Hace poco he publicado aquí un texto sobre las "excusas", los pretextos que los distintos artistas ponen para justificar su "hacer". El estilo buscado, el estilo como una disciplina deliberada ("voluntad de estilo") entra en la categoría de estas "excusas". Otra acepción de estilo sería el "estilo real", el estilo resultante, normalmente involuntario, que finalmente va afectando a la apariencia de la producción de un artista, y por extensión, de una escuela, un periodo histórico o una región del planeta. Es esta acepción de "estilo" la que Gombrich estudia en su brillante ensayo
"Arte e Ilusión".
En realidad el hecho de que en un artista la
voluntad de estilo y el
estilo real coincidan es secundario. Entendido como el estilo real, el estilo resultante -deliberado o no- es algo que trasciende a las "excusas" y constituye efectivamente un apasionante objeto de estudio en todo el arte de cualquier época y lugar. Quizá no en todas las épocas se ha sido consciente de la existencia del estilo como algo distintivo, o al menos no en todas las épocas los artistas han sido conscientes de que podían variar el estilo, la apariencia de sus obras casi a voluntad.
Como la intuición va por delante de la mente, lo cierto es que este tema, mucho antes de que yo tomase conciencia de su importancia, se había convertido para mí en un foco de atención tanto como espectador que como practicante del arte.
Es por esta fascinación por los estilos, por esta conciencia que siempre tuve de que eran en realidad algo
elegible por lo que seguramente me he sentido atraído por algunos artistas que precisamente hacían gala en su obra de ese mismo conocimiento.
Picasso, por ejemplo, que fue cambiando de estilo, dejando a sus seguidores exhaustos o perdidos, en ocasiones mirando al pasado y en otras sacándose de la manga nuevos dogmas que en seguida él mismo dejaba de cumplir;
Stravinsky, su alma gemela en la música (uno de mis autores favoritos).
David Hockney dio un paso más, y no sólo utiliza diferentes estilos en sus obras, teniendo unas realistas, otras expresionistas... sino que combina varios estilos en una misma obra.
Esta revelación sobre lo intercambiable del estilo la tuve de niño al hojear los libros de pintura que tenía mi madre en casa. Me ha hecho, por una parte, relativizar y desmitificar el asunto del estilo, lo cual seguramente es bueno. Pero también me ha impedido apostar por algún estilo en concreto con la ilusión del creyente. Sabía, por los experimentos de Picasso, Stravinsky y Hockney, que el estilo era como una careta, una especie de adorno como los que los arquitectos victorianos superponían a sus estructuras de fundición. Y por esa razón sabía que algo de impostura residía en esa apariencia. En el fondo equiparaba el estilo al efectismo puro y duro. Y seguramente en parte suele ser así. Durante años he renunciado conscientemente a dejarme llevar por los estilos históricos o contemporáneos, intentando purificar mi arte para que el estilo consistiera en la misma desnudez del dibujo o la pintura "puros".
Pero evidentemente, hasta el renunciar al estilo o incluso despreocuparse de esta cuestión es tan inútil como perseguir un estilo determinado: el resultado, sea el que sea, por muy desnudo de estilos que pretenda mantenerse, tiene finalmente un "acabado" concreto, y además está condicionado por un modo de hacer personal de su autor, con lo que finalmente hay siempre un estilo reconocible.
Esto lo aprendí por propia experiencia, ya que en mis dibujos, en los que había evitado copiar los tics estilísticos de mis maestros y compañeros o los de mis más admirados artistas, la gente -y yo mismo- reconocía mi mano. La confirmación vino durante los largos quince años que llevo dando clases de dibujo y pintura. Mis alumnos, quieran o no, siempre acaban haciendo dibujos parecidos a los míos. Porque inevitablemente, por más que me esfuerce en no tocar sus ejercicios, acaban "pensando el dibujo" con criterios semejantes a los míos. Comparados con los de mi mujer, mis alumnos dan más importancia a la línea que a la mancha, perfilan más, utilizan menos las texturas...
La última exposición que he preparado,
"Desajustes" (hasta el 30 de mayo en A Coruña) me ha hecho más consciente de este asunto, al combinar dos visiones diferentes (a veces dos acabados y estilos diferentes) en una imagen nueva. Una "excusa" como esta, basada puramente en la técnica, ha terminado por conferir a los cuadros de esta exposición un acabado o estilo inconfundible y muy alejado de lo que Raoul Dufy y su hermano hicieron durante años mediante un recurso técnico análogo. Al final mis cuadros son 100% Anxo del mismo modo que lo eran los que no estaban "desajustados".
Si lo pienso, este tema de los estilos ya lo había abordado en algunos cuadros que pinté con anterioridad. Por ejemplo:
"Yo no encuentro, busco", de 2007, en el que dividí el cuadro en 16 partes, cada una con un estilo distinto; o
"Por San Xoán molla o pan" con la que gané un premio en Madrid, en el
concurso de Anfaco del año pasado, imitando ese estilo informalista-dibujoso que suele verse en tantas exposiciones. Seguramente el estilo es una de mis obsesiones desde siempre, aunque yo mismo no lo supiese.
En fin, que el asunto del estilo tiene mucha miga. Hemos perdido seguramente para siempre la unidad de estilo de otras épocas y esa bendita despreocupación que permitía a los barrocos buscar el estilo entendido como excelencia y no como ropaje de sus obras. Pero precisamente por eso, porque hoy podemos darnos cuenta de que el estilo es elegible pero al fin y al cabo inevitable, también creo que no deberíamos, como artistas, obsesionarnos hasta tener sudores fríos por esta cuestión. Lo estilístico tampoco debería ser una "disciplina de partido", pues en realidad el estilo lo elegimos nosotros y nada impide cambiarlo cuando sea necesario. El estilo es una cuestión secundaria, puesto que incluso aunque renunciemos a crear un estilo nuevo o a adoptar uno existente nuestras obras siempre tendrán un estilo determinado, y si el talento nos acompaña nuestras obras siempre se reconocerán entre las de otros, del mismo modo que un Picasso o un Hockney se reconocen siempre como tales sea cual sea el color que estos artistas-camaleones hayan adoptado.