Amara - El Ensayo Ensayo
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Amara - El Ensayo Ensayo
Luigi
Amara El ensayo
22 ensayo
Letras Libres l ensayo, género libre e híbrido
e
febrero 2012
que nace con Montaigne, suele
confundirse en nuestros días
con los trabajos académicos más
obtusos y los análisis políticos
más convencionales. Luigi Amara reivindica
con este ensayo al ensayo, su desparpajo
y personalísima imprevisibilidad.
El ensayo no puede ser otra cosa, ya que le está permitido serlo todo.
Ezequiel Martínez Estrada
Más que la imagen del centauro, que Alfonso Reyes Lo mismo en Montaigne que en Bacon, los dos fun-
propagó pero que deja un sabor a quimera o a hibridación, a dadores del ensayo, está la idea del tanteo, de experimen-
no sé qué de forzado y casi imposible, la imagen que más me tación, la inquietud de paladear las cosas por uno mismo.
gusta para representar el ensayo es la serpiente. Como una Su verbo característico es “probar”, no en el sentido de
serpiente fue que Chesterton sintió que se deslizaba el ensa- demostración, sino de ver a qué sabe. Con el ensayo se
yo: sinuoso y suave, errabundo y a veces viperino. El ensayo, avanza por el terreno solitario de la subjetividad, de espal-
al igual que la serpiente, tienta y es tentativo; no se anda das a las doctrinas establecidas, con el fin de sopesar un
por las ramas sino que avanza por tanteos. Chesterton veía asunto, cualquiera que este sea, en la báscula interna,
también en él la semilla de algo maligno, de algo capaz de someterlo al escrutinio de la experiencia personal, a su
ufanarse de su irresponsabilidad, de no querer llegar a nada ensayo. El género nace con un ojo puesto en el escepticismo
sino de solo recorrer el camino, ¡y para colmo de manera y otro en la reivindicación de la experiencia; descree de
ondulante! Pero ese toque maligno que percibía Chesterton lo aprendido, sigue el sendero de la herejía y entonces
–el ortodoxo y católico y gran ensayista Chesterton, padre voltea hacia la propia subjetividad, ese asidero no menos
del padre Brown–, que se manifiesta en su naturaleza elu- tambaleante. El ensayo sería poca cosa si no fuera también
siva, impresionista y cambiante, en ese estar de lado de lo una forma de palparse, de ir al encuentro de uno mismo,
incierto y lo fuera de lugar, es nada menos lo que hace que de tentarse: Montaigne, explorador de sí mismo, conce-
el ensayo ocupe un lugar en la literatura y sea, por decirlo bía al yo como algo tentativo, en construcción, inestable;
así, una forma de arte, algo más que una vía egotista de decía que había hecho su libro tanto como su libro lo
proferir opiniones o una mera “prosa de ideas”. había hecho a él.
Comenzaré –es un decir, ya hace rato que comencé– por El que va de A a B siguiendo una serie de pasos más o menos
detenerme en el carácter tentativo del ensayo, que no falta mecánicos supone que el que ha partido de A también quiere
Luigi quien lo confunda con un mero borrador, con algo que por llegar a B; entonces lo acusa de disperso y serpentino, de que
Amara las prisas o la pereza se abandona, se deja para después o se se ha quedado en la primera escala o se ha extraviado. No se
da prematuramente a la imprenta. El tema es espinoso puesto le ocurre que el que ha salido de A puede estar simplemente
que ilustres ensayistas como el Dr. Johnson definieron en de paseo y lo que busca más que nada es disfrutar del paisaje,
su momento los ensayos como “composiciones irregulares, construir su propio trayecto o abandonarse en su extravío,
no trabajadas”, definición que parece apuntalar aquello de compartir con el lector ese mareo. Si llega o no a B es lo de
24 que el ensayo es un borrador. ¿Un borrador? ¡He disfrutado menos; puede que llegue a C o incluso a B sin quererlo; tal
tanto la lectura de ciertos ensayos, y tal ha sido la maes- vez simplemente vuelva a A después de un provechoso giro
tría con que me parece que fueron escritos, que más bien de 360 grados sobre sí mismo.
