Hay fiesta en el pueblo: tenemos patria y además, desde ayer, una inmensa mayoría de argentinos tiene una fórmula presidencial que lo representa genuinamente.
Develados los últimos nombres y los interrogantes que quedaban en pie, la nave echa proa hacia un primer puerto nacional adonde llegará en apenas 49 días: el 14 de agosto.
Desde allí partirá rumbo al 23 de octubre, el día de las elecciones nacionales.
Estos son los tramos en los que habrá que construir una victoria tan abrumadora que sirva para garantizar la profundidad del modelo de inclusión que lidera y conduce la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
No será una campaña electoral en términos clásicos y conocidos.
Cuando el cuadrilátero era impuesto por los poderes económicos, cuando la política no era más que la partitura dictada por un director de orquesta que estaba siempre atrás del cortinado, cuando se podía ser “progresista” en el discurso pero respetando el libreto preestablecido o cuando inventaban y destruían candidatos con dos tapas de Clarín, entonces, la política era más ficción que realidad concreta.
Esta vez el cuadrilátero no lo pone una corporación sino el gobierno de la democracia; la política, en tanto instrumento de transformación social, es quien se reserva el derecho de admisión.
El domingo pasado decíamos que hay mucho para celebrar, al tiempo que advertíamos que no había que equivocarse en la caracterización de esta etapa histórica que vivimos. Debemos pensar cada paso, cada iniciativa, cada respuesta desde la ofensiva general en que se encuentran las filas populares después de la derrota electoral bonaerense del 2009 que coronó el sabotaje violento de la patronal rural en el 2008.
Si no se razona así, existe el riesgo de comerse todos los amagues, como creer que la oposición “recuperó la iniciativa” cuando sólo produce golpes de efecto mediático que duran lo que dura la luz de un fósforo.
Quizá todas y cada una de las provocaciones opositoras que intentan vanamente que se les responda de igual forma, sean uno de los ejemplos más ilustrativos.
Venimos diciendo que la política no es asunto para los miserables. Ellos se desesperan cuando caen en la cuenta que la partitura esta vez la escribe el proyecto nacional. Por eso necesitan provocar. Para que todos se parezcan a todos.
No responder a De Narváez, el socio y sostén de Ricardo Alfonsín cuando invoca a la muerte y ofende a Néstor Kirchner, a su esposa, sus hijos, sus compañeros, a la ciudadanía toda, no está en el instructivo de los buenos modales, sino en los genes constitutivos de la buena gente.
No responder con la misma vara los deseos de muerte que emiten permanentemente Duhalde, Carrió o Macri cuando dijo que “a Kirchner habría que tirarlo por la ventana”, es un ejercicio de inteligencia por parte de quienes recuperaron la política para todos.
La violencia verbal de los opositores, en consecuencia, no es un exabrupto sino una señal de impotencia con el que intentan provocar condiciones aptas para que se juegue en terreno fangoso, que es el que mejor conocen.
Habrá que utilizar sintonía fina para entenderlos, evitando el error de mandarlos al psiquiatra o al psicólogo. Si fuera este el modo, tendrían que ir a terapia todos los opositores hoy fragmentados y hasta ayer unidos en el “Grupo A”.
Pero ninguno de los opositores habla desde su enajenación mental sino desde los intereses de la secta que representan.
No superaron el umbral de la crisis de representatividad política que estalló en el 2001 y andan errantes como alma en pena. De allí su necesidad de revolver el río para ver si pescan algo.
Los saca de quicio el creciente acompañamiento popular que tiene la Presidenta.
Cuando habla Cristina Fernández de Kirchner, se ponen “locos” de impotencia. Y cuando calla Cristina, también se ponen “locos”. Pero atención: esos opositores de la derecha, desde la más rancia y aristocrática hasta la más chabacana y marginal, están expresando una porción de la sociedad que todavía incuba odios y resentimientos que nada tienen que ver con la convivencia democrática.
Si se pintan la cara de guerra, es porque disputan entre ellos esa representación social odiosa. Por eso hay que frenarlos en el cuarto oscuro y no caer en ninguna de sus provocaciones.
Por estas razones, la prueba indubitable de que el Frente para la Victoria es el único espacio partidario que expresa sectores sociales concretos y no sólo intereses de grupos, la da elocuentemente el anuncio de ayer. Es el único conglomerado político que superó con creces aquella crisis de representatividad de la que hablábamos.
Los patriotas del siglo 19 asociaban la defensa de la Patria con sus causas políticas. Hipólito Irigoyen lo hizo con la Causa Radical a principios del siglo 20 y lo continuó Perón acuñando como lema principal del peronismo: “La Patria Justa, Libre y Soberana”.
El kirchnerismo y los sectores sociales, culturales, sindicales y partidarios aliados a él, son hoy la continuidad de esas expresiones políticas que representaron los intereses nacionales y populares en distintos tramos de la historia.
La oposición se pelea internamente por acumular poder político para los viejos dueños del poder económico y mediático mientras deja al desnudo, grotescamente, su propia feria de vanidades.
El movimiento nacional, en tanto, trajina las callecitas de Buenos Aires con Filmus, Tomada y Cabandié, con Agustín Rossi en Santa Fe y con sus candidatos en Tierra del Fuego y en Misiones, fusionando sus banderas políticas con los intereses del conjunto del pueblo.
Por eso no resulta extraño ver algunas pintadas que expresan lo antes dicho: “¡Fuerza Cristina!, ¡Fuerza Argentina!”.
La juventud es el alma y la vida de este proyecto. Así lo supo resumir en una frase Fernando “Chicho” Benítez, un militante de La Cámpora que perdió su vida por amor al prójimo: “Somos nosotros”, decía a sus compañeros cuando se presentaba.
Vaya nuestro homenaje a él y a quienes hoy levantan sus banderas al grito de “acá tenés los pibes para la liberación”.
Miradas al Sur, domingo 26 de junio de 2011