Hace
mucho tiempo que intento sonreír y hablar al mismo tiempo. Me paso las horas
muertas ante el espejo intentando que me salga, pero es más difícil de lo que
parece.
Hay una locutora en TV, muy maja, que empieza los telediarios con una ilusión,
unas ganas de contar, una pasión por la vida, que parece que nos va a anunciar
que desaparece las multas de tráfico o que suben el salario mínimo a 2000 euros
por barba. Tiemblo de emoción cada vez que empieza a hablar. Aunque lo que nos
anuncia con tanta euforia, es el acercamiento de una Dana destructora y ruin o
algo parecido. No sé, es una actitud suya, pero me la pega día tras día.
Mi prima Reme también lo hace. Quiero decir, que habla y sonríe al mismo tiempo. Pase
lo que pase, aunque se acabe de romper una pierna. Lo comprobé el día, ya
lejano, que me acerqué a su casa para darle el pésame por el fallecimiento de
su marido. No es que no lo quisiera, es que sabe hablar así, como si no pasara
nada, o como si lo que pasara no fuese lo suficientemente grave como para
trasformar el semblante. Es como si te dijera: mira, oye, es que la vida es así
y yo no soy una mema blanda que tenga que aguantar tus condescendencias.
Hay
casos en los que las personas tienen fobia a que alguien las compadezca, vamos,
que les sale un sarpullido solo de pensarlo.
Mi
amiga Ana después de ser operada de un cáncer muy agresivo, al preguntarle cómo
se encontraba, dijo: Yo, bien ¿y tú?
Son
formas de ser, de llevar la vida, de enfrentarse a ella, y aunque sea difícil de comprender,
hay que estar al loro, porque puedes meter la pata con un mero parpadeo de ojos.
Yo en esos casos, por si acaso, doy tres fuertes golpes en la espalda y me
marcho.
Pero
a lo que íbamos, la posibilidad de sonreír a todo trapo y
además ser capaz de hablar sin que se tuerza el gesto, se está poniendo de moda.
Ahora
con lo de la revolución de la sonrisas catalanas hay mucha gente a la que
imitar. Las locutoras del independentismo lo dominan. Además, les hace mucha
gracia que les digan que, a la postre, se están saltando la ley. Se han
entrenado a conciencia. Hacen gestos
despectivos, mueven la lengua, se cachondean de quien les diga lo que no les
gusta y continúan sonriendo.
A los
que no he logrado ver de cerca, es a los que queman contenedores y arrojan
botella o adoquines a la policía, supongo que también sonreirán, es su
revolución, la de las sonrisas, pero que ellos sonrían desde la distancia, bajo
las capuchas, arrojando elementos contundentes, es de un dominio y de un
control mental encomiable. Debería existir una especialidad olímpica para ellos
y para los que lo permiten. “Tiro de jabalina a los representantes de la ley,
especialidad ceguera total para no ver lo que no se quiere.”
Si logro conseguir hablar y sonreír mientras
echo sillas a un contenedor incendiado, o adoquines a un policía, me gradúo con
el Cum Laude en desvergüenza.
Dicen
los libros de autoayuda y los vídeos de sanación, que si sonríes mucho, va y se
te pasa el mosqueo, que sonreír te da un nuevo talante de concordia. También que
consigues despertar el jolgorio en el otro, y que al final, por muy mal que
estén las cosas, todo el mundo acaba tronchándose de risa y desdramatizando los
acontecimientos.
Por
de pronto, alguna prensa extranjera los comprende, les dan la razón. Se les ve
tan inocentes, tan buenos tan víctimas.
Hay
que sonreír, en serio, ¿y luego?, luego ya
da lo mismo lo que hagas.