diría que se elaboraron con tinta indeleble! Cuando se sub- (Abro aquí un paréntesis sobre la academia como uno
raya que el ensayo es tentativo es porque carece de un fin de los principales enemigos del ensayo, cosa obvia pero que
definido y porque no se propone demostrar ni abarcarlo tiende a olvidarse. Aunque entonces no lo tenía del todo
Letras Libres todo; discurre de manera dispersa, proclive a la digresión; no claro, yo dejé la universidad, el Instituto de Investigaciones
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se desvía puesto que no iba a ningún lado –o más bien cabría Filosóficas, porque allí no hay lugar para el ensayo, ni siquiera
decir que todo en él es desviación–. El ensayo nace como un hay lugar para Michel de Montaigne. No solo es que allí, en
género moderno, de la modernidad en ciernes, desde que se esos cubículos poco interconectados, se prefiriera estudiar a
aparta de la estrategia medieval de pensar en función de una otros autores y se favorezca otros métodos (en particular el
tesis y del esfuerzo de probarla. El ensayo no aspira a eso y método analítico, tan esquemático y a veces frígido, equipara-
ni siquiera lo intenta; no es que se quede corto y más tarde ble en muchos sentidos al de los viejos escolásticos), sino que
el autor pueda volver a enmendarse la plana: lo que busca sencillamente hay modos de proceder, formas sancionadas,
el ensayista es pensar las cosas por sí mismo y llegar, si es casi machotes, para presentar lo que por suerte no se llaman
que llega a algún lado, a una conclusión personal. Nada de ensayos sino artículos o, más atinadamente, “trabajos”. Todos
planes y métodos a la manera escolástica, nada de tinglados los días se escucha en los pasillos universitarios la consigna
aristotélicos para encauzar al pensamiento. El ensayo huye de ilustrada del sapere aude, de pensar por uno mismo, pero
lo preescrito, conquista y defiende su libertad (“libre” es una la verdad es que cualquier amago de salirse del redil, de
de las palabras favoritas de Montaigne); brinca y excava, se optar por la vía de Montaigne –quien por cierto fue un
desboca y más tarde se descubre en un callejón sin salida. El filósofo, aunque muchas veces se pase por alto–, es visto con
pensamiento fluye sin cartas de navegación, su única brújula desagrado, tachado de “no filosófico”. Piensa por ti mismo,
es su propio ombligo; por eso muchas veces se pierde. Como pero con aparato crítico. Atrévete a pensar, pero con las
lo vio muy bien Alfonso Reyes, en el ensayo “hay de todo y rigideces consensuadas. Incluso uno de sus santos patro-
cabe todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede nos, Wittgenstein, el primer Wittgenstein, sería sin duda
ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino reprobado por heterodoxo si tuviera que cursar el Seminario
a la curva abierta, al proceso en marcha, al etcétera”. de Tesis ii, mientras que el segundo Wittgenstein sería acu-
De allí que el tono de conversación o de confidencia sea sado, sin más, de dinamitero. ¡Ah, el fantasma del rigor
tan propicio en el ensayo para este no llegar a nada, para de las universidades! En su nombre se detesta lo ambiguo,
este llegar modestamente a esto, para este ir y venir, para lo vacilante, lo fuera de lugar, lo anfibio; en su nombre se
ese volver al comienzo que, entonces, ya nunca es el mismo. rechaza la inadhesividad y la irresolución, la cualidad elástica
Pese a los muchos ejemplos que indicarían lo contrario, la y flotante del ensayismo auténtico.)2
provisionalidad del ensayo no tiene que ver con escribir a La mejor caracterización que recuerdo sobre este talante
la carrera o apilar apuntes para después; un ensayo puede o disposición tentativa del ensayo (porque de eso se trata,
en efecto retomarse y ampliarse, pero no en la dirección de de una disposición, de una apertura hacia la errancia) es
demostrar una tesis. Puede estar perfectamente acabado en la que da Ezequiel Martínez Estrada en su libro sobre
su inacabamiento y perfectamente trabajado en su irrespon- Montaigne. En los Ensayos, el habitante de la torre de la
sabilidad. Los aires escolásticos que no dejan de soplar desde
la academia –esa institución erigida sobre la obsesión por 2 Los estornudos de alergia que suscita el ensayo están a tal punto extendidos en la
la tesis y la prueba– han hecho que lo tentativo se entienda academia que incluso quienes desde su seno muestran una genuina pasión por el gé-
nero terminan por darle la espalda. Allí está, por ejemplo, el muy informado y com-
como provisional y que lo contingente que hay en el ensa- pleto libro de Liliana Weinberg, Pensar el ensayo, ganador de un premio importante
yo se califique como una falta de rigor, con cierta laxitud. de ensayo, un libro atendible, sí, se diría intachable, pero tan poco ensayístico...
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anhelos y decepciones al oído del lector, no es solamente un querido deslumbrarnos para dejarnos momentáneamente
recurso literario. Aun si no siempre encuentra los arrestos ciegos. Si el yo es un despojo o una hilacha, una construcción
Luigi para desvelar al ser que es, aun si le faltan las ganas de espasmódica o un cuento que diariamente nos contamos,
Amara pintar su autorretrato inestable, el ensayista vuelve a sí, ¡cuánto mejor para la literatura y el ensayo, que tendrán que
parte de sí mismo, regresa, no sale de la órbita reduci- ponerse a la altura de circunstancias tan desesperadas!
