Cualquiera que haya buceado en las filosofías (he escrito
filosofías, no religiones) se habrá topado con todas aquellas teorías -y no son
pocas- que vienen a determinar que, ante las desavenencias entre los seres
humanos, estos necesitan acudir a un tercero para someterse a su dictamen. De ahí
proceden las redacciones de todos los códigos positivos y racionales. Es algo
que puede parecer muy solemne, pero que termina obedeciendo al abecé de la
razón y de la convivencia. Por ello terminan por imponerse los Estados en los
que hay tres poderes para concretar esos códigos. Es la separación de poderes y
es el Estado democrático. Siento un poco de pudor y hasta de vergüenza por
tener que señalar esto, pero es que da la impresión de que hay mucha gente
pública que no lo entiende.
Se nos vienen encima unos meses tempestuosos y convendría que
tuviéramos algún esquema claro y preciso para que nos oriente en nuestras
actuaciones.
Con razones diversas y con sinrazones múltiples, nos vemos
avocados a nuevas elecciones, y cada formación política echará su cuarto a
espadas en insultos, descalificaciones (a las pruebas me remito)… y a alguna
proposición para los años posteriores.
Me gustaría equivocarme en mis vaticinios, pero a veces casi
creo que dirijo el oráculo de Delfos, que, por cierto, visitaré en pocos días. A
ver si me aclara el futuro y no se muestra ambiguo, como hacía casi siempre. Predije
y predigo que buena parte de la campaña se nos irá en el asunto de Cataluña. Y
se nos irá con proclamas emocionales más que con aportaciones racionales, o
sea, con aquellas proclamas que, por tales, no pueden entrar en el código ni
civil ni penal. Y así, los intercambios serán nulos y los recados los recibirán
oídos sordos y crecerá el calor del ambiente y tendremos un otoño “caliente”,
también en lo político, y el globo puede buscar escape por algún sitio hasta
producir un reventón.
Conviene recordar que, por encima de cualquier ilusión, están
las leyes que nos hemos dado y que encauzan nuestras diferencias y dirimen
nuestros conflictos. El camino menos pedregoso es el de aplicar las leyes como
referente común, hacerlo con justicia y generosidad, modificarlas sin complejos
en aquello que no nos satisfagan y hacerlo ordenadamente, con energía y sin
aspavientos. Las leyes tienen que estar hechas para satisfacer al ser humano,
no el ser humano para las leyes; pero el ser humano sin leyes no es tal, y
menos viviendo en comunidad.
No hace falta ser muy perspicaz para entender que estoy
mirando a la geografía española en toda su extensión y a todas las fuerzas
centrifugadoras que parecen vivir en el mundo de la magia, de la ilusión y del
entusiasmo. Con todo el derecho del mundo, por supuesto, pero con la obligación
del referente legal siempre. Y lo mismo para los encargados de hacer cumplir
esas leyes del código: es su misión principal e incurrirían en delito evidente
si no lo hicieran.
En fin, que miro el futuro meteorológico y veo resplandecer
el sol y me llegan los colores de la paleta en arco iris de estas laderas donde
vivo. Miro el futuro social y político y veo nubarrones, tormentas y hasta
pedrisco.
Me voy por unos días a las tierras que primero pensaron eso
de la convivencia en democracia y visitaré el oráculo de Delfos por si me
quiere y puede aclarar algo. Ojalá que sea positivo.