en Inglaterra. ¿Que cómo se les llamaba antes? Pues donjón, naturalmente. Guillermo hablaba en francés con ramalazos de la lengua nativa de sus ancestros, la corte y las élite militares y políticas también hablaban el mismo idioma ya que, sino todos, la mayoría eran normandos, y solo usaban el sajón para dirigirse a sus nuevos vasallos, lengua esta que consideraban como de segunda categoría. De hecho, en la corte inglesa se estuvo usando el francés como idioma oficial durante siglos.

Donjón de Gisors, cuya muralla poligonal fue construida por Enrique I
en el tercer cuarto del siglo XII
Así pues, las viejas torres de madera fueron sustituidas poco a poco por enormes moles pétreas si bien esta transición supuso no pocos problemas ya que los montículos de las motas castrales no podían por lo general soportar tanto peso, y más cuando eran artificiales, lo que obligó en muchos casos a edificar el donjón sobre terreno firme y luego fabricar el talud rodeando el edificio hasta cubrirlo con varios metros de tierra que era compactada mezclándola con cascotes y derretidos de cal. En la base del montículo se cavaba el correspondiente foso el cual, para ver aseguradas la escarpa y la contraescarpa y evitar derrumbamientos se solía revestir con gruesos tablones o troncos. En otros casos, si los nuevos amos del cotarro decidían que la antigua mota castral que había dado cobijo a una población ya no era defendible, pues se construía una muralla, bien de piedra o de mampostería, y se edificaba un nuevo castillo generalmente adosado a la cerca urbana. En sí, como vemos, conservaba el mismo concepto defensivo de la mota castral, pero adaptado a nuevas técnicas de castramentación que los hacía mucho más resistentes de cara a un asedio.

Murallas de Caen, construidas junto a su castillo por Guillermo I hacia 1060
con vistas a convertir la ciudad en su capital. Inicialmente, la muralla carecía
de torres, que fueron añadidas a finales del siglo XII
En resumen, que los normandos, en cierto modo invitados por obligación en un territorio y en otros, como Inglaterra, Sicilia y el sur de Italia, implantados por la fuerza de las armas, veían que su supervivencia dependía de una buena red de fortificaciones que quitasen las ganas a sus vecinos de echarlos de sus tierras. Sirva de ejemplo el hecho de que en pocos años construyeron 26 castillos entre Caen y Falaise. Pero, además, las normas feudales que aceptaron eran otro problema potencial que debían tener muy en cuenta porque sus vasallos los seguían viendo en muchos casos como invasores, por lo que era muy frecuente que se pusieran de parte de un hipotético agresor si este pertenecía a la nobleza autóctona. Al cabo, preferían servir a un señor francés con pedigrí antes que a unos ex-vikingos que apenas dos generaciones antes se dedicaban a merodear por las costas y a robar, violar y matar a todo bicho viviente. Las leyes feudales, como se ha dicho, obligaban a los señores a defender a los vasallos y a los vasallos a pagar a cambio tributos a los señores y, además, a colaborar con la mesnada del mismo en la defensa de la tierra. Por ese motivo, los nobles normandos en particular sentían sobre ellos la amenaza de la traición, y tenían claro que en caso de asedio todos los defensores que no fueran miembros de su séquito personal- criados, caballeros y hombres de armas a sueldo- podían en cualquier momento rebanarles el pescuezo mientras dormían o, simplemente, abrir las puertas de par en par a los atacantes. Ante semejante perspectiva, el donjón se convertía no solo en el último reducto defensivo en caso de que los enemigos lograran rebasar las murallas del castillo, sino también ante la posibilidad de que sus volubles vasallos chaquetearan y se sumaran a las fuerzas de los sitiadores.

Castillo de La Roche-Guyon. Como vemos, para llegar
al donjón había que cruzar previamente dos murallas con
sus respectivos fosos. Los accesos al reducto donde se erguía
el donjón eran dos angostos postigos marcados de amarillo
fácilmente defendibles. 
En azul aparece el pasadizo
subterráneo de escape
Por esta serie de motivos, el donjón era, como hemos dicho, algo más que una simple torre del homenaje que servía de aposento y despacho al alcaide o el que detentara la autoridad en el castillo. El donjón, ante el temor de una rebelión o incluso de que el amigo de hoy fuera el enemigo de mañana, era un cofre cerrado con siete candados donde solo entraban el
DOMINVS, su familia y sus hombres de absoluta confianza. Más aún, si el castillo disponía de dependencias aceptables para ser usadas como aposentos, incluso permanecía cerrado en tiempos de paz para que nadie pudiera conocer sus entresijos, y si había que recibir invitados o celebrar algo se hacía en dependencias exteriores. Esa era ante todo la principal diferencia con las torres del homenaje convencionales. El donjón estaba diseñado para defenderse de posibles invasores a base de muros de grosores descomunales que alcanzaban incluso los 4 metros precedidos por uno o más cinturones de murallas, profundos fosos y/o camisas. Pero a todo ello había que añadir accesos situados a gran altura, imposibles de vulnerar ya que transcurrían por empinadas y estrechas escaleras que daban a pequeñas puertas defendidas por puentes levadizos o escaleras removibles y defendidos por ladroneras, buhederas o cadalsos. Por todo ello, estos poderosos reductos disponían de postigos en lugares ocultos por donde poder escapar al exterior, postigos estos mejor escondidos que la honra de las hijas del DOMINVS y cuyo emplazamiento solo conocían un reducidísimo grupo de personas.

