Hace muchos años que la Albufereta está abandonada, dejada al capricho de las mareas, las olas y los huracanes.
Esta mañana me he manifestado. Era una manifestación lúdica, amable, con tambores y estribillo pegadizo. Se trataba de que el Ayuntamiento de Alicante asumiera los desperfectos que dejó el huracán Gloria, allá por el año 2019, en la zona de la Avenida de Villajoyosa. Aquel huracán destrozó las balaustradas de los paseos, destrozó los cobertores de las tuberías que quedaron a merced de las olas o el viento: tuberías que transportan aguas fecales y cuya ruptura provocaría un desastre de dimensiones imprevisibles en nuestras costas.
Los paseos se han resquebrajados y es imposible que un camión, ya sea de bomberos, ambulancia, policía o recogida de basuras, se acerque a la zona para resolver un incendio, una caída o un infortunio mayor. Los niños podrían caerse por las barandillas que ya no existen. Ni siquiera se les ha movido el alma para poner alambres y evitar que pase la gente. No importa, y no importa porque en este país nos hemos acostumbrados a ponernos una venda en los ojos, a echarle la culpa de todo al que gobierne en el organismos contrario al de nuestras opciones políticas. No importa, porque el Ayuntamiento dice que eso es competencia de Costas, y Costas quiere que nos desangremos lentamente por haber construido allá por el año 69 del siglo pasado, tan cerca del mar. Como si no se le hubiera ganado terreno a la Explanada, a los paseos, a Alicante en general. “Costas nos multa si arreglamos algo por nuestra cuenta”, me comentan. “Hay vecinos que si nos ven arreglando algún desperfecto nos denuncia a Costas”. Y yo elevo la vista a las terrazas mientras paseo y me pregunto, será el traidor ese que bucea, o quizá esa señora que riega los geranios? A lo mejor es la “facha” que pasea al perro, o quizá “el ser menstruante” del quinto. Me coloco la gorra, las gafas y la mascarilla, y paso veloz para no ser detectada por apartar una lata de cerveza, por recoger basura, por quitar algas o retirar una farola atravesada en la playa. No vaya a ser que además me la cargue.
Ayer pagué el IBI y me salió un sarpullido. He pasado la noche en vela. Los veía a todos repartiéndose mis aportaciones sin compensarme. ¿De qué sirve arreglar los desperfectos si no se ponen escolleras para evitar que vuelva a suceder”, dice el Ayuntamiento. La explicación es tan desoladora, que la única solución que veo es que se pida por escrito asunción de responsabilidades al organismo pertinente. Pero no, nosotros cantamos cancioncillas pegadizas para no enfadar a Costas. ¿Pero quién es Costas”. ¿Quien está detrás de ese ente inespecífico que se niega, no solo a evitar sino a resolver problemas medioambientales? Una transmutación del “coco” infantil al que nadie conoce pero al que todos temen. Pues a ese “Costas” tan oscuro y perverso se le debe hacer responsable de cualquier desgracia, y se le debe hacer responsable porque si no lo hacemos, los compromisos se diluirán, se iniciará el consabido “la culpa del Ayuntamiento, la culpa de la Consejería, la culpa de este o del de más allá. Echarse la culpa unos y otros es una buena solución, como lo ha sido en la pandemia no saber de quien era la deuda de tantas muertes y tantos desmanes por covid. Nunca sabré si era Pablo Iglesias, Illa, Diaz Ayuso en Madrid, pero no Ximo Puig en la Comunidad valenciana... Ese maremágnum de organismos irresponsables o responsable dependiendo del color político que ostenten, se pasan la pelota, y al final somos los ciudadanos los que pagamos las consecuencias.