Amara - El Ensayo Ensayo

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CONVIVIO

Luigi
Amara El ensayo
22 ensayo
Letras Libres l ensayo, género libre e híbrido

e
febrero 2012
que nace con Montaigne, suele
confundirse en nuestros días
con los trabajos académicos más
obtusos y los análisis políticos
más convencionales. Luigi Amara reivindica
con este ensayo al ensayo, su desparpajo
y personalísima imprevisibilidad.
El ensayo no puede ser otra cosa, ya que le está permitido serlo todo.
Ezequiel Martínez Estrada

Más que la imagen del centauro, que Alfonso Reyes Lo mismo en Montaigne que en Bacon, los dos fun-
propagó pero que deja un sabor a quimera o a hibridación, a dadores del ensayo, está la idea del tanteo, de experimen-
no sé qué de forzado y casi imposible, la imagen que más me tación, la inquietud de paladear las cosas por uno mismo.
gusta para representar el ensayo es la serpiente. Como una Su verbo característico es “probar”, no en el sentido de
serpiente fue que Chesterton sintió que se deslizaba el ensa- demostración, sino de ver a qué sabe. Con el ensayo se
yo: sinuoso y suave, errabundo y a veces viperino. El ensayo, avanza por el terreno solitario de la subjetividad, de espal-
al igual que la serpiente, tienta y es tentativo; no se anda das a las doctrinas establecidas, con el fin de sopesar un
por las ramas sino que avanza por tanteos. Chesterton veía asunto, cualquiera que este sea, en la báscula interna,
también en él la semilla de algo maligno, de algo capaz de someterlo al escrutinio de la experiencia personal, a su
ufanarse de su irresponsabilidad, de no querer llegar a nada ensayo. El género nace con un ojo puesto en el escepticismo
sino de solo recorrer el camino, ¡y para colmo de manera y otro en la reivindicación de la experiencia; descree de
ondulante! Pero ese toque maligno que percibía Chesterton lo aprendido, sigue el sendero de la herejía y entonces
–el ortodoxo y católico y gran ensayista Chesterton, padre voltea hacia la propia subjetividad, ese asidero no menos
del padre Brown–, que se manifiesta en su naturaleza elu- tambaleante. El ensayo sería poca cosa si no fuera también
siva, impresionista y cambiante, en ese estar de lado de lo una forma de palparse, de ir al encuentro de uno mismo,
incierto y lo fuera de lugar, es nada menos lo que hace que de tentarse: Montaigne, explorador de sí mismo, conce-
el ensayo ocupe un lugar en la literatura y sea, por decirlo bía al yo como algo tentativo, en construcción, inestable;
así, una forma de arte, algo más que una vía egotista de decía que había hecho su libro tanto como su libro lo
proferir opiniones o una mera “prosa de ideas”. había hecho a él.

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Yo creo que estas dos posiciones son una necedad, un
resignado estatismo de la ignorancia. Etiquetas como la
de “ensayo formal” o “ensayo impersonal” rechinan en mis
oídos, en mis oídos quizá anticuados, como la idea de una 23
novela sin narrativa o un soneto en prosa. Mi escalofrío
se produce no por cerrazón, sino por la sospecha de que
al entenderlo así, de esa manera tan laxa, se pierde justa-
mente su cariz experimental, su condición de laboratorio
sobre el papel. El ensayo es un “género degenerado”, sí, Letras Libres
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y por si fuera poco de lo más hospitalario, pero no hasta
el extremo de traicionarse. ¿Qué ganamos con decir que
sus únicas constantes son la apertura temática y la liber-
tad compositiva, cuando eso mismo podría decirse de
muchísimas cosas? “Prosa no narrativa”, han dicho otros.
Ilustraciones: LETRAS LIBRES / Raúl

