Un poco atropelladamente y con alguna discontinuidad, pongo fin a
este tomo de mis Notas a pie de página
en su tomo veintitantos (los primeros los tengo que recomponer y por eso no sé
cuál será exactamente el número actual). Esta entrega la completan algo más de
doscientas cincuenta páginas en artículos conscientemente breves, y tanto en
prosa como en verso. Tan solo me falta la lista de los noventa títulos que me
han acompañado y han sido testigos de mis lecturas. Sigo manteniendo el formato
con consciencia de las ventajas y de los inconvenientes que incorpora. Son ya
miles de páginas las que he ido dando a la ventana para compartirlas con quien
quiera acercarse a ellas. Siempre he intentado -este año también- que cada
página alcanzara al menos la intuición o incluso la presencia expresa de alguna
idea para reflexionar; no sé si lo he logrado, pero esa era y es siempre mi intención:
a mí no me sirven las descripciones si no apuntan más alto y aspiran a que los
elementos rezumen algo de jugo. No sé en cuántas ocasiones lo he conseguido,
pero confieso que cada vez que no lo haya alcanzado supone para mí un fracaso,
pues mis intenciones eran y son las que acabo de apuntar. Sí, lo confieso: tal
vez soy así de vanidoso. Y así de sincero.
La presencia de mis nietos y de mis hijos durante estos últimos
días ha acaparado mi atención y mi tiempo. Benditos sean y bendito sea el
tiempo que hemos compartido. Con ellos experimento algo que se tiene que
parecer a los estados de felicidad, esos en los que uno se siente tan bien que
entiende que superarlos o es imposible o tiene que resultar muy difícil.
Por lo demás, lectura, escritura, poesía y vida. Todo al por menor
y sin exposiciones buscadas, salvo la de la ventana de mi página personal. El
tiempo sigue su curso como si no se diera cuenta de que nos lleva en el río de
su conciencia. La naturaleza se sigue manifestando como si fuera eterna y nos
acogiera y nos llamara para ser un componente más de su familia. Nosotros nos
resistimos sin darnos cuenta de que en nada de tiempo le haremos compañía larga
y misteriosa. El tiempo, siempre el tiempo. Todo sucede en el tiempo y en el
espacio. El espacio se hace pequeño en nuestro diario y el tiempo corre y
vuela. Ambos nos miran y no sabemos realmente con qué cara. A mí me gustaría
que nos amáramos y que, en ese amor, miráramos también en nuestro entorno e
hiciéramos real ese contagio cariñoso con todo lo que nos rodea. Así tal vez
podríamos hacer nuestras aquellas palabras de Juan de Yepes cuando atribuía al
Amado, en boca de las Criaturas, el poder de su presencia vestida y sustanciada
de amor: “Mil gracias derramando, / pasó por estos sotos con presura, / y, yéndolos
mirando, / con sola su figura, / vestidos los dejó de hermosura”.
Vale, ya sé que es pedir mucho, pero vamos a ello: Que la vida nos
trate bien y que nosotros no la maltratemos. Salud.