Pasadizo excavado en la roca que conduce al donjón del castillo de La
Roche-Guyon. Este acceso daba a un escarpe cortado a cuchillo en el lado
sur del recinto, imposible de ver por los sitiadores
Ante semejante perspectiva, a los sitiadores solo les restaba la opción de rendirlos por hambre y/o sed, lo que era bastante difícil porque se preocupaban de tener en todo momento acopio de provisiones y, por supuesto, de una gran cisterna, ambos en las entrañas del donjón, donde nadie podría llegar con facilidad. Pero también se tenía en cuenta una posible traición por parte de los villanos reciclados en defensores. Estos probos campesinos, obligados por las leyes de la época a convertirse en soldados de circunstancias, podrían verse en la disyuntiva de traicionar a su señor, bien
mottu proprio, bien ante la amenaza de ver sus tierras y casas arrasadas. Pero el DOMINVS ya había tenido eso en cuenta cuando se construyó el donjón, convirtiéndolo en un laberinto interior que los villanos jamás habían pisado y de cuya distribución no tenían ni puñetera idea. En una misma planta podía haber varias dependencias, pero no se comunicaban entre sí, sino de forma diabólicamente enrevesada. Un ejemplo: para llegar a la sala contigua había que subir a la planta superior y bajar por una escalera que llegaba al sótano, desde el cual se tomaba otra escalera que finalmente llegaba a dicha sala, que era desde donde se subía a la azotea donde se encontraba el cadalso mientras que en la sala contigua solo se podía acceder a un pasillo con un salto de lobo y al final del mismo otra angosta escalera- siempre eran de caracol y recorriendo el grosor del muro- que daba a una poterna defendida por un rastrillo y una gruesa puerta tras la cual se podía salir al exterior por el lado más escarpado del terreno, fuera del campo visual de los sitiadores. 

La imponente torre del homenaje del castillo de La Mota.
A pesar de sus dimensiones, su interior carece de la
complejidad de un donjón
¿Qué se pretendía con esto? Pues simplemente poder hacerse fuertes en el interior del donjón contra parte de los defensores que hubiesen decidido pasarse al enemigo. Si desconocían su distribución y cruzar una puerta podía ser suicida porque eran tan pequeñas que solo cabía un hombre, poco podían hacer para reducir a los escasos defensores que quedaban, todos ellos profesionales de las armas y conocedores de los entresijos del reducto. Una puerta de roble con una hoja de 15 cm. de grosor reforzada con flejes de hierro y atrancada con un alamud era imposible de derribar como no fuera aporreándola con un pesado ariete, pero dentro del donjón ni había arietes ni tampoco era posible introducirlos debido a la estrechez de los accesos, por lo que se veían en una sala sin saber dónde estaba la salida mientras que el
DOMINVS y sus muchachos igual habían subido a la planta superior, desde donde los asaeteaban a su sabor a través de la buhera que se abría en el entresuelo. Como vemos, los donjones eran un prodigio de arquitectura militar concebido para poder defenderlo con cuatro gatos hasta las últimas consecuencias.

Bueno, así eran grosso modo estas impresionantes fortificaciones que se extendieron por Francia, Inglaterra y las zonas de Italia bajo dominio normando. En otro artículo detallaremos sus métodos constructivos así como su evolución a lo largo del tiempo ya que desde los primeros donjones románicos hasta los edificados en el siglo XIII hay diferencias notables. Con todo, y a pesar de su imponente presencia, el donjón también tenía sus puntos flacos y sus defectos de diseño, que no todo iban a ser ventajas, pero de eso hablaremos más despacio en su momento. En cualquier caso, lo que sí es cierto es que estas peculiares fortificaciones se convirtieron en todo un símbolo del poder de los señores feudales de la época, y su posesión fue motivo de violentos cambios de impresiones entre nobles o bien entre estos y los monarcas que veían en ellos un peligro para la estabilidad del reino.

Hora de yantar. Pírome.

Hale, he dicho

POST SCRIPTVM: Creo que por fin he dado con una forma de poner los textos en las fotos, por lo que agradeceré que si alguien ve algo raro o descuadres me avise. Si sale un churro es por culpa de Blogger, que conste.

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Donjón de Chambois, construido en tiempos del duque Ricardo II. Esta poderosa torre es un ejemplo perfecto del donjón románico que se
extendió por los dominios normandos

lunes, 13 de marzo de 2017

Origen y evolución de la llave de chispa 2ª parte


No se trata de una maniobra de ocultación para camuflar las tropas tras una nube, sino el resultado de una descarga de
mosquetes provistos de llaves de chispa

Dejamos la entrada anterior con los detalles concernientes a la llave de patilla española que, junto a las snaphance, vieron la luz durante el último cuarto del siglo XVI. Así pues, prosigamos.

Mosquete con una llave doglock
Mientras que las llaves españolas seguían su evolución, las snaphance se encontraron con el inconveniente, según se comentó, de carecer de una posición de seguro, lo que requería de una atención constante para no soltar un balazo a quién no se debía. Por ello, en los países donde más proliferó este mecanismo se hizo necesario desarrollar un nuevo tipo de llave que incluyese algún dispositivo que permitiera el manejo del arma sin riesgos. Así surgió a lo largo del primer cuarto del siglo XVII la doglock, la cual tuvo especial difusión en Inglaterra y Holanda, donde se mantuvo operativa durante unos cien años hasta su sustitución por las llaves Le Bourgeoys.

