Como ya vimos en la entrada que dedicamos hace unos días al aspis hoplita, esta no fue ni mucho menos la primera tipología surgida en el mundo griego, siendo precedida por otros diseños más arcaicos aparecidos hacia el período Heládico Medio III (c.1700 - c.1550 a.C.). Nos referimos concretamente a los escudos de torre y de ocho, cada uno de los cuales tendrá su artículo propio como no podía ser menos y no ya por ahondar en el estudio de los mismos, sino también por sus peculiares diseños, muy alejados del concepto que por lo general solemos atribuir a este tipo de armamento defensivo, que deben aunar resistencia con la suficiente ligereza como para permitir a sus portadores emplearlo con la prontitud necesaria en el campo de batalla ante enemigos tanto o más ágiles que ellos. Así pues, comenzaremos por la tipología más antigua de la que tenemos constancia, los escudos de torre.
Está de más decir que esa denominación no es de época, sino un término acuñado en tiempos modernos- como ocurre con tantas otras armas del mundo antiguo- en base a su morfología, que por el saliente en su borde superior y su gran tamaño los hace parecer una torre con su merlón. Al parecer, los minoicos daban a sus escudos el nombre de σακος (sákos), si bien de forma genérica, así que no sabemos si este modelo tenía algún nombre específico o, simplemente, era llamado como el resto de tipos que hubiere en aquella época. Tampoco se sabe cuándo surgieron ni quién los inventó, si bien pudieron haber estado inspirados o fueron tomados en préstamo de alguna cultura de Oriente Próximo.
El primer testimonio gráfico que muestra la existencia de estos escudos lo tenemos en un fresco de Acrotiri, una población minoica ubicada en la isla de Thera (o Santorini, como también se le llama actualmente), situada a unos 100 km. al norte de Creta. Este asentamiento fue destruido por un terremoto seguido de una erupción volcánica que, según los análisis más recientes, debió tener lugar hacia el 1600 a.C. y dejó la ciudad hecha una porquería, tal como ocurrió con Pompeya cuando al Vesubio le dio por ponerse a toser. Entre los numerosos frescos apareció el que vemos en la imagen de la derecha, donde se pueden ver a varios guerreros protegidos por unos enorme escudos rectangulares y armados con largas picas. Estos escudos, según el esquema de color de los mismos, estarían recubiertos con pieles de cabra ya que coincide en algún caso- que hemos señalado con dos flechas- con uno de los animales que se ven en el fresco.
Guerrero minoico provisto de un escudo de torre, lanza y casco de colmillos de jabalí. El dibujo nos permitirá hacernos una clara idea del enorme tamaño que alcanzaban estos escudos |
Esta podía haber sido la tipología más antigua de este modelo de escudo ya que los testimonios gráficos posteriores en los que aparecen presentan cierto cambios. Está de más decir que, por desgracia, al estar construido con materiales perecederos casi en su totalidad apenas han llegado a nosotros algunos restos que nos permitan analizarlos más a fondo. Así pues, en base a las representaciones artísticas que se conservan, vemos que se trataba de una pieza de enorme tamaño que cubría al guerrero desde la barbilla hasta al menos la mitad de la pantorrilla o quizás hasta los tobillos. Eran, por así decirlo, una especie de tabique portátil. Tenían forma rectangular con una extensión semicircular o lobular en su borde superior para proteger la cabeza de su usuario, y cierto grado de curvatura para envolver al combatiente. Estaban construidos con una plancha de mimbre o finas ramas de sauce densamente entrelazadas sobre un bastidor en forma de aspa, formando todo ello una estructura o armazón razonablemente ligero para no convertir el escudo en un mamotreto casi inamovible debido a su elevado peso ya que este armazón era posteriormente recubierto por varias capas de piel, generalmente de bovino si bien no sería ningún dislate pensar que se usarían las pieles disponibles según vimos en el fresco de Acrotiri.
