Hay historias como esta de "Las bicicletas son para el verano" que parece que conocemos desde siempre, principalmente por la película memorable que casi todos hemos visto (al menos los de mi generación, ya entiendo que los más jóvenes tal vez sólo la conozcan por nombre o casi como una frase hecha) y porque su autor, Fernando Fernán-Gómez, fue durante muchísimos años uno de los más notorios actores de nuestro país, además de cultivar otras muchas facetas artísticas durante toda su vida. Pero resulta que cuando nos acercamos a la obra teatral original descubrimos la grandeza de una historia fabulosamente contada, descubrimos la capacidad de crear personajes a base esencialmente del diálogo, de las palabras con las que se expresan, porque en una obra de teatro no hay largas descripciones ni maravillosos escenarios naturales, ni cambios de plano; sólo están los personajes sobre el escenario, unos brevísimos apuntes sobre su posición y el aspecto de la escena y las palabras que pronuncian, sus diálogos son la base sobre la que se crea todo un mundo, tan real que hace que la acción cobre vida y se nos presente con tanta veracidad ante los ojos, como una magnífica película en Panavisión.
La lectura nos traslada al verano del 36, al madrileño barrio de Chamberí donde los chicos se preparan para las vacaciones de verano: están los que aprueban, los que han suspendido, los que se quedan en la ciudad, los que se van, un verano más, al pueblo. Pero lo fundamental y más importante es conseguir tener una bicicleta, instrumento que garantiza la libertad de movimientos, el poder ir con la pandilla a la Casa de Campo o al parque del Oeste. Los personajes que se mueven por el escenario son variados: el que busca colocarse con un buen empleo, la chica que sueña con ser artistas, las amas de casa luchando con las estrecheces económicas, algunos conservadores, otros liberales... Los acontecimientos políticos a algunos ni les interesan: el asesinato de Calvo Sotelo es impactante, pero en general todos están más centrados en sus propios asuntos domésticos y familiares que en lo que hagan los políticos. Por ello, una vez que la guerra sea una realidad, la vida cotidiana tendrá que continuar entre obuses y explosiones, los teatros siguen funcionando, los jóvenes salen y entran, se enamoran, estudian para los exámenes de septiembre, aunque tal vez, si el estado libertario triunfa, ya no existan mas exámenes...Porque todos están convencidos de que la guerra no va a durar mucho más allá de ese verano. Pero pasa el verano y la guerra sigue y lo hará durante varios años y vamos siguiendo la vida de estas familias, vecinos todos de un bloque cualquiera de Madrid donde se suceden las muertes, aparece la miseria, la escasez, pero continúa habiendo ilusiones, sueños... todo perfectamente descrito mediante unos diálogos que dibujan magistralmente a cada personaje, su lugar en la sociedad, sus ideas y sus pensamientos, aún cuando no siempre los expresen abiertamente.
La obra es un retrato espléndido de unos años terribles vistos desde el aspecto más doméstico y cotidiano. Nos ubicamos en la sala de estar de la casa del propio autor que revive aquellos años, la convivencia con sus amigos, sus vecinos, el día a día corriente de gente normal con la guerra como fondo, donde la vida seguía a pesar de todo, entre bombas y risas, entre muertes y amores, donde no hay más remedio que aguantar los malos tiempos, intentar sobreponerse a todo y esperar a que llegue por fin la paz para poder enderezar sus vidas de la mejor manera posible.