
Estaba en quinto curso (diez años) y una chica de octavo me había invitado a su cumpleaños, pero mi madre solo me permitía ir si me acompañaba mi hermano un año menor que yo.
Así que aparecimos los dos después de haber pasado una vergüenza infinita diciéndoselo a la chica, que afortunadamente no puso ningún problema, ¡¡¡mi primera fiesta!!!, si, con hermano de guardaespaldas, pero fiesta al fin y al cabo...
Cuando uno es niño las risas salen con una facilidad pasmosa.
A la hora de cortar la tarta, la cumpleañera dejó caer el trozo que pretendía poner en un plato, todos empezamos a reír, pero mi hermano tenía una de esas risas incontenibles y contagiosas y un acto tan tonto nos tenía a todos partidos de la risa, tanto que Isabel, así se llamaba e imagino que se llamará la homenajeada, tenía el trozo de tarta en la mano rescatado del suelo y como no podíamos parar de reír, las lágrimas se nos saltaban, a ella también y fue a coger el pañuelo del bolsillo ¡¡¡con la misma mano de la tarta!!!, metiendo esta en el bolsillo.
Eso ya fue el colmo, creímos morirnos de tanto reírnos, pero en ese mismo momento apareció su madre para ver que eran esas risas.
La cara de la madre al ver a su hija metiéndose un trozo de tarta en el recién estrenado vestido era un poema, se le hinchó la vena del cuello y roja como un demonio empezó a reñirle:
-¿Pero se puede saber que haces?, es que estás loca, payasa que eres una payasa, siempre haciendo el tonto y todo el mundo riéndose de ti, ¡¡¡queréis dejar de reíros!!!, veremos a ver si te has cargado el vestido, esas manchas de fresa no van a salir!!!...
Cuanto más gritaba la madre más nos reíamos todos, cuanto más nos reíamos más se enfadaba la madre, Isabel intentaba hablar pero no podía, ¡ninguno podíamos!, ¿como hablar? si nos faltaba el aire de tanto reírnos sin poder controlarlo...
La desquiciada madre que pensó que nos reíamos de ella, empezó a coger niños por el pelo y a echarnos de su casa hecha un basilisco, dando cates a diestro y siniestro, todos salimos corriendo escaleras abajo y paramos en los peldaños tirados de la risa incapaces de movernos, desde arriba seguían llegando los ecos de las voces de una madre en pleno ataque de ira y de una hija en pleno ataque de risa.
Nunca ninguno pudimos cruzarnos con esa señoras sin sentir vergüenza, nunca ella pidió disculpas por su salida de tono, al fin y al cabo eran otros tiempos en el que los mayores se respetaban con o sin razón, hoy ya no tengo claro si la vergüenza era propia o ajena, pero creo que ninguno olvidaremos nunca ese cumpleaños.
Propuesta de Maese Tésalo, el resto de vergonzosos en su casa.