Las pieles podrían unirse entre ellas y, a su vez, al armazón de mimbre, mediante unas grapas de alambre de cobre o bronce. Esta suposición se basa en el hallazgo en 1951 de 150 grapas de dicho material en la Tumba V del Hospital Nuevo en Cnosos, teoría que se vio en cierto modo corroborada por la aparición de un material similar en la tumba de pozo de Agios Ioannis que había sido descubierta un año antes durante la construcción de una fosa séptica en un domicilio particular. Una vez formado el conjunto de armazón y pieles se remataba con una tira de cuero o bronce bordeando todo el escudo. En las láminas de la derecha vemos los planos de sendas tumbas, y en la superior en concreto la distribución del ajuar funerario formado por las armas del difunto, así como restos cerámicos donde se depositaban las ofrendas habituales en estos casos para no largarse de este perro mundo nada más que con lo puesto y poder disponer de chorraditas dignas del rango del muerto para darse pisto en el Averno.
En la lámina de la izquierda podemos ver lo entresijos de su fabricación. En la figura A vemos el anverso del escudo, al que hemos recubierto con dos pieles más una última con el pelo hacia el exterior. El conjunto se ha bordeado con una tira de piel cosida. En la figura B vemos el reverso, donde se aprecia la estructura de mimbre y el bastidor sobre el que se instalaba. Estos escudos se portaban colgados del hombro izquierdo con el τελαμόν (telamón), una larga correa de cuero de alrededor de metro y medio para tener libres ambas manos, necesarias para manejar las enormes lanzas al uso. No obstante, disponían de una manija situada en el vértice del armazón de madera que vemos en la ilustración para poder moverlos en caso de necesidad. No debían ser nada fáciles de manejar, y menos aún ante una avalancha de enemigos según veremos más adelante.
El fiero Áyax pisoteando cadáveres de enemigos vencidos |
También hay constancia de que podían tener una cubierta formada por una fina lámina de cobre o bronce similar a la que posteriormente usaron los aspis. De este detalle no solo tenemos testimonios gráficos, sino también escritos. Concretamente, en el Canto VII de la "Ilíada" Homero se tomó la molestia de describir detalladamente el escudo del hercúleo Áyax, el "baluarte de los acayos", cuando nos dice que "...Áyax, semejante a una torre, se le acercó (a Héctor), ostentando broncíneo escudo hecho de siete pieles de buey. El excelente Tikio, que habitaba en Hila, lo había construido con siete pieles de otros tantos robustos toros, recubriéndolas de bronce. Y llevando este escudo ante su pecho, Áyax Telamonio aproximóse a Héctor...". Cabe suponer no obstante que lo de las siete pieles fue una excepción debido a la descomunal fuerza física de nuestro héroe ya que una piel de toro viene a pesar unos 30 kilos. Si aprovechamos solo la mitad hablamos de 15 kilos, que multiplicado por siete suponen nada menos que 105 más el peso de la lámina de bronce y el armazón. Obviamente, estamos ante la típica exageración atribuible al deseo de enaltecer la fuerza, el valor, etc. del guerrero de turno porque un escudo de más de cien kilos solo serviría para dejarlo caer encima del enemigo y dejarlo como un sello de correos. Por cierto que, curiosamente, el nombre que se da al tiracol del escudo, telamón, es el mismo que el del padre de Áyax, Telamón, rey de Salamina.
Así pues, del mismo modo que se podían cubrir con pieles de vacuno o cabra también era habitual hacer lo propio con láminas de bronce, supongo que en función del poder adquisitivo del guerrero. Hablamos de una época en la que los ejércitos profesionales no existían en esta zona de Europa y que la defensa del territorio estaba confiada a ciudadanos-guerreros que adquirían su panoplia en base a sus ingresos. En la lámina de la derecha podemos ver un ejemplo basado en un anillo de oro del "Tesoro de los Sellos" de Tisbe. Como vemos, toda la superficie está recubierta por una lámina de bronce con dos rebordes. Como motivos decorativos tiene umbos de diversos tamaños repartidos por el escudo sin que estos tengan nada que ver con la habitual función defensiva de estas piezas que, como sabemos, estaban destinadas a proteger la zona del escudo donde se encontraba la manija y, por ende, la mano que la empuñaba.
