Ya
estaba muy claro, antes de la pandemia del coronavirus, que eran necesarios
cambios radicales en la gobernanza mundial para evitar amenazas globales e
irreversibles sobre la propia habitabilidad de la Tierra, procurando a todos
sus habitantes y no sólo a unos cuantos, las condiciones para una vida digna.
Ahora,
después de haber vivido un confinamiento a escala planetaria totalmente
inesperado hace tres meses, es imperativo reflexionar y tomar las decisiones a
escala colectiva pero, sobre todo personal, que permitan reconducir tan grave
situación antes de que sea demasiado tarde.
En
febrero de 2012, publicaba en “Reacciona”, un libro de diversos autores
coordinados por Rosa María Artal, lo siguiente: “Es tiempo de acción… No se trata
de hacer frente a una crisis económica sino sistémica. No de una época de
cambios sino de un cambio de época. En los últimos estertores del
neoliberalismo, los más recalcitrantes representantes del “gran dominio”
intentan convencernos de que volverán a lograr el “estado de bienestar”: el
consumo, el empleo, los horizontes sociales… Todo ello, bien entendido,
aplicable únicamente al 20% de la humanidad, ya que el resto seguiría como
hasta ahora, sumido en un gradiente de precariedades progresivas”…
Es
innecesario, por tanto, insistir en que ahora, ahora sí, los ciudadanos del
mundo ya no vamos a consentir que se repita el agravio histórico que representa
para las generaciones venideras dejar irresponsablemente que se alcancen puntos de no retorno.
He
aquí, resumidas en la medida de lo posible, las fases que pueden conducir a una
nueva era en la que los horizontes actuales se hayan esclarecido:
1.
Toma de conciencia:
-
De la globalidad de las amenazas:
o
Irreversible
deterioro ecológico.
o
Pandemias.
o
Extrema
pobreza.
-
Respuestas globales:
o
Sólo
pueden darlas, como tan lúcida y prematuramente se inicia la Carta de las
Naciones Unidas, “los pueblos”, todos los seres humanos convertidos en actores
del cambio y nunca más espectadores impasibles de lo que acontece.
Por primera vez en la historia, todos iguales en dignidad, sin discriminación alguna por razones de
género, etnia, ideología, creencias…; y capaces de expresarse libremente.
Por fin, “los pueblos” tienen voz y, unidos, pueden tomar en sus manos las riendas
del destino común. Después del fracaso rotundo de los grupos plutocráticos (G6,
G7, G8, G20) está claro que sólo un multilateralismo democrático puede encauzar
la voluntad popular a nivel mundial.
2.
Cambios apremiantes:
-
Transición
de una cultura de imposición, dominio, violencia y guerra a una cultura de
encuentro, diálogo, mediación, conciliación, alianza y paz. De la fuerza a
la palabra. (Declaración y Plan de Acción sobre una Cultura de Paz,
Asamblea General de las Naciones Unidas, septiembre 1999).
-
Transición
de una economía basada en la especulación, deslocalización productiva y guerra
-cada día mueren de hambre millares de personas, la mayoría niñas y niños de
uno a cinco años de edad, al tiempo que se invierten en armas y gastos
militares más de 4000 millones de dólares- en una economía basada en el
conocimiento, en la cooperación y no en la explotación, para la eficaz
puesta en práctica de la Agenda 2030 (Objetivos de Desarrollo Sostenible,
Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas de noviembre de 2015
“para transformar el mundo” ) y los Acuerdos de París sobre Cambio Climático.
Para ello es impostergable reducir los gastos de defensa y aplicar
los medios necesarios para la diligente aplicación en todo el planeta de un
nuevo concepto de seguridad con las seis prioridades establecidas por las
Naciones Unidas:
alimentación
agua potable
servicios de salud de calidad
cuidado del medio ambiente
educación a lo largo de toda la vida
paz
3.
Todo
ello implica otra forma de vivir. Un estilo de vida que permita llevar a
cabo el fundamento general de todos los derechos humanos: la igual dignidad.
