Estos son los elementos fundamentales para hacer posible el cambio radical que es exigible: conocimiento de la realidad a escala global, lo que permite comparar –una de las principales bases éticas- para apreciar lo que tenemos y conocer nuestras carencias y las de los demás; progresivo porcentaje de mujeres en la toma de decisiones (no llega al 7% en la sociedad actual, todavía con un gran predominio de poder masculino); y capacidad de participación no presencial, por primera vez en la historia, gracias a las modernas tecnologías de la comunicación (SMS, Internet).
Ya no hay excusas para permanecer callados. El tiempo del silencio ha concluido. El poder ciudadano, bien utilizado, podrá ahora expresarse sin cortapisas y no admitir pasivamente lo inadmisible.
De la fuerza a la palabra.
De la insoportable levedad –parafraseando a Kundera- de muchas democracias actuales a democracias con amplia y constante implicación ciudadana.
De la plutocracia representada por los G7, G8, G20… al multilateralismo eficiente, con el Sistema de las Naciones Unidas refundadas a escala mundial.
Los diagnósticos ya están hechos en la mayor parte de los casos. Ahora es tiempo de acción.
Es tiempo de resituar la justicia social y los Derechos Humanos en el centro de las políticas económicas del que fueron erróneamente desplazados por las leyes del mercado, con el lamentable resultado que las crisis actuales –financiera, medioambiental, alimenticia, democrática, ética- reflejan.
Es tiempo de transitar urgentemente desde una economía de guerra (3.000.000 de dólares al día, mientras mueren 60.000 personas de hambre) a una economía de desarrollo sostenible global (energías renovables, alimentos, agua, salud, vivienda).
Es, en suma, el momento, que no debemos desaprovechar, de un nuevo comienzo.