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jueves, 3 de marzo de 2011

La jefa


Por Raquel Casas

La jefa entró tarde y sin afeitar. Todos la miramos pues corría de un lado a otro preocupada por el traje manchado y, en cambio, no se percataba de la sombra que recorría su rostro. Es postiza, dijo Gómez, hoy es jueves de Carnaval. Es suya, repuso Fernández, fíjate en los pelitos, son muy cortos. Yo la observaba desde mi mesa y no acertaba a decidir si era falsa o auténtica. La jefa no es muy carnavalera, todo lo contario, es una persona muy seria y ni siquiera le gustan las bromas. Así que me decanté por pensar que era de verdad, aunque sin tocarla o verla de cerca era tan difícil decidir... Nadie se atrevía a decirle nada. La jefa ya estaba más tranquila, con su camisa blanca de repuesto y el pelo repeinado y recogido con unas horquillas. Se puso a trabajar. Yo no podía parar de mirarla de reojo. Me producía una extraña sensación, algo entre la pena y la risa. Entre los compañeros corrían risas y rumores, señalaban sus barbas con la mirada o con un gesto de la cara. Fue la secretaria del departamento de Logística la que le acercó un espejito con la mano temblorosa. Todos nos temimos lo peor, pobre secretaria. No mirábamos hacia el despacho pero escuchábamos con atención; no se oía ni una tecla. Y no salía ni un ruido de allí. La secretaria salió con la cabeza alta y media sonrisa, y a continuación se cerraron las cortinitas y un reconocible brum brum de máquina de afeitar rugió en su interior.

*

jueves, 26 de febrero de 2009

Purpurina


Per Raquel Casas


Duc purpurina als llavis, Chanel a l'escot i una disfressa de tigre.

A les festes bec còctels sense remei i quan me'ls acabo canto com Ofèlia, com la Piquer.

Col·lecciono records de ciutats en una vida rosa i ja no llegeixo novel·les d'amor perquè el meu cor pervers s'ha calmat.


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martes, 24 de febrero de 2009

¿Autodefinición?


primera máscara

profesor lector ¿escritor? bebedor




segunda máscara

agnóstico apátrida anárquico ideológicamente anémico

siempre antagónico a menudo esdrújulo



tercera máscara

entre ahíto y satisfecho a veces hastiado

Entonces me refugio en los libros las películaslas cocinas los viajes


cuarta máscara

normalidad y cotidianeidad estoicamente asumidas

raramente alguna aventura

a excepción de las que se viven en la lectura


quinta máscara

hijo amigo compañero pariente

por vocación polemista y diletante


sexta máscara

permanentemente enamorado y sorprendido

demasiado a menudo indignado


séptima máscara

hoja en negro

cuello de cuervo

miedo al miedo

y algo de paz

domingo, 22 de febrero de 2009

FUERA MÁSCARAS

Por Rufino Pérez


*** Me adelanto a la semana temática, más que nada porque este fin de semana es cuando se ha celebrado el carnaval y tengo el tema de las máscaras reciente. Espero vuestra indulgencia.


Soy de los que cree que debajo de la máscara que todos llevamos, puede haber otra máscara y otra y otra, como las muñecas rusas. Hasta llegar al yo, posiblemente ni siquiera uno mismo sepa el camino.

Muchas veces me pregunto si la capacidad de relación y bla, bla, bla no esconden una vieja inseguridad. Tal vez, pero la siento tan lejana que ya no la identifico, entonces tampoco puedo afirmar esa relación causa-consecuencia.

Otras, me pregunto si las mil y una tareas, proyectos, asociaciones –todas ellas lícitas, ninguna de malhechores- en las que ando metido, no esconden una profunda insatisfacción, una búsqueda de sentido a la vida, algo que llene. Pero tampoco me siento insatisfecho con la vida, al contrario, creo que la vida me ha sonreído lo suficiente y que aún tiene mucho para ofrecerme.

Así que, no busco nada. En realidad, no tengo sensación de búsqueda. Y si ahora me quedase sin nada de todo en lo que estoy metido, si ni siquiera me dejaran ejercer mi profesión –que me gusta tanto- creo que no me desesperaría, porque siempre podría echar mano de un libro. Y si tampoco lo tuviera, siempre podría escribir y guardarme lo que escribo (porque lo de publicar, lo tenemos crudo, amigos).

¿Soy conformista? Tampoco lo sé. Pero hay una probabilidad de saber quien soy: dejar que los ojos que me miran atraviesen la piel y lleguen hasta donde quieran o puedan.