Pero como el ensayo con frecuencia incluye anécdotas o


adopta la estructura del relato, nos quedaríamos solo con
la prosa. El ensayo es prosa. ¡Fabuloso! No hay que olvidar
que el libro de Montaigne fue considerado por Brunschvicg
“el libro más original del mundo”; si me resisto a llamar a
todos esos tratados, informes de investigación y artículos
de toda laya ensayos, es porque no encuentro en ellos los
Todo esto lo escribo con un poco de bochorno pues rasgos que hicieron del libro de Montaigne el libro más
sé que es de sobra conocido; pero lo escribo de todas original del mundo.1
formas porque me parece que esas dos cualidades del 6
ensayo –su acento subjetivo y su sinuosidad tanteado-
ra– están ausentes de mucho de lo que hoy se considera 1 Cualquier pretexto es bueno para leer a Montaigne, pero la ya no tan reciente
edición de Jordi Bayod Brau en un solo tomo en El Acantilado, en un papel que por
ensayo. Pasa tal vez que la libertad con que discurre el suerte no llega a ser tipo biblia, invita a que le rindamos culto cotidiano e irreverente
género ha contagiado nuestro vocabulario y entonces pleitesía. Aunque no me convence, pese a las explicaciones aducidas en el prólogo,
cualquier texto en prosa, desde el artículo de perió- el título de Los ensayos en lugar de Ensayos, presenta la novedad de que retoma la ver-
sión que Marie de Gournay, la hija electiva o amiga o “fille d’alliance” de Montaigne,
dico hasta la tesis académica, desde el comentario político editó en 1595 –y no la que se impuso durante el siglo xx de la mano de Fortunat
hasta en últimas fechas la novela, se consideran ensayos. Strowski, a partir del así llamado Ejemplar de Burdeos–, y además la complementa
Como de pronto todo mundo dice escribir ensayo, y con una nutrida muestra de los diferentes estratos del texto, pues es bien sabido
que Montaigne corregía y corregía su libro, a veces incluso directamente sobre las
hay colecciones de ensayo y premios de ensayo que no ediciones que acababan de salir de imprenta (como el propio Ejemplar de Burdeos,
publican ni premian ensayo –sino más bien estudios, por mucho tiempo reputado como el más cercano a las intenciones del autor). Muy
completa y redonda pero sin la obsesión de ser exhaustiva y recoger todas las varian-
monografías, colecciones de artículos, tesis para obtener tes, esta nueva edición es apta tanto para la lectura erudita como para la puramente
un grado, maquinazos, reseñas presuntamente críticas, hedonista, ya que esos estratos, frondosos y exuberantes como la misma prosa de
discursos–, a fin de distinguirlo de esa variedad de textos Montaigne, no entorpecen la lectura, sino que le dan un aire de segundo pensa-
miento o incluso de vacilación o cambio de perspectiva. Las notas al pie rara vez
de una cercanía engañosa algunos se han visto en la son ociosas y las citas explícitas en latín y griego están todas traducidas (incluye un
necesidad de denominarlo “ensayo literario”, “ensayo apéndice con las célebres sentencias grabadas en las vigas de su biblioteca circular).
libre” o “ensayo personal”, mientras que otros hemos El papel crema característico evita los reflejos de las lámparas, a la vez que le da cier-
to aire antiguo, y el empastado parece estar concebido para que resista las lecturas
preferido referirnos a él, con algo de énfasis y de nos- frecuentes y apasionadas y no tanto para el respeto o la lectura por ósmosis. Si bien,
talgia, como “ensayo ensayo”. Es verdad que el género dado su peso y tamaño –¡1728 páginas!–, no es un libro recomendable para la cama
es tan elástico y movedizo, tan receptivo y abierto que (ya en un par de ocasiones se me cayó de lleno en el rostro, confieso que no por sue-
ño), tampoco está pensado exclusivamente para los cubículos de los investigadores
no tiene mucho caso preguntarse por su pureza; pero o los escritorios, y solo en cierta medida justifica el impulso a que encendamos la
tampoco tiene mucho caso reflexionar y hasta organi- chimenea (imaginaria) y tomemos coñac en la compañía silenciosa –y deliciosa– de
Michel Eyquem (el alto precio del libro, importado de España, quizá haga que nos
zar mesas redondas sobre el ensayo cuando en realidad sintamos de alguna manera condes o habitantes de un castillo). Definitivamente no
estamos hablando de otra cosa. es para la playa. La traducción, también de J. Bayod Brau, además de muy cuidada
Algunos rechazan que sea propiamente un género; es asombrosamente fluida, y uno no deja de agradecer la suerte de leer a un Mon-
taigne muy próximo, casi de cuerpo presente aunque un tanto desfasado –quizá por
otros pretenden que también los escritos formales, teóricos, voluntad propia– y previsiblemente arcaizante, en vez de, como sucede con muchas
que siguen un rigor lógico han de ser llamados ensayos. ediciones francesas que pretenden ser “fieles” al autor, en francés antiguo.

