Por José G. Obrero
Entonces tomó la nota y la miró al trasluz como buscando rastros de una caligrafía oculta…
Cuando él entró en la oficina de información turística sólo buscaba pasar la tarde en esa ciudad. Se encontraba de camino hacia su destino definitivo y decidió detenerse al ver aparecer su perfil calcáreo tras una colina. Besadora, ummmh, este nombre vale una visita, y giró el volante cuando vio el desvío que la anunciaba a tan sólo dos kilómetros.
…repasó la nota de nuevo intentando descifrar aquellas palabras que el forastero había escrito con infinidad de errores por cuestiones de idioma y sonrió…
Localizar la oficina no le resultó difícil. El centro de la ciudad estaba bien señalizado y al llegar a él aparecieron los carteles que anunciaban la Catedral, la Plaza de Santa Lucía, restaurantes y hoteles y por supuesto, la oficina. Antes de entrar preparó mentalmente una lista de necesidades y dudas en el idioma local para perder el menor tiempo posible: “necesitaría un mapa de la ciudad” “¿Qué puedo visitar?” “¿Dónde me recomienda comer?” y abrió la puerta acristalada.
No había nadie dentro, ni visitantes ni trabajadores. Sin embargo, comprobó que un ordenador estaba encendido. Echó un vistazo a los folletos que había encima de la mesa y se sentó en la silla destinada al público. A los pocos minutos la puerta se abrió y apareció una chica con un café en un vaso de plástico.
–Hola, ¿llevas mucho rato esperando?- Le dijo ella con una sonrisa enorme, casi sincera.
Ella ocupó su puesto y con exquisita profesionalidad le mostró un mapa, marcó con equis aquellos lugares que el viajero no podía perderse en Besadora y lo acompañó todo con explicaciones detalladas, anécdotas, historias y leyendas, estaba claro que a ella le apasionaba su ciudad, “es un lugar maravilloso”, “es un rincón único”, “la plaza te va a enamorar”. Y sí, pensó él, la primera persona que te recibe en una ciudad nueva pasa a ser una suerte de embajadora, de personificación de calles y edificios y Besadora le estaba gustando cada vez más.
…Observó el trazo nervioso de la caligrafía marcadamente inclinada hacia la derecha y con picos exagerados en las eles y las pes…
Hacia rato que el viajero no estaba concentrado en la explicación que había pasado a ser un rumor de fondo que acompañaba una boca carnosa, unos ojos vivaces y rasgados, uñas pintadas de rojo y enormes pechos que se agitaban al reír. Ni si quiera se dio cuenta de las veces que ella tuvo que hacerle esta pregunta: “¿te gusta la música clásica? ¿Te gusta la música clásica? Perdona: ¿te gusta la música clásica?” “Eh, ah, sí, en general, sí, claro”. “Pues esta noche las principales plazas del centro histórico tienen conciertos gratuitos, solistas, tercetos, orquestas, dependiendo del lugar. Toma, aquí tienes la programación”. “¿Tú piensas salir a ver algo esta noche? Podríamos ir juntos” esta era la pregunta que no llegó a pronunciar y que se quedó atrapada en las cuerdas vocales. Pensaba esto mientras recorría las calles, imaginaba todas las letras del alfabeto intentando soltarse de esa maraña, escalando deprisa por su garganta para componer la pregunta no formulada. Sin embargo sí fue capaz de preguntar su nombre: Ágata (una Ágata, eso sí, con pechos, pensó).
La tarde transcurrió en Besadora y el viajero no se había marchado, ensimismado en las pruebas de sonido para los conciertos de la noche y albergando el deseo bastante improbable, de encontrarse a Ágata por las calles, sola, vestida con un traje de noche, el pelo suelto, caminando hacia él con una de sus sonrisas. Nada de eso sucedió y cuando se fue a dormir comenzó a planear la manera de volver a verla y hacerle la pregunta (joder, si es muy sencillo, no pasa nada) que no tuvo el valor de formular. Llegaría a la oficina y, para que no resultase muy brusco le daría las gracias por sus explicaciones y recomendaciones “me encantó el restaurante que me dijiste. El concierto en la plaza de las Lilas fue una maravilla. Quería darte las gracias por todo. Oye, esta noche pienso quedarme, ¿Por qué no me acompañas? Si te apetece, claro”.
A la mañana siguiente se dirigió a la oficina con su estrategia estudiada y ensayada varias veces. No estaba nervioso, eso daría más credibilidad a su interpretación. La oficina estaba abierta pero el lugar de Ágata lo ocupaba un chico. “Hola, venía a saludar a Ágata”, “Ágata no trabaja hoy, se ha pedido el día libre”. Durante unos minutos se vino abajo, todo el andamiaje se había desplomado. Una nueva idea cruzó por su cabeza, algo que podía llamar la atención de Ágata y hacerla sentir especial. Sí, una mujer no resiste a eso, y si ella reacciona (qué lo hará) regreso, todavía me quedan muchos días de vacaciones. Pidió al chico de la Oficina papel y bolígrafo y comenzó a escribirle una larga nota agradeciéndole la explicación, detallándole sus actividades de la noche anterior y finalmente, entrando en lo personal con delicadeza “me gustaría tener la oportunidad de ver Besadora contigo. Me gustaría que me acompañaras. Si te apetece la idea aquí te dejo mi teléfono”. Salió de la oficina con el pecho henchido de placer, orgulloso de sí mismo, de sus recursos y sobre todo de su valentía.
…Tras esto dobló la nota por la mitad y la depositó en una bandeja atestada de ellas. “Otra más” le dijo a su compañero resoplando.