Hace tiempo que lo sé. La edad, como todo, es una cuestión de perspectiva. Un día escuché a unos adolescentes en el autobús:
- La profesora de inglés debió ser guapa -dijo ella.
- ¿Pero qué edad tiene?- preguntó él.
-Treinta y cinco.
Lo descubrí en ese momento. La vejez empieza de quince a veinte años más del que la valora: Si tienes quince, no das un margen mayor de treinta. Y así lo tengo asumido desde aquel día. Hoy he ampliado mi percepción sobre el asunto. No solo depende del que la valore sino de la ciudad que acoja a los supuestos viejos. No es lo mismo ser mayor en Madrid, que en Benidorm. Será el sol, será el mar, serán las moscas. No lo sé, pero es muy diferente. En Benidorm sé es siempre más joven. Lo comprobé porque tuve una reunión de trabajo en invierno. Era un día cualquiera, entre semana. Fui a tomar un café a las cuatro de la tarde y me topé con una marcha bailonga, la del café descafeinado y la seducción al atardecer.
-Ya ve usted -me dijo el camarero-. Así se pasan la tarde, venga a bailar y sin consumir más que un descafeinado de máquina con agua del grifo. El otro día le robaron a uno un andador, pues que no se los dejen en la puerta sin cadenas, digo yo.
Y es que el local estaba lleno de jubilados desplegando su poder de seducción.
Me fijé en uno con el pelo teñido de negro y las patillas de blanco que se daba desplantes coordinados con una rubia floreada.
-Le llamamos Carlos Menem -me explicó el camarero-. Viene todas las tardes.
-No sabe usted lo que cambia todo en diez años–escuché explicarle una anciana a otra-. Yo a los setenta y cuatro jugaba al tenis
Salí de allí con otro ánimo. Será el sol, será el mediterráneo, será el viento de levante. Pero en Madrid los ancianos no se deja los andadores en la puerta de una discoteca, porque no.
- La profesora de inglés debió ser guapa -dijo ella.
- ¿Pero qué edad tiene?- preguntó él.
-Treinta y cinco.
Lo descubrí en ese momento. La vejez empieza de quince a veinte años más del que la valora: Si tienes quince, no das un margen mayor de treinta. Y así lo tengo asumido desde aquel día. Hoy he ampliado mi percepción sobre el asunto. No solo depende del que la valore sino de la ciudad que acoja a los supuestos viejos. No es lo mismo ser mayor en Madrid, que en Benidorm. Será el sol, será el mar, serán las moscas. No lo sé, pero es muy diferente. En Benidorm sé es siempre más joven. Lo comprobé porque tuve una reunión de trabajo en invierno. Era un día cualquiera, entre semana. Fui a tomar un café a las cuatro de la tarde y me topé con una marcha bailonga, la del café descafeinado y la seducción al atardecer.
-Ya ve usted -me dijo el camarero-. Así se pasan la tarde, venga a bailar y sin consumir más que un descafeinado de máquina con agua del grifo. El otro día le robaron a uno un andador, pues que no se los dejen en la puerta sin cadenas, digo yo.
Y es que el local estaba lleno de jubilados desplegando su poder de seducción.
Me fijé en uno con el pelo teñido de negro y las patillas de blanco que se daba desplantes coordinados con una rubia floreada.
-Le llamamos Carlos Menem -me explicó el camarero-. Viene todas las tardes.
-No sabe usted lo que cambia todo en diez años–escuché explicarle una anciana a otra-. Yo a los setenta y cuatro jugaba al tenis
Salí de allí con otro ánimo. Será el sol, será el mediterráneo, será el viento de levante. Pero en Madrid los ancianos no se deja los andadores en la puerta de una discoteca, porque no.