martes, 11 de agosto de 2020

PERDIDOS BAJO LA LEY

                                  

 

 

 

 

Estoy harta de que cada día, al levantarme por las mañanas, me encuentre con un derecho menos, es como si se diluyeran entre los vapores del sueño. Harta de ver que de la noche a la mañana puedo encontrarme durmiendo en un banco del parque. Harta de no saber el por qué de tanta fechoría, es por lo que me he zambullido en la ley con todo mi fervor y concentración. Quería saber en qué momento, en qué situación, bajo que constelación de Orión o de Sagitario, perdimos un derecho tan básico como es el de la propiedad privada, más concretamente el derecho a tu vivienda, pagada cuota a cuota, año a año, verso a verso... 

Quería saber en qué instante y con qué partido del espectro político nos quedamos a dos velas y, lo que es peor, en que momento nos conformamos con semejante ataque.   

Resulta que el derecho a la propiedad privada se recoge en el art 33 de la Constitución, sección segunda del capitulo de Derechos y libertades. Pero la inviolabilidad del domicilio es un derecho fundamental y prevalece sobre el anterior. Y domicilio, apunten y subrayen, es dónde te encuentres en ese momento, es un pasar por allí, trincar la  llave y cambiar la cerradura. Así que si lo hacen y la policía no los ha desalojado en 24 horas, necesitan una orden de desalojo, entonces hay que presentar una demanda civil de desahucio que dura de 1 a 3 años. Y no te atrevas a ser tú el que pasa por allí, trinca la llave y cambia la cerradura, porque por algún extraño motivo, te conviertes en allanador de una vivienda que era tuya hasta que dejó de serlo. 

El Código Penal en sus artículos 245 y 246 dice que los procesos judiciales no se pueden dilatar más de 3 a 6 meses, pero eso, como todo, es un decir; primero, porque no hay suficiente personal; segundo, porque todos sabemos y admitimos que los procesos se dilatan; tercero, porque hay saturación en los juzgados y nadie tiene la culpa.

En 2008 hubo 488 condenados por ocupación de vivienda; en 2015, 3.278. Supuso un aumento del 92%. Esto es un poco como el coronavirus, que se multiplican los casos de forma exponencial. Con el Covid Cataluña registró 6.688 ocupaciones. El 61% de las fincas vacías en España han tenido casos de ocupación y en Cataluña, el 88%.

Continuo informándome: De uno a dos años de pena para el okupador si se produce con violencia. O sea, si se mete en tu casa y te da una paliza de categoría, porque si no te la da y aprovecha que estas en la compra o de viaje para entrar subrepticiamente, entonces es delito leve y no hay pena de más de tres meses. Por un delito leve no se entra en la cárcel, ni quedan huellas en sus antecedentes, ni nada de nada, por lo que una vez resuelto, pueden ir a calzón quitado a por otra vivienda. El delincuente leve, el aterciopelado delincuente, no suele entra en la cárcel y además puede ser reincidente sin dejar huella si está en su naturaleza. 

Es de tal categoría el negocio, que a su vera han nacido mafias dispuestas a sacar provecho de esa ley, esa dilación, esa levedad. 

Lo mejor es no salir de casa, no solo por el coronavirus sino por todo lo demás. 

No hay mascarillas contra el abuso y la condescendencia. 

Estamos perdidos. 

 

sábado, 1 de agosto de 2020

¿QUÉ PASÓ DURANTE EL CONFINAMIENTO?



                       



Soy mutualista de Muface, aunque no sé si todavía existo o con estos nuevos decretos aprobados durante la pandemia, me he convertido en un ente amorfo y desconectado que fluye por el espacio cibernético. 
Resulta que necesito recetas y voy al ambulatorio. Soy desplazada y me pegan la bronca. Dice la médico que las recetas estarán en mi tarjeta sanitaria. Pero no es así porque los de Muface no tenemos tarjeta sanitaria. Me grita que ella no tiene nada que ver y que no me va a dar explicaciones. Me callo para no encolerizarla más. Regreso a casa bajo un sol tórrido de cuarenta grados, con una mascarilla protección total y con un férula en el brazo por habérmelo roto, aunque eso es otra historia.  
Logro llegar a casa con la moral por los suelos e intento conectarme a internet para buscar una solución. Después de luchar como gato panza arriba para encontrar una explicación, le pregunto a google, pero me envía a un contacto diabólico en el que te responde tu propia voz en plan eco. Claro, explicarte a ti misma lo enfadada que estás por no obtener respuesta, resulta desolador y un poco esquizofrénico. Aún así y a sabiendas de que no voy a lograr enterarme, me cuento mis angustias, mis desesperaciones, mis interrogaciones y mi cabreo. 
Al terminar la perorata, una voz, esta vez metálica, me informan de que la llamada que acabo de realizar es informativa, y que telefónica me cobra por eso una barbaridad. 
Una vez desahogada y timada, llamó a mi ambulatorio, esta vez de Madrid. Me cuesta conectar muchísimo. Me dicen que si tengo síntomas de coronavirus o tengo alguna otra consulta  que hacer, marque el 9. Lo marco y se desconecta el teléfono. Lo siento por los que tengan síntomas, porque si es frustrante no poder enterarte de cómo conseguir una  receta, muchísimo más sentirte mal y que te cuelguen. 
Después de mucho insistir, logro que me contesten y me digan que mi médico me llamara en cualquier momento, a cualquier hora del día o de la noche. Guardo el móvil en mi regazo como si me fuese la vida en ello. El teléfono suena al día siguiente. Me explica la médica que me pondrá las medicinas en mi tarjeta sanitaria, pero que solo me sirve si estoy en la comunidad de Madrid, que en cuanto traspase los límites ya no responde. Es salir de Aranjuez y entrar en un bucle cuántico, del que ya no puedes emerger. Algo así como el triangulo de las Bermudas pero versión tarjeta sanitaria. 
Se ve que mientras nos confinaban pasaron muchas cosas, cosas extrañas, atemporales, misteriosas. Se aprobaron leyes, decretos, ordenes ministeriales que nos afectaban. Y una de ellas ha sido lograr que no puedas comunicarte ni por teléfono, ni por internet, ni por WhatsApp. Enterarte de que has entrado en otra dimensión dónde nadie te da razón, ni noticias, ni los medios se mojan. Aunque eso sí, el único informe que te dan con pelos y señales y en primera plana  es el motivo por el que Pilar Rubio y Sergio Ramos han decidido llamar a su hijo Máximo Adriano. 
Todo lo demás se ha convertido en un misterio insondable. 
Pero realmente ¿Qué pasó durante el confinamiento?