El que hoy comento se incluye en uno de los posibles
enfoques al tratar este tema que es el de la narración de la biografía de
alguien que vivió la época y sufrió persecución. En este caso se trata del
padre de la autora que, habiendo nacido en 1927, estuvo internado en varios
campos de concentración y al finalizar la guerra fue recluido en un orfanato
específico para jóvenes judíos ya que había perdido a gran parte de su familia.
Son varios los libros que han utilizado este enfoque y
suelen ser muy interesantes porque muestran la represión y sus efectos a partir
de realidades muy concretas. Sin embargo, en el caso del libro de Sznajderman
el tratamiento que ha hecho hace que sea un texto tremendamente irregular y,
creo, no demasiado interesante al menos para un lector español, con la salvedad
de lo que enseguida comentaré.
El primer capítulo lo dedica a mostrar la familia de su
padre con gran profusión, excesiva para mi gusto, de material fotográfico.
Familia que en su mayor parte desapareció en el Holocausto. En el segundo sigue
indagando pero más centrada ya en su padre y en él afirma:
“Este libro nace de sus silencios: mi padre es de los que permanecen callados, su silencio es enorme, abismal; una puede ahogarse en él fácilmente. Por eso empecé a recordar: en contra de ese silencio, en contra del olvido y en contra de la nada que quisiera engullirlo todo.” (p. 110)
Luego dedica bastante espacio a su “familia polaca”, es
decir, a su familia materna porque, no lo he dicho hasta ahora, la autora
proviene por parte de padre de una familia judía asimilada, pero la otra pata
es una familia polaca (esta diferencia la hace la propia Sznajderman a pesar de
que, como acabo de decir, se trataba de una familia judía asimilada y, por lo
tanto, podríamos pensar que era también una familia polaca).
En esto está lo mejor del libro o, al menos, lo que a mí más
me ha aportado y me ha resultado más interesante. Me refiero a las más o
menos treinta páginas que dedica a
contar las actitudes del pueblo polaco con respecto a la población judía. Tengo
que advertir que, como ya he dicho muchas veces en distintas entradas del blog,
mi actitud hacia el pueblo polaco está muy marcada por la serie documental
Shoah de Claude Lanzmann. Desde que la vi he tenido un sentimiento de fobia
hacia ese pueblo que se consolidó con el “Papa polaco” y más recientemente con
los gobiernos que democráticamente están eligiendo. (Estos días me estoy
reconciliando un poco viendo la solidaridad que están demostrando con los
ucranianos que huyen). Debido a esa fobia me han interesado las informaciones
que da la autora que no son, desde luego, muy favorables y me reafirman en mis
sentimientos.
Volviendo al libro, dejo tres fragmentos como ejemplo del tipo de actitudes hacia los judíos:
“Me pregunto cómo eran las relaciones con vuestros vecinos polacos. ¿Manteníais alguna? Lo dudo mucho. Los polacos no acostumbraban a entablar amistad con las familias de judíos asimilados, pero, en cualquier caso, me gustaría creer que no fueron vuestros conocidos ni vuestros vecinos los que en 1942 acudieron a toda prisa con sus carromatos a desvalijar las casas (…) después de la liquidación de los guetos locales” (p.28)
“(…) El mundo judío no existía para la nobleza rural polaca. Y, si existía, solo era un parte de su mundo: una parte imprescindible solo de vez en cuando. Jamás igual, siempre peor, siempre sumisa, nunca digna de un interés verdadero, y solamente a ratos necesitada de los cuidados y de la protección de los señores.” (p.223)
“La Iglesia católica también apeló al Papa para que salvara
a los católicos perseguidos, pero no mencionó a sus hermanos judíos.” (p.224)
Este es el núcleo de lo que puede interesar más a un lector
español de un libro que a lo largo de sus casi 300 páginas se hace un tanto
complejo de seguir por la dificultad de los nombres de personas y pueblos
(hubiera sido enormemente útil un organigrama familiar como suele haber en este
tipo de libros). Además, se detiene en más de una ocasión en enumerar los
lugares, calle y número, donde había una tienda de calzado, una pastelería,
etc., que pueden interesar a un habitante de la zona, pero no a otro tipo de
lector.
Por estas cosas considero que es un libro muy irregular,
bien escrito, con la frialdad necesaria en muchos momentos, pero también con
pasión en otros, aunque, al menos en mi caso, el interés decaiga en demasiados
tramos.
Monika Szajderman, Los
falsificadores de pimienta. Una historia familiar.
Traducción: Anna Rubió y Jerzy Slawomirski.