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El ensayo
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Comenzaré –es un decir, ya hace rato que comencé– por El que va de A a B siguiendo una serie de pasos más o menos
detenerme en el carácter tentativo del ensayo, que no falta mecánicos supone que el que ha partido de A también quiere
Luigi quien lo confunda con un mero borrador, con algo que por llegar a B; entonces lo acusa de disperso y serpentino, de que
Amara las prisas o la pereza se abandona, se deja para después o se se ha quedado en la primera escala o se ha extraviado. No se
da prematuramente a la imprenta. El tema es espinoso puesto le ocurre que el que ha salido de A puede estar simplemente
que ilustres ensayistas como el Dr. Johnson definieron en de paseo y lo que busca más que nada es disfrutar del paisaje,
su momento los ensayos como “composiciones irregulares, construir su propio trayecto o abandonarse en su extravío,
no trabajadas”, definición que parece apuntalar aquello de compartir con el lector ese mareo. Si llega o no a B es lo de
24 que el ensayo es un borrador. ¿Un borrador? ¡He disfrutado menos; puede que llegue a C o incluso a B sin quererlo; tal
tanto la lectura de ciertos ensayos, y tal ha sido la maes- vez simplemente vuelva a A después de un provechoso giro
tría con que me parece que fueron escritos, que más bien de 360 grados sobre sí mismo.
diría que se elaboraron con tinta indeleble! Cuando se sub- (Abro aquí un paréntesis sobre la academia como uno
raya que el ensayo es tentativo es porque carece de un fin de los principales enemigos del ensayo, cosa obvia pero que
definido y porque no se propone demostrar ni abarcarlo tiende a olvidarse. Aunque entonces no lo tenía del todo
Letras Libres todo; discurre de manera dispersa, proclive a la digresión; no claro, yo dejé la universidad, el Instituto de Investigaciones
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se desvía puesto que no iba a ningún lado –o más bien cabría Filosóficas, porque allí no hay lugar para el ensayo, ni siquiera
decir que todo en él es desviación–. El ensayo nace como un hay lugar para Michel de Montaigne. No solo es que allí, en
género moderno, de la modernidad en ciernes, desde que se esos cubículos poco interconectados, se prefiriera estudiar a
aparta de la estrategia medieval de pensar en función de una otros autores y se favorezca otros métodos (en particular el
tesis y del esfuerzo de probarla. El ensayo no aspira a eso y método analítico, tan esquemático y a veces frígido, equipara-
ni siquiera lo intenta; no es que se quede corto y más tarde ble en muchos sentidos al de los viejos escolásticos), sino que
el autor pueda volver a enmendarse la plana: lo que busca sencillamente hay modos de proceder, formas sancionadas,
el ensayista es pensar las cosas por sí mismo y llegar, si es casi machotes, para presentar lo que por suerte no se llaman
que llega a algún lado, a una conclusión personal. Nada de ensayos sino artículos o, más atinadamente, “trabajos”. Todos
planes y métodos a la manera escolástica, nada de tinglados los días se escucha en los pasillos universitarios la consigna
