domingo, 1 de diciembre de 2024

QUIERO VER AL PUEBLO


 

 

 

No puedo olvidar el video del rescate a un hombre en Albal, Valencia. No puedo olvidar que se refugiaba en una repisa y un coche que flotaba, estuvo a punto de arrollarlo por la fuerza del agua. Es inolvidable que en ese momento aparecieran unos vecinos de un primer piso para arrojar sábanas, para que pudiese escalar. Fue difícil el rescate, pero lo lograron. La imagen permanecerá en mi cerebro para siempre. Un Joven abrazado a sus vecinos mientras le consolaban con golpecitos en la espalda. Era un hombre, era una Dana inexplicable y mortífera, eran simples vecinos, era el pueblo dispuesto a salvar al pueblo.

Y junto a esa imagen, se mezclan la de políticos mezquinos discutiendo culpas, movilizando a un pueblo horrorizado contra el enemigo político. Y junto a esa imagen, los periodistas de uno y otro bando siguiendo consignas, como si los ciudadanos que han depositado en los bolsillos del estado su contribución, no tuviera derecho a defenderse.

Veo al pueblo indignado por la falta de coordinación, por la dejadez, por la avaricia, por echar balones fuera para seguir recibiendo el dinero de ese pueblo que se desangra  de dolor, de impotencia y de asco.

Quizá la catástrofe haya sido excesiva, quizá era difícil reaccionar con prontitud, pero si no hubiesen querido sacar rédito político de la tragedia, la coordinación hubiese sido superior.

Ha llegado el momento de reflexionar: Somos el pueblo y los políticos están en el congreso gracias a nuestro dinero y nuestro apoyo. ¿No es hora de pedir explicaciones y responsabilidades a unos y a otros? ¿No es hora de rebelarse y pedir que se vayan todos los que apoyan por disciplina de voto las atrocidades que se han producido? Pedir que vengan nuevos políticos, responsables de sus votantes no del líder, de pedir responsabilidades a los que no cumplan con la misión que se les ha encomendado. ¿Es que acaso se tiene que ser inmoral por disciplina de voto, por seguir en la poltrona?

Estáis equivocados, aquellos que los sostienen son el pueblo y el pueblo no perdona a estos personajes que manipulan pancartas y voluntades. Es el pueblo el que paga y el pueblo el que debe decidir en manos de quién debe estar el dinero que se recauda, ese dinero que sostiene al país.

No quiero ver en la TV a Aldama, a Koldo, a Sánchez, a Begoña Gómez, a Lobato, Ayuso, Feijoo, etc. Quero ver día tras día, a esos hombres que lo han perdido todo, hasta que recuperen la dignidad que los políticos les han arrebatado. Quiero ver a valencianos cruzando los puentes para ayudar a sus vecinos, quiero ver de nuevo esa foto del abrazo entre hombres asustados, quiero sentir que los malos, por una vez, se van a su casa con el rabo entre las piernas.

 


viernes, 22 de noviembre de 2024

VIAJE A PRAGA








Acabo de visitar Praga. La pena es que el tiempo ha sido infernal, como de menos cero grados y sensación de menos vete tú a saber. Lluvia y ventisca para aburrir. Pero no nos importaba, porque nos abastecimos de ropa abrigada en la plaza de Wenceslao, que es el centro de la Ciudad Nueva o Nove Mesto, con el Museo nacional y un sinfín de tiendas. Entramos en Primark, es lo malo de la globalización, que las tiendas son las mismas que en España. A mi me gustaba como ocurría antes; vestirme de  bávara en Salzburgo o de lagarterana en Toledo. Soy muy mía, y al ver Primark en Praga, se me cayó el alma a los pies. Aunque pronto me di cuenta de que solo se parecía en el nombre, porque en cuanto intenté hacerme entender por una dependienta, me di cuenta de que estábamos en otros lares, que el frío enrabia, y que si te descuidas, te pegan un bofetón al estilo checo que te descompone. Debe ser por la falta de sol. Pero, como iba diciendo, me compré ropa de esquimal gracias al traductor de mi móvil, que como no utilizo casi nunca, tardé en configurarlo y la dependienta me gritó en checo todo los tacos para foráneos existentes. No pasé el traductor, pero los imaginé. Al final logramos salir de Primark abrigados y sin lesiones.