Esta denominación de doglock, que traduciríamos literalmente como llave de perro, debemos buscarla en el pequeño retén que, situado en la parte trasera de la llave, trababa el martillo o pie de gato en la muesca que llevaba practicada para tal fin. Para los british un dog era, además de un chucho, una pieza que oscilaba o pivotaba impulsada por un resorte, en este caso el retén en cuestión. Sin embargo, la traducción al español de dog en su acepción de can no debe prestarse a confusiones ya que, en nuestro idioma, can es sinónimo de gatillo, o sea, la cola del disparador. Aclarado este punto, debemos señalar que este tipo de llave solucionaba el problema del seguro mediante el citado dog que, al engancharse en el pie de gato, lo bloqueaba y le impedía que se produjese un disparo accidental. Cuando llegaba la hora de abrir fuego bastaba amartillar el arma, desenganchándose el retén de forma automática y quedando el arma lista para abrir fuego. Esta llave había adoptado también el tipo de rastrillo de la llave española que, según comentamos, aunaba en una sola pieza dicho rastrillo y la tapa del fogón. La secuencia de disparo podemos verla en el gráfico de la izquierda. La figura A muestra la llave en posición de seguro con el retén bloqueando el pie de gato y el rastrillo abierto para proceder al cebado del arma. En la figura B se ve el paso siguiente, que sería el arma amartillada con el retén ya suelto tras oscilar hacia atrás. El rastrillo ha sido cerrado, tapando el cebo. Las figuras C y D permiten ver el proceso de disparo dividido en dos tiempos: en C tenemos la piedra golpeando el rastrillo y sacando chispas del mismo, mientra que en D el rastrillo ha oscilado hacia adelante abriendo la tapa del fogón y permitiendo que el cebo se inflame, produciéndose el disparo. En sí, la doglock estaba bien concebida y era bastante segura, teniendo como único inconveniente el tener que volver a colocar el retén en posición vertical antes de semi-amartillar el arma. 

Llave Le Bourgeoys fabricada por el arsenal de La Torre
de Londres. En el fogón se puede apreciar el minúsculo
orificio del oído que lo comunicaba con la recámara
Al mismo tiempo que las doglocks se difundían por toda la Inglaterra y Holanda (Dios maldiga a Orange), los gabachos también desarrollaron su propia llave que, como anticipamos, fue la que con el paso del tiempo acabó imponiéndose en Europa. El creador de la misma fue Marin le Bourgeoys (1550-1634), un prolífico ciudadano natural de la Normandía que medró largamente al servicio de los reyes de Francia gracias a sus aptitudes como inventor, armero y luthier, lo que le permitió establecerse en la corte como valet de chambre a partir de 1598. Hacia 1610 desarrolló un tipo de llave de chispa cuyos mecanismos funcionaban de forma similar a los de la llave española, pero con una diferencia notable: todas las piezas salvo el muelle del rastrillo estaban en el interior y, quizás lo más importante, contenía la nuez, una pieza conectada al pie de gato que tenía dos muescas, una de seguro y la otra para amartillarlo, lo que convertía el diseño de esta llave en el más racional de todas las inventadas hasta aquel momento. 

En el gráfico podemos ver los mecanismos en cuestión. La pieza A es el muelle real que impulsa el pie de gato. La B es la nuez, en la que se aprecian las dos muescas. La del gráfico está en posición de disparo, que es la situada más atrás. La pieza C es el fiador que bloquea la nuez y que es accionado por la leva del disparador. Finalmente, la pieza D es el muelle del fiador, el cual lo empuja hacia arriba. Las flechas señalan la dirección en que actúa cada una de las piezas señaladas. Como se ve, se trata de un mecanismo bastante simple pero al mismo tiempo muy eficaz, lo que no solo facilitaba su uso sin complicaciones sino que, muy importante, permitía la fabricación en masa, un tema de gran relevancia en una época en que toda la Europa no conoció un instante de paz hasta la tregua que supuso derrotar al enano corso y enviarlo al carajo para siempre en la árida isla de Santa Elena. 

La secuencia de disparo era similar a la que vimos en la llave española. En la figura A tenemos el pie de gato amartillado tras haber cebado el fogón. Según podemos observar, la tapa del rastrillo lo cubre por completo. La figura B representa la primera fase del disparo tras haber apretado el gatillo: la piedra acaba de golpear al rastrillo sacando chispas del mismo. A medida que el pie de gato desciende gracias a la enorme potencia del muelle real el rastrillo pivota hacia adelante, abriéndose la tapa que cubre el fogón. En la figura C la tapa está casi abierta, y las chispas han inflamado el cebo. Finalmente, la figura D nos muestra el pie de gato ya detenido, el rastrillo en su posición más avanzada y el cebo ardiendo y comunicando el fuego con la carga depositada en la recámara del cañón. No obstante, que nadie se engañe. Este proceso aparentemente rápido y limpio solía fallar muchas más veces de lo deseable, y eso era una tónica común en cualquiera de los tipos de llave de chispa que hemos presentado.

La cruda realidad era que, a pesar del gran avance que suponía la llave de chispa a nivel mecánico y tecnológico, los fallos de ignición eran habituales. De entrada, la piedra debía estar perfectamente tallada y colocada en la mordaza de forma que tocara el rastrillo, pero no tanto como para trabarlo. Además, el muelle real debía tener la potencia justa, ni demasiado duro ni demasiado flojo ya que, de no ser así, o bien rompería la piedra o no sacaría ni una chispa, por lo que el disparo resultaría fallido. Por ello, las tropas debían revisar constantemente el buen estado de la piedra, así como su correcta colocación ya que un fallo de ignición en una jornada de caza solo podría suponer perder la res, pero, en combate, podría significar la muerte. Por todo ello, además de poner buen cuidado en el mantenimiento de la piedra, cada soldado llevaba consigo varias de repuesto, siendo las mejores las de ágata que, por lo visto, sacan más chispas. A esta serie de detalles debemos añadir que, del mismo modo que había que vigilar el buen estado de la piedra, había que hacer lo propio con el rastrillo. Un desgaste excesivo se traduciría en fallos, por lo que habría que enviar la llave al armero para que sustituyese la pieza por otra nueva.

