LAS GALLINAS Y SUS HUEVOS
Acabo de leer en el periódico que PETA insta a las feministas a no comer huevos de gallinas para no contribuir a la explotación de las gallinas. Los huevos los ponen las gallinas y las gallinas son mujeres, así como las vacas, cuya leche proviene de sus tetas y son suyas.
Han demonizado los piropos pero no el Burka. Prohíben los coches diesel perjudicando a propietarios de coches viejos. Luchan contra la venta de armas y no son conscientes de que con las propuestas de esas medidas dejan sin trabajo y condenan a la indigencia a miles de familias trabajadoras.
Seguro que existe una lógica, seguro que es aplastante, pero a mí se me escapa. Son problemas que en un país pobre ni se pueden plantear. ¿Imaginan que en Burundi, Mozambique o Gambia se cuestionaran las gallinas, los huevos y la leche?
Supongo que la opulencia social y económica ha conducido al empobrecimiento ideológico, y que a ese empobrecimiento ha ayudado el tiempo libre que el estado del bienestar otorga. Tiempo que se invierte en ver una televisión dirigida, y una redes sociales exacerbadas de consignas. Todo esto hace que las portadas digitales se llenen de frivolidades elevadas a la solemnidad de causas humanitarias, de orgullos sexuales, de ecologismos mal entendidos.
“Los países pobres excluyen el lujo de la incomprensión.” (Jhon K.Galbraith. La sociedad opulenta) Lo predijo y ha ocurrido. Esta superabundancia social con sus muchedumbres ociosas producen respuestas que en los países pobres son marginales, excepcionales o inexistentes. Son ideologías que solo se pueden permitir sujetos acomodados y sociedades ricas.