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viernes, 25 de diciembre de 2020

Misterios misteriosos: LINOTÓRAX

 

Fotograma de la cinta "Alejandro Magno", dirigida por Oliver Stone en 2004. En la imagen vemos al desmedido macedonio rodeado por sus diádocos armados con distintos tipos de linothoraces, sus augures y demás figurones de su todopoderosa falange

Estas son las imágenes más representativas del linotórax. Sin
embargo, como iremos viendo, no eran tan básicos como parecen

Sí, el linotorax es otro misterio, y en este caso aún más misterioso que el de la LORICA SEGMENTATA que vimos hace ahora justamente...un año (ca-ra-jo con el tiempo). Esta coraza, que es quizás la más representativa del mundo griego, es un verdadero arcano ya que solo disponemos de representaciones artísticas de la época y vagas descripciones procedentes de autores clásicos para tener una idea de su aspecto, pero nada más. Los materiales con que eran fabricadas, más perecederos que la moralidad y la decencia de un ciudadano en el momento en que se mete a político, no han permitido que llegue a nosotros el más mínimo rastro de ellas, por lo que solo podemos movernos en el proceloso mundo de la conjetura. Y en este caso me temo que por los siglos de los siglos ya que, mientras que siempre cabe la posibilidad de que aparezca una LORICA SEGMENTATA en mejor estado que los cachos medio podridos del cofre de Corbridge, un ejemplar de una coraza fabricada con tela o cuero se me antoja cuasi imposible. Por lo tanto, nos ceñiremos a los testimonios gráficos de que disponemos, así como a las pruebas que se han llevado a cabo que, aunque orientativas, en modo alguno pueden considerarse irrefutables por la sencilla razón de que no hay un solo autor de la época que se haya molestado en dar pelos y señales de con qué y cómo se fabricaban.

Así pues, vayamos reconstruyendo poco a poco cómo surgió el linotórax (en griego λινοθώρακας, linotórakas, literalmente cofre de lino), así como su evolución a lo largo del tiempo con los datos de que disponemos y las teorías que se han formado al respecto.

La antecesora directa del linotórax era un θώραξ (tórax) o coraza fabricada enteramente de bronce y que por su morfología denominamos actualmente "de campana". Se trataba de un coselete compuesto por peto y espaldar unidos por los costados con sendos pasadores y los hombros con unos pequeños petos o tetones para ajustar su elevado cuello, que ofrecía una protección similar a la de las gorgueras medievales para impedir que un xhiphos o un kopis enemigo aterrizase en el pescuezo con las consecuencias que podemos imaginar. Como vemos en la foto de la derecha, estas armaduras de campana mostraban una serie de repujados que imitaban de forma esquemática la musculatura del cuerpo, marcando los pectorales y abdominales. Pero lo más significativo, y al mismo tiempo lo que le ha dado el nombre "de campana", es la amplia ala que surgía de la parte inferior de la pieza, destinada a detener golpes descendentes o proyectiles que al impactar contra la coraza salieran desviados hacia abajo, produciendo heridas de gravedad, cuando no fatales, en ingles, testículos o zona superior de los muslos, todas ellas muy vascularizadas y por donde transcurren importantes vasos sanguíneos que, caso de ser interesados, escabechaban al sujeto en pocos segundos a causa de la intensa hemorragia.

Hay que tener en cuenta que los hoplitas no llevaban debajo de la coraza más que un quitón (χιτών) o un exomis (εξώμης), simples túnicas cortas que no ofrecían la más mínima protección salvo para impedir que los roces con el metal les produjesen irritantes erupciones en la piel. Por ese motivo, se añadió una pieza suplementaria en la parte inferior del peto, el mitre, una placa suspendida del mismo por unas argollas y que cubrían la zona púbica. Debemos tener en cuenta que estas corazas no llegaban más abajo del ombligo ya que, de lo contrario, impedirían movimientos tan básicos como agacharse o inclinar el cuerpo hacia adelante. De ahí que tanto la zona púbica como la parte inferior del abdomen quedaran desprotegidas. En la foto de la izquierda hemos realizado una reconstrucción de un tórax con su mitre, que podía estar formado por una sola pieza o, como en este caso, dos partes unidas mediante bisagras y un pasador de lado a lado. Algunos autores sugieren que, en lugar del mitre, algunos hoplitas optasen por un perizoma, una especie de falda o delantal fabricado con una tela gruesa, quizás de lino, cuya finalidad era exactamente la misma: proteger las zonas púbica y abdominal del combatiente.

La coraza de campana evolucionó estéticamente, abandonando sus formas básicas para adoptar un complejo repujado que imitaba fielmente la musculatura del tronco, lo que nos ha hecho llamarlas "corazas musculadas" en un alarde de ingenio. En la ilustración de la derecha podemos ver el aspecto de ambas tipologías que, aunque ofrecían un nivel de protección similar, las segundas eran obviamente mucho más complejas de elaborar, ergo mucho más caras. No se sabe con certeza el motivo de la adopción de este tipo de coraza, y por lo general se piensa que ante todo tenían una finalidad estética o una especie de recreación de la fortaleza física de su portador. Sea como fuere, lo cierto es que precisamente porque debían adaptarse a la fisonomía de su usuario habría que fabricarlas prácticamente a medida, encareciendo aún más el producto.  Por lo demás, el mitre usado en las corazas de campana desapareció, así como la característica ala destinada a proteger los bajos de la armadura. Esto dio paso a las pteryges que vemos en el hoplita de la derecha. Las pteryges eran unas tiras de textil o cuero colocadas en dos filas superpuestas de forma que en cualquier postura siempre había varias protegiendo las zonas expuestas. En algunos casos podrían estar reforzadas con escamas de bronce, aumentando así su resistencia.

Hoplitas armados tanto con linotórax como con corazas
musculadas. Cabe suponer que el nivel de protección debía
ser similar en ambas ya que, de lo contrario, habría sido
absurdo abandonar las corazas de bronce por las de lino
Bien, así era el armamento corporal del hoplita hasta que, aproximadamente en el siglo VI a.C., apareció una coraza totalmente novedosa que dejaba atrás las caras y pesadas corazas broncíneas si bien, como es habitual cada vez que se introduce alguna innovación, ambas coexistieron durante un tiempo hasta la extinción de las corazas musculadas. Era el linotórax, que es mencionado por primera vez por Homero en el Canto II de la "Ilíada" cuando cita a dos guerreros con 
λινοθώρηκες, "acorazados de lino". La primera referencia la tenemos en el versículo 527, donde dice que "...el ágil Ajax Oileida acaudillaba a los locrienos. Aunque tenía mucha menos estatura que Ajax de Telamon y su coraza era de sencillo lino, excedía en el manejo de la lanza a los helenos y acayos". La otra la tenemos en el versículo 828: "Y los que habitaban en Andrestia, y en Apeso, y en Pitia y en las alturas de Terea estaban acaudillados por Adresto y Anfio, el de la coraza de lino". Sin embargo, estas corazas no era patrimonio exclusivo de los melenudos acayos ya que, según las fuentes de la época, también eran utilizadas por algunos pueblos de Oriente Próximo. 