La actual brecha social y el olvido permanente de los que viven en condiciones
de extrema pobreza deben superarse, teniendo siempre la mirada puesta en el conjunto
de la humanidad. Ahora mismo, al conocer los datos de los efectos del
COVID-19, debemos pensar en los que sufren cada día las consecuencias de
patologías consideradas por la sociedad saciada como “irremediables”
-desnutrición severa, carencia de servicios higiénicos, enfermedades crónicas
como el paludismo, el ébola, el dengue… pero, sobre todo, de las guerras (en la
guerra de Siria van más de 380.000 muertos, y en la invasión de Irak, basada en
la simulación y la mentira, con miles de víctimas o las de la terrible
“operación Cóndor” desplegada por los Estados Unidos en América Latina en los
años 70).
4.
La solución, el multilateralismo democrático dotado de recursos personales,
financieros, técnicos y de defensa necesarios. Unas Naciones Unidas
actualizadas con una Asamblea General en la que el 50% de los miembros representaran
a Estados y otro 50% representaran a la sociedad civil, en la que hubiera voto
ponderado pero no veto y en la que al Consejo de Seguridad se añadieran un
Consejo Socioeconómico y otro Medioambiental o Ecológico, permitirían, por fin,
poner término a las hegemonías que han permitido hasta ahora la aplicación del
perverso proverbio de “si quieres la paz, prepara la guerra” y resolver los
conflictos, que siempre existirán, a través de la diplomacia y la mediación.
La intervención de un multilateralismo eficiente
permitiría no sólo “evitar el horror de la guerra a las generaciones
venideras”, sino impedir la extraordinaria influencia de grandes consorcios
internacionales, la explotación de los países ricos en recursos como el litio, el coltán, el cobre,
extensiones para el cultivo de soja, carburantes… y, así mismo, pondría fin al
narcotráfico que hoy sigue extendiendo su poderío de manera indiscriminada.
5.
La nueva era
se caracterizaría por el funcionamiento democrático a todos los niveles -¡es incomprensible
que la Unión Europea conceda, de hecho, el veto a todos sus integrantes, ya que
los acuerdos deben adoptarse por unanimidad!- y permitiría eliminar la
corrupción y los paraísos fiscales, atendiendo el asesoramiento de las
comunidades educadora, científica, artística… que hasta ahora han sido
desoídas, lo que ha resultado en la gravísima situación presente. En efecto,
sólo en términos de ecología, la UNESCO ya alertó en los años 70 de la
necesidad de limitar las emisiones de gases con efecto invernadero… y lo hizo
el Club de Roma en 1972 con su Informe “Los límites del crecimiento”… y
la Academia de Ciencias de los Estados Unidos… sin que se obtuviera nunca la
respuesta adecuada.
Hace tan sólo tres años, cuando se
había logrado la Agenda 2030 y la regulación del calentamiento global, gracias
en buena medida al Presidente Barack Obama -¡hasta el Papa Francisco hizo
pública una Encíclica Ecológica!- el
Presidente Trump no sólo requirió y ¡obtuvo! más fondos para defensa sino que
advirtió que no pondría en práctica los ODS. Frente a esta intolerable actitud,
no hubo reacción alguna. ¿Se necesitan más pruebas para que los ciudadanos
del mundo, de una vez, tomen las riendas del destino común?
En el artículo que citaba al
principio terminaba así. “Ha llegado el momento de replantear el sistema, no de
aceptarlo o de adaptarlo. Así se inicia la “Carta de la Tierra”. Nos hallamos
en un momento crítico de la historia, un momento en el cual la sociedad ha
de elegir su futuro… Hemos de unirnos para crear una sociedad global
sostenible basada en el respeto a la naturaleza, los derechos humanos
universales, la justicia económica y la cultura de paz”…
En la nueva era, será el multilateralismo, será la
democracia vivida por cada ciudadano, será la responsabilidad colectiva, la que
permitirá que las generaciones venideras no repitan la terrible frase de Albert
Camus, que cito con frecuencia: “Les desprecio porque pudiendo tanto se
atrevieron a tan poco”.