Despieece de la llave a la francesa empleada en España durante
el último cuarto del siglo XVIII. Este tipo de llave convivió con
la llave española durante bastante tiempo
Pero había ocasiones en que estos fallos no se producían por una mala combustión del cebo, sino porque el oído del cañón estaba tan sucio que no dejaba llegar el fuego a la recámara. Ya sabemos que la pólvora negra deja al arder grandes cantidades de residuos que podían obstruir sin problemas el mínimo orificio del oído al cabo de pocos disparos. De ahí que se tuviese la norma de introducir por dicho oído una aguja para despejarlo. Pero en plena acción eso era imposible de llevar a cabo, por lo que tras una decena de disparos o incluso menos el fuego del cebo podría ser inútil. Sin embargo, los disparos fallidos en plena acción no eran detectados en mucha ocasiones debido a la tensión del momento. El soldado veía el fogonazo ante su cara y daba por sentado que se había producido el disparo aunque ni siquiera recordase no haber sentido el tremendo culatazo que propinaban estos mosquetes, por lo que, siguiendo las órdenes de sus oficiales, se limitaban a recargar a toda velocidad, superponiendo la nueva carga a la anterior que aún reposaba en el interior del cañón y que, debido a la mugre que taponaba el oído, tampoco saldría. Por ello, no era raro que tras una batalla se encontrasen mosquetes con varias cargas superpuestas.

Llave fabricada en el arsenal de La Torre de Londres. Estas
llaves junto a las manufacturadas en Madrid eran las de
mejor calidad a principios del siglo XIX
No obstante, como en todas las cosas referentes a las armas, la calidad del producto era lo que marcaba la diferencia entre una buena llave o un desastre total, de modo que los resultados a la hora de emplear las de una u otra procedencia podían ser absolutamente dispares hasta el extremo de que una llave de buena calidad podía disparar cien veces sin fallar una sola vez, mientras que una mala podía fallar una docena de veces. Para hacernos una idea, la llave era la segunda pieza más cara de un fusil, solo un poco por debajo del cañón, así que no era este un tema para tomarlo a la ligera. Por poner un ejemplo, el cañón de un fusil español modelo 1815 costaba 40 reales y 14 maravedises mientras que su llave salía por 39 reales y 25 maravedises y medio, o sea, casi lo mismo. Solo la mano de obra para fabricar el fusil era de unos 36 reales, así que estaban bien pagados los que se dedicaban a ese oficio.

Llave de patilla modificada para pistón
En fin, así nacieron y evolucionaron las llaves de chispa. A mediados del siglo XIX se generalizó el uso de la llave de pistón, que básicamente era la misma cosa pero, en ese caso, golpeando una cápsula fulminante en vez de un rastrillo. De hecho, para no desaprovechar los miles de llaves que había en los parques de artillería se reformaron, eliminando el fogón y el rastrillo y sustituyendo el pie de gato con la mordaza o quijada por otro adecuado para golpear el pistón. Con todo, no faltaron los amantes de las tradiciones que siguieron empleando sus armas de chispa para actividades venatorias y, por supuesto, para batirse en duelo, que para eso habían heredado las pistolas del abuelo que tantas veces sirvieron para lavar el honor familiar.

En fin, ya está.

Hale, he dicho

domingo, 12 de marzo de 2017

Origen y evolución de la llave de chispa 1ª parte



Llave tipo Le Bourgeoys fabricada en Londres hacia 1820
por Tatham e hijos.
A lo largo de tropocientas entradas hemos mencionado las llaves de chispa así como sus diversas partes- rastrillo, batería o fogón, mordaza, etc.-, sin habernos detenido en concretar como funcionaban. Cierto es que es un sistema de ignición tan visto en el cine que cualquiera sabe más o menos de qué va la cosa, pero como también es posible que también haya muchos que, aunque las conozcan, no tengan ni idea de su origen y su funcionamiento, pues colijo que no estaría de más detenernos a estudiarlas un poco más a fondo. Además, al hilo de la entrada anterior sobre los primeros francotiradores, creo que antes de proseguir con ese tema no está de más conocer un poco más a fondo los entresijos de estas llaves ya que estuvieron vigentes hasta, aproximadamente, mediados del siglo XIX. Por otro lado y a modo de aclaración inicial conviene señalar un detalle importante antes de entrar a fondo en el tema que nos ocupa: cuando se habla de llaves de chispa todo el mundo suele asimilar el término a la llave inventada por el gabacho Le Bourgeoys, pero la realidad es que las primeras llaves de chispa fueron anteriores y, además, hubo otros modelos que gozaron en su momento de tanta o más aceptación que la gabacha si bien esta acabó ganando mayor popularidad. Dicho esto, vamos al grano.

Herreruelo soltando un pistoletazo en plena jeta
a un enemigo. Cuando se agotaba la munición
siempre podían usarse las pistolas como mazas
Aunque no es una tema que haya transcendido demasiado, las llaves de chispa surgieron a causa de los problemas para recargar que tenían los reitres y herreruelos para recargar sus pistolas. Como ya se ha mencionado en varias ocasiones, las llaves de rueda fueron precisamente la solución que se les presentó para sustituir las aún más engorrosas llaves de mecha, prácticamente imposibles de manipular montado en un caballo y en plena acción. Cebar, encender la mecha y colocarla en el serpentín era misión imposible en plena carga, así que había que idear algo que, al menos, permitiera llevar las armas cargadas y a punto para abrir fuego sin necesidad de otra cosa que no fuera desenfundarla y apretar el gatillo. Pero la llave de rueda raramente permitía recargar el arma en acción precisamente por su complicada manipulación para un hombre a caballo, así que los cerebros pensantes de la época empezaron a devanar sus magines para asacar algo que no solo facilitara la recarga, sino incluso que permitiera manejar las armas de fuego en condiciones meteorológicas adversas- léase tiempo húmedo- sin verse en el grave dilema de que el arma no disparaba por tener la pólvora mojada.