De hecho, Alceo de Mitilene, un poeta que sirvió como mercenario con los egipcios hacia el siglo VII a.C. mencionaba "corazas blancas de lino nuevo" colgadas de una pared junto a otras armas. A este testimonio podemos añadir el de
 Herodoto, que comentaba en el siglo VI a.C. que el faraón Amasis dedicó una elaborada coraza de lino al templo de Atenea en Lindos y envió otra a Esparta, así como que los sirios también usaban corazas de lino. Los persas también hicieron uso del linotórax, haciéndose referencia al ejemplar del rey  Abrádates de Susa, las que armaban a las tropas de Jerjes o incluso la que usaba el macedonio Alejandro, que según Plutarco era un trofeo de guerra ganado a los persas en la batalla de Gaugamela contra el rey Darío. En resumen, ya vemos que el linotórax gozó de bastante popularidad ya que su empleo se extendió hasta la península Itálica de la mano de los etruscos, que nos legaron algunos testimonios gráficos que no dejan lugar a dudas. Uno de ellos es la decoración del llamado Sarcófago del Sacerdote de Tarquinia, datado hacia el 350 a.C. y donde aparecen escenas en las que se sacrifica a prisioneros troyanos. Otro testimonio similar nos lo ofrece el Sarcófago de las Amazonas (foto superior derecha), datado en la misma época que el anterior y que muestra escenas de estas bravas hembras luchando con hoplitas griegos.

Básicamente, el linotórax era un coselete formado por tres piezas: una destinada a envolver el tronco desde la parte superior del pecho hasta la cintura; otra, las pteryges con la misma misión que en las corazas musculadas, proteger la parte baja del abdomen y la zona púbica; y otra, las hombreras o epomides, una pieza que, como vemos en la ilustración de la izquierda, era lo bastante flexible como para permitir adaptarla al contorno del hombro y unir ambos extremos al peto mediante botones o anillas. Además, para proteger la nuca tenía un saliente que quedaba rígido y por encima del borde inferior del yelmo, dejando así cubierta una zona muy vulnerable sin que por ello supusiera un impedimento en la movilidad del hoplita. La abundante presencia de estas corazas en la cerámica griega, donde aparece en todo tipo de situaciones, permitió hacer conjeturas quizás excesivamente básicas entre los estudiosos del tema.

El primero en sugerir la consistencia de estas armaduras fue Peter Connolly, que tuvo claro desde el primer momento que el linotórax estaba fabricado con varias capas de lino encoladas hasta alcanzar un grosor de unos 5 mm. La pieza resultante tenía un peso de solo 3,6 kilos, muy lejos de los 15 que alcanzaba un tórax de bronce, y suponía que no solo protegía contra las armas de filo, sino también de flechas e incluso podía amortiguar los golpes de armas contundentes. Pero lo que se le escapó al sesudo Connolly es que la coraza imaginada por él se convertiría en un pingajo al primer chaparrón, o incluso como consecuencia de una constante exposición a la humedad producida por el sudor del hoplita que la llevara puesta. Las capas de lino unidas con cola de conejo o pegamentos similares eran rígidas y consistentes cuando estaban secas, pero si se mojaban adiós muy buenas. Estudios más actualizados dan por sentado que, caso de ser ese el proceso de fabricación que, como sabemos, al día de hoy es un misterio, la pieza debía ser impermeabilizada de algún modo a base de algún tipo de resina, aceites o cera. Con todo, lo que sí estaba claro a la vista de las representaciones artísticas de la época es que el linotórax era mucho más práctico y fácil de vestir que una coraza de bronce. En la recreación de la derecha, obra del mismo Connolly, vemos a un hoplita abrochando su armadura que, salvo algunos ejemplos que creo son más bien un error del artista, se cerraba por norma en el costado izquierdo. El motivo es bastante obvio: era el lado del cuerpo protegido por el aspis

Otrosí, en algunas representaciones artísticas se aprecia que el costado derecho podía estar reforzado con escamas de bronce como el que vemos a la izquierda. En este caso podemos también apreciar claramente hasta donde llegaba la protección de las pteryges ya que se atisban perfectamente bajo el fino tejido del quitón las partes pudendas del hoplita, de modo que es fácil calcular hasta dónde llegaba el borde inferior del linotórax. Por otro lado, permitía desabrocharla para facilitar la entrada de aire durante las marchas. Una armadura formada por varias capas textiles serían igual de asfixiantes que un chaleco balístico de kevlar, y más caminando a pleno sol durante el estío de Oriente Próximo. Así, el hoplita podría desabrocharse la armadura y la hombrera derecha, quedando totalmente suelta y permitiendo la circulación de aire. En caso de necesidad solo tenía que abrochar la hombrera y la coraza, lo que le llevaría escasos segundos. En el ejemplo de la ilustración que mostramos, ambas epomides se abrochaban en una anilla o botón situado en el centro del pecho si bien parece que era más habitual que cada epomidio tuviera su propio cierre situado a cada lado del peto.

Bien, retomando la teoría de Connolly acerca de la construcción de este tipo de coraza, no pasó mucho tiempo hasta que diversos estudiosos vieron con claridad que la cosa no era tan simple e incluso, a la vista de los testimonios gráficos de la época, se cuestionaba si en efecto estaban fabricadas por norma con lino o bien eran armaduras compuestas con zonas reforzadas con escamas de metal o cuero. Basta ver esta famosa pieza en la que el peleida Aquiles cura el brazo de su compañero Patroclo para comprobar que, en efecto, sus corazas no son de lino o, al menos, este estaría enteramente recubierto de escamas de bronce o cuero en el caso de Aquiles y lo mismo en la de Patroclo, si bien en su caso serían solo las epomides y la mitad inferior de la pieza. Se conservan bastantes ejemplares de cerámica en los que veremos casos similares, así que es lógico pensar que no se trata de licencias artísticas.

Por otro lado surge también la duda de la blancura inmaculada atribuida al linotórax. El color natural del lino es un crudo más bien oscuro, y es una fibra muy difícil de teñir por lo que se sugieren dos métodos: uno, un decolorado que lo aclarase ya que dicho proceso es más fácil que el teñido y, de hecho, se obtiene un color blanco bastante luminoso; el otro, posiblemente más aproximado a la realidad, consistiría en recubrir la coraza con caolín, una arcilla blanca de dónde se obtiene la porcelana y que fue muy usada por los griegos. En el proceso de fabricación, el caolín se extendería muy diluido sobre la pieza, y podría incluso usarse para unir unas capas con otras. Al secarse, este material tiene la peculiaridad de que si se le empuja lentamente es flexible, pero si se le golpea con gran velocidad se muestra bastante rígido. Gracias a esas propiedades, el linotórax sería razonablemente flexible ante los movimientos del hoplita, mientras que resistiría sin ceder ante un golpe propinado por un arma o un proyectil. Por otro lado, también se sugiere que los bordes generalmente rojos de las epomides podrían ser en realidad ribetes de cuero de ese color, material este que podría seguramente usarse como soporte para las zonas reforzadas con escamas como la que vemos en la ilustración de la izquierda. Más aún, incluso el interior de las epomides podrían contener piezas de cuero o láminas de bronce para resistir los tajos que, dirigidos a la cabeza o el cuello, aterrizaban en los hombros del hoplita.