Una vez, un primo mío, jugando, cuando éramos chavales, se había peleado conmigo y me llamó “cobardica”. Estoy pensando que aquellos ojos, son de los que supieron llegar dentro. En fin. Con máscara o sin ella, quiero pensar que soy amigo de mis amigos y un humano más con algún rasgo alienígena. Nos vemos en el Carnaval.

martes, 20 de febrero de 2007

Máscaras y caramelos

Por Carlos Rull
En plena resaca del carnaval, me siento ante el ordenador e intento que las ideas, que nadan desenfadadamente entre los restos de la borrachera y el agotamiento, se vayan ordenando para producir algunas oraciones coherentes y algún mensaje inteligente. El esfuerzo es bastante infructuoso, así que no esperéis mucho de mi artículo de hoy.

No siento un especial apego por las fiestas carnavaleras: lo que debería ser una inmersión total en la trasgresión, la provocación, la crítica, el desenfreno, la igualdad absoluta, suele convertirse en una excusa para la borrachera continuada y la exhibición impertinente de horteradas chabacanas y humor paleto. Lo que debería ser la época del año en que más intensamente fuésemos nosotros mismos, pues ya nos obligan a ir disfrazados a diario, es a menudo sólo un esperpéntico escaparate para que los ricos luzcan sus carísimos disfraces muy sobrevalorados y para que los amiguetes del concejal de turno luzcan sus carísimos disfraces muy subvencionados. Demasiado a menudo el carnaval no pasa de ser una caricatura del Carnaval. Sería tal vez éste un buen momento para profundizar en el origen pagano de estas fiestas y en su posterior adulteración cristiana, pero mis ideas siguen vagando entres vapores de resaca y no me veo capaz. Consultad la Wikipedia si os apetece.

En resumidas cuentas, a rasgos generales, y salvando las chirigotas, no me gusta el carnaval. Algo especial deben tener, sin embargo, mi Vilanova i la Geltrú y su carnaval. Me han hecho falta tres años y medio viviendo lejos de ella para empezar a darme cuenta de ello. Supongo que a todos nos pasa: la nostalgia del terruño y, sobre todo, la añoranza por aquellos que hemos dejado allí. Acabo de volver a la rutina después de un agotador fin de semana de “disbauxa” – desenfreno, como decimos allí – y me he dado cuenta de la enorme originalidad y hondo significado de la fiesta emblemática del carnaval de la ciudad que me vio nacer: las Comparsas. La Guerra del Caramelo.

Sí, hondo significado. Como movilización casi espontánea y profundamente democrática de miles de personas (de 6.000 a 8.000 parejas en los últimos años, esto es, entre doce y dieciséis mil personas, en una población de unas 60.000 almas, un porcentaje casi mayor del que ha ido votar el estatuto de Andalucía), de miles de personas, decía, que salen a bailar y saltar por las calles, enardecidas al son de la charanga y dispuestas a arrearse caramelazos a tutiplén. Como invasión desenfrenada y desenfadada de la calle, cuyo habitual gris tristón se convierte en un jovial estallido de colorido y música puramente populares. Como auténtica y dulcísima alegoría bélica, como expresión llana de franca alegría, como comunión de sonrisas y movimientos, como procesión del ritmo y el dinamismo,... No hay clases, no hay distinciones, la ciudad entera y sus miles de visitantes se integran al unísono en la sana alegría de la que posiblemente sea una de las más originales y genuinas expresiones del verdadero carnaval.

Pero aún va la cosa más lejos. La comparsas – y el carnaval – de Vilanova son, como pocas otras fiestas populares, símbolo de libertad y expresión de tolerancia. Fue uno de los pocos carnavales que sobrevivió a la prohibición franquista: se enfrentó a la represión y perduró en lo más oscuro del siglo XX español. Me han contado – gràcies, Albert – que fueron unas pocas parejas, hace ya cincuenta años, quienes– ante la abolición por decreto de la máscara y el disfraz – se atrevieron a salir a bailar y saltar con nocturnidad, alevosía y mantón de Manila por las calles de Vilanova. Al año siguiente ya eran dos o tres las asociaciones que se sumaron a la iniciativa y con el tiempo, y con argumentos poco ortodoxos, la comparsa se instauró, ya de forma inamovible, como expresión simbólica de aquello que más odiaba la dictadura nacional-católica: la voluntad del pueblo y la alegría de vivir. Y que esa voluntad se fortalezca y esa alegría perdure por muchos, muchos lustros. Y que mi resaca, por favor, no perdure tanto. Hasta la semana que viene.