 Luego nos acercamos a Lidl y una cajera nos pegó la bronca porque la tarjeta no reconocía el pin, los de la cola también nos hostigaban. Fue doloroso, pero nos hizo sentirnos extranjeros, sin tener que vestirnos con el Kroj checo. 

Cogimos un minibús para subir al castillo y saludamos al subir, pero el conductor ni nos miró. Se siente uno despreciable, pequeñito, indigno y un poco insecto en esos casos. Comprendí a Kafka, el pobre. 

Decidimos aceptarlos tal y como son, aunque todavía no sabíamos que tienen por costumbre defenestrar desde la torre del castillo a los enemigos. Nos lo explicó el guía; mitad italiano, mitad portugués, y sin pajolera idea de español. Ellos defenestraban mucho. A partir de entonces solo nos relacionamos con italianos o sudamericanos. Aunque eso tiene sus inconvenientes, porque nos encontramos una cola enorme frente a una biblioteca, y a la chica sudamericana que le preguntamos, nos respondió que no sabía qué íbamos a ver, pero que sería lindísimo dada las expectativa. Esperamos y, después de media hora, descubrimos una pila de libros con un espejo en el fondo y otro en el techo, que simulaba una biblioteca infinita. No digo que no fuese interesante, pero a menos cinco grados y vestidos de osos polares no compensaba, la verdad. 

Continuamos comprendiendo a Kafka, y por eso lo buscamos por doquier; en el cementerio judío, en la estatua movible, en una casucha cerca del castillo, que según nos contaron, había pasado por allí. 

El cementerio judío tiene las lápidas apiladas porque no dejaban salir del recinto a los judíos, y cuando morían, debían sepultarlos unos encima de otros. Hasta seis capas de tierras por cadáver. Es muy impresionante. Las lapidas se amontonan y dan un aspecto siniestro. Pobre Kafka, dicen que está ahí enterrado.

Paseamos por el río Moldava en un barco calentito y con velas. Nos riñeron también, aunque ya no me acuerdo por qué, pero lo recibimos de otra forma. 

La visita al castillo estuvo muy acertada porque se puso a llover a cantaros, pero había cambio de guardia; otro espectáculo globalizado que no se pierde un turista que se precie aunque caigan chuzos de punta. Los soldados de la garita estaban más pálidos de lo habitual, pero dieron las zancadas reglamentarias con porte marcial y los grabamos con nuestros móviles.

 Visitamos el castillo de Praga y su espectacular mirador desde donde, como ya he apuntado, defenestraban a los enemigos; la catedral de  San Vito; la basílica de San Jorge; y la plaza de HRadcany. 

Mientras esto ocurría, saqué de mi bolso unas almohaditas que había comprado en Declatton para calentar las manos. Me quemé y todavía tengo un dedo tonto. 

Pero todo esto no tiene ninguna importancia, porque a partir de ahora Praga es mi ciudad preferida, porque es medieval, porque es la ciudad de las cien torres. porque la Ciudad Vieja y el barrio de Mala Strana es digna de recorrerse sin prisas, porque está limpia, porque de sus plazas en penumbra sobresalen las torres de las iglesias, porque sus paseos siempre te deparan sorpresas, porque sus calles se encuentran más llenas de turistas la mar de amables que de locales y eso se agradece.   



lunes, 4 de noviembre de 2024

CULPAS






Si me preguntan quién tiene la culpa de lo sucedido en Paiporta, responderé  sin temor a equivocarme; los que polarizan. Todos aquellos que señalan a los ultras como aquellos que gritaron y atacaron al presidente del gobierno, son culpables además de miopes. Nuestra sociedad, nuestro país, ha colapsado por odio, por falta de respeto. No se puede mantener la corrupción y salir exculpado por los votantes  si no inculca el miedo y el odio al de enfrente. Les dejaran hacer lo que sea, porque lo que puede venir es peor. 