Dos hoplitas armándose. La ilustración nos permite apreciar
las diferencias entre un linotórax fabricado enteramente de
lino y otro con refuerzos metálicos
Por otro lado están los partidarios de que el linotórax estaría fabricado con cuero, pero esta teoría se me antoja absurda ya que entonces no hablaríamos de una coraza de lino. En todo caso, sí podría tener una capa final de este material que, dependiendo del animal de procedencia, sería más o menos fácil de blanquear. Al parecer, el método de curtido más favorable sería a base de alumbre o una combinación de este método con un curtido vegetal previo para darle flexibilidad ya que el alumbre produce un acabado muy blanco, pero excesivamente rígido y quebradizo.  Y por añadir una teoría más, en este caso tratándose de uso exclusivo de lino, Plinio el Viejo mencionaba que los galos y los partos usaban una mezcla de vinagre y sal para endurecer la lana, método que se seguía empleando en la Edad Media y que bien podría haber servido a los griegos para darle a sus corazas la rigidez necesaria. En resumen, ya vemos que hay teorías para dar y tomar pero, en todo caso, son eso, teorías.

En cuanto a la elaboración a base exclusivamente de lino también se aventura que podría usarse un tejido más denso para evitar superponer demasiadas capas, de forma que entrasen dos hilos en vez vez de uno en cada urdimbre, y que en vez de pegar las capas estas fuesen unidas mediante un cosido formando cuadrados, si bien también es posible que se tratara de piezas superpuestas de metal o cuero. En fin, volvemos a lo de siempre: conjeturas más o menos acertadas basadas en lo que vemos en la cerámica griega, pero nada que sea irrefutable. Lo único que sí está claro es que el linotórax era una coraza dotada de cierta rigidez, y eso lo atestiguan la gran cantidad de representaciones artísticas que muestran hoplitas en el momento de armarse como el que vemos a la izquierda. Mientras se ajusta el coselete al cuerpo se ven claramente las epomides bien tiesas, ergo era un material duro pero flexible. Ante él, su paidiskos se limita a sujetar la dory y el aspis, lo que indica que el hoplita no necesitaba ayuda de nadie para, como se comentó anteriormente, colocarse su propia coraza. Por lo demás, los adornos geométricos tanto en las epomides como las franjas geométricas que circunvalaban la coraza sí parece que se pueda afirmar que eran pintadas.

Bueno, grosso modo esto es lo que se puede decir sobre el linotórax. Sabemos que existió, conocemos a la perfección su morfología, su forma de colocarlo en el cuerpo e incluso los distintos sistemas para abrochar las epomides. Pero lo más importante no tenemos ni idea: cómo y con qué estaban fabricados. Para tener una idea, se han realizado pruebas elaborando corazas con distintos materiales y métodos para, al menos, intentar dilucidar hasta cierto punto su resistencia ante las armas enemigas. Las más enjundiosas son quizás las llevadas a cabo durante la primera década de este siglo por el profesor Gregory Aldrete, de la Universidad de Wisconsin-Green Bay. Este probo ciudadano dedicó varios años a realizar todo tipo de pruebas con la ayuda de Scott Bartell y Alicia Aldrete, presentando las conclusiones de las mismas a partir de 2009, estando parte de ellas reflejadas en lo que hemos detallado hasta ahora. 

El heroico Bartell, que no tuvo inconveniente en hacer de
blanco humano para probar la eficacia del linotórax
Pero la madre del cordero no estaba en la teoría, sino en la práctica, así que se dedicaron a confeccionar piezas en las que el único componente era el lino para calibrar su resistencia. Así pues, se fabricaron rectángulos de 4, 8, 12, 16 y 20 capas de lino pegadas unas a otras, y se colocaron sobre dianas de foam para tiro con arco. Las aporrearon con todo lo que tenían a mano: mazas, hachas bipene, espadas y, por supuesto, les dispararon mogollón de flechas con un arco recurvado de 30 libras a una distancia de apenas 2 metros y en ángulo recto, lo que supone una mayor posibilidad de penetración que un proyectil que impacta tras una trayectoria parabólica. Las pruebas fueron bastante significativas aunque no cien por cien reales porque no usaron puntas de bronce similares a las de la época, sino puntas de caza modernas provistas de unos filos con los que literalmente puedes afeitarte (doy fe). Así pues, los parches de 2 y 8 capas fueron atravesados sin problemas, y al decir atravesados significa que la totalidad de la punta atravesó la pieza, por lo que habría producido una herida grave o la muerte. En el parche de 12 capas solo asomó la punta a través de la capa interior, y en este caso solo habría producido una pequeña herida superficial. En los parches de 16 y 20 capas no pudo penetrar, y es el ejemplo que vemos en la foto superior izquierda. Esto podemos traducirlo en que con puntas de bronce y a distancias de combate de 30 o 40 metros, el linotórax más delgado podría incluso resistir sin problemas el impacto, y los más gruesos hasta un tajo o una estocada no excesivamente potente. En cuanto a los parches tratados con caolín, solo en el de dos capas se produjo una penetración completa. En el de 8, que por cierto tenía un grosor de 5 mm. similar al propuesto por Connolly, la punta de la flecha ya no pudo llegar a la última capa, lo que ayudaría a admitir la posibilidad del uso de esta arcilla como refuerzo, aparte de como mero blanqueante.

En fin, poco más podemos añadir porque, como vemos, incluso las pruebas que se han ido realizando tampoco pueden ofrecer una fiabilidad absoluta. Si desconocemos la composición exacta del linotórax no podemos conocer su resistencia ante las armas con que se tenía que enfrentar y, a mi entender, el hecho de disparar con un arco de 30 libras- una potencia más bien escasa ya que los arcos modernos de competición oscilan entre las 20 y las 60 libras- no es en modo alguno una prueba rotunda. Y de las puntas usadas, mejor no hablar. A la derecha vemos una palmela de bronce y una punta de caza moderna con dos filos. Pretender establecer comparaciones usando la segunda en vez de la primera se me antoja una chorrada y, francamente, no sé por qué motivo no mandaron fabricar flechas con palmelas que se pueden obtener fácilmente. En resumen, bajo mi opinión estas pruebas solo arañan la superficie, pero en modo alguno demuestran nada remotamente concluyente. En todo caso, se han seguido efectuando pruebas con arcos de diversas potencias, hasta un máximo de 65 libras, pero por muchos experimentos que se hagan no creo que se pueda llegar más que a una conclusión: la réplica que he fabricado conforme a mis teorías resiste tal potencia a tal distancia, pero como no sabemos cómo era en realidad un linotórax todas las pruebas que hagamos no sirven para averiguar la verdadera naturaleza de estas corazas, sino solo la de sus réplicas que se basan únicamente en dibujos realizados en cerámica. De momento no hay más de donde sacar.