Fotograma de la conocida película "Alatriste" en la que aparece uno de los
colegas del protagonista acechando al enemigo con un arcabuz de mecha
mientras que llueve a cántaros. Disparar un arma así en esas condiciones
era imposible
Porque el clima, aunque por lo general se suele obviar cuando se tratan estos temas, tenía una importancia crucial. ¿Qué pasaba cuándo llovía? ¿De qué forma se disparaba un arma provista de una llave de mecha cuando caían chuzos? Pues era complicadillo ya que, aunque el arma podía estar previamente cebada y, con la protección adecuada, mantener la pólvora seca, cuando se abría la batería para disparar daba tiempo de sobra para que esta se mojase, imposibilitando por completo abrir fuego. Así pues, hacía falta un mecanismo que no solo permitiera tener el arma a punto en todo momento, sino que además preservara el cebado aunque el tiempo no fuese el más adecuado para salir al campo a batallar. Otro inconveniente añadido era el hecho de que por las noches las mechas eran obviamente muy visibles, delatando la presencia de los centinelas o los hombres que formaban parte de una encamisada y se infiltraban en las líneas enemigas para escabechar herejes y enviarlos al infierno reservado a los luteranos. 

Pero, como hemos dicho, la llave de rueda no acabó de solucionar el problema. Aunque eliminaba los inconvenientes de la mecha, el cebado era susceptible de estropearse en determinadas circunstancias y, sobre todo, su sistema de carga no era precisamente el más adecuado para un hombre a caballo, como ya se ha dicho en varias ocasiones. En las fotos vemos dos tipos de llave usadas para tensar el muelle que hacía girar el frictor y que, como podemos imaginar, eran asaz complicadas de manipular cuando uno se veía encaramado en un penco asustado por el fragor de la batalla, con decenas de afiladas moharras de las picas enemigas delante del careto y una manga de arcabuceros calando las cuerdas para enviarlo a hacer puñetas al otro mundo con el pecho lleno de boquetes. De ahí, como ya se explicó en su momento, que la caballería se viera obligaba a portar varias pistolas, seis en algunos casos, para poder efectuar varios disparos mientras tenía lugar la caracola para, finalmente, meter mano a la espada si la ocasión era propicia y la carga había aligerado de personal el cuadro enemigo de forma que se pudiera intentar rematar la faena dispersándolos a estocadas.

Arcabuz de rueda procedente de la armería del emperador Leopoldo I.
El arma está datada hacia finales del siglo XVII
Bien, esas eran grosso modo las causas que llevaron a crear la llave de chispa, cuyo origen en más remoto de lo que se suele pensar. De hecho, la mayoría da por sentado que se trata de un invento surgido durante el siglo XVIII, pero la realidad es que debemos remontarnos al último cuarto del XVI para tener las referencias más antiguas acerca de este mecanismo. No obstante, las llaves de rueda no desaparecieron por completo. Antes al contrario, muchos armeros, especialmente centroeuropeos, siguieron fabricando armas provistas de este mecanismo destinadas a la caza. Hablamos de lujosos ejemplares que solo estaban al alcance de unos pocos privilegiados con los medios económicos para pagarlas , o sea, los monarcas y la nobleza.

Pistola con llave snaphance
Pero para que los monarcas pudieran seguir costeando las guerras que les permitían mantener sus reinos con los suficientes habitantes como para cobrarles impuestos con que adquirir buenas armas para el noble ejercicio de la caza hacía falta un mecanismo más eficiente que las engorrosas llaves de rueda. Así surgió a mediados del siglo XVI la llave de chispa. No se sabe con exactitud la fecha exacta, ni siquiera quién fue el inventor. Las referencias más antiguas se remontan al año 1570, lo que no quiere decir que se creasen ese año, sino que la cosa bien podría venir de un poco antes. Y a falta del nombre del que la ideó, al menos es posible situarlas en el mapa gracias al nombre con que han llegado a nuestros días: snaphance. Este palabro de origen holandés no implica que fuese originaria de ese país ya que muchos estudiosos señalan los estados alemanes pero, en todo caso, es casi seguro que surgieron en algún taller de los dominios del glorioso césar Carlos.

Al parecer, snaphance es un término compuesto que vendía a hacer referencia al picoteo de un gallo por su similitud a la caída de la patilla sobre el rastrillo, algo así como el gallo que te pilla y te endilga un picotazo fastuoso. La cosa es que, picotazos de gallináceas aparte, esta llave tenía una pieza que era donde estaba la clave que permitía usar el arma en cualquier circunstancia sin verse delatado por el tenue fulgor de una mecha o tirado ante el enemigo porque la pólvora se había mojado con el relente matinal. La pieza en cuestión es la que señala la flecha. Se trata de una tapa deslizable que permite cubrir la pólvora tras el cebado y preservarla en el fogón sin mojarse o sin que se derrame. Cuando se aprieta el gatillo, la piedra golpeará el rastrillo el cual, aprovechando su movimiento hacia adelante, deslizará dicha tapa permitiendo que las chispas alcancen el cebo y produciéndose el disparo. En la imagen inferior vemos la llave con la tapa abierta, dejando claro cual sería el proceso.