da pero inabarcable, marginal pero ahora céntrica, de su No sé muy bien lo que quieran implicar estos provocado-
propia experiencia. Por eso Pascal consideró los Ensayos res al hacer del yo una idea completamente vetusta, que más
un “proyecto insensato”: porque coloca como punto de bien valdría arrumbar en el armario de las supersticiones,
26 Arquímedes a algo tan aborrecible y fluctuante como el junto a la de la tierra plana y el hombre como cúspide
yo. No se trata solo de hablar en primera persona, sino de de la creación. Pero quizá se refieran a que no es posible
pensar desde allí, con el vocabulario y el ritmo mental y sostener una concepción unitaria, monolítica, unidimen-
las ampulosidades o estrechuras de cada uno. Si, como sional y mucho menos sustancialista del yo. Si ese fuera
famosamente dejó escrito el conde de Buffon, “el estilo es el caso, bastaría recordar que ya el propio Montaigne se
el hombre”, la búsqueda del hombre comporta asimismo consideraba a sí mismo un “hacinamiento de tantas piezas
Letras Libres la búsqueda de un estilo, de allí que el ensayo, como quizá diversas”, y que en buena medida concibió su libro como
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ningún otro género, suela dar lugar a adefesios terribles, un rompecabezas, como ese pasatiempo a veces desapa-
a manierismos de primerizo, a veces a una ventriloquia cible en el que habría de rearmar los pedazos de su yo
estrafalaria. Son también tanteos, tanteos en la retórica fragmentario e inconexo, afecto a la vagancia y a la disipa-
cerebral, muchos de ellos fallidos. En contraste, quienes ción, que ora se repele y ora se estima, que tiene resortes
buscan la objetividad, quienes quieren discutir ideas o ocultos y dobleces y nunca se encuentra del todo. Incluso
exponer sus investigaciones, por lo regular subordinan la me atrevería a decir que justo porque el yo no es esa cosa
prosa a la información, hacen de la escritura una sierva, dada y fija, sino más bien una maraña abstrusa, llena de
un vehículo de transmisión (aquello que Reyes llamaba recovecos y zonas de niebla, de pliegues y fuerzas sombrías,
la función “ancilar” de la literatura). Con el pretexto de de imposturas e impurezas, el ensayo tiene su razón de ser.
la importancia de su mensaje escriben con las patas, son Mientras más arduo y desaconsejado sea hablar de un yo,
oscuros, desmañados, o bien pretenden, como Hegel, que más rico será, en consecuencia, un género que tiene al yo
la dificultad de leerlos está en función de las recompensas como tema principal, que en todo momento lo sitúa en el
conceptuales que han de deparar... centro, como pivote.
El asunto, desde luego, no se reduce a escribir bien o Phillip Lopate, un defensor y practicante del “ensayo
mal, sino a si el yo se vuelca sobre la página. Desertor de una personal”, afirma que suele haber una trama oculta en los
acepción de estilo como elemento decorativo, Montaigne ensayos, una suerte de dramatismo, de suspenso, que con-
nos hace desconfiar de aquellos textos en que la vida del siste en asistir a la lucha del ensayista por la honestidad. Al
autor no se compromete, no se pone en riesgo, no es la arena hacer de sí mismo centro y rasero de sus indagaciones, el
misma en donde se dirimen los problemas. A diferencia de ensayista debe vencer las defensas psíquicas que lo protegen
los libros formalistas, sin carne, anoréxicos, desprovistos del autodescubrimiento, ese El Dorado de la mente donde
de la pulpa de la vida, y a diferencia de los áridos, difíci- tal vez nos aguarda la decepción, la náusea, el tedio. Desde
les y campanudos, Montaigne opone un libro laberíntico Montaigne, no se trata de un problema de candor, sino
pero entrañable en el que “se ensaya a sí mismo”. Está de vulnerabilidad. El ensayista, al narrarse, al acometer su
allí de cuerpo entero, con sus flaquezas y debilidades, sus autorretrato cambiante, se desplaza sobre la cuerda floja de
presunciones y alardes, su ritmo moroso y sus libertades la traición a sí mismo. Avanza acumulando incertidumbres,
sintácticas. ¡De cuán pocos libros podríamos decir lo que apreciaciones falaces de sí, enmascaramientos y racionaliza-
dijo Emerson del libro de Montaigne!: “Corta estas palabras ciones (con frecuencia para protegerse); otras veces incurre
y sangrarán; son vasculares y vivientes.” en la autoflagelación y el repudio de sí, como si la saña
He escuchado decir que el ensayo no puede ya tener que dirige contra sí mismo hubiera de tener el efecto de
como tema principal, como eje de sus rotaciones reflexivas, desanimar a los demás de intentarlo. Si bien es cierto que
al yo, pues después de Hume y Freud, después de la crí- mediante esta autoflagelación muchas veces se establece una
tica al sustancialismo y la aparición del inconsciente y, en complicidad con el lector (una suerte de amistad basada en
fin, después de la famosa muerte del sujeto, el yo es cuando la aceptación de los propios defectos), más que estrategias
mucho un despojo. Pienso que es una de esas baladronadas retóricas, tanto la reticencia como el autoescarnio suelen ser
efectistas con que los autoproclamados posmodernos han bucles recurrentes en la espiral del autoconocimiento.