Bueno, criaturas, ya tienen un misterio misterioso más para devanarse la sesera, que es un sano ejercicio para prevenir reblandecimientos cerebrales precoces.

Hale, he dicho

Otro fotograma de "Alejandro Magno" en el que aparece el macedonio con su linotórax inspirado en el del mosaico de Issos. Tras él, uno de sus diádocos aún viste una armadura musculada que no eran precisamente las más cómodas para montar a caballo. El linotórax vio su final con la aparición de las lorigas de malla en la Península Itálica


jueves, 14 de mayo de 2020

CATAFRACTA. La silla de montar y el enigma del estribo



CLIBANARII encabezando una carga apoyados por arqueros y caballería
ligera. Como es lógico, jinetes recubiertos por una armadura enormemente
pesada debían tener una base estable si no querían acabar en el suelo en el
momento en que el caballo hiciera cualquier movimiento brusco
Bien, prosiguiendo con la cosa catafráctica, también he decidido dedicar una entrada centrada exclusivamente en la silla de montar, complemento indispensable para el noble ejercicio de asesinar ciudadanos aupados en un equino más bien bajito. Es posible que muchos de los que me leen sepan sobradamente para qué sirve una silla de montar, o crean saberlo. Pero es seguro que hay muchos más que toman este accesorio como parte de los arreos propios de los equinos pero, en realidad, nunca se han preocupado por conocer el motivo de su existencia. Este no es otro que no fastidiarle al caballo la espina dorsal, nada más. Si cabalgamos a pelo con las piernas bien apretadas contra los ijares del animal difícil será que nos caigamos si de verdad sabemos montar a caballo, pero todo nuestro peso recaerá sobre su espinazo. ¿No se han preguntado nunca por qué los ciudadanos que vemos en países del tercer mundo montados en un pollino lo hacen sobre la grupa y no sobre el lomo? Pues precisamente para eso. Sin embargo, la silla se diseñó para que el peso de jinete no cayese a plomo sobre la columna vertebral del caballo, sino sobre los costados del dorso, librándolo así de una segura lesión que inutilizará al animal en poco tiempo, y más si se trata de un jinete al que, a su peso corporal, se suma el del armamento que lleva encima. Aparte de eso, lógicamente, la silla proporciona más confort al jinete, que no es lo mismo pasarse el día clavándose las vértebras del animalito en las almorranas que plantar nuestras posaderas sobre una cubierta de cuero o una mullida zalea de borrego.


Sin embargo, nuestros probos imperialistas tampoco sabían de qué iba la cosa. De hecho, la famosa silla de cuernos que, como ocurre como el DRACO, el personal suele adjudicarles como una creación propia no es más que el enésimo plagio. Francamente, cuesta trabajo entender como una gente tan poco imaginativa pudieran hacerse los amos del cotarro durante siglos. Bien, la cuestión es que la silla de cuernos ya la usaban los celtas en el siglo III a.C., importada precisamente de los pueblos iranios con los que por aquel entonces los romanos aún no habían tenido el gusto de conocerse. Estas tribus que poblaban las estepas asiáticas las introdujeron en Europa mediante sus movimientos migratorios hacia la mitad del primer milenio a.C. Los celtas, que a raíz de sus migraciones se habían extendido a su vez por casi toda Europa llegando hasta el extremo sur de la Península, la tomaron de ellos pero, a pesar de que sus tribus ya tenían violentos cambios de impresiones con los romanos, estos aún seguían en la inopia y preferían su panoplia helenística que, en realidad, no estaba a la altura de la de sus enemigos. De hecho, su primer encuentro tuvo lugar en 295 a.C. y, según Livio, se saldó con una victoria de los senones, una tribu celta radicada en la Galia Cisalpina. En la ilustración superior vemos a uno de estos honestos recolectores de cabezas, peculiar costumbre que observaban rigurosamente para que, al colgarlas de la silla de montar, demostrar a sus cuñados que eran más valerosos y mataban más y mejor. Como vemos, la silla es del tipo de cuatro cuernos que, con mínimas diferencias, usaban los sármatas, partos, sasánidas, etc.


Y mientras tanto, nuestros aspirantes a imperialistas seguían fastidiando los espinazos de sus pequeños pencos que, por aquel entonces, tenían una alzada de apenas 130 o 150 cm. como mucho. La carencia de estribos les obligaba, como ya sabemos, a tener que auparse encima de un salto, maniobra a la que los reclutas tenían que dedicar horas y horas hasta hacerlo con propiedad sin partirse el cuello como explicamos en el artículo dedicado a la ARMATVRA. La ilustración de la izquierda nos muestra un EQVES de tiempos de la República basada en relieves de lápidas de la época y, como vemos, no lleva una silla de montar propiamente dicho, sino una especie de albarda sujeta por una cincha, pretal y retranca para impedir que el jinete saliera despedido ante cualquier movimiento de la montura. En este caso, y aunque la albarda estuviera acolchada, el peso del sujeto recaería directamente sobre la columna vertebral del caballo, y ya podemos imaginar cómo acabaría ese animal tras horas trotando o galopando con un tipo encima dando saltitos. Y aparte de las posibles lesiones producidas al caballo, es evidente que la estabilidad del jinete era un churro comparada con la del celta del párrafo anterior como explicaremos más adelante.


Y esto no solo se traducía en una manifiesta inferioridad en lo tocante a la estabilidad del jinete solo cuando montaba, sino aún más cuando combatía. La inercia generada cada vez que el jinete asestaba una cuchillada o un lanzazo lo desestabilizaría de forma notable, y tendría que apretar las piernas con toda su alma para no verse derribado. Del mismo modo, era mucho más fácil para un infante agarrarlo por el cuello y tirar de él hacia el suelo mientras un compañero aprovechaba la coyuntura para ensartarlo con su lanza antes siquiera de que le diera tiempo a intentar levantarse. Más aún, se ha podido saber que los mismos romanos usaron hocinos tomados de las herramientas de sus unidades para usarlos como sus colegas medievales siglos más tarde para derribar a los jinetes enemigos. Concretamente, en la toma de Valencia en el 75 a.C. a manos de Gneo Pompeyo contra las fuerzas de Quinto Sertorio, han aparecido bastantes chismes de estos en el estrato correspondiente a la batalla, lo que ha hecho llegar a la conclusión de que se usaron en combate, y posiblemente para derribar a los EQVITES sertorianos. En la ilustración que mostramos podemos ver el momento en que un legionario echa por tierra a un jinete cuyo caballo aparece ya equipado con una silla de cuernos, pero lo cierto es que no se tiene la certeza de que en esa época ese tipo de montura ya se hubiese generalizado en el ejército romano. En todo caso, si derribarlo con una silla era relativamente fácil, con una simple albarda mucho más.


