En la guía turística decía que la ceremonia duraba una hora aproximadamente, pero cuando acabó aquella primera intervención del reverendo, ya debíamos llevar ahí como unos 50 minutos. Y según el programa, aún quedaban muchas más cosas: Que si pasaban dos veces el cepillo, que si la lectura de las escrituras, el sermón, las canciones (que para mi decepción no pasaron de cuatro), la comunión, una señora que habló ya no me preguntéis a cuento de qué.
En total: dos horas y media de misa que exceptuando unos 20 minutos de los (realmente buenos) coros, se me hicieron más que largas. Claro que el que hablaran en un idioma del que solo entiendo un tiempo verbal, es posible que ayudara.
El sermón fue especialmente extenso y yo me acordaba con cariño del cura que me dio a mí la comunión, que entre el primer “Queridos fieles” con que empezaba la misa del domingo y el "daos fraternalmente la paz", había 45 minutos cronometrados.
¡Ah, Don Sebastián! ¡Quién podría olvidarse de él!. Bueno, se ve que yo, porque no recuerdo para nada cómo se llamaba y le he puesto el primer nombre que me sonaba a cura que se me ha ocurrido.
Así que volviendo a aquel domingo, para entretenerme, hice lo que todos los feligreses poco entregados (y no te digo yo los que no entienden el idioma) han hecho desde el principio de los tiempos: Cotillear al personal.
Y si hay un sitio donde se puede uno fijar en cómo va vestido el personal, es en una misa gospel.
En algunas películas, los protagonistas van a la ópera, y no saben qué ponerse porque todo el mundo va de tiros largos, pues creedme, yo he ido a la ópera, y eso es mentira cochina, donde la gente va arreglada-arreglada es en misa en Harlem, un domingo por la mañana.
Todo el barrio en domingo está plagado de gente vestida de gala, y venga sombreros y pamelas, brillos y tocados, que te preguntas todo el rato qué torero se casará, perdón, se enlazará.
Tal y como había visto en algunas películas, toda la ceremonia es muy participativa, y es normal que la gente espontáneamente exclame el famoso ei-men o levante las manos o se sonría cuando el pastor hace algún chistecillo, mientras asiente y pone cara de "Es gracioso porque es verdad".
Lo que nunca había visto es que la gente tomara apuntes, pero juro que dentro del programa había una hojita suelta que se títulaba "Sermon Notes" y después tenía una serie de líneas, como:
Date: _________________________
Preacher:______________________
Notes:_____________________________________________________________
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Que sí, que sí, que había una hoja específica para tomar apuntes y la chica que tenía yo al lado, escribía mucho, no sé si serían notas del sermón o que no acertaba a escribir bien el título completo del "pricher" y no hacía más que corregirlo mientras pensaba "¿Era reverendo junior o doctor senior?", pero la chica escribía que daba gusto.
Vamos que participan, pero tampoco están todo el tiempo como en éxtasis, y solo en algunos momentos cumbre, se animaba todo el mundo. Y es que en un ceremonia que dura dos horas y media de reloj si no eres palmero en un tablao flamenco, es imposible que estés todo el rato entregado.
Claro, que ya se sabe que hay gente "que lleva la fiesta allá donde va", o que viene animado de casa, o que tiene que dar el numerito allá donde vaya, llámalo cómo quieras.
En nuestro mismo banco teníamos dos buenos ejemplos: Uno era un chico de unos treinta y tantos, con rastas, chaleco de pana y aire modernillo, que se había traído su propia Biblia de casa y se pasó todo el rato con ella abierta.
Que yo no sé qué leería, porque se le veía muy entregado a su lectura tanto cuando se leyeron las escrituras como cuando se contaba que Fulano estaba en el hospital o que unos se estaban preparando para hacer la comunión.
También tuvo momentos en que, sin que nadie más lo hiciera, se levantó y se puso con los brazos extendidos y con la cabeza echada para atrás, con cara de concentración. No vi a nadie que hiciera nada similar, pero si creía que a ser la estrella del día, estaba muy equivocado, porque como a mitad de ceremonia, entró un participante mucho más molesto y que no suele faltar en ninguna parte: La señora que llega tarde.
Para empezar, como llegó tan tarde y con dos niños pequeños, no sé cómo consiguió que se levantaran dos señores para hacerles sitio. Quizá todo estaba preparado pero se sentó al lado del chico de las rastas, su gran rival en el mundo del espectáculo.
Nada más llegar, y así en frío, sin calentar ni nada, que tiene su mérito, se puso en el pasillo a dar patadas en el suelo mientras gritaba amén y oh, yeah, y no sé cuántas cosas más, mientras el resto de la parroquia estaba bastante tranquilita.
Pero aquello no era más que un ensayo, porque en su carrera triunfal, como tantas veces les escurre a las estrellas, se interpuso su familia, en concreto el niño pequeño, que no tendría más de cinco años y que empezó a llorar como un berraco, sin duda como queja a cómo le habían vestido. Y es que la pobre criatura llevaba una camisa y una corbatitas hechas de la misma tela roja como brillantosa.
Se ve que el muchacho tenía mejor gusto que su madre (que es fácil) o que no conseguía diferenciarse la cortaba de la camisa (yo no podía, de verdad que me tuvo que explicar mi hermana que llevaba una corbata), y no pudiendo soportarlo más, se echó llorar a lágrima viva.
