En este blog y en otros foros de debate he hablado muchas veces sobre el goce estético. Yo soy de la opinión de que el arte es intemporal, y que de alguna manera, el buen arte siempre irradia algún tipo de energía que sólo algunos son -somos- capaces de percibir. En realidad no se trata seguramente de energía mensurable sino de alguna sutil ordenación formal que para la mayoría de las personas -no sensibles a ella- pasa inadvertida.
Por supuesto, esta conclusión siempre me ha puesto en contra a jaurías furiosas que me insultan, me ridiculizan o piden directamente mi cabeza. Gente que se supone capaz de disfrutar del arte, pero que se siente excluida por esta teoría, y se rebotan contra mí. Realmente, muy pocas veces encuentro gente que opine en este sentido igual que yo; gente que anteponga el disfrute puro, de la obra en conjunto, a otras consideraciones históricas, literarias, biográficas, técnicas...
Pero con el tiempo he aprendido a sobrellevarlo.
Hoy mismo estuve charlando con
mi mujer sobre este tema. Ella me contaba que cuando ve una obra de arte, simplemente la disfruta, se emociona con ella. Sólo después, pasado el primer momento de "shock" o enamoramiento puede fijarse en el tema, la técnica, la composición... En cambio, si la obra es menos buena esas consideraciones, precisamente son lo primero que le viene a la cabeza. El goce estético (o éxtasis estético si se prefiere) no tiene lugar, por lo que no puede bloquear la lectura intelectual. A veces, si llega algo de goce estético es sólo por partes, al analizar tal o tal otra zona, pero no es completo: no impregna todo y lo inunda, como sucede con la obra de arte grandiosa.
Tratando sobre estas cuestiones, derivamos hacia la obra maestra y la que sólo tiene valor histórico. De la primera quizá se escriban libros, pero serán esencialmente semejantes a los que se podrían escribir sobre otras obras semejantes del mismo período, más mediocres. Inmediatamente recordé
un artículo aparecido en "XL Semanal" en el que Juan Manuel de Prada habla de los análisis que los "expertos" hacían en una ocasión de "La Última Cena" de Leonardo da Vinci.
Y es así, precisamente. Con obras de tal nivel artístico, ni Carmen ni yo podemos ver más que la obra, redonda, completa y unitaria, magnífica. Sólo después de extasiarnos en su contemplación repararíamos en que se trata de una "Última Cena" según el típico modelo de la época -del que habla Juan Manuel de Prada- y desmenuzable en datos concretos. Pero en la visión de otras muchas
últimas cenas de la época, más mediocres, como no hay arte -de primera fila- al que aferrarse, sólo podemos estudiar los cuadros histórica, iconográfica, técnica, formal, compositivamente...
Quizá algunos se escandalizarán con todo lo que he escrito aquí. Que me dirán: ¿y por qué tú te crees sensible al arte? ¿Por qué crees que sólo vuestra forma de ver los cuadros es válida? ¿dónde te sacaste el carné de veedor de arte? y cosas semejantes.
Pero hablo de goce estético, de placer, de una suerte de enamoramiento que a mí -y a más gente, claro- me ocurre con algunas obras de arte. No es tan difícil de entender, hay un símil universalmente conocido: el
amor.
Cuando uno se enamora, la persona amada se ve entera, perfecta, deslumbrante. Después puedes fijarte en cosas secundarias: nivel cultural, preferencias, gustos, familia, procedencia...
Pero si no hay enamoramiento, lo único que veremos es precisamente las otras características secundarias. Con el roce, al estudiar a la persona, quizá más tarde nos demos cuenta de que posee cierta belleza o hasta lleguemos a cogerle cariño. Pero falla lo principal. Que veamos a una persona como culta, afín, bien educada, de buena procedencia, etcétera no va a ser suficiente para que nos enamoremos. ¡Cuánta gente no se ha enamorado de quien no le convenía!
Evidentemente todos podemos enamorarnos, pero no todos llegamos a experimentar el amor del mismo modo. En el caso del goce estético se trata de una capacidad escasa, que no se da en todo el mundo. Pero igual que con el amor, el goce estético, el amor al arte, no tiene que ver con su racionalización, y depende muy poco de los conocimientos concretos (técnicos, históricos, formales...) adquiridos. Del mismo modo que el arrebato amoroso puede llegarnos en la adolescencia o incluso antes, el arrebato estético no tiene edad. Pero como el amor, gana en hondura cuando la persona es más honda, cuando tiene más profundidad y experiencia vital.
Quizá, como con otros sentimientos, en realidad todos estemos más o menos capacitados para dejarnos llevar, para sentir ese goce, ese amor estético. Sólo que otras cosas nos impiden dar rienda suelta a esos sentimientos. Normalmente tendemos a intelectualizar todo lo que tiene que ver con el arte.
"El sentir Romántico era..." "Panofsky opinaba..." "Adorno escribió..." Cosa que no permitimos ni con la música, ni con el cine, ni por supuesto, con respecto a la persona amada.
Dejarse embaucar por la intelectualización del arte es profundamente estúpido: estúdialo si quieres, pero ¡el arte no se hace para estudiarlo! ¡Está vivo! Primero se trata de sentir, de dejarse arrebatar, de enamorarse. ¡No necesitamos saber quién es Leonardo ni cómo nació la perspectiva central para que la Última Cena nos deje boquiabiertos!