Silla celta. Los cordones eran para sujetar partes del equipo
incluyendo, supongo sus colecciones de cabezas
Bien, la cuestión es que la adopción de la silla de montar no llegó al ejército romano hasta tiempos de César o poco antes. Él mismo dejó constancia de que ya la usaban en su DE BELLVM GALLICVM (Libro IV, 4) cuando comenta de los germanos que "no hay cosa en su entender tan mal parecida y de menos valer como usar de jaeces. Así, por pocos que sean, se atreven con cualquier número de caballos enjaezados".  Al parecer, estos sujetos tenían sus pencos tan bien adiestrados que, cuando convenía combatir a pie, desmontaban y se daban estopa sin que los animales se movieran de su sitio, volviendo a auparse sobre ellos cuando les parecía o daban por concluida la fiesta. En todo caso, los germanos consideraban como signo de afeminamiento el uso de la silla de montar pero, cuestiones homofóbico-hípicas aparte en lo referente a estos belicosos ciudadanos, al menos nos deja claro que hacia mediados del siglo I a.C. los romanos ya se habían decidido por fin adoptar la silla celta. Nunca es tarde si la dicha es buena, dicen...


El conocimiento que se tiene actualmente sobre la silla de cuernos se lo debemos agradecer a Peter Connolly, uno de los mejores y más conocidos divulgadores del mundo romano y cuyas investigaciones arrojaron luz sobre cuestiones que, hasta entonces, eran un enigma. En el caso de la silla, a base de estudiar a fondo las representaciones artísticas de la misma en lápidas, monumentos y algún que otro resto arqueológico consistente en partes del forro de cuero y los refuerzos de bronce de los cuernos- CORNICVLI los denominaban los romanos-, pudo llevar a cabo la reconstrucción que creo que cualquier aficionado a estos temas conoce sobradamente. Bien, sus conclusiones, que hasta el día de hoy nadie ha podido refutar, nos dan un armazón de madera como el que vemos a la derecha. Las piezas metálicas, en cuyos bordes se veían hileras de orificios, eran un claro indicio de que habían sido clavadas en los cuernos, sirviendo así de refuerzos a la hora de colgar cualquier chisme de la silla o cuando el jinete se agarraba a ellos para auparse. La estructura de madera, como se puede apreciar, estaba construida de forma que dejaba un  hueco sobre el lomo del caballo, apoyando en los flancos del mismo. Este armazón era forrado para acolcharlo con crin, fieltro o borra de cualquier tipo. Bajo la silla colocaban una manta de lana y una pequeña albarda de piel para evitar heridas o erupciones al caballo debido al roce con la silla.


El acabado final consistía en forrarla con piel de cabra y añadirle la cincha y las correas para la retranca y el pretal, donde colgaban pequeñas PHALERÆ porque es sabido que a esta gente le molaban una burrada los adornos y las pijerías. Incluso parece ser que el cuero de los atalajes los teñían de amarillo o rojo. En la figura A tenemos una silla casi terminada de coser en la que vemos un cuerno con su refuerzo metálico, el relleno y, finalmente, la cubierta de piel exterior. En la figura B ya tenemos la silla terminada. A falta de la cincha, en la parte delantera se pueden ver las correas donde se abrochaba el pretal.


Bueno, pues esta es la puñetera silla de la discordia sobre la que se lleva años y años discutiendo acerca de la estabilidad que proporcionaba al jinete y de la que muchos aseguran que no fue hasta la aparición del estribo cuando la caballería pudo desarrollar de verdad todo su potencial homicida. Por un lado, Connolly no solo se molestó en desarrollar la reconstrucción de la silla, sino que hizo que se probara a fondo. Los cuernos delanteros, un poco inclinados hacia atrás, sujetaban los muslos mientras que los traseros servían de apoyo a las nalgas. O sea, que el efecto práctico era exactamente el mismo que el de una silla con arzón y borrén trasero. La estabilidad que proporcionaba esta silla permitía al jinete hacer cualquier tipo de movimiento sin ver comprometido su equilibrio y, lo más importante, podía manejar tanto la lanza como la espada. Su único inconveniente, en teoría, era que al carecer de apoyo tenía que apretar fuertemente los muslos y flexionar hacia atrás las piernas para afianzarse mejor, o sea, una postura como la que vemos en el aguerrido arquero alano de la ilustración de la derecha, lo que al cabo de un rato empezaba a notarse porque esa posición dificultaba el riego sanguíneo de las piernas. No obstante, cabe suponer que solo la adoptaban en combate o para galopar. Cuando el animal iba al paso o al trote las piernas quedarían colgando sin más.


Con la lanza en esta posición se puede acuchillar a cualquier enemigo
sin problemas. Otra cosa sería metiéndola bajo el brazo, imagen que por
cierto no aparece en los testimonios gráficos de la época
Sin embargo, los negacionistas de turno insisten en que el estribo era fundamental por mucho que Connolly les jurase por las almas de sus cuñados que se podía realizar cualquier movimiento en la silla sin darse una costalada. Más aún, aseguraba que los cuernos traseros ofrecían un apoyo lo suficientemente sólido como para impedir que el jinete saliera despedido de la silla. Yo, que como está mandado me devano los sesos por mi cuenta, digamos que estoy en una posición intermedia porque, en realidad, desconozco cuáles y cómo fueron las pruebas efectuadas por Connolly, y observo ciertas lagunas en base a las representaciones artísticas de la época. Ante todo, tenemos el manejo de la lanza. El jinete convencional romano nunca aparece embrazándola, sino asestando el golpe enarbolando el arma o bien desde abajo. Eso, a mi entender, solo significa una cosa: si se la metía bajo el brazo, el impacto podía desestabilizarlo o incluso derribarlo de la silla. Cuando se arroja una jabalina o se lancea de forma que el cuerpo no absorba el impacto del arma contra el enemigo, no habría problemas, pero si el jinete tiene que ser el que aguante el golpe la cosa varía. De hecho y existiendo ya el estribo, vemos como los jinetes del Tapiz de Bayeux enarbolan sus lanzas por encima de sus cabezas, y eso que hasta usaban sillas de arzón alto.


Un jinete golpeando con la espada. Debían tener un control fuera de serie
sobre sus piernas para afianzar de forma instintiva la del lado opuesto
al que descargaba el golpe
Después tenemos el tajo de la espada hacia abajo. Un jinete moderno, cuando asesta un golpe semejante apoya el pie derecho en el estribo porque tiene que inclinarse para alcanzar al enemigo, y más si este se encuentra en una posición más baja de lo habitual, o sea, agachado o incluso tendido. Un jinete sin estribo tendría que apretar la pierna izquierda contra el costado del caballo para no caerse. No dudo que pudieran hacerlo, pero es obvio que el estribo ayudaría bastante aunque Connolly afirmase que solo servía para auparse con más facilidad a su montura. Y si nos ceñimos a los CATAFRACTARII o CLIBANARII, tenemos que el jinete debía asir su CONTVS con ambas manos. Hablamos de una lanza muy pesada, de entre 3,5 y 4 metros que tendría que agarrar cuidando mucho de hacerlo lo más cerca posible de su centro de gravedad (que estaría situado lo más atrás posible para aprovechar al máximo la longitud del arma) y, por otro lado, cuando ensartaba a un enemigo no lo tendría fácil para extraer el arma salvo que se detuviera. En el peor de los casos, tendría que soltarla y meter mano a la SPATHA o cualquier otra arma de las que solían llevar encima. ¿Y por qué no la embrazaba como un jinete medieval mientras gobernaba su montura con la mano izquierda? Porque no podía al carecer del apoyo que le brindaba el estribo. Pero, en este caso, queda un factor más a tener en cuenta: un jinete ligero romano se aupaba con su armamento defensivo sobre un caballo de alrededor de 1,3 metros de alzada. Sin embargo, un CATRAFACTARII tenía que hacer lo mismo, pero sobre un animal de 20 o 25 cm. más de altura y con un sobrepeso enorme encima. Una de dos: o tenían una potencia muscular en las piernas digna de un saltador de altura o se montaban ayudados de alguna forma, y una vez que descabalgaban lo tenían chungo para volver a subir, y más en plena batalla.