aristotélicos para encauzar al pensamiento. El ensayo huye de ilustrada del sapere aude, de pensar por uno mismo, pero
lo preescrito, conquista y defiende su libertad (“libre” es una la verdad es que cualquier amago de salirse del redil, de
de las palabras favoritas de Montaigne); brinca y excava, se optar por la vía de Montaigne –quien por cierto fue un
desboca y más tarde se descubre en un callejón sin salida. El filósofo, aunque muchas veces se pase por alto–, es visto con
pensamiento fluye sin cartas de navegación, su única brújula desagrado, tachado de “no filosófico”. Piensa por ti mismo,
es su propio ombligo; por eso muchas veces se pierde. Como pero con aparato crítico. Atrévete a pensar, pero con las
lo vio muy bien Alfonso Reyes, en el ensayo “hay de todo y rigideces consensuadas. Incluso uno de sus santos patro-
cabe todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede nos, Wittgenstein, el primer Wittgenstein, sería sin duda
ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino reprobado por heterodoxo si tuviera que cursar el Seminario
a la curva abierta, al proceso en marcha, al etcétera”. de Tesis ii, mientras que el segundo Wittgenstein sería acu-
De allí que el tono de conversación o de confidencia sea sado, sin más, de dinamitero. ¡Ah, el fantasma del rigor
tan propicio en el ensayo para este no llegar a nada, para de las universidades! En su nombre se detesta lo ambiguo,
este llegar modestamente a esto, para este ir y venir, para lo vacilante, lo fuera de lugar, lo anfibio; en su nombre se
ese volver al comienzo que, entonces, ya nunca es el mismo. rechaza la inadhesividad y la irresolución, la cualidad elástica
Pese a los muchos ejemplos que indicarían lo contrario, la y flotante del ensayismo auténtico.)2
provisionalidad del ensayo no tiene que ver con escribir a La mejor caracterización que recuerdo sobre este talante
la carrera o apilar apuntes para después; un ensayo puede o disposición tentativa del ensayo (porque de eso se trata,
en efecto retomarse y ampliarse, pero no en la dirección de de una disposición, de una apertura hacia la errancia) es
demostrar una tesis. Puede estar perfectamente acabado en la que da Ezequiel Martínez Estrada en su libro sobre
su inacabamiento y perfectamente trabajado en su irrespon- Montaigne. En los Ensayos, el habitante de la torre de la
sabilidad. Los aires escolásticos que no dejan de soplar desde
la academia –esa institución erigida sobre la obsesión por 2 Los estornudos de alergia que suscita el ensayo están a tal punto extendidos en la
la tesis y la prueba– han hecho que lo tentativo se entienda academia que incluso quienes desde su seno muestran una genuina pasión por el gé-
nero terminan por darle la espalda. Allí está, por ejemplo, el muy informado y com-
como provisional y que lo contingente que hay en el ensa- pleto libro de Liliana Weinberg, Pensar el ensayo, ganador de un premio importante
yo se califique como una falta de rigor, con cierta laxitud. de ensayo, un libro atendible, sí, se diría intachable, pero tan poco ensayístico...