Pero si alguno no lo ve claro echemos un vistazo el gráfico de la derecha. La figura A nos muestra la llave en posición de disparo. Está amartillada, el fogón ha sido cebado y cubierto por la tapa, y el rastrillo está abatido. La figura B presenta el momento en que la piedra, tras golpear el rastrillo y abrirse la tapa, prende el cebo que, al inflamarse, prenderá la carga a través del oído del cañón y se producirá el disparo. La pieza transparentada no es más que la parte externa del fogón, la cual hemos rebajado en opacidad para que se vea el proceso claramente. Sin embargo, la snaphance tenía un grave defecto en origen que fue el causante de no pocos accidentes graves. Dicho defecto consistía en que, una vez cebado el fogón, el arma quedaba amartillada y lista para abrir fuego, lo que podía ocurrir de forma inopinada en cualquier momento a causa de un golpe, una mala manipulación o, simplemente, porque casualmente acariciamos el gatillo justo en el instante en que nuestro cuñado más gorrón se dirigía a nosotros para darnos el enésimo sablazo. Resulta que el genial invento carecía de cualquier tipo de mecanismo de seguro, así que se produjeron infinidad de disparos accidentales con consecuencias de todo tipo antes de que se dieran cuenta de que, o arreglaban aquello, o las snaphance acabarían ganando las batallas por el enemigo. No obstante, que nadie piense que este tipo de mecanismo pasó a la historia en poco tiempo ya que permaneció en activo hasta mediados del siglo XVII. Debemos tener en cuenta que la sustitución de las antiguas armas de mecha no se llevaba a cabo con la celeridad con que actualmente se introduce un modelo nuevo de arma. No obstante y como prueba de longevidad, la snaphance era la llave que montaban las espingardas marroquíes hasta prácticamente nuestros días

Pistola con llave de patilla
Pero mientras que los probos ciudadanos centroeuropeos se pegaban tiros sin querer unos a otros, en España había surgido muy poco tiempo después una llave en la que el problema de la snaphance era inexistente. Hablamos de la conocida como llave española o de patilla, también denominada de miguelete si bien este término no fue propalado por los españoles sino por los british (Dios maldiga a Nelson) cuando vinieron a España a ayudar a derrotar a las hordas de violadores de monjas, de profanadores de iglesias y de saqueadores de tumbas del enano corso y, de paso, a volarnos mogollón de fortificaciones que podrían chinchar a los portugueses, sus aliados naturales, y a su colonia de gibraltareña con la excusa de que podrían ser usadas por los gabachos. Lo de miguelete proviene de un tipo de milicia creada en 1640 que usaban armas provistas de este tipo de llave, concretamente el mosquete modelo 1789. Estas tropas fueron agregadas al ejército de Wellington, lo que hizo que el nombre de esta milicia sirviera para designar el tipo de llave de sus armas.

Llave española o de patilla
La llave de patilla surgió hacia 1580 aproximadamente. Se suele atribuir la idea a Simón Marcuarte, también conocido como Simón de Hoces el Viejo (su marca de fábrica eran dos hoces), que fue arcabucero real durante los reinados de Felipe II y Felipe III. En sí, el concepto de la llave española era similar al de la snaphance, pero con tres diferencias notables, a saber: el fogón no lo cubría una tapa deslizable accionada por el rastrillo, sino que ambas piezas se había unido en una sola de forma que al cebar el arma y abatir el rastrillo quedaba tapado el fogón. Por otro lado, el muelle real se encontraba en la parte externa de la llave, lo que permitiría su sustitución sin necesidad de desmontarla del arma. Por último, lo más importante: el martillo tenía en su parte inferior un saliente o patilla (de ahí su nombre) sobre el que actuaba el gatillo mediante dos uñas que emergía de dentro de la pletina con dos posiciones: la más alta que servía para amartillar el arma, y otra situada debajo para la posición de seguro. Esto permitía portar el arma cebada sin temor a volarle los sesos al sargento o, peor aún, pegarse un tiro en un pie, cosa esta que es muy desagradable y duele horrores.

Detalle del famoso retrato de Felipe IV cazador realizado
por el inmortal Velázquez en 1636 en el que se aprecia la
llave de patilla que monta el mosquete del monarca
En un alarde imaginativo, el rastrillo de estas llaves tenían la cara donde golpeaba la piedra formada por una lámina de acero o hierro cementado soldada o remachada a la pieza a fin de poder ser sustituida con facilidad debido al gran desgaste que sufrían. De hecho, en muchos casos incluso la ensamblaban mediante una cola de milano para hacer aún más cómodo el proceso de recambio. La llave española era además muy sólida y fiable, por lo que se extendió por la ribera mediterránea hasta Turquía y Rusia. Así pues, como vemos, la llave española no solo se anticipó a la francesa, sino que gozó de una gran difusión durante siglos. Pero como aquí somos tontos del culo y solemos despreciar lo propio en favor de lo ajeno y, además, todo lo gabacho se puso muy de moda en Europa a raíz del comienzo de la decadencia del imperio español y la pujanza de Luis XIV, pues poco a poco fuimos dejando de lado nuestra robusta y fiable llave de patilla en favor de la ideada por Marin Le Bourgeoys.

Pero de como sigue la historia ya hablaremos en la siguiente entrada, que por hoy ya me he enrollado bastante. 

Hale, he dicho

La continuación de esta entrada pinchando aquí.

miércoles, 1 de junio de 2016

Fortificaciones del mundo antiguo. Atalayas romanas


Reconstrucción virtual del campamento fortificado construido
por los romanos junto al río Taff en 55 d.C. Este recinto
sirvió de base para el castillo medieval de Cardiff
Por norma, las "personas humanas" suelen identificar los castillos y demás fortificaciones con la Edad Media. De hecho podría decirse que, dentro de ese período histórico, el castillo está relacionado de forma sistemática con la Baja Edad Media, o sea, desde el año 1000 al 1500. Sin embargo, los castillos que todos conocemos tienen un origen muchísimo más remoto ya que, en realidad, la mayoría de las fortificaciones medievales estaban basadas sobre otras anteriores de origen árabe (en España y Portugal) o godo, que a su vez fueron erigidas aprovechando antiguas fortalezas romanas. El motivo de ese constante reciclado, por llamarlo de alguna forma, obedecía a una razón bastante simple: los puntos estratégicos eran básicamente los mismos en el año 100 a.C. que en el 1400 de nuestra era. Es más, muchas de las líneas fortificadas medievales estaban basadas en la defensa de las vías romanas que, aún en uso, constituían los únicos caminos razonablemente buenos en aquella época. Un ejemplo de esto sería la Banda Gallega, a la que ya se dedicó una entrada en su día y que estaba nutrida de fortalezas tanto de origen árabe muy anterior y otras que se construyeron ex-novo.