Hacia el siglo III d.C., los sasánidas reformaron sus monturas inclinando aún más hacia atrás los cuernos delanteros para afianzar más los muslos. Cabe suponer que el motivo fue precisamente el peso de sus lanzas y el momento del encontronazo cuando impactaban contra un enemigo. Los demás las mantuvieron como siempre sin que haya referencias acerca de algún tipo de cambio hasta que hacia la primera mitad del siglo V aparece un nuevo tipo de silla, al parecer de origen huno, que mandó al baúl de los recuerdos el modelo anterior. A la izquierda podemos verla. Estaba enteramente construida de madera siguiendo el mismo concepto de la anterior, o sea, apoyándose en los costados del caballo. La estructura estaba acolchada y forrada de cuero para hacerla más confortable pero, sin embargo, resultaba menos estable que la anterior porque los cuernos, que eran lo que permitían al jinete afianzarse, habían desaparecido. O sea, era una silla moderna, similar a las que se usaban en la baja Edad Media y mucho después, pero sin estribos. Algo no cuadraba.


CATAFRACTVS sasánida en una situación un poco preocupante. Ha
perdido su CONTVS, dos enemigos lo hostigan con sendas lanzas, y basta
con que lo empujen hacia atrás para verse en el suelo y acuchillado sin más
Y los sasánidas, que hasta habían modificado la silla de cuernos para hacerla aún más estable al jinete, la fabricaron sin borrén trasero (imagino que para facilitar al jinete auparse en ella), por lo que el apoyo de atrás desaparecía. El más mínimo encontronazo o cualquier movimiento brusco podría hacer salir al jinete despedido por la grupa del animal, o ser descabalgado fácilmente tirando de él hacia atrás. Del mismo modo, todos los que la pusieron en uso romanos incluidos se veían sin el cómodo agarre del cuerno delantero para auparse en la silla. En este caso surge la pregunta más evidente: si la silla de cuernos era- según Connolly- tan eficiente y proporcionaba un asiento estable y cómodo al jinete, ¿por qué la cambiaron? Porque lo normal suele ser cambiar para mejor, y más cuando vemos que no lo hizo un solo ejército, sino todos.


Un CLIBANARIVS usando silla de arzón con estribos.
No hace falta decir que su eficacia en combate se vería
aumentada de forma notable con la adición de este
accesorio, y más con el sobrepeso de la armadura
Por este motivo, algunos autores lo tuvieron claro desde el primer momento: la adopción de ese tipo de silla se llevó a cabo porque al mismo tiempo apareció en Europa el estribo, que al parecer se inventó en Corea en el siglo IV d.C. y, según se da por hecho, viajó por Asia central entre los siglos V y VI para aparecer en Europa de la mano de los ávaros en el siglo VII, o sea, 200 años después de la implantación de esta silla. Cierto es que no hay testimonios gráficos o escritos que lo corroboren, pero el que no se conserven no implica que no existieran. Y en este caso el negacionista fue Connolly, que aseguraba que para lo único que servía el estribo era para facilitar la monta y no forzar la postura de las piernas hasta llegar al extremo de que influyese en el riego sanguíneo de las mismas. Por otro lado, el estribo no justificaba de forma concluyente la exclusión del borrén trasero ya que ambas piezas se complementan: en el momento previo al choque, el jinete estira las piernas y se apoya en los estribos, empujando su cuerpo hacia atrás hasta que las nalgas se compriman contra el borrén. Eso lo dejará totalmente bloqueado sobre la silla, y podrá resistir el brutal impacto sin problemas. Pero si unos ni se molestan en poner el dichoso borrén y ninguno usa estribos, ¿qué sentido tuvo adoptar esta nueva silla? Y una cuestión más para que el devanamiento sesero sea más jugoso: ¿cómo es que en miniaturas de los siglos VIII o IX aparecen a veces jinetes sin estribos? ¿Acaso unos preferían obviarlos, dando la razón a Connolly, mientras otros se sentían más seguros en la silla con ellos? Estamos ante otro misterio misterioso sin respuesta de momento. 

Ahí dejo de foto final dos versiones distintas de la misma escena. La de la izquierda corresponde al Beato de Liébana (siglo VIII), y la de la derecha al Beato de Fernando I y doña Sancha (mediados del siglo XI). Muestran una escena del Apocalipsis, la apertura de los Cuatro Sellos, y en el primero vemos los jinetes cabalgando sin estribos, y en el otro con estribos. ¿Tanto tardó en implantarse el dichoso estribo? Vete a saber...

Hale, he dicho


martes, 12 de mayo de 2020

DRACONARIUS, el abanderado de la CATAFRACTA


Una mañana de esparcimiento en la que los EQVITES hacen alarde de su destreza en una sesión de HYPPIKA GYMASIA,
donde vemos al DRACONARIVS de la COHORTE con su peculiar estandarte


Aunque dije que en esta entrada se daría término al tema catafráctico, tras largos y profundos debates mientras dormía la siesta he decidido que merece la pena entrar más a fondo en el mismo. Sé que es un tipo de tropas que llama bastante la atención a los aficionados a la cosa militar romana; sé que hay muy poca información en la red salvo artículos que lo tocan de forma generalista y más bien desde su contexto histórico que a la catafracta en sí; así mismo, hay determinados aspectos de la misma que son aún más desconocidos y, para colmo, hasta sé que el Pisuerga pasa por Valladolid de modo que fraccionaré todo lo referente a la equipación, armamento etc. para poder hablar sobre ellos más a fondo sin tener que elaborar un tocho que me provoque un motín cervical o, peor aún, una guerra civil entre las malvadas cervicales y el foramen magnum. Bueno, a lo que vamos...

