Las previsiones se cumplían, y después de un buen chaparrón el sábado, el domingo amaneció fresco y despejado. Subimos por la Foya de los Ingenieros y no nos quitamos el forro hasta la Foya Manaté, aunque continuábamos con la manga larga.
Como siempre, además de caminar a gusto, Elia no paraba de encontrarse cosas. Móviles de piedra, flores, varitas mágicas, cucarachas, saltamontes,...Aunque esta vez localizó una puesta curiosa que no le dejó indiferente y a mi tampoco. Repasando la diferencia de color entre el haz y el envés de determinadas hojas vimos unos puntitos plateados y ordenados que alguien habría colocado allí. Como no lo sabíamos le echamos una foto y ya, al poco de empezar, nos bajábamos tarea de investigación para casa.
Poco después de un tentempié, Elia ya veía la punta de Petrachema y la cantidad de gente que allí había y subía y bajaba por su larga arista. Por nuestro camino también había gente y conforme avanzábamos nos encontrábamos con más.
Justo cuando íbamos a ver nuestro objetivo, un nevero hizo que Elia se callara, que ya es raro, porque siempre tiene algo que contar y va enlazando unas cosas con otras sin parar. Estaba justo debajo del camino y al verla tan paralizada y silenciosa le pregunté si quería acercarse a tocar la nieve. Antes de responder ya se había echado pedreguera abajo como una posesa. Otra vez arrancó a hablar pero esta vez era un monotema: la nieve. "¡Que estamos a final de agosto!", "¡Que montón y que fría está!", "si me monto encima ¿se hundirá?".
Comentando la experiencia vivida, nos plantamos en la punta del Mallo sin darnos cuenta. Otra vez lo que veía hacía que Elia volviera a parar de hablar. El mar de nubes y las vistas desde arriba lo copaban todo.
Otro bocado volvió a hacer reaccionar a Elia y retomó la contínua conversación. Pronto decidimos bajar y volver por la Plana Diego para completar una circular, eso si, después de esconder una varita mágica en la misma punta.
Lo de bajar de un "pico de mayores" por diferente sitio al de subida para completar una circular, le encantó a Elia. Sucesivas carreras y paradas para esconder piedras de multitud de formas se alternaban con el conteo de saltamontes con alas azules.
Desde el Paso del Oso vimos como la sequía de este verano quedaba patente por todos los lados. Mientras la hierba seca dibujaba perfiles curiosos, bandas de hayas con menor cantidad de suelo se secan irremediablemente ante la falta de agua.
Casi teniendo que poner la chaqueta en el bosque, llegamos al Achar del Caballo por un sitio nuevo para Elia. Se puso contenta de llegar a este lugar, en el que había estado tantas veces, pero por otro sitio diferente, tanto como de ver cerca el Refugio de Linza donde íbamos a comernos unos huevos fritos para completar la excursión como mandan los cánones. Día redondo donde disfrutamos del monte y Elia cumplió otro de sus objetivos.