Reconstrucción de una parte de la muralla de Hattusa, capital del imperio
hitita. A pesar de tener una antigüedad superior a los 3.000 años, su aspecto
no difiere mucho de la cerca urbana de una ciudad medieval
Pero ojo, que nadie piense que los romanos fueron los primeros en construir castillos ya que, muchos siglos antes que ellos, los pueblos de Oriente Próximo ya construían castillos que podrían ser tomados por medievales. Egipcios, hititas, asirios, griegos o judíos se preocuparon de fortificar adecuadamente tanto sus ciudades más importantes como los puntos sensibles de sus respectivos territorios, especialmente las zonas fronterizas por donde podían entrar ejércitos enemigos con aviesas intenciones. Sin embargo, el caso de los romanos era diferente ya que ellos se vieron en la necesidad de establecer campamentos estables para sus legiones, las cuales operaban en territorios que, aunque inicialmente ocupados y luego ya enteramente romanizados, debían defender el imperio de multitud de enemigos foráneos, así como de las belicosas tribus que se negaban a aceptar la presencia de extraños en sus tierras. Con el paso del tiempo, la expansión romana dio lugar a una posterior fase de asentamiento, lo que les obligó a formar las que serían las primeras líneas fortificadas de Occidente: el Muro de Adriano, situado en la actual Escocia y destinado a detener a los fieros pictos, la hoy conocida como Gask Ridge, construida entre los años 70 y 80 en el centro de Escocia y posiblemente la primera línea fortificada de la que se tiene constancia, el Muro de Antonino, a 160 km. al norte del Muro de Adriano o las fortificaciones edificadas por Trajano en la frontera del Danubio son un claro ejemplo del empeño que pusieron los romanos por hacer impenetrables sus fronteras.

Situación de las tres líneas defensivas
construidas en la Britania
Hablamos de murallas de cientos de kilómetros provistas de fortines y campamentos fortificados para impedir a sus más enconados enemigos ir más allá de los LIMITES del imperio. Y, naturalmente, torres de vigía que controlaban tanto los posibles movimientos de tropas allende las fronteras como los cursos fluviales y los caminos. Estas torres, provistas de guarniciones permanentes, vigilaban constantemente que nada se moviera más allá del LIMES y, caso de atisbar algo sospechoso, rápidamente se ponía en marcha un simple pero eficaz sistema de señales para poner sobre aviso a los campamentos más cercanos. La morfología de las atalayas romanas está bastante bien documentada gracias a la Columna de Trajano, una verdadera enciclopedia sobre el ejército romano enrollada sobre los 40 metros de altura de la citada columna, obra del prolífico Apolodoro de Damasco, y la Columna de Marco Aurelio, construida a semejanza de la anterior para conmemorar las victorias imperiales sobre sármatas, cuados y marcomanos. Esto nos ha permitido efectuar reconstrucciones muy aproximadas a su aspecto real, así como sus dimensiones y detalles constructivos.

Básicamente, el patrón constructivo era siempre el mismo: una torre de dos pisos de altura construida a veces sobre una base pétrea de, al menos, la altura de uno de los niveles superiores para dificultar la entrada a posibles atacantes. Como elementos defensivos añadidos contaban con una empalizada circular precedida de un pequeño foso de alrededor de 1,5 metros de profundo similar al que solían cavar en los campamentos. A la derecha tenemos un gráfico que nos permitirá hacernos una idea bastante clara de estas pequeñas fortificaciones. Como se ha dicho la torre era un edificio de planta cuadrangular de entre 3 y 4 metros de lado, casi siempre con un tejado a cuatro aguas. La planta superior disponía de un balcón en todo el perímetro de la torre, lo que permitía mantener la vigilancia protegidos de las inclemencias del tiempo tanto en verano como en invierno. Su escaso espacio interior albergaba a su guarnición que, al parecer, se componía de un CONTVBERNIVM, o sea, ocho legionarios. Cabe suponer que dispondrían de una serie de provisiones en forma de grano, legumbres y salazones que serían repuestos con regularidad, tal vez aprovechando los relevos de la guarnición. La empalizada, formada por simples troncos aguzados, era precedida de un foso simple o doble en función de la peligrosidad del emplazamiento de la torre.



Dicho emplazamiento podía encontrarse tanto en la cima de cerros, oteros y demás posiciones que permitieran disfrutar de una amplia panorámica del territorio adyacente, así como en la orilla de cursos fluviales y caminos. Para comunicarse entre ellos- obviamente enlazaban visualmente unas con otras y con los campamentos- se recurría a las ahumadas durante el día y al fuego por las noches. Para ello podían mantener piras de leña y forraje verde en el exterior de la empalizada, o bien a braseros colocados en perchas en las terrazas. En la ilustración superior podemos ver una torre basada en una de las tipologías que aparecen en la Columna de Trajano. Se trata de un edificio que, como ya se anticipó anteriormente, está basado sobre una zapata de mampuesto que, según Connolly, posiblemente estaría formanda por cuatro paramentos rellenos de tierra colmatada y quizás con troncos intercalados en la obra. El conjunto se erguía sobre una estructura de madera cuyas paredes estaban formadas por entramados de ramas o mimbres que, posteriormente, eran enlucidos con mortero y encalados para proteger de la humedad. El mortero era esgrafiado para simular sillares, recurso este que, como sabemos, se seguía empleando en la Edad Media para engañar al enemigo. La puerta de acceso estaba separada varios metros del suelo, y se accedía a ella mediante una escala de mano. Finalmente, en la terraza podemos ver una pértiga que sustenta un brasero, tal como aparece en la Columna de Trajano, para hacer señales. Por cierto que este sistema constructivo a base de enlucir paramentos formados por entramados de ramas seguía vigente en plena Edad Media, como ya vimos en la entrada dedicada a las primeras torres feudales que dieron lugar a las motas castrales. 


