La historia es caprichosa cuando quiere serlo.
No admite ambigüedades ni eclecticismos en tiempos de cambios y transformaciones.
Los historiadores, sociólogos, politólogos y periodistas que detestan los análisis binarios, se horrorizan cuando ello sucede.
Así fue como en una misma semana la textura más amorosa de la realidad nos mostró a Estela de Carlotto, rodeada de Abuelas y nietos recuperados, junto a la Presidenta de la Nación, en París, recibiendo el máximo galardón que entrega la UNESCO por la defensa ejemplar de los derechos humanos.
Y en su costado más áspero y brutal, nos reveló la imagen de un doble parricida, Sergio Schoklender, cobijado en la Cámara de Diputados de la Nación por los legisladores del opositor Grupo A.
Siguieron los contrastes.
La titular del FMI, Christine Lagarde, advirtió el jueves que los países de economías avanzadas, incluso países como Chile, corren el serio riesgo de tener una generación perdida por la alta tasa de desempleo entre los jóvenes.
Mientras la presidenta de los argentinos, Cristina Fernández de Kirchner inauguraba al día siguiente una nueva Universidad Nacional, pública y gratuita en Merlo, provincia de Buenos Aires.
La generación dorada está en nuestra victoriosa Selección de básquet, pero el mote es extensivo a la nueva generación de jóvenes que hoy vuelven a comprometerse con el destino político de su patria y de su pueblo.
Así está el planeta y así estamos nosotros.
La periferia del mundo corre con la chance de salvarse de la hoguera desatada en el centro del capitalismo global. No es una cuestión de suerte ni de geografías distantes, sino de proyectos políticos diferentes. De eso se trata.
Cuanto más libres juguemos en la transversalidad económica global, pero muy especialmente insertos en la región latinoamericana y en el entendimiento con las potencias emergentes de esta fenomenal crisis, más sustentable será nuestro destino de nación soberana.
El multilateralismo ya está entre nosotros.
Y en simultáneo, cuanto más nos alejemos de las políticas neoliberales que fueron experimentadas hasta el hartazgo en nuestro propio continente, más lejos estaremos de sufrir las ondas expansivas del colapso capitalista.
En este marco habrá que inscribir la campaña electoral que hoy comienza rumbo al 23 de octubre.
El bochorno político mediático que produjo esta semana el duhaldismo, el radicalismo, y demás fuerzas opositoras en el plano legislativo, permite abordar una definición categórica: esta oposición, como la justicia, no se autodepurará por sí misma.
Habría que ayudar desde afuera de sus anacronismos, fortaleciendo este proyecto de país que hoy nos gobierna, para que puedan nacer más adelante nuevas expresiones representativas, democráticas y propositivas.
La oposición tradicional no está en condiciones, per se, de encarar su propia depuración transformadora.
Lo decimos por el último escándalo que produjeron convocando al Congreso a un imputado por la justicia, para intentar asestar nuevamente un puñal contra el gobierno.
El costo que pagan es muy alto: convertirse ellos mismos en parricidas políticos de nuestras dignas Madres de Plaza de Mayo.
¿No advierten aún que por allí no pasa el camino a recorrer para reponerse de semejante caída?
No hay recuperación posible con este tacticismo absurdo que sólo los lleva y llevará de derrota en derrota.
Allá ellos.
Lo cierto es que la Argentina se ha encontrado con su propio destino. Es el prodigio de este nuevo tiempo.
Juan Manuel Abal Medina definía muy certeramente que “hay que entender al Estado como una unidad”. Nos inspira a decir que el proyecto de nación que preside Cristina también es una unidad en pleno desarrollo y diversidad.
Las minorías políticas han dejado de expresar minorías sociales. Es el mayor drama de la oposición. Semejante vacío existencial no lo podrán disimular ni con 500 tapas de Clarín a su favor.
Por tanto, la responsabilidad del proyecto nacional y popular es la de representar e incorporar a vastos sectores sociales que más allá de sus diferencias, se reconocen en ese todo abrazador que es el modelo de país que gobierna desde el 2003 a la fecha.
Desde esta perspectiva y para ser más precisos, digamos que “la unidad nacional” no es ni debiera ser interpretado como un mero slogan de campaña, sino un imperativo político que hoy exigen la historia y las condiciones locales e internacionales para poner en valor la oportunidad de crear definitivamente un país más inclusivo y desarrollado, con todos y para todos.
La primavera vino para quedarse. Ese es el giro copernicano que la sociedad está recorriendo.
Estamos en pleno transito de una sociedad desigual e injusta, a una sociedad más igualitaria y más justa, como nos merecemos.
El nuevo paradigma es la igualdad de oportunidades, aunque haya sido formulado en abstracto, hace muchos años.
En este sentido, quizás Cristina no espera que el desarrollo tecnológico, que permanentemente invoca y estimula, traiga consigo necesariamente los cimientos de una patria justa.
Sino que está diciendo algo distinto: una sociedad más solidaria e igualitaria traerá irremediablemente un mayor desarrollo productivo, tecnológico, industrial y cultural.
Quizás también una nueva ideología e identidad política se han puesto en marcha sobre estos pilares.
Sería un grosero error adelantarse a enunciarlas nominalmente, pero un error mayor sería no advertir a tiempo que la rueda de la historia está girando.
En los datos que empieza a brindarnos el Censo 2010 está quizá la Cruz del Sur para orientarnos mejor hacia dónde vamos los argentinos.
Vamos claramente hacia una sociedad más igualitaria y alfabetizada, con mayor consumo y empleo, con más viviendas y más red de agua potable.
No estamos banalizando un optimismo desmesurado. Estamos afirmando que encontramos el camino y los instrumentos aptos para seguir creciendo y desarrollándonos, que es algo muy distinto.
Y esa sí que es una certeza que no habrá que descuidar.
Todo lo demás, se construye paso a paso, día a día.
Miradas al Sur, domingo 18 de septiembre de 2011