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Letras Libres
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colina de Dordoña se declara “discípulo del azar”, querien- 6


do decir con esto que a lo único que se sujeta el ensayo es
a lo inmanente, a la contingencia de su propio desarrollo. Llego ahora al carácter personal, introspectivo y a veces
Martínez Estrada lo parafrasea y escribe sugestivamente intimista del ensayo, por lo que vuelvo necesariamente a
así: el ensayo es esa aventura, ese recorrido, en que “la Montaigne, que se propuso hacer de sí mismo la materia de
búsqueda misma crea la materia del hallazgo”. su libro. Montaigne no es el primero en adoptar el método
Nada más alejado de este espíritu que el afán de demos- introspectivo; ya antes los estoicos, y en particular Séneca,
tración, y nada más torpe que suponer que el registro de ese se habían valido de él y habían descrito sus bondades y tam-
tanteo es un borrador. Puesto que no confía en lo sistemático bién sus miserias. Lo que distingue a Montaigne es que no
tampoco aspira a lo resolutivo; es reacio a lo petrificante, a quiso elaborar la historia individual de Michel Eyquem de
las teorías fácticas, a veces a la propia argumentación. Más Montaigne y ni siquiera su autoexamen, sino que más bien
que en el salto lógico confía en la caminata que reinventa quiso elaborar una “historia universal de sí mismo”. Se trata
los senderos laterales. Chesterton, que ama el ensayo, pero de un proyecto revolucionario, colosal, inusitado, que no por
lo encuentra maligno y peligroso, se lamenta de que con él nada despertó la incomprensión y aun el repudio de muchos
se llega a conclusiones que si acaso valen para sonreír, aptas de sus lectores. Pascal, por ejemplo, escribió cosas como esta
solo para el aprecio literario; conclusiones como esta que cita sobre los Ensayos: “¡Qué idea más estúpida la de pintar su
de Stevenson: “Viajar con esperanza es mejor que llegar.” propio retrato! Y no casualmente, o contra sus propios prin-
(Pero la frase de Stevenson –que por cierto quizá valga como cipios, sino de acuerdo con sus propios principios y como su
una definición cursi de ensayo–, aun cuando al ser exami- intención primera y básica.” Y Malebranche censuró el libro
nada a fondo parece que no se sostiene o es paradójica, no por entenderlo un pasatiempo exhibicionista y egocéntrico,
deja de ser plástica, evocativa; también me atrevería a decir un ejercicio de impudicia inane. Pero Pascal y Malebranche
que es verdadera en cuanto expresa la condición anímica pasaban por alto que un proyecto de esa envergadura tenía
de un hombre embelesado por la expectativa.) menos que ver con el ego que con destacar lo que hay de
No es una casualidad que tanto el paseo como el ensayo común en la experiencia humana, y que en su raíz no estaban
admitan la caracterización de Martínez Estrada de que “la ni la autoindulgencia ni la vanidad, sino el deseo de salir al
búsqueda misma crea la materia del hallazgo”. En ambos encuentro de uno mismo, de autodescubrirse. A Montaigne
casos lo decisivo no es llegar, sino el trayecto: hacer de lo no lo movía la complacencia o el orgullo, ni siquiera el autoes-
tentativo un fin. Ahora recuerdo que Karl Marx decía que el carnio catártico, sino el deseo redobladamente socrático de
camino es la meta desplegada. Y así como al salir de paseo conocerse, aunque ello lo llevara a odiarse.
nos mueven motivos hedonistas, contemplativos o estéticos, El acento subjetivo, personal del ensayo, a través del
otro tanto debería poder decirse de los ensayos ensayos. cual el autor se diría que susurra confidencias y recuerdos,