En la imagen superior podemos ver la escena I de la Columna de Trajano en la que aparece este tipo de atalaya, cada una de ellas provista de su pértiga de señales. A la izquierda se ve una gran pira de leña preparada para ser encendida en caso de necesidad, así como dos pilas de forraje para las ahumadas. La hipótesis de que la sillería fuese esgrafiada en vez de real se basa simplemente en una mera cuestión de costos: fabricar una torre de piedra requería obreros especializados, aparte del acarreo del material desde la cantera. Además, una torre aislada poco podía resistir por muy sólida que fuese ya que bastaba esperar a que su mínima guarnición se rindiese, cosa que harían en breve si no querían verse fileteados. De hecho, colijo que pondrían tierra de por medio antes de verse atacados en firme por una caterva de cortadores de cabezas cabreados. Sin embargo, el método constructivo propuesto podría ser llevado a cabo por los mismos legionarios llegado el caso o, a lo sumo, por albañiles corrientes y molientes.

En la misma escena se puede ver otra tipología de torre mucho más básica pero, como la anterior, destinada a controlar el tráfico fluvial por el río Danubio. En este caso se trata de un edificio de solo dos plantas con la primera a nivel del suelo. Carece de terraza, pero dispone de una ventana abatible en cada una de sus caras tanto para dar luz al interior como para hostigar a posibles agresores desde las mismas. El techo es de dos aguas, y como sus hermanas mayores cuenta con una empalizada que rodea enteramente el recinto de la torre. Así mismo, dicha empalizada estaría precedida del foso de rigor. Su sistema constructivo sería el mismo que en el caso anterior y, a pesar de que en la Columna aparecen ambas tipologías con las puertas de acceso de las empalizadas y las torres una tras otra, lo más probable es que no estuvieran enfrentadas por razones obvias. Era una norma en los principios de fortificación de cualquier pueblo de la época que las puertas debían estar en ángulos o posiciones distintas para dificultar al enemigo invadir el recinto.

En la foto de la derecha vemos la torre anterior. Mucho más simple y sin posibilidad de vigilar a distancia al carecer de terraza, lo más probable es que este tipo de torre fuera empleado como un simple puesto de vigilancia fluvial como ya se comentó en el párrafo anterior. Así mismo, sus reducidas dimensiones no darían para el CONTVBERNIVM habitual, sino quizás para una guarnición aún más reducida. Por otro lado, algunos autores sugieren que ni siquiera estarían construidas mediante el sistema comentado más arriba, sino con simples bloques de tepe rematados por una estructura de madera para colocar la techumbre y un entresuelo de tablas.

A la izquierda tenemos la escena LX de la Columna que muestra a un pelotón de legionarios dedicados a la construcción de un recinto, precisamente usando bloques de tepe que extraen del terreno circundante, material este al que estaban habituados a manejar ya que se prestaba a muchas aplicaciones de tipo defensivo. Además, para construir pequeños edificios, parapetos, muros o torres con este tipo de material no se requería más que una correcta delineación, la cual era proporcionada por el ingeniero militar que siempre acompañaba a cada legión. Por cierto que no deja de ser llamativo el hecho de que estos probos ciudadanos no se quitaran la coraza ni para currar, lo que sería un claro indicio de que trabajaban sujetos a una gran presión y aprestados para entrar en combate en cualquier momento.

Por último, a la derecha podemos ver otra tipología, en este caso basada en la Columna de Marco Aurelio. Se trata de una torre construida enteramente de madera si bien sus dimensiones y morfología son básicamente las mismas que en el primer ejemplo que hemos mostrado: dos pisos sobre una base, terraza y tejado a cuatro aguas. Sin embargo, la empalizada no ha sido empleada en esta ocasión, sino una muralla de circunstancias recurriendo a materiales disponibles sobre el terreno. La base de dicha muralla la conforman bloques de tepe con una anchura suficiente como para permitir un camino de ronda sobre el mismo, lo que facilitaría a la guarnición establecer una primera línea defensiva antes de verse obligados a encerrarse en la torre. El parapeto lo conforma una estructura de maderos con entramados de ramas formando un almenado bastante eficiente. La puerta de acceso se encuentra en el mismo talud de tepe y, como está mandado, alrededor del cual se habría cavado un foso. Por los materiales empleados, es evidente que ninguna de ellas ha llegado a nuestros días. Sin embargo, sus dimensiones y estructura aún son perfectamente identificables gracias a los fosos y perforaciones para los postes que aún perduran.

Bueno, como hemos visto las atalayas no son ni mucho menos cosa de la Edad Media, y ya desde muchos siglos antes estaban diseminadas por el imperio para controlar sus fronteras. Y su importancia no era precisamente baladí ya que, por ejemplo, se sabe que Cómodo mandó reconstruir todas las que había distribuidas en la Mauritania, además de edificar otras nuevas para no perder de vista a los pérfidos habitantes de aquella provincia. En fin, vale de momento con esto. Ya hablaremos en otra ocasión de las demás fortificaciones construidas por estos belicosos sujetos.

Hale, he dicho

Entradas mencionadas: