Queremos la Europa faro de la democracia, la Europa torre de vigía.
No la Europa deslocalizada.
No la Europa dependiente. La Europa del Atlántico Norte y Sur, del Mediterráneo, del Pacífico.
La Europa aliada de los EEUU, sí, pero con seguridad independiente y con su propia autonomía, bien visible a escala mundial.
"La paz mundial sólo puede salvaguardarse mediante esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan", podemos leer en la Declaración de Schuman con la que se inició el largo recorrido de la Unión Europea hace 60 años. Ésta es la Europa que queremos. La que sabe que no hay nada que sea ineluctable, que no pueda cambiarse, que no pueda reinventarse, como el día 9 de mayo de 1950 hicieron Schuman y Monnet.
El Año Europeo de la Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, el de 2010, se ha convertido en año europeo de desestabilización, de explotación, de zoco excluyente que cambió valores por dinero.
Hoy formamos parte de este barrio próspero de la aldea global en el que viven no más del 18% de los habitantes de la Tierra. Tenemos que abrir puertas y ventanas para ser solidarios, conscientes de la vergüenza colectiva que representan el hambre, la pobreza, la falta de servicios sanitarios e higiénicos, en tantos y tantos lugares del planeta.
La pobreza material de muchos tiene su origen en la pobreza espiritual de pocos.
Ésta no es la Europa de la Unión que pretendemos y que debemos procurar afanosamente cada día.
A las instituciones financieras que fueron "rescatadas" por el G-20 -plutocracia- en lugar de hacerlo por las Naciones Unidas -democracia- y que ahora desestabilizan al mundo, con noticias falsas, con evaluaciones sesgadas, con argucias de toda índole disfrazadas de "mercado"..., hay que juzgarlas como delincuentes.
Hay que poner fin a una economía irresponsable de especulación, de paraísos fiscales, de deslocalización productiva guiada por la codicia.
Y hay que poner en marcha mecanismos protectores de los segmentos más vulnerables de la población, con fuentes alternativas de financiación (como las tasas sobre transacciones electrónicas, cambio de divisas, tarjetas de crédito, etc.) y la fijación de una Renta Básica que permita a todos disponer de las compensaciones que les permitan alcanzar el salario mínimo interprofesional.
Y sobre todo -no me cansaré de reiterarlo- hay que pasar de una economía de guerra (3.000 millones de dólares al día) a una economía de desarrollo sostenible (energías renovables, producción de alimentos, agua, protección de la salud, medio ambiente, vivienda, transporte...)
Que nadie se engañe: la caridad más justicia, sí; la caridad sin justicia, no. Porque la solución está en el reconocimiento pleno y efectivo de la igual dignidad humana.
La sociedad civil debe comprometerse, pero no asumir responsabilidades que corresponden a los Estados. A sus gobiernos que, en un sistema democrático, son los representantes genuinos de los ciudadanos.
Y los ciudadanos ya no permanecerán como testigos impasibles, resignados...
El tiempo del silencio ha concluido.
Es tiempo de educación a todos los niveles.
Es tiempo de no distraerse. Es tiempo de seguir, tiempo de "alzarse", como nos dice José Ángel Valente en uno de sus versos.
El desarrollo es cooperación y no explotación.
Es ayudas y no préstamos condicionados.
Es com-partir.
Es extender la mano y nunca más alzarla.
Es inventar los caminos del mañana.
Es incluir.
Es comprometerse.
Es involucrarse.
Es ser nosotros mismos construyendo, con nuestro comportamiento cotidiano, una cultura de paz. Con el espíritu solidario y fraternidad que establece el artículo 1º de la Declaración Universal.