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El ensayo
ensayo

anhelos y decepciones al oído del lector, no es solamente un querido deslumbrarnos para dejarnos momentáneamente
recurso literario. Aun si no siempre encuentra los arrestos ciegos. Si el yo es un despojo o una hilacha, una construcción
Luigi para desvelar al ser que es, aun si le faltan las ganas de espasmódica o un cuento que diariamente nos contamos,
Amara pintar su autorretrato inestable, el ensayista vuelve a sí, ¡cuánto mejor para la literatura y el ensayo, que tendrán que
parte de sí mismo, regresa, no sale de la órbita reduci- ponerse a la altura de circunstancias tan desesperadas!
da pero inabarcable, marginal pero ahora céntrica, de su No sé muy bien lo que quieran implicar estos provocado-
propia experiencia. Por eso Pascal consideró los Ensayos res al hacer del yo una idea completamente vetusta, que más
un “proyecto insensato”: porque coloca como punto de bien valdría arrumbar en el armario de las supersticiones,
26 Arquímedes a algo tan aborrecible y fluctuante como el junto a la de la tierra plana y el hombre como cúspide
yo. No se trata solo de hablar en primera persona, sino de de la creación. Pero quizá se refieran a que no es posible
pensar desde allí, con el vocabulario y el ritmo mental y sostener una concepción unitaria, monolítica, unidimen-
las ampulosidades o estrechuras de cada uno. Si, como sional y mucho menos sustancialista del yo. Si ese fuera
famosamente dejó escrito el conde de Buffon, “el estilo es el caso, bastaría recordar que ya el propio Montaigne se
el hombre”, la búsqueda del hombre comporta asimismo consideraba a sí mismo un “hacinamiento de tantas piezas
Letras Libres la búsqueda de un estilo, de allí que el ensayo, como quizá diversas”, y que en buena medida concibió su libro como
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ningún otro género, suela dar lugar a adefesios terribles, un rompecabezas, como ese pasatiempo a veces desapa-
a manierismos de primerizo, a veces a una ventriloquia cible en el que habría de rearmar los pedazos de su yo
estrafalaria. Son también tanteos, tanteos en la retórica fragmentario e inconexo, afecto a la vagancia y a la disipa-
cerebral, muchos de ellos fallidos. En contraste, quienes ción, que ora se repele y ora se estima, que tiene resortes
buscan la objetividad, quienes quieren discutir ideas o ocultos y dobleces y nunca se encuentra del todo. Incluso
exponer sus investigaciones, por lo regular subordinan la me atrevería a decir que justo porque el yo no es esa cosa
prosa a la información, hacen de la escritura una sierva, dada y fija, sino más bien una maraña abstrusa, llena de
un vehículo de transmisión (aquello que Reyes llamaba recovecos y zonas de niebla, de pliegues y fuerzas sombrías,
la función “ancilar” de la literatura). Con el pretexto de de imposturas e impurezas, el ensayo tiene su razón de ser.
la importancia de su mensaje escriben con las patas, son Mientras más arduo y desaconsejado sea hablar de un yo,
oscuros, desmañados, o bien pretenden, como Hegel, que más rico será, en consecuencia, un género que tiene al yo
la dificultad de leerlos está en función de las recompensas como tema principal, que en todo momento lo sitúa en el
conceptuales que han de deparar... centro, como pivote.
El asunto, desde luego, no se reduce a escribir bien o Phillip Lopate, un defensor y practicante del “ensayo
mal, sino a si el yo se vuelca sobre la página. Desertor de una personal”, afirma que suele haber una trama oculta en los
acepción de estilo como elemento decorativo, Montaigne ensayos, una suerte de dramatismo, de suspenso, que con-
nos hace desconfiar de aquellos textos en que la vida del siste en asistir a la lucha del ensayista por la honestidad. Al
autor no se compromete, no se pone en riesgo, no es la arena hacer de sí mismo centro y rasero de sus indagaciones, el
misma en donde se dirimen los problemas. A diferencia de ensayista debe vencer las defensas psíquicas que lo protegen
los libros formalistas, sin carne, anoréxicos, desprovistos del autodescubrimiento, ese El Dorado de la mente donde
de la pulpa de la vida, y a diferencia de los áridos, difíci- tal vez nos aguarda la decepción, la náusea, el tedio. Desde
les y campanudos, Montaigne opone un libro laberíntico Montaigne, no se trata de un problema de candor, sino
pero entrañable en el que “se ensaya a sí mismo”. Está de vulnerabilidad. El ensayista, al narrarse, al acometer su
allí de cuerpo entero, con sus flaquezas y debilidades, sus autorretrato cambiante, se desplaza sobre la cuerda floja de
presunciones y alardes, su ritmo moroso y sus libertades la traición a sí mismo. Avanza acumulando incertidumbres,
sintácticas. ¡De cuán pocos libros podríamos decir lo que apreciaciones falaces de sí, enmascaramientos y racionaliza-
dijo Emerson del libro de Montaigne!: “Corta estas palabras ciones (con frecuencia para protegerse); otras veces incurre
y sangrarán; son vasculares y vivientes.” en la autoflagelación y el repudio de sí, como si la saña
He escuchado decir que el ensayo no puede ya tener que dirige contra sí mismo hubiera de tener el efecto de
como tema principal, como eje de sus rotaciones reflexivas, desanimar a los demás de intentarlo. Si bien es cierto que
al yo, pues después de Hume y Freud, después de la crí- mediante esta autoflagelación muchas veces se establece una
tica al sustancialismo y la aparición del inconsciente y, en complicidad con el lector (una suerte de amistad basada en
fin, después de la famosa muerte del sujeto, el yo es cuando la aceptación de los propios defectos), más que estrategias
mucho un despojo. Pienso que es una de esas baladronadas retóricas, tanto la reticencia como el autoescarnio suelen ser
efectistas con que los autoproclamados posmodernos han bucles recurrentes en la espiral del autoconocimiento.

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Esta última reflexión me lleva a decir unas cuantas
palabras sobre el lugar que ocupa, o más bien debería
ocupar, el ensayo ensayo en la distinción anglosajona
entre fiction y non fiction, en esa separación cada vez más 27
adoptada también en otros países entre prosa de ficción y
prosa de no ficción.3 El ensayo es un género de la imagi-
nación reflexiva o de la reflexión imaginante. Es receptivo
y omnímodo, de ser necesario incurre en la crónica o
abusa de la ironía, se atasca en la anécdota o en el sarcas- Letras Libres
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mo, pero básicamente es invención. Lo que allí acontece
–si es que acontece algo– son aproximaciones, cambios
de perspectiva, de alguien que examina, bajo la lente de
su subjetividad, lo que le viene en gana (también por
supuesto a ella misma: los avances y retrocesos, hallazgos y
resquemores de una aventura de introspección). Las cosas,
tal como figuran en un ensayo, pueden o no haber tenido
lugar; no teje un mapa del mundo ni construye un modelo
matemático; no es, o no exclusivamente, una autobiografía
ni una confesión terapéutica. Un poco como la patafísica,
es una ciencia de las soluciones imaginarias; una ciencia
individual y subjetiva, es decir, una falsa ciencia, para
problemas también a veces imaginarios. En el camino es
posible que el ensayo enuncie ideas, esclarezca conceptos
o haga descubrimientos genuinos, pero por encima de
todo está consagrado a una ficción suprema: que el yo
puede conocerse a sí mismo.
Para ahorrarnos más discusiones quién sabe cuán
bizantinas, propongo que todos los ensayos espurios,
de tipo político y de teoría literaria, los sociológicos
y de actualidad económica que se refugian en la imper-
Desde luego hay también lugar para la simulación de la sonalidad; que todos los tratados eruditos, académicos
sinceridad, para el fingimiento y aun para la construcción y la mayoría de los divulgativos que abogan por la for-
de un personaje. No es fácil saber si ese tonel de whisky y malidad, se queden en el estante de la “no ficción”, allí
postergación que Cyril Connolly describe en La tumba sin donde se diría que lidian con la realidad o la representan.
sosiego corresponde punto por punto con el Cyril Connolly Y que el ensayo personal y tentativo se reubique en el
biográfico, con aquel que pisó la tierra y no el papel; pero estante de la ficción, en ese lado del librero en el que
tampoco creo que importe mucho. Si es un desdoblamiento, llanamente se amontona la literatura. ~
si es una máscara o un espantajo, supo penetrar en su interior
de manera admirable, perspicaz y a veces despiadada y, lo 3 Pero esta distinción es incómoda incluso para ellos, particularmente para los es-
tadounidenses, sus grandes defensores. Robert Atwan, editor de la prestigiosa y
que quizá sea más decisivo, de manera verosímil. Tal vez el muy influyente serie Los mejores ensayos del año en Estados Unidos (The best American
yo sea inaccesible y entonces debamos aproximarnos a él a essays, de Mariner Books), en el prefacio de la recolección de 2009 recuerda que
través de figuras ficticias, trabajadas, teñidas hasta la médula Washington Irving y Nathaniel Hawthorne fueron también grandes ensayistas,
de ese tipo de ensayistas que gustaban de incluir elementos imaginarios en el
de proyecciones compensatorias o de soteriología, como curso de la reflexión. Y el motivo de que recuerde a esos autores, hoy para todos
cuando De Quincey asegura estar salvado de los encantos los efectos olvidados en cuanto ensayistas, no es otro que para lamentarse de que la
del opio y, unas páginas más tarde, acota que para escribir práctica ensayística contemporánea sea cada vez más reacia a abrir sus puertas a
la imaginación, a la creación de personajes o de situaciones, obsesionada, como
esa frase hubo de aumentar al doble la dosis de láudano. parece estarlo, con la aportación de pruebas o datos verificables que le den “se-
Hacer de uno mismo el tema de estudio no tendría por riedad” al escrito. De hecho, Atwan sugiere que en ese país la rica tradición del
qué ser fácil; después de todo la impostura y la autoficción ensayo personal se devaluó y volvió marginal cuando el ensayo hubo de someterse
a las exigencias del periodismo, al corsé formal del reportaje. La cuestión, escribe
bien pueden ser facetas, rodeos o astucias de ese asedio al Atwan, es que “mientras más literal se supone que debe ser el ensayo, menos
yo que pone en marcha el ensayo. literario se vuelve”.

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