Otro testimonio gráfico bastante significativo es este sello hallado en la Tumba Circular A de Micenas, datado hacia el siglo XVI a.C. Estos sellos eran al parecer usados por monarcas y gobernantes a título personal, o sea, que no eran un mero adorno. El sello muestra en el centro a dos guerreros luchando con espada, mientras que otro situado a la derecha se protege con un escudo de torre cubierto de bronce y hostiga a uno de sus enemigos con una lanza. El lancero, como es habitual en el mundo micénico, lleva en la cabeza el típico casco de colmillos de jabalí.
Esta daga, aparecida en la Tumba de pozo IV de Micenas, presenta en su hoja una exquisita decoración que muestra la cacería de un león a manos de varios guerreros, dos de los cuales por cierto portan escudos de ocho lo que indica que, aunque surgidos posteriormente, compartieron parte de su vida operativa con los de torre. En el detalle podemos ver como el guerrero lo lleva colgando a la espalda mediante el telamón mientras que usa su lanza para intentar abatir a la fiera. El nivel de detalle del trabajo nos permite ver claramente tanto el telamón como la forma de colgar el escudo sobre el hombro izquierdo.
En esa misma tumba apareció una larga tira de bronce decorada con rosetones que es atribuida precisamente a una de estas correas y que podemos ver en la foto de la izquierda. La pieza, de 140 cm. de largo y entre 4 y 5'5 de ancho, presenta en ambos lados un fino doblez que obviamente estaba destinado a fijarla a la correa de cuero. La ductilidad de este material permitía doblarlo hasta cierto límite sin que se partiera o se agrietara. Las dos muescas en forma de diábolo que vemos en uno de los extremos parece ser que servían para abrochar el telamón al extremo de una pieza similar colocada al otro lado del escudo.
La figura A muestra el extremo con las citadas muescas, mientras que la B presentaría el extremo opuesto donde se habría fijado un pasador C formado por el travesaño D y un pequeña lámina terminada en gancho, tal como la hebilla de un cinturón. Para unir ambos extremos, bastaría introducir el pasador por una de las muescas de la pieza A, quedando fijados ambos extremos. El uso de una u otra muesca permitiría regular la longitud del telamón. El cierre lo podemos observar en la figura A: el extremo del pasador quedaría por debajo, sacando el mismo por la muesca y enganchándolo al travesaño.
Por concluir con los testimonios gráficos, arriba podemos ver una reconstrucción de la decoración de un ritón de plata, procedente también de la prolífica Tumba IV de Micenas. En este caso podemos ver como unos guerreros protegidos con escudos de torre se enfrentan a otros que hacen lo propio con escudos de ocho. Esto corrobora que, en efecto, ambas tipologías coexistieron en el tiempo y, por el tipo de yelmo que usan todos los guerreros, también en el mismo territorio. Merece la pena observar las líneas de guiones que representarían las grapas o las costuras que unían las pieles unas con otras y, tal vez, también al armazón de mimbre. Con todo, parece ser que el uso de uno tipo u otro no obedecía más que al poder adquisitivo del usuario. Los escudos de ocho, mucho más complejos tecnológicamente, serían más caros de producir que los de torre. Lo que sí se acepta de forma generalizada es que a raíz de la aparición de los escudos de ocho, estos fueron sustituyendo poco a poco a los de torre por su mayor versatilidad si bien, como hemos dicho, su mayor precio no los haría asequibles para todos, por lo que debieron convivir durante muuuucho tiempo. A este respecto, añadir solo que la aparición del escudo de torre en la Grecia continental tuvo lugar un siglo más tarde, al menos en base al hallazgo más antiguo que lo atestigüe. Nos referimos a la ya citada Tumba IV de Micenas, datada en el Heládico Tardío IB (c.1500 - c.1450 a.C.)