La ministra Montero señala sin pudor que los indignados que insultaron al presidente del gobierno son ... ¿Fachas? ¿Acaso ella lo sabe porque ha conseguido información privilegiada en la Agencia Tributaria? Es que ella, igual que amenaza a los contribuyentes de derechas por saber mucho, tiene información de los jóvenes indignados que persiguieron al presidente? ¿Todos son fachas, ultras y extrema derecha?

 La mujer que sabía demasiado desconoce el secreto profesional. Ni siquiera es legal husmear en las listas de contribuyentes sin control. No, no lo sabe, y ese desconocimiento innato le hace asegurar que los que pitan o insultan al presidente del gobierno son ultras, fachas, extremos. Qué fácil es cargar el muerto a los otros. 

Hasta que no desechemos esa terminología: “fachas” para llamar a la gente que no soporta tanta vileza, y los llamemos con sumo respeto, no dejaremos de deshumanizar, y si deshumanizamos, dejaremos en el lodo a los damnificados para demostrar que el otro es un inútil. 

Qué importa que la gente tenga sed o hambre, que no encuentre a sus seres queridos, si con eso consigo que dejen de votar a la derecha. El problema es que le ha salido el tiro por la culata. 


 


domingo, 3 de noviembre de 2024

HACERSE MAYOR

Hacerse mayor es un problema, eso dice un ginecólogo en la tele. Según él, por mucho que una mujer se quite patas de gayo, arrugas, se ponga pómulo y se atiborre de omega tres, su útero continua el deterioro implacable que dicta la naturaleza, hasta que deja de ser útil para procrear. Aconseja, el hombre, que si la mujer ha decidido que en un futuro lejano le gustaría tener hijos, guarde los óvulos de antes de los treinta y pocos. No es por faltar, dice, pero la genética es la genética y el útero muy suyo. Todas estas cuestiones, por ejemplo, no es algo que preocupara a las de nuestra generación. Lo teníamos claro. Yo a los veintinueve sentía que esto se acababa pronto y que debía decidirme. Quizá me pasé, es cierto, pero la edad de procrear tiene sus tiempos. Hoy se habla de que las generaciones venideras serán longevas. Es decir, que si no la liamos con guerras y desencuentros, podremos vivir muchísimos años y además jovencísimos. Dice otro experto en geriatría, que lo malo será la falta de empatía con las nuevas costumbres y formas de actuar de la generaciones venideras. Me ha dado qué pensar, la verdad. Es cierto, por mucho que me empeño en comprender a los jóvenes no los alcanzo. Ellos decoran su casa como lo haría un cirujano o un maxilofacial, pertenecen a la generación de lo virtual. Es otra cosa. Había pensado regalarle a mi nieto por su santo, un espectáculo virtual en el que matas alienígenas en Cibeles para salvar a la humanidad. Lo que no sé todavía es si los alienígenas desbarrados están ya pasados de moda o todavía tienen tirón. Estoy tan despistada Me llama la atención que los jóvenes declaren su amor con sortija incluida, en campos de futbol, en lo más hondo del mar, vestidos de buzos y ante los miembros de curso de buceo. Nuestra generación era mucho más pudorosa. Ahora todo es para la galería. Te avisan de si van a comer lentejas o bacalao, de si quieren a su marido lo que no está escrito u odian al portero de su finca. Lo graban todo, hasta cuando les pilla un huracán en la autopista. Es como si su vida fuese un espectáculo digno de narrar. Me pregunto qué harán cuando empiecen a repetirse debido al deterioro cognitivo, si grabarán tres o más veces todo lo que hacen. Será espeluznante. Los hay que hasta se graban cometiendo un delito, violando en grupo a un chica, saltándose límites de velocidad o robando víveres en el súper. No les importa ser detenidos, o morir por perder la oportunidad de salvarse. Ahora se llama reel, o history y se sube a Instagram para recibir likes. Me lo ha explicado mi nieta que es la única que tiene paciencia para darme clases de redes sociales. Siempre había admirado a los animales porque antes de morir, se retiran de la manada para hacerlo en solitario. No digo que sean mejores, pero sí más individuales, más respetuosos con el dolor propio y ajeno. Bueno, en resumen, que no me hace ilusión ser longeva con un culo inmenso, una cintura de avispa, pestañas postizas y una nariz respingona para celebrar pre-bodas, bodas, post-bodas y divorcios, con el dinero de los invitados. Es que la naturaleza es sabia y si se nos quitan las ganas de hacer tonterías conforme crecemos, será por algo.

