Aunque ya lo habíamos comentado y decidido, Elia no paraba de mirar hacia arriba y comentar lo cerca que había estado de la mole caliza y lo que le hubiera gustado subir. Pronto, con las vistas del Valle de Ordesa otra vez, y su interpretación de que es como si hubiese pasado por allí una serpiente de hielo, se volvió a ilusionar.
Las miradas a la Cola del Caballo, se juntaban con las del Monte Perdido, mientras el cielo se empezaba a nublar, lo que me ayudaba a que entendiera lo de buscar una alternativa. Le gustó lo de no bajar por el fondo del valle y optar por recorrer todo el valle desde las alturas por la Faja de Pelay.
Poco a poco íbamos cogiendo altura en un lateral del valle, justo enfrentado al que recorrimos el día anterior.
Mientras unos ratos el sol entraba en el valle, otros las nubes se apoderaban del cielo. Las vistas del Río Arazas que teníamos desde arriba no nos dejaban indiferentes y comentamos la necesidad de volver para verlo con agua abundante para disfrutar más de él, si cabe.
Como nos manteníamos a la sombra, estábamos bastante frescos y el bosque empezaba a regalarnos especies diversas por momentos. Abedules, pinos negros, abetos, hayas, servales de diferentes tipos y arces los podíamos ver en un trozo pequeño de monte sin movernos ni un paso.
Además el otoño empezaba a dejarse notar y cada especie lucía galas diferentes con lo cual el cóctel de colores empezaba a estar servido.
Elia se dio cuenta enseguida de que se veía la Brecha de Rolando desde donde estábamos y gritaba: "¡mira papá por allí pasamos ayer, que lejos está hoy, con lo cerca que lo teníamos ayer!". No se había dado cuenta de que también se veía parte de la Faja de las Flores y cuando le ayudé a localizarla solo acertaba a decir: "¡ostras, me encanta!".
El fondo de valle cada vez se veía mas abajo, y las laderas empinadas del otro lado del valle hacían suponer que nosotros estábamos en una zona parecida, por lo profundo del agujero que teníamos a nuestros pies.
En el Mirador de Calcilarruego paramos a echar un bocado. Desde allí veíamos la pradera donde teníamos aparcado el coche y unas vistas espectaculares del valle. Elia comentaba que ahora si que podía decir que había visto Ordesa, ya que la otra vez que estuvo con la escuela "solo vimos unas cascadas...", comentaba.
La bajada por la Senda de los Cazadores tampoco le dejó indiferente. Disfrutó del rápido descenso y del trazado de la senda. No obstante le encontró un fallo, el hecho de no poder correr en la bajada no era lo habitual, pero si se compensaba con todo lo que había conocido y disfrutado.
En la Pradera de Ordesa nos cambiamos de ropa, chocamos las manos, y nos tomamos un refresco antes de partir para casa con un montón de cosas para contar a mamá. Solamente teníamos que volver para ver el río más cerca, subir a dormir a Góriz donde nos trataron de maravilla y subir a Monte Perdido, pero el fin de semana había salido redondo.