Anillo del "Tesoro de los Sellos" que muestra a dos guerreros usando escudos de torre. Debía ser todo un alarde de fuerza y destreza lograr desviar esa mole para alcanzar al enemigo |
Bien, con lo visto ya tenemos una idea bastante clara de la morfología, el desarrollo y la vida operativa de estos chismes. Sin embargo, aún queda por comentar lo concerniente a su uso ya que es un tema que ha protagonizado y protagoniza intensos debates porque, lógicamente, un escudo tan peculiar no se podía manejar como uno convencional. Su peso y, sobre todo, su tamaño, ofrecían una protección muy buena, pero como contrapartida imponía una evidente limitación de movimientos. Veamos pues las teorías al respecto. Según las diversas representaciones artísticas en las que aparecen escudos de torre, sabemos que podían portarse de tres formas: sobre la espalda, el pecho o sobre el costado izquierdo. Se han llevado a cabo pruebas con escudos y lanzas a tamaño real por probos ciudadanos que se han prestado a ello, y en función de sus movimientos en un hipotético campo de batalla se han llegado a diversas conclusiones bastante interesantes.
Empezaremos por la posición del escudo en el pecho, que es de la primera de la que tenemos noticia. Como vemos en la ilustración de la derecha, estando en posición de ataque la curvatura del escudo cubre el pecho, y bastaría girarse un poco hacia su izquierda para que todo el cuerpo quedara totalmente protegido. Sin embargo, aunque dar pasos muy cortos sería factible, correr con el escudo en esa posición sería la mejor forma de machacarse las espinillas y el cuello o la barbilla. A cada zancada se recibiría primero un golpe en la pierna, que haría bascular el escudo y golpearía a continuación la cara. A la hora de clavar la lanza, prácticamente no se podría obtener impulso con el brazo derecho, que por la anchura del escudo apenas podría avanzar hasta golpear con el borde. Habría que coger la lanza con los brazos muy abiertos para poder obtener la energía necesaria para propinar un golpe con la fuerza necesaria (recordemos que en casos así la derecha empuja y la izquierda apunta hacia el enemigo). Por último, si era el guerrero el que recibía el golpe, solo estando en posición terciada mantendría la estabilidad. Si le pillaba de frente sería muy fácil hacerlo caer; su mismo escudo lo empujaría hacia atrás. En cuanto a esta forma de portarlo estando en formación, todo el que no estuviera en primera fila lo tenía muy difícil para golpear al enemigo por carecer de espacio, por lo que los de la primera deberían alejarse unos de otros al menos 1'5 metros para dejar sitio a los de atrás adoptando una formación al tresbolillo.
Veamos ahora el escudo sobre el hombro. En esta posición, tal como vemos en el gráfico, la curvatura del escudo envolvía por completo al combatiente, ofreciendo al enemigo solo la cabeza y el extremo inferior de las piernas. Al caminar también se golpeaban espinillas y cara o cuello, aunque la carrera era menos problemática si se mantenía un trote corto. Para clavar solo se podía tomar impulso con la mano derecha ya que la izquierda tenía muy limitado el movimiento. Era una forma de combatir que, al parecer, carecía de la precisión necesaria y agotaba pronto el brazo derecho por ser el que hacía todo el trabajo. En esta posición, el guerrero podía hacer frente con facilidad a los enemigos situados justo delante o a su derecha. Si quería atacar a alguno colocado a su izquierda tendría que girar en esa dirección, por lo que quedaría expuesto al enemigo y, por otro lado, el borde de su escudo podría verse obstaculizado por el de un compañero. Por esa razón, también era preciso dejar al menos entre 1'5 y 2 metros entre unos y otros. Cuando se usaba esta última distancia era cuando se disponía de la máxima movilidad en cualquier dirección sin verse trabados con sus propios camaradas. A la hora de recibir un golpe, esta posición era la más estable, siendo difícil desestabilizar al combatiente que no precisaba cambiar de postura para protegerse mejor.
