Todos estaban paralizados. Márquez temía que, al movérsele un sólo pelo, alguno de los atlantes lo pudiera matar. Iban armados con armas de todo tipo, desde ametralladoras hasta simples espadas, y en sus rostros se les transparentaba la sed de venganza que probablemente acabaría con sus vidas. Nada podía pararlos, así como nadie iba a cambiar el destino de los tres hombres que, frente a ellos, amenazaban su existencia. Al principio, sólo se fijó en los soldados corpulentos y ataviados con prendas castrenses, impertérritos ante la guerra, entrenados para sufrir y hacer sufrir, pero pronto se percató de que también había niños y ciudadanos ajenos a todo aquello que ellos habían comenzado. Miró al Inspector, que le devolvió la mirada aterrorizado, acostumbrado a vivir alejado de lo que sucedía en el campo de batalla, y pensó en la misión de la que iban a ser víctima. Era evidente que el pueblo atlante quería evitar darse a conocer y, aún así, ellos debían de destapar sus vidas clandestina...
Blog de relatos y artículos literarios.