Se siente en la espalda. O más precisamente, en donde la espalda deja de ser espalda y no llega a ser nuca. Hay una tensión ahí. Sutil, escabrosa, evanescente. No llega a ser dolor: sería muy burda y previsible. Y a ella le gusta estar permanentemente presente pero no tanto, oculta tras el cuello de la camisa y la corbata que me hace tan normal.
Quiero escribir de política, o de medios, o aunque sea de fútbol. De la inflación, del Indec, del new look comunicacional de Cristina, de Aerolíneas, de Néstor tomando mate con Reutemann en Olivos, del nuevo blog de Zloto y Tenenmbaum. Quiero escribir algo.
Se que esperan eso hace días. Yo también, pero no me sale. Estoy, coyunturalmente, espero, en otra frecuencia. Este blog va perdiendo su compostura.
Sigue estando. Agazapada. No es culpa de mi posición ante el teclado, ni del stress laboral ni de la almohada nueva. No es nada y es todo. Algunos tienen úlceras, otros se quedan pelados, otros –más extremistas- le dan un descanso de segundos al latido de sus corazones. Bueno: a mi me da por sentir con la espalda. Al menos en eso no tengo que esperar cambios rotundos, siempre fue así. Podría hacer un decálogo de diferentes dolores de espaldas según la situación: en los omóplatos, en la cintura, en la columna, sobre los hombros. Quizá, sencillamente, la espalda se tome revancha del exagerado uso que he hecho de ella a través del camino que me trajo hasta acá.
Bueno. Ésta tensión es nueva. Algo vivo hay ahí. El espejo del ascensor me devuelve la imagen de un changarín emocional y salgo silbando bajito una especie de blues.