O a lo mejor le había pagado algún feligrés para que saliera su mamá de ahí un ratito, yo incluso tendo mis sospechas de que pudo ser el propio doctor reverendo junior senior, que no se oía ni a sí mismo, con la buena señora dando voces.
La mujer se lo llevó de ahí, sospecho que por indicación de uno de los manipuladores de alimentos, eso sí, en su huída a Egipto dejó ahí solita a la niña, que no sé si habría cumplido ni los ocho años. Que sí, que de verdad que a Egipto por lo menos se fue la mujer, o eso, o estaba buscando una tienda abierta para comprarle una corbata menos horrible al niño, porque tardó unos cuarenta y cinco minutos en volver.
¿Que qué hace una cría pequeña, sola en misa, sin nada con qué distraerse, como un hermano pequeño al que darle puntapiés, al otro lado del Atlántico? Pues lo mismo que a este, aburrirse.
La pobre buscó ayuda en la persona que tenía más cerca: Nuestro amigo de las rastas, y le miraba con esa carita de pena con que te miran los niños cuando buscan que alguien les haga caso.
Pero nada, no hubo manera, el tipo no la hizo ni el más mínimo caso. No porque pasara de ella, qué va. ¡Pobrecito! Si el chico la hubiera ayudado, pero es que claro, miraba tanto y tanto al cielo, literalmente, que no podía ver lo que pasaba en el suelo, donde se había colocado la niña sin darse cuenta de que ahí no la iba a ver.
Y mientras el reverendo predicaba que había que abrirle el corazón a Jesús, él estaba más de acuerdo que nadie levantando los brazos y moviendo la cabeza. Y allí sigue en su casa, esperando que llame para abrirle la puerta, que total, es difícil que aparezca, y más para pedirle que se quede con los niños esa tarde.
Así que él se quedó haciendo su numerito místico-gimnástico y la pobre cría tuvo que sacar su arma secreta contra el aburrimiento: Una pluma.
No, no digo una pluma estilográfica con la que hiciera dibujitos en los papeles que nos habían dado o algo así, sino una pluma de pájaro. Supongo del pájaro almohada o del pájaro anorak, que de alguna manera llegó a su mano y con la que estuvo jugando durante tiempo y tiempo. Que nadie le ha sacado tanto partido a una pluma desde Lope de Vega.
Pero dejemos a nuestra Fénix de los Ingenios y volvamos con el resto de la parroquia, y del servicio. Como todos los que han estado en el gallinero en su vida (¡el gallinero! ¡de ahí debió sacar la pluma!) me dediqué un buen rato a fijarme en el patio de butacas, donde entre un mar de sombreros, descubrí algo me llamó la atención.
Al principio pensé "Qué rarito ese tocado que lleva esa señora que va de blanco inmaculado, parece una cofia y todo", y es que ¡Era una cofia!. Una cofia de enfermera de película, porque la señora era una enfermera de película, vestida con su uniforme blanco y su cofia que ya solo se ve en las películas para adultos. Aunque la mujer daba más bien el perfil de enfermera grandota con la que no se enfrenta nadie, y que no necesita decir alguna chorrada como "¿Hoy nos vamos a tomar la medicación?", que ya te tomas la medicación tú solito nada más verla, no vaya a ser que te secuestre si te rompes una pierna en un accidente en medio de un paraje nevado.
Acabó el sermón y otras partes de la ceremonia y llegaron los señores de traje aquellos tan serios, que a larga se vio que sí les iban a ser útiles los guantes, porque llevaban unas enormes bandejas, que entregaban al que se sentaba a un extremo de los bancos y nos íbamos pasando unos a los otros, después de quedarnos, o no, con vasito, similar a donde te dan en el avión, para echarle la leche al café.
Pero esto no era leche, sino el vino de misa. Y es que como hubiera sido un lío increíble tanta gente subiendo y bajando para comulgar, no sé en las demás iglesias, pero ahí han tomado la decisión de que cuando el reverendo da la comunión, los fieles toman el vino a la de tres y se dan por comulgados.
Bueno ¿pero no faltaba algo más importante? Pues sí, y es que para mí sorpresa, después de que todo el mundo levantara el vasito, abrieron una tapita que tenía, sacaron la hostia, la tomaron y después ya abrieron el vino.
Y toda esta práctica a la par que higiénica idea la han sacado de las originales tapas españolas, que todo el mundo sabe que se llaman tapas, porque se servían tapando los chatos de vino. Así es el ingenio español que asombra al mundo.
Vale, es posible que no hayan sacado la idea de ahí, pero no me negaréis que el sistema es exactamente el mismo.
Por fin acabó aquel servicio, y me fui de ahí pensando que aquella era la misa más larga a la que había ido en mi vida, exceptuando quizá aquella Misa del Gallo a la que fui con mis tíos en mi lejana infancia, que duró muchísimo porque cuando leían las escrituras, aparecían niños disfrazados que representaban a María, San José... etc...
Tanta representación de todo lo que iban diciendo hubo, que cuando llegó el momento en que el sacerdote dijo "Cordero de Dios...", mi primo dijo a viva voz:
- ¿Y dónde está el cordero?