Si muestran la ilustración de la derecha a sus cuñados más despreciables, inmediatamente les responderán que es el fulano que llevaba en un palo esa cosa con cabeza de dragón y cuerpo de serpentina de colorines en las movidas de la HYPPIKA GYMNASIA, donde los jinetes demostraban su pericia tanto en la monta como en el manejo de las armas a caballo. Alguno incluso puede que se extienda un poco más y añada que era una enseña propia de la caballería, porque quedaba muy guay la serpentina cuando galopaba y tal, meneándose por el viento. Si es así, ya pueden relamerse de gustito porque podrán darles un repaso que los que hacen época y se hundirán en una depresión tan profunda que decidirán acabar con sus misérrimas existencias encerrándose en la nevera y palmarla por una hipotermia más galopante que el pequeño penco que aparece detrás del DRACONARIVS de la ilustración, porque la historia de ese peculiar estandarte es más extensa de lo que muchos piensan. Pero veamos cuáles eran las enseñas de la caballería hasta la adopción del DRACO


Originariamente, la caballería romana usaban el IMAGO, el SIGNVM y el VEXILLVM convencional del ejército si bien con algunas diferencias propias. En la imagen de la izquierda vemos la lápida de un tal Flavinus, un IMAGINIFER ALÆ del ALA PRETRIANA que porta el IMAGO de su unidad, en este caso una cabeza radiante que se supone que un retrato de Nerón representado como Helios. El IMAGO fue una enseña surgida a partir de Augusto, en la que los emperadores eran deificados. Consistía en un busto del mismo colocado sobre un asta o dentro de una especie de concha que representa una ÆDICVLA, o sea, una capilla u hornacina, o bien, como en este caso, dentro de un CLIPEUS, un pequeño escudo redondo que solía llevar pintada la imagen de un dios, el sol o, en este caso, el emperador. Cuando este pasaba a mejor vida, el IMAGO se fundía o bien se conservaba en los campamentos y, lógicamente, se sustituía por el del nuevo césar. Por lo demás, y como puede apreciarse, las astas de las enseñas de caballería eran más cortas que las de sus conmilitones de infantería a fin de que fueran más manejables. Solían portarse en la mano izquierda, dejando de derecha libre para usar su arma o, si las cosas se ponían chungas, el escudo.


Este otro jinete está recreado partiendo de su lápida. Se trata de un heroico hispano, Quinto Carminio Ingenos, SIGNIFER del ALA I HISPANONRVM, y está datada hacia el 20 d.C. Como vemos, la enseña que porta es una lanza, arma principal de la caballería, provista de una barra transversal de la que cuelgan unos pendientes con forma de corazón. En los mismos se solía grabar la jeta del emperador o algún símbolo propio de la unidad, que ya sabemos que estos probos imperialistas eran más supersticiosos que los ciudadanos de etnia gitana, antes gitanos a secas. En cuanto al VEXILLVM, era igual que el usado por la infantería, o sea, un asta con un travesaño del que colgaba un trozo de tela cuadrangular de color rojo o púrpura, generalmente con flecos dorados en el borde inferior. En la tela se pintaban, bordaban o sobreponían en colores brillantes o en oro el símbolo de la unidad o su nombre. El EQVES que portaba esta enseña era el VEXILLARIVS


VEXILLARII de una unidad de NVMERI posiblemente de origen
asiático que aparecen en una escena de la Columna de Marco
Aurelio. En algunos casos, en los extremos del travesaño se
añadían unas tiras de tela rematadas con pendientes de bronce
Todos los portaestandartes tenían un rango equiparable a un suboficial de nuestros días, y eran seleccionados entre los hombres más valerosos de su unidad. Recordemos  que para el ejército romano, la pérdida de sus enseñas era un cataclismo por el que un legado podía llegar a diezmar a su legión, que naturalmente quedaba señalada como una banda de cobardes y tal que solo podrían recuperar la honra si lograban rescatar los estandartes capturados por el enemigo. De ahí que el IMAGINIFER, el SIGNIFER o el VEXILLARIVS fuesen hombres capaces de dejarse sacar la piel a tiras antes de permitir que les arrebataran su amada enseña. Y aparte de la caballería del ejército tenemos la pretoriana, que incluía un SIGNIFER por TVRMA. Cuando Augusto creó la EQVITES SINGVLARES AVGUSTI, o sea, lo más selecto de la unidad para formar su guardia personal, esta tenía su propio VEXILLARIVS como todas las demás tropas de caballería y, además, el IMAGO, cuyo portador no era denominado en este caso como IMAGINIFER, sino como TABLIFER, palabro ignoto que, a pesar de haberlo buscado en diccionarios de los buenos, no he sido capaz de encontrarlo.


Bien, estos era grosso modo los estandartes de la caballería romana hasta que Marco Ulpio Trajano se marchó con su tropa de abnegados homicidas a la Dacia, donde se encontraron con que estos ciudadanos balcánicos usaban unas enseñas chulísimas de la muerte y que, fieles a la consigna de "que inventen otros que nosotros lo copiamos", pues la adoptaron en un periquete. De hecho, antes de entrar en combate los portaestandarte dacios hacían flamear sus dragones mientras hacían sonar los CARNYX, unas largas trompetas terminadas en forma de cabeza de jabalí que emitían un sonido lúgubre para acojonar más y mejor a los enemigos, lo que debió causar una profunda impresión entre los invasores latinos. En todo caso y como testimonio de ello tenemos la Columna de Trajano, en la que aparece esta enseña en manos de sus enemigos unas veinte veces. Una de ellas la vemos a la derecha, formando parte del botín arrebatado a los dacios y que, como vemos, su cabeza no tiene precisamente forma de dragón, sino más bien de perro o lobo. Sin embargo, a los romanos debió parecerles más guay el dragón, porque fue el que acabaron adoptando. Así surgió el DRACO que casi todo el mundo identifica como el estandarte por excelencia de la caballería romana y que, como veremos, ni lo inventaron ellos, ni lo usaron solo ellos y, de hecho, hasta sobrevivió muchísimo tiempo una vez que el imperio de Occidente de fue a hacer puñetas.  Veamos su historia...


Grafiti en Kharga, Egipto, que representa a dos guerreros dacios portando
sendos DRACONIS 
El DRACO era un estandarte formado por una cabeza de animal con la boca abierta tras la cual llevaba un largo tubo de tela- posiblemente seda para hacerlo más ligero- que, por las representaciones que se pueden ver hoy día, podía ser lisa, con cintas o de varios colores y/o motivos dibujados en la misma. Básicamente, era un chisme similar a las mangas de viento que vemos en los aeropuertos y que, precisamente por tener su origen en los pueblos de la estepa de Asia, muchos autores sugieren no sin razón que inicialmente se usaron como un indicador de la dirección y la velocidad del viento de cara a hacer las correcciones oportunas a la hora  de disparar sus mortíferas andanadas de flechas. Según Arriano, era una invención sármata pero la realidad es que también lo usaban los dacios, alanos, sasánidas y los partos. Es al parecer muy posible que estos iranios, que procedían de Asia Central y habían sido vecinos de los chinos, lo hubiesen tomado de ellos y, de ese modo, fue como llegó a Europa. 