Y, por último, el escudo a la espalda que hemos visto en varios de los testimonios gráficos anteriores. Ciertamente, era una posición muy peculiar para un hombre que, se supone, tenía al enemigo delante, no detrás, pero era bastante viable según las circunstancias. Ante todo, era la más fácil para caminar sin golpearse e incluso correr sin golpearse constantemente. La anchura del escudo tampoco limitaba el movimiento de los brazos. Si observamos la figura de la derecha, es evidente que pueden lanzarse golpes contundentes sin el más mínimo estorbo mientras que la mitad trasera del cuerpo permanece a cubierto por la curvatura del escudo. Con todo, es en la defensa donde podía tener más problemas ya que, caso de girarse un poco para detener el golpe, perdería de vista al enemigo y, por otro lado, quedaría en una posición poco estable para recibir un lanzazo sin verse empujado y caer.
En función a los ensayos llevados a cabo se dedujo que combatir con el escudo a la espalda con el pecho hacia el enemigo era la mejor forma de palmar allí mismo, pero era muy útil si había que poner pies en polvorosa por razones obvias. Si se colocaban terciados, o sea, ofreciendo el costado izquierdo al enemigo tal como mostramos en el gráfico superior, el combatiente disfrutaba de un amplio campo visual. En caso de adoptar una formación cerrada solo podían golpear a los enemigos situados frente a ellos, por lo que era conveniente abrirse a más de 1'5 metros para tener más movilidad sin verse desprotegidos. Esta posición era, aunque pueda parecer contradictorio, una de las más ventajosas para el combatiente: tenía medio cuerpo protegido, y bastaba un leve giro para quedar totalmente protegido ante un ataque enemigo. Podía así mismo golpear en cualquier dirección sin perder el campo visual; solo podría verse comprometida la estabilidad en caso de girar más de la cuenta.
En resumen, se pudo comprobar que, contrariamente a lo que podríamos pensar, una formación muy cerrada era totalmente inviable. Cuando se ven estos armatostes por primera vez se piensa que estaban diseñados para formar un muro de escudos, pero ya vemos que no era así. De hecho, la distancia ideal entre combatientes era de 1'5 metros, no siendo aconsejable ampliarla más para ganar movilidad por el riesgo de ser demasiado vulnerables en caso de que un ataque masivo lograse infiltrarse entre las filas y abrir una brecha. La posición óptima para luchar era, curiosamente, con el escudo a la espalda y el cuerpo terciado, que era la que ofrecía más seguridad, estabilidad y capacidad para golpear sin tener que cambiar de posición. Solo ofrecía un inconveniente notable en caso de verse bajo una lluvia de flechas ya que al agacharse quedarían totalmente de espaldas al enemigo, momento que podrían aprovechar para cargar contra ellos, por lo que siempre les quedaría la opción de, con un rápido movimiento, colocar el telamón sobre el hombro izquierdo para mantenerse protegidos y, al mismo tiempo, avanzar contra las filas enemigas. En todo caso, estas conjeturas se basan en comportamientos de personas actuales, no de los guerreros de la época que, con toda seguridad, eran muchísimo más diestros en su manejo en determinadas circunstancias y sabrían adoptar de inmediato la posición más correcta en cada momento.
Bueno, criaturas, creo que no se me ha olvidado nada relevante. Y como esta entrada quedaría coja sin los escudos de ocho, pues ya hablaremos de ellos otro día.
Hale, he dicho
POST SCRIPTVM: Hoy, 11 de noviembre de 2018, se cumple el primer centenario del término de la Gran Guerra, el peor infierno concebido en la historia para los que tuvieron que combatir en ella. Esperemos que no se vuelva a repetir jamás.
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