sábado, 28 de septiembre de 2024

 https://www.ondacero.es/emisoras/comunidad-valenciana/alicante/audios-podcast/mas-de-uno/carmen-garciaromeu-presenta-alicante-trol-albufereta-lazo-invisible-abuelos-nietos-que-llena-magia-infancia_2024092566f3de893c87870001eb3a7d.html?fbclid=IwY2xjawFiUidleHRuA2FlbQIxMQABHRvzR_jecntjhYPDqt2JMmICm8lXhPmTeJyxZ8pR-s8dvaxGhIvRCAxmqA_aem_HMT2K-lmmkNKhyC6BcRmIg

sábado, 21 de septiembre de 2024

PRESENTACIÓN DE “UN TROL EN LA ALBUFERETA”

 

 





 

 

 

El miércoles presenté en la librería 80mundos mi último libro de literatura infantil/juvenil: “Un Trol en la Albufereta”. Me lo presentó una nueva amiga, que a la vez me la había presentado una amiga/sobrina. A veces suceden las sincronicidades de las que hablaba Jung: Algo así como cuando piensas en tu amigo Segismundo, que no ves desde hace treinta años, y de pronto lo ves a tu lado en un semáforo.  

Ella se llama Marisa y adora a los niños, lo lleva en los genes. Sus padres ya le inculcaron la semillita que le hace ser cercana, saber escuchar. Desde que supo que iba a presentar mi libro comenzó a preguntar. O mejor dicho, a hablar, con esa sonrisa abierta y franca que acerca tanto. Hablamos de todo, pero jamás me sentí intimidada, era como disfrutar conmigo misma. Con ella me sentía la mar de interesante, como si lo que yo contara fuera algo genial, el no va más. Y así, casi sin darme cuenta, le entregué mis secretos, con risas, con ironías, con muchísima complicidad, sin miedo. Ahí estaba yo, soltando todas las locuras que no me atrevo a contar a nadie.

No me gusta hablar en público. Dicen que los pequeños de las familias hablan muy deprisa porque si no es así, los dejan con la palabra en la boca. Era mi caso. O sea, que la velocidad al hablar, escribir, comer o bailar, traspasa todos los límites imaginarios. El miércoles no tenía prisa, el miércoles estaba a mi lado Marisa, con esa capacidad para entender y provocarme. Con ella fue diferente, me sentía una tía la mar de enrollada, aunque se empeñara en llamarme “Doña Carmen” haciéndome sentir señora con moño que hace bolillos. Y es que ella no sabe que los mayores somos exactamente iguales a los jóvenes, tan solo es que se nos está tragando un cocodrilo que nos pone la piel arrugada, el pelo ralo y nos cuesta arrastrarlo. Pero por debajo somos los mismos jóvenes, niños y adolescentes que fuimos.

Pero aunque me llamara Doña Carmen, consiguió sacar de mí una persona a quién desconocía, no solo yo sino también mis amigas. Me reí de mi misma, nos reímos del mundo y acabó la presentación dejándome una sensación estupenda.

