Hay novelas que te atraen de primeras solamente por su título y te predisponen positivamente ya antes de leerlas, pero como eso de los gustos es como es, lo que menos me atraía de este libro era precisamente su título absurdo de “
El abuelo que saltó por la ventana y se largó”, es que no me inspiraba nada, la verdad y tampoco me gusta nada su portada, ¿qué le voy a hacer? a cada uno tiene sus gustos. Sin embargo era obvio que acabaría por leer la novela del escritor sueco
Jonas Jonasson, y es que el hecho de que el año pasado no dejara de triunfar y de ser de lo más recomendado entre los lectores indicaba que algo había ahí que valía la pena. Y, efectivamente, hay historias que hasta que no las lees no te puedes ni imaginar lo que es capaz de dar de sí un título tan llamativo y a la vez tan poco atractivo, y la verdad es que sí que tiene miga y de la buena además.
El argumento de la novela se centra en el relato (disparatado) de las andanzas del anciano Allan Karlsson que, en el día en que cumple 100 años, decide escapar saltando por la ventana de la residencia en la que vive sin un objetivo determinado, simplemente por cambiar de aires, por vivir un poco la vida alejado de aquel lugar, y ¡vaya si va a vivirla! Al poco de haber huído se tropezará con un delincuente con pocas luces que arrastra dentro de una maleta el botín de la última transacción de su banda con la mafia rusa. Sin saber en lo que se mete, Allan, que no se para nunca mucho a reflexionar sus decisiones, decide llevarse la maleta, sin saber que esta esconde una auténtica fortuna. A partir de ahí se desata una incansable huida del anciano, perseguido por una parte de la policía local que trata de hacerle volver a la residencia y por otra de los propietarios de la maleta, empeñados en recuperar lo que es suyo. En su huida Allan se irá encontrando con una serie de personajes que se unirán a él en esa caótica escapada en la que irán dejando un reguero de cadáveres y que acabarán por conformar un peculiar grupo, bastante parecido a una troupe de circo, con elefanta incluída.
Pero esta aventura no es nada al lado de otras muchas, no menos absurdas y disparatadas, que el anciano Karlson ha protagonizado a lo larga de su larga vida; vamos a ir conociendo esta fructífera vida, desde su infancia y su temprana pasión por los explosivos, hasta cómo llegó a cumplir los cien años sin tener jamás en su vida una opinión firme sobre ningún asunto, sin tener una ideología determinada ni ningún interés en discutir nunca de política ni de ninguna otra cosa medianamente seria y cómo ha vivido dejándose llevar a donde le quisieran arrastrar las circunstancias, disfrutando del momento y sin intención de entrar nunca en discusiones. De este modo vamos reviviendo sus andanzas que incluyen, sorprendentemente, su participación en la Guerra Civil española donde salvó la vida a Franco, una borrachera de tequila con el presidente Truman, su intervención en los conflictos políticos de la revolución en China, su papel fundamental en la Guerra Fría… Entenderemos que después de haberlo visto todo en este mundo y haber vivido lo que ha vivido, Allan pase impávido, imperturbable, por las más extrañas experiencias sin que nada le altere ni le robe la paz, lo más disparatado es lo más natural para él que lo observa todo impasible y disfruta de los acontecimientos más formidables como lo más habitual en su existencia.
El estilo de la novela, aparte de ser absolutamente divertida, es fresco, desenfadado, cargado de ironía, desternillantemente absurdo, con unos diálogos que parecen sacados de una escena de manicomio, y unos personajes a cuál más disparatado y todos ellos con la cabeza bastante hueca, desde los delincuentes hasta las grandes figuras políticas del siglo XX, todos los personajes provocan una la sonrisa: los policías despistados, los criminales fanfarrones con pocas luces, los cómplices entusiastas, los periodistas disputándose las exclusivas y sobre todo ese abuelo al que nada le afecta y que vive su disparatada aventura con la serenidad que da el haber estado durante décadas en el centro de todos los huracanes políticos de un siglo bastante convulso pero que no han sido capaces de arrebatarle en ningún momento la paz interior que más bien es el reflejo de su filosofía de vida basada en tener como únicos incentivos el conseguir tener el estómago lleno, un buen trago a mano siempre que sea posible y un techo bajo el que dormir. Y lo demás, que sea lo que tenga que ser. Vamos, el nihilismo en estado puro.
Me ha quedado, por tanto, gratamente sorprendida con este libro plagado de humor irónico y disparatado pero sobre todo políticamente incorrecto, que se ríe de todo y de todos, haciéndonos pasar un montón de buenos ratos por el mero placer de reírnos hasta de nosotros mismos y de nuestra Historia pasada y actual, de los hechos más serios y de las circunstancias más extremas y con ese triunfo de la amistad y del amor con el que culmina la historia. Totalmente recomendable para desconectar de los dramas cotidianos.