Pues bien, estábamos en Roma, dispuestos a conocer una ciudad llena de restos arqueológicos, iglesias, barrios pintorescos, museos... o en palabras de mi sobrino "Vamos, que aquí hay un monumento detrás de cada esquina ¿no?".
Efectivamente, el muchacho tenía razón, literalmente había algo que ver en cada esquina, y solo tres días para recorrerla.
- Os preguntaréis qué vimos ¿verdad? Si el Coliseo, si el Vaticano..
- Pues la verdad es que no.
No me extraña ni lo más mínimo, la verdad.
Así que por una vez seré breve, y contestaré como esa gente que pasa 30 años viviendo en la selva amazónica y le preguntan cómo fue su odisea de supervivencia y se toma su tiempo, para decir al final:
- Difícil
Así os diré que Roma es (atención al adjetivo que jamás habréis escuchado)
- Bonita
Si de esta no me contratan para el Lonely Planet, no sé cuándo lo harán.
Lo dicho, voy a dejar a un lado los restos del Imperio Romano de Occidente, los museos y las mil y una iglesias, para centrarme en algo realmente importante: las puertas de los baños de nuestro hotel.
No me digáis que vosotros no os fijáis en eso cuando vais de viaje, por favor.
Está Trip Advisor hasta arriba de fotos de puertas del baño del hotel de la gente, y comentarios y de todo. Y qué decir de feisbuk, hasta las fotos de pies han sido desbancadas ante la imparable avalancha de selfies de gente delante de la puerta del servicio de su hotel.
Ya, ya, ya sé que estaréis hartos de verlo, pero no puedo evitarlo, es un tema tan apasionante....
Termas de Caracalla, el tema va de baños |
Empecemos por el principio, el hotel lo escogimos por su ubicación y porque mi sister y su Santo habían estado ahí años ha y guardaban bastante buen recuerdo, tanto como para volver. Lo que no guardaban eran las gafas de sol de mi hermana, que se dejó olvidadas en el servicio de recepción y jamás aparecieron.
Íbamos cuatro personas que, a lo loco, nos metimos en una habitación para cuatro. Reservar una habitación más grande que la típica doble, supone al llegar al hotel un inevitable tira y afloja de:
"Esto no es una habitación de cuatro, sino una normal y corriente en la que habéis conseguido meter cuatro camas, algo que no nos satisface, aunque encontramos meritorio vuestro esfuerzo"
El siempre necesario:
"Esta... ¿qué es? ¿la hija pequeña de la la habitación que sale en las fotos de vuestra web?"
Y el habitual:
"Y además estos no son los droides que estabais buscando"
En fin, que después de estas breves discrepancias sobre el concepto "habitación para cuatro personas" terminamos bastante satisfechos en una habitación que sí era la que salía en las fotos de la web.
De los droides, nada, ni idea, los buscamos denodadamente en los desayunos, pero que si quieres arroz.
De los droides, nada, ni idea, los buscamos denodadamente en los desayunos, pero que si quieres arroz.
El único problema era que el cerrojo del baño era algo caprichoso e imprevisible, para que os hagáis a la idea, una especie de Escarlata O'Hara de la cerrajería, pero sin pamela.
No sé si conocéis esa modalidad de puerta que cuando estás dentro, sigue abierta, y en cuánto sales, se cierra. Personalidad contradictoria, la llamaría yo.
Útil, puede que no, pero siempre sorprendente.
Útil, puede que no, pero siempre sorprendente.
Sobre todo para el encargado de la recepción al que hay que avisar a las once de la noche porque nadie puede entrar al baño.
Aunque la verdad, por la cara que traía el muchacho, sorprenderle, lo que se dice sorprenderle, no le sorprendía mucho. Por la cara y por el destornillador y otro cacharro que se ve que le tocaba utilizar con tanta frecuencia como para tenerlo en la recepción del hotel las 24 horas.
Era ese típico diálogo imposible de desayuno de hotel que todos hemos mantenido alguna vez:
- ¿A dónde vamos hoy?
- No sé, lo que digáis.
- ¿No tienen fruta fresca?
- No sé, yo por si acaso me he cogido un zumo.
- ¿A vosotros también se os va y se os viene la cobertura de móvil?
- No sé, lo que digáis.
- Oye ¿qué tal están los croissants?
- No sé, lo que digáis.
- Oye ¿qué tal están los croissants?
- Mejor que el zumo, en todo caso.
- ¿Se dice croissant o cruasán?
- ¿Alguien sabe dónde está la guía?
- Ni idea
- ¿Y los droides que estamos buscando?
- ¿Y los droides que estamos buscando?
Cuando uno decidió dar un golpe de mano a la situación y si no se podía a la situación, pues al zumo de piña que me cayó en la ropa.
Claro que lo descubrí ... dentro del baño.
Menos mal que llevaba el móvil y podía llamar... a gritos, porque se había vuelto a perder la cobertura (cuánta volubilidad en un solo establecimiento hotelero!)
Ahí fui pasando por las diferentes fases de la depresión:
Negación
No, no, esta puerta se tiene que abrir ¡Se tiene que abrir!
Ira
Maldita puerta.
Maldito móvil.
Maldito parné que por su culpita dejaste al gitano que fue tu querer.
Negociación
A ver, si vuelvo a llamar ahora, seguro que funciona.
Y si muevo el pomo con decisión, se abre. Bueno, no, con delicadeza, no. Un poco a la derecha... ¿no?
Depresión
Noooooooo, mi cuerpo aparecerá aquí abandonado, un cadáver con un pertinaz olor a zumo de piña
Aceptación
En fin, siempre hay que ver el lado bueno de las cosas, si muero estando de vacaciones, no tendré que volver al trabajo.
Al cabo del tiempo, oí unos pasos y empecé a pedir ayuda, sin saber qué idioma utilizar.
- Help, per favore, por favor, ayúdeme. Bueno, si es usted alemana no, que las alemanas cuando rescatáis os ponéis un poco chungas.
- Que soy tu hermana!!! No me digas que te has quedado encerrada.
- No, es que he pensado que para qué ver las Termas de Caracalla si podía ver un lavabo alicatado hasta el techo.
En fin, tras la visita de otro recepcionista con el mismo destornillador y cara de rutina habitual, se produjo un emocionante reencuentro digno de Sorpresa, sorpresa con estas emotivas palabras de mi Sister.
- Dime hermana ¿no habrás encontrado mis gafas de sol, verdad?