Me han felicitado mucho los asistentes, pero yo sé que sin su habilidad, el acto hubiese sido otra cosa.

Doña Carmen, o sea yo, creció con su Trol aquella tarde en 80mundos, y se lo agradezco a Marisa, por su generosidad, y por su profundo deseo de comprender al otro. Por saber cuidar a los niños y a las señoras que hacen bolillos, pero por encima de todo, por aportar alegría y grandeza a este pequeño mundo en el que le ha tocado vivir.

sábado, 31 de agosto de 2024

EL HOMBRE QUE AMABA A LAS NEVERAS

 

 

 

 



 

 

Me acerco a la sección de electrodomésticos para mirar las dimensiones de una nueva nevera. La antigua encaja perfectamente con los muebles que tengo, pero tiene veintitrés años y la pobre todavía tira. Sé que cualquier día nos dirá adiós y nosotros tendremos que desmontar los muebles en la que está integrada. Da pena, porque a los mayores se nos hace un mundo cambiar mobiliario. Bueno, mobiliario y cualquier otra cosa. Siempre me acuerdo de mi tía Asunta, que al morir nos encontramos con 40 pares de zapatos inservibles, la mayoría con la deformación que sus juanetes habían dejado en el cuero. Juré que yo jamás conservaría recuerdos, pero aquí estoy, venga a hacer montoncitos; este por si voy a una boda y me nombran madrina, este para estar por casa, esta camiseta por si vuelvo a jugar al baloncesto y me colocan de pivot. La mayoría de la ropa que conservo es para estar por casa. Imagino a mis deudos echando al contenedor el “Hola” de la boda de Rainiero de Mónaco que heredé de mi madre, y se me abren las carnes. La vida es así. Prometes que no harás jamás una cosa y te falta tiempo para seguir el patrón de conducta de tus ancestros. El caso es, a lo que íbamos, que también prometí que no divagaría y ya me he ido por los cerros de Úbeda. El caso es que le pregunto al dependiente por las dimensiones y el rendimiento de una nevera Liebherr. Es un hombre correcto, impecable, hecho a su sección de electrodomésticos, tiende a mimetizarse con ellos, pero sobre todo, ama a las neveras y no lo puede ocultar. Sonríe y se entristece en segundos, no sé cómo interpretarlo. Le explico que esa nevera suelta agua en ocasiones. Cambia el semblante y bajando la voz me explica que con las temperaturas que han sufrido este verano, han tenido que pasar un infierno. Dice que las neveras necesitan reponerse después de pasar de tres a cuarenta grados. Imagínese usted en semejante circunstancia. Recuerdo cuando pasé las fiebres tifoideas y se me ponen los pelos tiesos. ¿Acaso no lo comprenden ustedes?, dice perdiendo la compostura. No llora, pero está afectado, se le nota enseguida. Dice que lo que no se puede hacer con una Liebherr es abrirla y cerrarla continuamente, que eso la descontrola, la enferma, la desazona. Habla como un doctor en la UCI, harto de ver llegar pacientes por el poco cuidado de sus allegados. A parir de ese momento suavizo mi lenguaje como si estuviese en un duelo. Le explico que eso no le da derecho a echar agua por los orificios. Bajo la cabeza y le hablo de lo maravillosa que es, de lo que se esfuerza en mantener la calma y el termostato. Asiente, esta vez en su versión sonriente. Lo malo es que no cabe entre mis muebles de cocina panelados.  ¿O sea que usted prefiere adaptar una persona a un traje  que al revés? No, no, claro. Levanta la cabeza y me pregunta si la encarga. No me atrevo a decir que no. Incluso no tengo claro de si las neveras actuales requieren un permiso especial para adquirirlas; un certificado de buena conducta de los compradores. Me la traen el viernes, todavía no se ha roto la mía de hace veintitrés años, no dan las medidas, no sé qué hacer con ella, pero buscaré la solución. Sufren tanto.