DRACONARIVS de un contingente de NVMERI sármata
enviado a la Britania a mediados del siglo II d.C. Como
vemos, el asta era corta para apoyarla en la cadera sin
que la fuerza del viento llegara a resultar molesto para
el portaestandarte. Por cierto, el careto se lo tatuaban
para dar más zuzto al enemigo y tal
Según este mismo historiador, el DRACO permanecía fláccido cuando el jinete estaba inmóvil, pero en el momento en que su montura galopaba la manga de tela volaba como una serpiente y silbaba con el viento al pasar por la boca abierta de la cabeza. Podemos dar por hecho que debía ser espectacular ver a uno de esos jinetes cabalgando con el estandarte moviéndose como una serpiente furiosa y emitiendo silbidos siniestros para acojonar al enemigo a modo de Stuka del Mundo Antiguo. Como ya hemos dicho, no todas tenían cabeza de dragón, sino de lobos- en referencia al senmuru iranio, un bicho mitad lobo mitad pájaro-, perros, peces o incluso no llevar ninguna cabeza, sino solo la manga. Así mismo, también se sugiere que podrían llevar por dentro aros de alambre para que no perdieran su prestancia cuando no flameaban. Sea como fuere, la cuestión es que el DRACO fue adoptado por el ejército romano hacia el 137 si bien es posible que, al menos inicialmente, solo fuera empleado en la HYPPIKA GYMNASIA por la cosa exótica y para darle vistosidad a estos eventos. No debió pasar mucho tiempo hasta que fuese adoptado de forma definitiva por la caballería romana y las COHORTIS EQVITATAS, las unidades mixtas de caballería e infantería, imagino que entre otros motivos porque era un estandarte mucho más visible en el campo de batalla que los VEXILLI y SIGNI tradicionales, lo que facilitaría conocer la situación de cada unidad al comandante del ejército en un campo de batalla polvoriento y asquerosamente sangrante.


No sabemos en qué momento se decidió que el DRACO sería oficialmente el estandarte de la caballería. Parece ser que las primeras unidades en usarlo eran los NVMERI procedentes de Asia Menor que, al cabo, siguieron usando sus propios símbolos. Por otro lado, es posible que las primeras unidades romanas que lo adoptaron como SIGNVM fueran las ALÆ CATAFRACTARII que, aprovechando el viaje a la Dacia, se trajeron el pack completo: caballería pesada + estandarte pero, sea como fuere, se podría asegurar que hacia finales del siglo II o comienzos del III ya se había extendido su uso. Tampoco sabemos por qué los romanos se inclinaron por el dragón y no por cualquier otro bicho. Mi paisano Isidoro señala en sus Etimologías (XVIII, 3-3) que "el estandarte del dragón se originó por la muerte de la serpiente Pitón a manos de Apolo", aunque me temo que esto lo relacionó porque, en realidad, desconocía que el DRACO no era de origen romano, sino traído de Asia Menor. No obstante, siempre es posible que los romanos tomasen esa referencia para inclinarse por la figura de un dragón. En todo caso, creo que los motivos reales nunca los sabremos. En la ilustración de la izquierda vemos un par de recreaciones para hacernos una idea de dos de las muchas variantes que podían tener, para lo que parece ser no había un canon establecido. Los había más cortos, más largos, con cintas y, como vemos, la cabeza del dragón podía tener diversas formas. 


De hecho, el único ejemplar que ha llegado a nuestros días es el DRACO de Niederbieber (foto de la derecha), en el emplazamiento de un CASTRVM del LIMES del Rin que es el que normalmente se usa como referencia, pero eso no quiere decir que fuese un modelo "homologado". La cabeza, de 30 cm. de larga y 12 de ancha y alta, está formada por dos piezas de cobre unidas mediante cinco remaches en cada lado. La parte superior conserva su color cobre original mientras que la inferior fue estañada. Como vemos, en la parte superior presenta una cresta y los dientes son todos triangulares. En la base de la cabeza tiene un dos orificios, uno para el asta y, según algunos, el otro podría ser para acoplarle algún mecanismo que emitiese el silbido característico, uséase, un pito. El reborde trasero era donde obviamente se fijaba la manga de tela.


La cosa es que el DRACO debió tener un éxito enorme, porque los emperadores Constancio II y Juliano lo adoptaron como enseñas propias colocándoles una manga púrpura, el color de la realeza. Sin embargo, el término DRACONARIVS aún no se había extendido, y a los portaestandartes los seguían llamando VEXILLARIVS. Y el éxito ciertamente debió ser notable porque, según Vegecio, en el siglo IV el DRACO ya se había convertido en un SIGNVM generalizado en todo el ejército, en este caso al frente de cada cohorte, y ya se había adoptado el término de DRACONARIVS para designar a los que lo portaban. En la ilustración de la izquierda podemos ver una unidad de la infantería romana en la batalla de Adrianópolis, librada en julio de 324 entre Constantino y su cuñado Licinio (cómo no iba a haber un cuñado por medio...) y en la que aparece el DRACONARIVS animando al personal. Por cierto que conviene reparar en la torque que lleva al cuello. Hay dos teorías al respecto sobre este detalle: una, que el hecho de llevar la torque implicaba que solo eran elegidos como DRACONARII a los hombres especialmente valerosos, y otra que se les entregaba al ser nombrados como tales como un símbolo de su estatus. 


A la derecha podemos ver una recreación de un DRACONARIVS del reinado de Constancio y que, según Marcelino Amiano, llevaban el asta con piedras preciosas incrustadas, y la manga de tejido púrpura bordada en oro. Lo que no se tiene claro es de qué forma se distribuían los DRACONIS en cada ALA o LEGIÓN. Según Vegecio, había varias águilas y un solo DRACO, lo cual me parece un gazapo porque el águila fue durante siglos el símbolo más preciado y emblemático de las legiones. A mi entender, lo más lógico es que hubiese una sola águila y un DRACO por cada cohorte, que además de permitir identificar a cada una de ellas en el campo de batalla, servía como punto de referencia a los componentes de la misma en el maremagno del combate. Incluso se menciona que en el siglo V había un MAGISTER DRACONVM que, posiblemente, sería el DRACONARIVS más veterano o de mayor rango dentro de cada legión, presidiendo la SCHOLA DRACONARII de la misma.


En fin, hasta aquí llegamos de momento porque esta entrada va pareja a la existencia de los CATAFRACTARII del imperio de Occidente pero, como ya hemos dicho, el DRACO perduró en Bizancio al menos hasta el siglo VII, y aparte de los pueblos balcánicos que lo importaron también fue adoptado por Carlomagno e incluso aparece en el Tapiz de Bayeux. En resumen, que tuvo una vida operativa bastante larga. A la izquierda vemos una miniatura del PSALTERIVM AVREVM de San Gall, datado hacia finales del siglo IX que muestra tropas francas siguiendo a su DRACONARIVS que, en este caso, porta un estandarte con forma de pez. 

Bueno, criaturas, con esto imagino que ya no habrá dudas acerca del origen de este vistoso y original estandarte. Y ya saben, no llenen demasiado la nevera estos días por si se les planta el cuñado en casa y le da por inmolarse del berrinche. Si no, siempre pueden facilitarle medio kilo de matarratas, que suele ser infalible.

Ya seguiremos.

Hale, he dicho


DRACO dacio con cabeza de lobo o perro junto a lo que parece un TROPHAEVM. En este caso se puede ver la gran longitud
de la manga decorada con cintas e incluso como asoma una lengua por sus fauces. Igual era donde estaba el pito
que les permitía silbar como una cobra irritada