No quería pecar de explotadora con esto del calendario y hacer trabajar a otros "rellenando" las ventanas, el truco de saber delegar trabajo, vamos. Así que el buen día que repartimos las ventanas, decidí reservarme un día para el blog. ¡A buena hora! Ahora entiendo los resentimientos de algunas cuando les tocó escribir su entrada ;-D. El caso es que el calendario ha llegado a un nivel tal, que miedo me da escribir la mía. Vale, lo confieso, esto no es más que falsa modestia, porque lo que yo quería en realidad era ser también una "chica del calendario", así que allá vamos con el Día 20.
Poco os puedo contar de la Navidad alemana que no haya hecho ya. El año pasado hablé de
personajes, de
adornos, de
mercados y de
dulces navideños típicos de estas fechas y mi vecina
Natalika ya nos ha puesto al corriente de otras tradiciones teutonas para la Nochebuena. Sí, la Navidad en Alemania es fría y es blanca, es como decían aquellos cuentos que leíamos de pequeños, y para el que no me crea aquí una muestra de esos paisajes nevados, casitas de cuento y trineos aparcados a la puerta.
El caso es que para encontrar estos paisajes hay que salir un poco de la gran ciudad porque, como en todas partes, la navidad urbana es diferente. Así que, ignorando las temperaturas glaciales, he decidido que salgamos a dar un paseo por la ciudad, que está bien bonita también.
Aunque a muchos os pueda parecer mentira, no nieva todos los días, y en la capital aún menos, por eso llegadas estas fechas se espera que los encargados de repartir los regalos en Nochebuena, el Weihnachtsmann (hombre de la Navidad) en el norte de Alemania, o el Christkind (niño Jesús) en el sur del país, traigan nieve el 24 y haya unas navidades blancas. Parece que este año nos hemos portado bien.
Durante el Adviento hay infinidad de mercados navideños por todo el país. Y en la capital los encontramos para todos los gustos y colores: los "elegantes", por ejemplo, como el del Palacio de Charlottenburg (arriba en la foto), o los más "ruidosos" con sus norias, tiovivos y demás cachivaches, como el de la plaza del Ayuntamiento (abajo).
Sin embargo, todos tienen un denominador común, los puestos del famoso vino especiado y caliente,
Glühwein, alrededor de los que se amontonan los visitantes. Y es que hay que llevar mucho vino encima para subirse a dar vueltas a una noria o a un tiovivo a varios grados bajo cero.
Luego están los escaparates de los comercios más importantes de la ciudad, porque mirar no cuesta dinero. Por ejemplo, los de los almacenes
KaDeWe, que personalmente solo puedo recomendar por su sección de alimentos y
delicatessen, allí donde acudir en busca de productos imposibles.
Aunque si me tengo que quedar con un decorado, me quedo con las luces que todos los años iluminan el histórico paseo
Unter den Linden (Bajo los tilos), con la
Puerta de Brandeburgo al fondo.
¿Se os ha abierto el apetito? Vamos entonces a tomarnos algo, porque mientras investigaba un poco sobre la receta que aportar al calendario, en los libros más antiguos de cocina alemana, concretamente en aquellos que incluían todavía la región de
Silesia en su índice, descubrí un postre sencillo de tradición silesia, un pudding con semillas de amapola llamado en alemán
Mohnpielen y conocido en muchas otras regiones de Europa Central como
Mohnkließla, en silesio, o
Mákos Guba, en húngaro. La cocina berlinesa está muy marcada por la gastronomía de todos los pueblos que llegaron a la región, las influencias más importantes son las de hugonotes, bohemios y silesios.
Los
Mohnpielen se preparan exclusivamente en navidades, especialmente en Nochebuena, y están hechos con pan viejo, lo que instantáneamente me hace pensar en nuestras torrijas o torrejas. Aquí dejo la receta. ¡Feliz cuarto domingo de Adviento!
Ingredientes
(para 4 copas)
125 g de semillas de amapola molidas
500 ml de leche (250 ml + 250 ml)
100 g de azúcar (50 g + 50 g)
30 g de uvas pasas
30 g de almendras picadas
250 g de pan blanco viejo
Elaboración
En una cazuela calentamos 250 ml de leche con las semillas de amapola que habremos molido justo antes en un molinillo, por ejemplo de los de café. Añadimos la mitad del azúcar (50 g), las pasas y las almendras picadas. Cuando rompa a hervir retiramos del fuego, removemos bien y dejamos reposar diez minutos. En un recipiente aparte mezclamos el resto de leche (250 ml) con el azúcar restante (50 g). Cortamos el pan en rebanadas gruesas que empapamos en la leche azucarada. Vamos llenando unas copas de cristal (también puede ser una fuente mediana) con capas de pan empapado y la mezcla de las semillas de amapola. Si vemos que el pan queda muy seco podemos regar con algo más de leche. Dejamos reposar en la nevera unas 2 horas y servimos frías.
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